lunes, 29 de abril de 2013

Según como mires


"Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo." (Albert Eisntein)

 ¿Alguna vez te encontraste atascado en una situación que no te permitía  avanzar y por más que intentaras distintas alternativas, esa situación no dejaba de repetirse? Quizás cambian las anécdotas, hasta los personajes pero el patrón que te mantiene estancando en ese problema, sigue siendo el mismo.¿Ahora, de qué manera podemos romper esa inercia y­­­­­ cambiar la forma en la que miramos el mundo?

Quizás sea una cuestión de ejercitarse u obligarse a romper la lógica que nos gobierna y aceptar que hay una infinidad de alternativas posibles, que sólo tenemos que aprender a verlas. Esa lógica no es sólo el resultado de nuestras creencias, que actúan como filtros a través de los cuales percibimos la realidad, sino también de cómo nuestro cerebro descifra el universo.

Hace poco, hice una prueba con mi pareja y los invito a que la realicen con alguien y se respondan hacia dónde gira la bailarina.


Ojalá les pase como a mí, porque uno se resiste a creer que ante el mismo estímulo, dos personas vean cosas diferentes. En un principio yo vi girar la bailarina en sentido de las agujas del reloj, mientras que al mismo tiempo mi pareja la veía girar en el sentido opuesto.

No es la primera vez que voy a hablarles sobre el cerebro, órgano que no deja de asombrarme. Es común utilizar más un lado del cerebro que el opuesto y según cual sea ese lado, percibimos e interactuamos con el mundo de una determinada manera Nuestro cerebro está dividido en dos hemisferios que comparten algunas funciones como las del pensamiento y la regulación de la temperatura del cuerpo. A su vez, estos hemisferios se distinguen entre sí por realizar una serie de funciones específicas, que pueden parecer opuestas pero son complementarias.

El hemisferio izquierdo procesa la información analítica y secuencialmente, paso a paso, de forma lógica y lineal. Analiza, abstrae, cuenta, mide el tiempo, planea procedimientos, verbaliza, Piensa en palabras y en números, es decir contiene la capacidad para las matemáticas, para leer y escribir. Este hemisferio emplea un estilo de pensamiento convergente, obteniendo nueva información al usar datos ya disponibles, formando nuevas ideas o datos convencionalmente aceptables. Aprende de la parte al todo y absorbe rápidamente los detalles, hechos y reglas.

El hemisferio derecho procesa la información de manera global, partiendo del todo para entender las distintas partes que componen ese todo, sintetizando la información que recibe. Con él vemos las cosas en el espacio, y cómo se combinan las partes para formar el todo. Gracias al hemisferio derecho, entendemos las metáforas, soñamos, creamos nuevas combinaciones de ideas. Es el experto en el proceso simultáneo o de proceso en paralelo. Se lo llama también el hemisferio holístico porque es intuitivo en vez de lógico, piensa en imágenes, símbolos y sentimientos. Tiene capacidad imaginativa y fantástica, espacial y perceptiva. Este hemisferio emplea un estilo de pensamiento divergente, creando una variedad y cantidad de ideas nuevas, más allá de los patrones convencionales.

Cada vez que me encuentro en situaciones de estancamiento, recuerdo la magnífica escena de la película la Sociedad de los Poetas Muertos, en la cual el profesor Keating se sube a su escritorio para recordarles a sus alumnos que en la vida hay que buscar mirar las cosas desde diferentes perspectivas. Eso es lo que hice con mi última pintura. Estaba decididamente atrapada en una imagen mental preestablecida que no me gustaba nada. Luego de intentar varios replanteos, decidí romper con toda lógica figurativa e invertí mi cuadro para continuar pintándolo de esa manera. El resultado fue totalmente inesperado e inspirado. Sin dudas, cuando me animo a crear experiencias inusuales y buscar inspiración donde menos lo imagino, termino generando buenas ideas.

Me resulta vital reconocer mis paradigmas, sobre todo cuando pierden vigencia y no me sirven más. Cada vez que un paradigma se encuentra instalado y activo en mi cerebro, quedo presa de un proceso, que repite  los mismos pensamientos. Estos pensamientos se tornan automáticos, inconscientes y rutinarios; en consecuencia, mis respuestas también lo son. Pero la realidad, a diferencia de estos paradigmas, no es estática y cambia constantemente. Cambiar o romper paradigmas, significa modificar la manera de observar para poder accionar de una manera diferente. Aquellos que se atreven a hacerlo, son los que se adaptan mejor a los cambios y en consecuencia, tienen mayores posibilidades de éxito.

domingo, 21 de abril de 2013

Piedra libre al enojo


“El ego es como tu perro. El perro tiene que seguir al amo y no el amo al perro. Hay que hacer que el perro te siga. No hay que matarlo, sino que domarlo”. (Alejandro Jodorowsky)

Todavía recuerdo la tarde en la que le contaba a una amiga un drama personal y a modo de daga, me lanzó eta frase: "La dimensión de tu drama es directamente proporcional al tamaño de tu ego".
En ese momento me enojé. No me pareció una respuesta para nada reconfortante o compasiva, pero fue sin dudas un golpe certero y revelador, que provocó que nunca más volviera a pensar o mirarme como lo venía haciendo.

Esto me llevó  a preguntarme sobre el ego y la auto-compasión;  de qué manera me relacionaba con ellos y qué es lo pensaba cuando me enojaba.

Después de explorar y repasar una variedad de experiencias de enojos a lo largo de mi vida, pude concluir que mis reacciones de enojo se reducen a la convicción de estar siendo víctima de algo injusto. Me enojo cuando algo o alguien intervienen en mi vida de una manera que yo no merezco.  Lo que está ocurriendo como resultado de esa acción, no es lo que yo deseo y es, a todas luces, según mi juicio o ego, una injusticia.

Siguiendo con el reduccionismo histórico, noté que mis clásicas reacciones, en el mejor de los casos, respuestas, ante el enojo son dos: quejarme y vociferar mi enojo con los epítetos que me resulten más adecuados para la situación o auto-compadecerme. Esta última elección, es la que más detesto de mi misma.  Como lo dije ya en un post anterior, la autocompasión es un arte muy dañino de manipulación interior y exterior. El único fin que persigue, es reclamar ya sea  la atención de los demás y/o maldecirnos a nosotros mismos. La autocompasión no ayuda, no suma, ni siquiera sirve como mecanismo de descarga o liberación.

Creo que casi todo ego tiene algún elemento de “identidad de víctima”. Esa imagen de víctima puede llegar a ser tan fuerte que  termina convirtiéndose en el núcleo central de su identidad. Y los complementos que no faltan son el resentimiento y los agravios, que pasen a ser parte esencial de su sentido del yo.

Por lo general, cada vez que nos referimos al ego, lo hacemos como si fuera un tirano que nos lleva de las narices según su capricho de turno. No quiero estigmatizar al ego. El ego es una instancia psíquica que nos confiere identidad y permite reconocernos como “yo”. Es quien nos da ese punto de referencia ante los fenómenos físicos y media entre la realidad del mundo exterior.

Hasta aquí, todo bien, el problema se presenta cuando vivimos a través del ego y no sabemos estar presentes en el ahora. Nos pasamos utilizando al momento presente como un medio para un fin. Vivimos para el futuro, y cuando conseguimos esos benditos objetivos que habitaban en el futuro, no nos satisfacen, o al menos no por mucho tiempo. El sentido del yo característico del ego necesita el conflicto porque su identidad separada se fortalece luchando contra esto o lo otro, y  demostrando que esto soy “yo” y eso no soy “yo”. Así es como aparecen la queja y la reactividad. Seguramente se cruzan a diario con personas, las cuales tienen como hábito emocional-mental favorito, quejarse o reaccionar contra el mundo.  Les encanta señalar que los demás o una determinada situación, están “equivocados”, mientras ellos “tienen razón” o saben cómo son las cosas. Quizás tener razón los hace sentir superiores,  fortaleciendo así su sentido del yo pero en realidad sólo están fortaleciendo la ilusión del ego.

Esto es un constante aprendizaje que me lleva a concluir que cuando las cosas no van según mis expectativas o deseos, la infelicidad, enojo o frustración están más conectados con el condicionamiento de mis pensamientos que con las circunstancias de la vida. Poder identificar cuáles son esos pensamientos y reconocer mis emociones, es lo que me permite superarlas y seguir adelante. Las emociones se disparan, no las elijo pere sí puedo elegir cuanto tiempo quiero permanecer en ellas.

jueves, 11 de abril de 2013

Quimicamente Amando


“El amor fue el primer instinto de supervivencia en la historia de la especie y está unido a la pasión. Hoy la gente agradece que el conocimiento pueda explicar las cosas que no entienden”. (Eduard Punset)

Siempre me interesó entender cómo funciona el cerebro. Me parece uno de los órganos más enigmáticos y perfectos. Muchas veces me pregunté: ¿hasta qué punto el comportamiento está determinado por las interconexiones eléctricas del cerebro. ¿En qué medida la forma en que percibimos e interpretamos el mundo está influenciada por la química cerebral? ¿La química cerebral difiere entre hombres y mujeres?

Tenía algunas respuestas; sabía que las hormonas tienen un rol determinante en nuestros estados de ánimos, pero no sabía cómo o por qué. Así fue como empecé a leer especialmente sobre dos hormonas, las responsables de mantener a mujeres y hombres jóvenes, sanos y sexualmente activos y  también descubrir de qué manera el estrés impactaba en ellas. Para los varones esta hormona es la testosterona y para las mujeres, la oxitocina.

No es ninguna novedad que el estrés es uno de los grandes flagelos que hombres y mujeres tienen que enfrentar a diario. Vamos acumulando estrés sin darnos cuenta. Se va instalando en nuestras vidas, en pequeñas dosis, sin mayores consecuencias y lo subestimamos dejándolo crecer silenciosamente. Día y noche avanza, invadiendo nuestra salud,  buen humor, creatividad y aniquilando esa fuerza vital que tenemos los seres humanos: el deseo. El estrés afecta químicamente de manera diferente al cerebro del hombre y al de la mujer y esta quizás sea una de las razones por las que nuestras necesidades por momentos parecen tan distintas, hasta opuestas.

Cuando las mujeres están estresadas, el nivel de oxitocina baja. La oxitocina es una hormona que se produce durante el parto y se mantiene durante la lactancia, para asegurar la supervivencia del bebé. Es  la hormona del apego, del amor incondicional, de la ternura, de la provisión de cuidado y sustento. También se la conoce como la hormona del amor y del placer, ya que también está presente cuando se disfruta un orgasmo, tanto en hombres como en mujeres.  La oxitocina no sólo produce sensación de bienestar, sino que cuando se segrega de manera continuada, produce una menor incidencia de algunas enfermedades, sobre todo de tipo cardiovascular, ansiedad y depresión. Por ello, cuando el nivel de oxitocina cae, afecta notablemente la calidad de vida de las mujeres.

Cuando los hombres están estresados, la testosterona es la que cae. La testosterona es la hormona del deseo sexual, es la responsable de hacerlos sentir viriles, los lleva a  tomar riesgos, a enfrentar desafíos y conquistas. Es la hormona que permitía al hombre primitivo salir a cazar y enfrentarse con feroces bestias para asegurar el sustento y supervivencia de la prole.

Mujeres y hombres buscamos conscientes o inconscientemente la forma de pelearle al estrés y reestablecer la armonía, conectando con nuestro deseo y energía vital. He aquí el punto crucial del aprendizaje: las mujeres combaten el estrés compartiendo y los hombres, aislándose. Este es quizás el origen de las tan consabidas quejas femeninas sobre el comportamiento de sus parejas: “no me escucha, no comparte mis preocupaciones, es un autista frente al televisor, está  frío y distante, no colabora, no me desea.”

Si bien las mujeres nos sentimos aliviadas y nos resulta gratificante dar y cuidar, al final de un arduo día de trabajo, nos quedamos literalmente sin nada para dar y necesitamos recibir atención  y afecto para subir los niveles de oxitocina y bajar el estrés. Necesitamos mimos, abrazos, masajes, hablar y que nos escuchen. Es la única manera de recuperarnos y estar en condiciones de volver a dar.

El hombre en cambio, se retira a su espacio privado a hacer, quizás nada. Se aísla de toda experiencia que pueda resultarle demandante, necesita descansar Ante ese escenario, no tenemos que  enojarnos u ofendernos. Tampoco sentarnos a esperar que salga. Tenemos que entender que esta situación de aislamiento, es una cuestión de supervivencia. Es el tiempo que requieren para subir sus niveles de testosterona y bajar el estrés y así volver a estar disponible para el mundo y su mujer. Una mujer sabia, no lo toma a título personal. Una mujer astuta, respeta ese espacio sagrado del hombre en su caverna, porque sin testosterona no hay deseo.

Esto nos deja ante la responsabilidad de aprender a buscar la mejor forma de generarnos oxitocina de manera alternativa. Cada una sabrá cuál es la más apropiada, pero en general, lo logramos hablando, hablando mucho, yendo de compras, con masajes, haciendo jardinería, pintura, actividades manuales, meditando o tomando un baño de espuma.­­­ Por otro lado, Uds. los varones no se asusten. ¡No es tan difícil! Con un simple abrazo, un cariño o un cumplido, nos alcanza.

Entender que tenemos mecanismos distintos para lidiar con el estrés, es vital para la salud de las relaciones. Si bien la preponderancia de oxitocina, genera apego, calma, sosiego y seguridad, el exceso de la misma, mata el deseo. Hay un delicado equilibrio que tenemos que aprender a manejar para ahorrarnos frustraciones y desencuentros innecesarios. La buena noticia es que no somos rehenes de la química cerebral, porque  las hormonas pueden ser tanto el producto de la experiencia, como la experiencia puede ser producto de las hormonas. 

lunes, 8 de abril de 2013

Puente


"Usa el amor como un puente”. (Gustavo Cerati)


Hoy no podría escribir de otra cosa que no sea sobre la perdida.  Esa sensación de desolación y vulnerabilidad que nos embarga cuando alguien querido se nos va. Más aun cuando esa partida es prematura.

Se nos fue un amigo, un amigo casi hermano porque siempre fue parte de nuestra familia. Si bien la tristeza nos afectó profundamente a todos, sé que esa tristeza no es la misma en cada uno de nosotros. Este amigo es y seguirá siendo el mejor amigo de unos de mis hermanos porque el amor verdadero perdura, aún cuando el objeto amado no esté más presente físicamente.

Yo fui testigo de esa amistad, desde cuando eran niños. Fui testigo de sus travesuras, de sus sonrisas cómplices, del cariño entrañable que los unía, que ni siquiera el hecho de vivir en países diferentes, pudo debilitar el vínculo. Ese lazo que sólo entienden los que tuvieron la bendición de encontrar un alma con quien resonar. Esas almas que reflejan recíprocamente sus naturalezas, compensando, sin reproches, sin censuras, disfrutando del fluir del amor de hermanos de la vida, porque así estaba escrito y así fue y así será.

Cuando la muerte te toca tan de cerca, es inevitable poner toda la vida en perspectiva y cuestionarte:“¿qué estoy haciendo, hacia dónde voy, con quién quiero compartir la vida, cuál es el sentido de las cosas?”. Vivimos como si fuéramos inmortales, hasta que un hecho como este  nos deja desnudos e indefensos ante la fatalidad, ante la certeza de nuestra finitud y lo que parecía perfectamente lógico y aceptable un minuto atrás, de pronto nos ubica en un escenario absurdo, amenazado por una sensación de desperdicio.

Todo el proceso de despedida es desgarrador. Vi a mi hermano grabar desconsoladamente en su computadora cuanta foto de su amigo se posteaba en Internet, en un intento desesperado por retenerlo por unos días, unas horas, lo que fuera, con tal de no enfrentar la idea que nunca más podría mirarlo a los ojos.Triste pero contundente, la recreación de la memoria siempre será insuficiente ante la necesidad de un abrazo. Luchar contra el apego y aceptar que ya no está, es lo más duro.

Termino pensando que las verdaderas víctimas somos los que nos quedamos sufriendo la perdida. Somos nosotros los que tenemos que sobreponernos a esa mutilación,  porque seguramente no volveremos a ser los mismos. La muerte no sólo nos enfrenta al dolor de la desaparición de esa persona, la muerte, nos pone cara a cara con nuestros miedos y nos desafía a conferirle un sentido y un propósito a nuestra existencia, para justificar una permanencia digna en la vida.

Hoy, antes de empezar mi clase de yoga, formulé  mi intención como lo hago usualmente. Iba a pedir por la paz de nuestro amigo y luego cambié  de parecer. Nuestro amigo era un ser tan adorable y lleno de luz que seguro paz no le va a faltar. Pedí por nosotros, le pedí a él por los que quedamos vivos. Vivos y desamparados. Pedí consuelo,  paz en nuestros corazones y contención para superar el dolor.

Creo en la vida después de la muerte. Creo que la energía no se destruye y que al abandonar el cuerpo físico, pasamos a otra dimensión. La energía es eterna, no se crea, ni se destruye por lo tanto, me imagino que el que se va, nos mira desde ese lugar donde no tenemos que lidiar con los pesares de la materia. Me lo imagino empezando a disfrutar de una existencia más pura y perfecta, sin carencias de ningún tipo y con mucha paz.

Mi consuelo es saber que el amor es la energía más poderosa que existe. El amor es más fuerte que la muerte. Es un puente que no conoce distancias. Es un lazo desde el corazón, que nos mantiene unidos por toda la eternidad. Por eso no voy a despedirme, simplemente decirte que te voy a extrañar y sólo deseo que, hasta tanto volvamos a encontrarnos, Dios te guarde en la palma de su mano”.




jueves, 28 de marzo de 2013

¿Atrapados sin salida?


“La vida es lo que pasa cuando estás ocupado en otros planes”. (John Lenon)

En este último tiempo empecé a pensar que te da "chapa",  como se dice coloquialmente, o en otras palabras, un aire de importancia, vivir ocupado. Cada vez es más común cuando le preguntas a la gente sobre cómo están, las respuestas que tienen más a mano son: "estoy envuelto en llamas, detonado, sobrepasado, filtrado, fisurado, quemado", y así desarrollamos una increíble variedad de expresiones que describen un estado de agobio y agotamiento que, paradójicamente, no deja de ser un estandarte vanidoso, que describe cuán importantes e imprescindibles somos. Sentimos culpa si no estamos permanentemente trabajando o realizando alguna actividad para promover nuestro trabajo. Pareciera que si decidimos parar por una media hora, para lo que fuera y dejar de hacer lo que nos mantiene tan exigidos, algo catastrófico podría  ocurrir.


Todo este escenario, agravado por el aporte de la tecnología,  que nos facilita poder estar “conectados”,  las 24 horas del día a nuestros trabajos, amistades, redes sociales, lo que fuera que impida tener una conversación, cara  a cara, con la persona que tienes al frente. ¿No van a decirme que nunca vieron un grupo de personas, sentadas alrededor de una mesa en un bar y todas con sus miradas fijas en sus celulares? Mi impresión es que nunca fue tan difícil como ahora, conectar, poder desarrollar vínculos significativos con otros.


Hasta los niños están súper ocupados al punto del agotamiento, como si fueran mayores. Somos los adultos los que nos ocupamos de llenar sus agendas con tareas extracurriculares, no vaya a ser cosa que lleguen a sus hogares con algún resto de energía para jugar o simplemente hacer nada. ¡Nos aterra la idea de tener tiempo libre o que otros lo tengan!


Pertenezco a la generación la cual después del colegio, podía disfrutar de horas libres, sin tareas pre establecidas. Pude disfrutar de andar en bicicleta, inventar mis propios juegos, leer, pintar, explorar mi barrio, jugar con mis amigos mirándolos a los ojos. Fueron esas horas libres las que moldearon la idea de cómo quería vivir mi vida.


Esto no me convierte en una defensora de los eternos “Peter Pans”, que se niegan a crecer y volverse adultos responsables. No, esa no es mi posición. Sólo me  interesa decir que no somos víctimas de la histeria y delirio en el que vivimos. Ellos no son necesarios  o una condición inevitable de la vida pos-moderna.  Es una forma de vivir que elegimos y por lo tanto somos responsables de ello.


¿Me pregunto si nos convertimos en una sociedad adicta a estar siempre ocupados; ya sea por ansiedad, empuje o ambición, o es simplemente pánico a lo que tendríamos que enfrentar en caso de disponer más tiempo libre?  ¿Al estar siempre tan ocupados, podemos percibir si lo que nos está consumiendo la vida tiene algún sentido o propósito que no sea el mero hecho de pagar las cuentas? Obviamente que al estar siempre con la agenda sobre cargada, no hay manera que nuestra vida parezca trivial, simple o sin sentido. El estar "envuelto en llamas", es una quimera que nos ofrece una especie de garantía o pseudo-protección contra el vacío existencial.


Vivo en una sociedad que no sabe cómo ocupar su tiempo libre. No nos enseñaron a disfrutar el no estar ocupado, que no es lo mismo que no hacer nada. Nos hicieron creer que esas horas libres, si no las llenamos con tareas, son horas desperdiciadas. Nada más aterrador que desperdiciar el tiempo, en una era donde todo ocurre a una velocidad vertiginosa y el bajarse de ese ritmo es casi un pecado.


Cuando me refiero a honrar el tiempo libre, sin actividad, no estoy defendiendo la vagancia o  desidia. Me refiero a esa sensación que transcurre cuando estamos de vacaciones, lejos de la rutina y obligaciones. Para mí, la verdadera vida es esa, cuando somos sin rótulos o roles pre-establecidos. Es un tiempo vital, indispensable para la mente, el cuerpo y  espíritu, que nos permite crear, poner nuestro mapa de ruta en perspectiva, corregir el rumbo si hay que hacerlo y poder seguir adelante. Es crucial para combatir la alienación social en la que estamos inmersos, dar cada paso sin aturdirnos, ni asustarnos, conectar con nuestras necesidades y elegir actividades que estén alineadas con nuestro propósito existencial. La vida es muy corta para vivir ocupado, sin ningún sentido.

jueves, 21 de marzo de 2013

El egoísmo necesario


“Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37)


Hay días en los que un gran abismo separa a mi yo real  de mi yo ideal. Hoy es uno de esos días. Hoy me levanté “egoísta" y lo escribo entre comillas porque es un término que hasta el día de hoy, me genera sosobra.

Me desperté rebelde,  sin ganas de cumplir con mis listas de: debo hacer, debo ser, debo estar, debo tener. Me levanté  con el firme propósito de no hacer nada que realmente no sienta genuinas ganas de hacer y lo más importante, no sentirme culpable por ello. Hoy quiero escucharme, reconocer qué es lo que realmente quiero, necesito y registrarlo como válido. Lograr el convencerme que mis necesidades merecen ser atendidas con amor, dedicación y compromiso. Y estoy hablando de mi propio amor, de mi dedicación y compromiso.Saberme tan merecedora de amor, como mi prójimo.

Qué  difícil es sentirse merecedora de atención y cuidado, si, de uno mismo; cuando el mote de egoísta fue uno de los que más resonó en mis oídos desde mi pre-adolescencia hasta ya entrando a mi adultez. Ella me lo decía con frecuencia, con demasiada frecuencia, a tal punto que terminé  por creérmelo y es hasta el día de hoy, uno de los puntos más débiles sobre los que fui construyendo mi identidad.

Nadie me enseñó  a priorizarme, hacerlo era sinónimo de egoísmo y eso tiene muy mala prensa, tanto, que durante muchos años me convertí en una perfecta intérprete de lo que otros esperaban de mí, para complacerlos. No importaba lo que yo quisiera, sólo importaba no ser tildada de egoísta. De niña, no tenía herramientas para identificarlo y así aprendí que mis necesidades no eran merecedoras de atención, entrando en la gran matriz de la manipulación de los adultos. Ese espacio amenazador, en el cual sientes que si no haces según te indican o esperan tus progenitores o mayores, no eres merecedora de su amor y lo que es peor aún, puedes ser castigada y hasta olvidada.

Gracias a la Vida, pude ir despegándome de esos rótulos que calaron tan profundamente en mi autoestima, determinando la forma en la cual me relaciono con el mundo. En el momento en el que pude dejar de dar crédito y tomar los juicios de mis padres como una verdad absoluta, fue señal de que me estaba volviendo un adulto y como adulto, puede empezar a elegir con libertad.

“Hacerse adulto significa dejar de ser hijo/a, para sentirse independiente y formar un mapa de relaciones maduras, en las que te sientes el sujeto que elige, no sujeto por la imposición. Si no se puede dejar de ser hijo porque sigues a la espera de ser querido, es imposible ejercer la acción de escoger desde la libertad; simplemente te encuentras sumergido en amores, amistades que no has elegido y no comprendes bien qué o quién te mantiene vinculado a ellas.”

Lo repito y me lo repito casi a diario, no hay posibilidades de generar vínculos sanos y constructivos si antes no podemos establecer una buena relación con nosotros mismos. Para ello, debemos tener una cuota necesaria de sano egoísmo, que nos permita preservarnos y conocernos. En este contexto, ser egoísta no implica convertirse en el centro del universo y manejar el entorno a nuestro antojo. Requiere tener el coraje de quitarnos las máscaras y tomarnos el  tiempo para conectar con lo que creemos, queremos, pensamos y sentimos, más allá de las expectativas de terceros. Este es el primer paso para dejar de esperar y pedir que los demás sean veedores de nuestras vidas, asumiendo la responsabilidad de todo lo que somos, hacemos y decimos.

jueves, 14 de marzo de 2013

¿El futuro: una cuestión de confianza?



"La confianza, como el arte, nunca proviene de tener todas las respuestas, sino de tener todas  las preguntas" (Wallace Stevens)

El futuro no existe. Sólo existe el presente. Parece una declaración trillada pero no por ello, menos cierta. El futuro es un diseño de posibilidades cuya  viabilidad está conectada con hechos del pasado y el presente.

Mi presente es hoy algo que un año atrás no hubiera soñado como posible. Es un gran deseo  hecho realidad. Cuando me pregunto qué cambió en mí para que esto, que se presentaba como un futuro inalcanzable, se concrete, fue sin dudas un giro en mi emoción y por ende, en  mis creencias. Empecé por aceptar que no podemos predecir el futuro y  que no sólo depende de uno. También entendí que por más difícil que parecía, si yo no le daba alguna chance de viabilidad en mi mente y en mi corazón, seguramente no se concretaría. Tenía que confiar, esa era la clave. Sin confianza, no habría posibilidades. Podría haber seguido otros caminos,  en contextos de resentimiento, enojo, miedo o tristeza, pero las posibilidades de construirlo hubieran sido distintas y menos efectivas. No fue un acto de fe, sino de confianza porque fue ella la que facilitó vencer la pulseada entre lo que creía  posible o imposible

Cuando digo que no tuve fe, es porque la fe es  la certeza de que ocurrirá lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Es la creencia en algo sin necesidad de que haya sido confirmado por la experiencia o la razón, o demostrado por la ciencia. Es como creer en la vida, después de la muerte. Yo no tenía esa fe.

 La confianza por el contrario, es una emoción que conlleva una entrega al devenir. Para construir el futuro, elegí confiar, aun sabiendo que me podía equivocar, que las cosas podrían salir de una manera no deseada. Sabía que estaba una vez más ante la encrucijada de permanecer cómoda, sin tomar riesgos y así garantizar el statu quo o dar un gran salto sin red, pero con la posibilidad de concretar lo que más anhelaba en mi vida.

Nunca dudé que era un riesgo que estaba más que dispuesta a correrlo. Prefería arrepentirme luego  de los resultados, si estos no eran los esperados a no haberlo intentado. De todas maneras, el arrepentimiento no es una emoción  que tenga muy a mano en mi repertorio. 

Invadida por la emoción de saber que mi vida estaba a punto de cambiar para siempre, no eludí mi necesidad de evaluar cuidadosamente lo que implicaba, cuidar mi conexión conmigo misma, con el otro u otros y el contexto. En ese momento me resultó  muy útil lo que alguna vez aprendí de  Rafael Echeverría, quien se refería a la confianza como una triada, una mesa sostenida por tres patascompetencias,credibilidad y sinceridad.

  1. Las competencias: tiene que ver con poseer los conocimientos y habilidades para hacer un determinada tarea.
  2. La credibilidad: que es la consecuencia del historial de promesas cumplidas.
  3. La sinceridad o la transparencia: y esta última está más ligada con la intuición, con esa energía que no es racional,  que nos predispone a  creer o no, en lo que nos están prometiendo. En definitiva, confiar siempre incluye estar dispuesto a crear transparencia y de eliminar la incertidumbre en el otro.

Es a través de la concreción de promesas,  como instalamos el  futuro en el presente y esto hace que la relación entre promesas y confianza sea clave. Hoy, mi realidad se despliega  a tracción de promesas cumplidas y por cumplirse, propias y ajenas. En el trayecto,  entendí que la posibilidad de  construir este presente y comprometerme, depende casi exclusivamente de mi capacidad de vivir desde la  confianza y ser confiable.