"La confianza, como el arte, nunca proviene de tener todas las respuestas, sino de tener todas las preguntas" (Wallace Stevens)
El futuro no existe. Sólo existe el presente. Parece una declaración trillada pero no por ello, menos cierta. El futuro es un diseño de posibilidades cuya viabilidad está conectada con hechos del pasado y el presente.
Mi presente es hoy algo que un año atrás no hubiera soñado como posible. Es un gran deseo hecho realidad. Cuando me pregunto qué cambió en mí para que esto, que se presentaba como un futuro inalcanzable, se concrete, fue sin dudas un giro en mi emoción y por ende, en mis creencias. Empecé por aceptar que no podemos predecir el futuro y que no sólo depende de uno. También entendí que por más difícil que parecía, si yo no le daba alguna chance de viabilidad en mi mente y en mi corazón, seguramente no se concretaría. Tenía que confiar, esa era la clave. Sin confianza, no habría posibilidades. Podría haber seguido otros caminos, en contextos de resentimiento, enojo, miedo o tristeza, pero las posibilidades de construirlo hubieran sido distintas y menos efectivas. No fue un acto de fe, sino de confianza porque fue ella la que facilitó vencer la pulseada entre lo que creía posible o imposible
Cuando digo que no tuve fe, es porque la fe es la certeza de que ocurrirá lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Es la creencia en algo sin necesidad de que haya sido confirmado por la experiencia o la razón, o demostrado por la ciencia. Es como creer en la vida, después de la muerte. Yo no tenía esa fe.
La confianza por el contrario, es una emoción que conlleva una entrega al devenir. Para construir el futuro, elegí confiar, aun sabiendo que me podía equivocar, que las cosas podrían salir de una manera no deseada. Sabía que estaba una vez más ante la encrucijada de permanecer cómoda, sin tomar riesgos y así garantizar el statu quo o dar un gran salto sin red, pero con la posibilidad de concretar lo que más anhelaba en mi vida.
Nunca dudé que era un riesgo que estaba más que dispuesta a correrlo. Prefería arrepentirme luego de los resultados, si estos no eran los esperados a no haberlo intentado. De todas maneras, el arrepentimiento no es una emoción que tenga muy a mano en mi repertorio.
Invadida por la emoción de saber que mi vida estaba a punto de cambiar para siempre, no eludí mi necesidad de evaluar cuidadosamente lo que implicaba, cuidar mi conexión conmigo misma, con el otro u otros y el contexto. En ese momento me resultó muy útil lo que alguna vez aprendí de Rafael Echeverría, quien se refería a la confianza como una triada, una mesa sostenida por tres patas: competencias,credibilidad y sinceridad.
- Las competencias: tiene que ver con poseer los conocimientos y habilidades para hacer un determinada tarea.
- La credibilidad: que es la consecuencia del historial de promesas cumplidas.
- La sinceridad o la transparencia: y esta última está más ligada con la intuición, con esa energía que no es racional, que nos predispone a creer o no, en lo que nos están prometiendo. En definitiva, confiar siempre incluye estar dispuesto a crear transparencia y de eliminar la incertidumbre en el otro.