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sábado, 24 de noviembre de 2018

El Resentimiento Te Aleja de La Gratitud



"La queja y el resentimiento sólo te conectan con la escacez"


En esta parte del mundo, en los Estados Unidos, el tercer jueves de noviembre se celebra la hermosa tradición del Día de Gracias o Thanksgiving. Las redes sociales y nuestros teléfonos se llenan de mensajes y reflexiones sobre la gratitud y el tema pasa a un primer plano en nuestras vidas.

Como escribí en el post sobre este tema el año pasado, gratitud no sólo es una emoción que hasta corporalmente podemos sentirla,  desde el plexo solar hasta el pecho, es una actitud hacia la vida. Algunas veces hasta se nos hace un nudo en la garganta, no por tristeza o angustia, sino porque nos invade esa suave y amorosa sensación de gratitud.

La gratitud es en sí misma, una declaración de abundancia porque decidimos registrar todo lo que la vida nos dió, nos dá y confiamos en que nos seguirá nutriendo, en lugar de lamentarnos por lo que nos falta.

La gratitud no se practica de la boca para afuera. No alcanza con repetir la palabra "gracias", como una mera formula social de buena educación. Hay un contexto emocional propicio en donde la gratitud puede manifestarse. 

Es muy difícil conectar con la generosidad y la gratitud cuando se habita en la ira y el resentimiento.

El resentido está siempre con sed de venganza, de resarcimiento, de exigir como buena víctima, que le den lo que considera le fue arrebatado injustamente.

El controlador, ciego a su ceguera, es como un perro alterado y rabioso que da vueltas sobre sí mismo perdido en su obsesión por el control y sin darse cuenta termina siempre mordiéndose su propia cola.

lunes, 24 de junio de 2013

La generosidad sacrificada

“El dar engendra el recibir y el recibir engendra el dar” (Deepak Chopra)

Hoy lunes, practicamos la Ley del dar y recibir, según lo profesado por  Deepak Chopra, en su libro Las Siete Leyes Espirituales del Éxito. El universo opera por medio de un intercambio dinámico, en el cual dar y recibir son aspectos diferentes del flujo de la energía del universo. Mantener este flujo en movimiento es lo que garantiza mantener viva la inteligencia de la naturaleza.

Esto que dice Chopra me llevó a pensar que en realidad todas las relaciones se sostienen en función de ese vínculo que se genera entre el dar y recibir, inclusive la relación con nosotros mismos. El dar engendra el recibir y el recibir engendra el dar”. Todo nos parece maravilloso mientras ese intercambio es equilibrado y disfrutamos los efectos de un círculo virtuoso, que hace que las relaciones crezcan y se fortalezcan. El problema surge cuando se rompe ese equilibrio y una de las partes percibe que la energía que solía circular sin obstáculos, se bloqueó en algún punto, poniendo a la relación en una asimetría energética.

Siempre que mi autoestima y creencia sobre el merecimiento estuvieron débiles, me quedé en relaciones (de amistad, de pareja, de trabajo) que no me resultaban gratificantes y en las que me sentía víctima de una injusticia, por no recibir en la medida en la que me estaba brindando. Si miro en más profundidad, me descubro debatiéndome entre los roles de una pobre víctima o la sacrificada heroína, que no deja de ser la más ejemplar y egocéntrica versión de las víctimas.

Debo confesar que le perdí respeto a la palabra sacrificio.Cuando alguien declara con bombos y platillos que está haciendo un sacrificio por alguien, automáticamente se me prende la alarma de la desconfianza. Los sacrificados representan para mí, personas manipuladoras e interesadas.Cada vez  que aparece un sacrificio relacionado con brindarse a un tercero, por detrás siempre hay un objetivo. No nos engañemos, no se trata de  una acción desinteresada ya que lo que la sostiene, es la especulación de recibir algo a cambio: generar culpa, miedo, reconocimiento, respeto, admiración o resarcimiento material. Cuando hablamos desde ese rol autorreferencial, creemos que somos tan sobresalientes y especiales, que no sólo nuestros argumentos merecen ser considerados y respetados, sino también deben darnos lo que demandamos.  El ego reclama obediencia y reconocimiento de superioridad y nuestro sacrificio se constituye en la evidencia contundente de nuestra generosidad sin igual. En síntesis, sacrificarse no es más que un intento disfrazado de manipulación. Cuando elijo jugar de victima sacrificada, en vez de contribuir con la energía del dar, la combato, bloqueándola, viciando los mecanismos auténticos del recibir.

No sé si alguna vez tuvieron la experiencia de cruzarse con un desconocido que tuvo un acto de generosidad con Uds. Alguien que les hizo un regalo, sin esperar absolutamente nada cambio, alguien a quien quizás no volverían a ver nunca más. Para mí, este puede ser el ejemplo que transmite con más  claridad lo que significa dar. La acción de dar que sostiene el fluir de la energía del universo, en el cual es difícil separar el dar, del recibir, porque son sólo dos momentos de un mismo proceso. Cada vez que doy, porque si, porque así lo quiero, me estoy dando y por ende, estoy recibiendo. Dar, motivado por el amor no genera deudas, no hay necesidad de compensar y el que receptor, lo hace en paz, apreciendo lo que recibe.

Cuando confundimos dar, con sacrificio, estamos confundiendo la intención detrás de la acción. El sacrificio tiene su raíz en el ego: es por quién y para quién actúa. Al dar genuinamente, desde el altruismo, no hay motivo de deudas o reclamos, ni lugar para el sacrificio, ya que el motor es siempre el amor y el objetivo es hacerlo circular, en armonía con las leyes del universo.

domingo, 21 de abril de 2013

Piedra libre al enojo


“El ego es como tu perro. El perro tiene que seguir al amo y no el amo al perro. Hay que hacer que el perro te siga. No hay que matarlo, sino que domarlo”. (Alejandro Jodorowsky)

Todavía recuerdo la tarde en la que le contaba a una amiga un drama personal y a modo de daga, me lanzó eta frase: "La dimensión de tu drama es directamente proporcional al tamaño de tu ego".
En ese momento me enojé. No me pareció una respuesta para nada reconfortante o compasiva, pero fue sin dudas un golpe certero y revelador, que provocó que nunca más volviera a pensar o mirarme como lo venía haciendo.

Esto me llevó  a preguntarme sobre el ego y la auto-compasión;  de qué manera me relacionaba con ellos y qué es lo pensaba cuando me enojaba.

Después de explorar y repasar una variedad de experiencias de enojos a lo largo de mi vida, pude concluir que mis reacciones de enojo se reducen a la convicción de estar siendo víctima de algo injusto. Me enojo cuando algo o alguien intervienen en mi vida de una manera que yo no merezco.  Lo que está ocurriendo como resultado de esa acción, no es lo que yo deseo y es, a todas luces, según mi juicio o ego, una injusticia.

Siguiendo con el reduccionismo histórico, noté que mis clásicas reacciones, en el mejor de los casos, respuestas, ante el enojo son dos: quejarme y vociferar mi enojo con los epítetos que me resulten más adecuados para la situación o auto-compadecerme. Esta última elección, es la que más detesto de mi misma.  Como lo dije ya en un post anterior, la autocompasión es un arte muy dañino de manipulación interior y exterior. El único fin que persigue, es reclamar ya sea  la atención de los demás y/o maldecirnos a nosotros mismos. La autocompasión no ayuda, no suma, ni siquiera sirve como mecanismo de descarga o liberación.

Creo que casi todo ego tiene algún elemento de “identidad de víctima”. Esa imagen de víctima puede llegar a ser tan fuerte que  termina convirtiéndose en el núcleo central de su identidad. Y los complementos que no faltan son el resentimiento y los agravios, que pasen a ser parte esencial de su sentido del yo.

Por lo general, cada vez que nos referimos al ego, lo hacemos como si fuera un tirano que nos lleva de las narices según su capricho de turno. No quiero estigmatizar al ego. El ego es una instancia psíquica que nos confiere identidad y permite reconocernos como “yo”. Es quien nos da ese punto de referencia ante los fenómenos físicos y media entre la realidad del mundo exterior.

Hasta aquí, todo bien, el problema se presenta cuando vivimos a través del ego y no sabemos estar presentes en el ahora. Nos pasamos utilizando al momento presente como un medio para un fin. Vivimos para el futuro, y cuando conseguimos esos benditos objetivos que habitaban en el futuro, no nos satisfacen, o al menos no por mucho tiempo. El sentido del yo característico del ego necesita el conflicto porque su identidad separada se fortalece luchando contra esto o lo otro, y  demostrando que esto soy “yo” y eso no soy “yo”. Así es como aparecen la queja y la reactividad. Seguramente se cruzan a diario con personas, las cuales tienen como hábito emocional-mental favorito, quejarse o reaccionar contra el mundo.  Les encanta señalar que los demás o una determinada situación, están “equivocados”, mientras ellos “tienen razón” o saben cómo son las cosas. Quizás tener razón los hace sentir superiores,  fortaleciendo así su sentido del yo pero en realidad sólo están fortaleciendo la ilusión del ego.

Esto es un constante aprendizaje que me lleva a concluir que cuando las cosas no van según mis expectativas o deseos, la infelicidad, enojo o frustración están más conectados con el condicionamiento de mis pensamientos que con las circunstancias de la vida. Poder identificar cuáles son esos pensamientos y reconocer mis emociones, es lo que me permite superarlas y seguir adelante. Las emociones se disparan, no las elijo pere sí puedo elegir cuanto tiempo quiero permanecer en ellas.

domingo, 6 de enero de 2013

El Precio


Me llevó mucho tiempo tomar conciencia que había permanecido gran parte de mi vida atrapada en ese juego de roles, en el que el mundo se dividía en victimas o victimarios. A partir de ese momento, en un principio intuitivamente y luego a pura conciencia obstinada, no paré de buscar la llave liberadora, que me  permitiera escapar de esa trampa y salvarme.

Cité a Oriah Mountain Dreamer al final de mi post anterior, en su poema The Invitation, porque resume con claridad esa necesidad vital que me acuciaba: salvarme,  aún siendo señalada de traidora por no ser funcional a la manipulación de terceros.  Poder elegirme sin culpa o vergüenza, sintiéndome merecedora del legítimo derecho de ser feliz y entendiendo que el peor de los pecados sería traicionar mi propia naturaleza.

En este proceso de definir cómo quería estar parada en el mundo y de qué manera vivir mi vida,  a veces me encontré jugando de victima, otras, de victimario. Ninguno de esos espacios me resultó cómodo y fue así como empecé a desandar el camino de la culpa para entrar al terreno de la responsabilidad y decidir que es en este espacio donde quería permanecer. Algunos descubrimientos fueron determinantes para tomar esta decisión:
  • Reconocerme portadora de una negativa herencia  moral judeocristiana que me predisponía sentir culpa y aprender a estar atenta a ello.
  •  Entender que la vida es cambio permanente y que era necesario revisar  mis  paradigmas para poder  así re-definir si lo que antes  parecía correcto, aun seguía en ese plano o no y en función a eso re-diseñar mi sistema de creencias.
  •   Saber que mi vida se siente en armonía y verdadera,  sólo cuando no hay contradicciones entre lo que siento, digo y hago.
En esto que yo llamo el “Juego de Victimas y Victimarios”,  la culpa tiene un papel crucial y  está claro que de juego no tiene nada. Quizás sea una de las dinámicas  más intrincadas y dolorosas  en las que nos enredamos los seres humanos.

El peor rasgo que encontré de la culpa fue el devastador efecto de devaluación que provoca en sus portadores. Cuando nos sentimos culpables, (no importa si somos victimas o victimarios, si lo sentimos a flor de piel o en lo más profundo de nuestras consciencias), terminamos por elaborar el peor concepto de nosotros mismos, nos juzgamos como personas detestables, merecedoras del más cruel castigo por haber quebrado algún mandato social, moral o religioso. La culpa en todos los casos debilita, afecta nuestro discernimiento, socava la autoestima, dejándonos susceptibles al chantaje y manipulación.

En el uso del lenguaje y en la forma de vivir las emociones y sentimientos, es difícil distinguir la diferencia entre culpa y responsabilidad. La culpa generalmente está ligada con la sensación de haber cometido un pecado o un crimen. La responsabilidad está ligada  a la idea de poder hacernos responsable de nuestras acciones o deseos. Cuando aparece la culpa como consecuencia de una acción, el malestar está dirigido a nuestra auto-valoración como individuos. Si aparece la responsabilidad, el malestar está ligado a la acción y a la capacidad de repuesta y  enmienda que podemos generar. La culpa no ofrece una respuesta superadora. El arrepentimiento no es reparador.

Salir de la trampa de la culpa, tiene su precio. Mucha gente se enojó, otros se alejaron, quedaron los que resonaban con mi búsqueda y aparecieron nuevas y valiosas personas en mi vida. Cuando pude dejar de reaccionar y de culpar o culparme, aprendí que podía elaborar mis respuestas y así fue como mi relación con la culpa empezó a disolverse, empezaron a haber menos victimas y verdugos. Debo admitir que en un principio, me asusté un poco. Sentí que me quedaba sola, con mi destino entre mis manos. La costumbre de poder “culpar” a un otro, sea una persona, el clima o el destino por mis frustraciones o sufrimientos, era bastante cómodo. Tomar total responsabilidad de mis actitudes y respuestas emocionales era un desafío liberador pero a la vez demandaba mi mayor entrega en autenticidad  y control sobre mi ego.

Con todo esto, no quiero estigmatizar la culpa. Para mi es importante poder reconocerla cada vez que aparece, experimentarla, identificar porque se encuentra ahí y dejarla fluir hasta poder conducirla al siguiente estadio. Es la responsabilidad quien me conduce a un camino de reflexión, a creer que un orden es posible y que puedo ser fiel a mis deseos, en tanto y en cuanto sea capaz de responder por ellos.