¿Quién soy? Pregunta
recurrente si las hay dentro de mi repertorio de cuestionamientos
existenciales. Poder responderme y definir mi identidad fue una necesidad vital desde una temprana edad, tan
importante como alimentarme o recibir afecto.
Rápidamente intuí que no podría darme una
respuesta absoluta y empecé a pensar en mi identidad como un rompecabezas para
armar; uno en el cual no tendría todas las piezas desde el principio y tampoco
sabría cómo sería el diseño terminado. Sólo contaba con algunas tradiciones heredadas,
como punto de partida y mi voluntad por entender quién era yo.
Aprendí que mi identidad no era un enigma a
ser descubierto, sino que sería yo la responsable y creadora de la misma. Supe
también que no habría mapas o garantías, que la incertidumbre y el riesgo
estarían presentes a lo largo del camino.
Este es aún hoy -y mientras siga viva- mi
ejercicio cotidiano, que por momentos me lleva por caminos conocidos y otras veces, por senderos nunca
antes transitados. Se que no se trata de una construcción unilateral, sino
más bien colectiva, en la cual yo puedo crear universos y ellos, a su vez, terminan por definirme. No siempre es claro, me confundo y me sorprendo con frecuencia atrapada en dilemas como estos:
¿Soy lo que hago?
Muchas veces al contar quién soy, automáticamente tiendo a enumerar una larga lista de roles que tienen que ver con lo que hago o produzco: soy la ejecutiva de una
determina empresa, escritora, hija, madre, amiga, novia, lectora, practicante
de tal deporte o disciplina etc. Reconozco que hay roles más preponderantes o
permanentes que otros en mi proceso de identificación con mi Ser. Ahora, qué
ocurre cuando esos roles desaparecen. ¿Si dejo de producir o hacer, dejo
de ser yo?
¿Soy lo que tengo? También paso por momentos de identificación de mí ser con el tener y en
tal caso soy en función de esas posesiones. Y de nuevo me pregunto, qué ocurre
si pierdo ese trabajo, esa casa, auto o mi maleta. ¿Hasta dónde mi
identidad se ve afectada?
En estos días volví a cruzarme con la Ley del Dharma. No es casualidad, no creo en ella. Sentí que allí estaba en parte, mi respuesta a
este dilema.
Esta ley sostiene que "cada uno de nosotros
tiene un talento único y una manera única de expresarlo. Hay una cosa que cada
individuo puede hacer mejor que cualquier otro en todo el mundo y por cada
talento único y por cada expresión única de dicho talento, también existen unas
necesidades únicas. Cuando estas necesidades se unen con la expresión creativa
de nuestro talento, se produce la chispa que crea la abundancia. El expresar
nuestros talentos para satisfacer necesidades, crea riqueza y abundancia sin límites".
Hoy estoy sin trabajo. Gran parte de mis roles
cesaron de existir. Tampoco tengo a mi alcance mis más familiares y sólidas posesiones
materiales. No puedo negar que mi identidad está fragmentada y se siente
extraño. Con este escenario despojado de la inercia cotidiana, de roles y
títulos, no me quedó otro remedio más que encontrarme cara a cara con mi Yo
desnudo.
No soy lo que tengo, tampoco lo que hago. Lo que tengo y lo que hago, es
producto de lo que soy. Hoy, siento la excitación de poder continuar con mi propia creación, contando con la experiencia de todo este camino recorrido. Llegó el momento de provocar una más
genuina y profunda sintonía con la persona que soy y con la que puedo llegar a ser. Es como tener una hoja en blanco ante mi, sentir que estoy ante la presencia de la potencialidad pura, el momento propicio para descubrir cuál es ese, mi talento único.