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martes, 7 de noviembre de 2017

Soltar para Volver a Empezar

“No te dejes abatir por las despedidas. Son indispensables como preparación para el reencuentro y es seguro que los amigos se reencontrarán, después de algunos momentos o de todo un ciclo vital” (Richard Bach)

Se necesitan grandes cuotas de coraje, humildad y compromiso para volver a empezar. La vida nos enfrenta cotidianamente a nuevos comienzos que requiere de nosotros poner en práctica toda nuestra capacidad de adaptación, flexibilidad y valentía para recibir lo nuevo y dejar ir lo que ya no nos sirve más, lo que caducó o simplemente se transformó.

Volver a empezar puede ser el resultado de una decisión; emprender un proyecto, pasar de soñar a crear, implica desde dar pequeños pasos para conquistar nuevos horizontes o simplemente animarse a dar un salto al vacío confiando que todo va salir bien más allá del pánico e incertidumbre inicial. Otras veces ese desafío surge como una imposición del destino, nos sorprende como un rayo que nos parte los huesos y nos deja paralizados sin saber por dónde empezar.

Volver a empezar implica atravesar nuestros miedos y hacer duelos, si, más de uno. Tenemos tantos apegos que cuando el mundo se sacude a nuestro alrededor recién pasan a un plano consciente. Nos damos cuenta de cuanto extrañamos sabores, colores, paisajes, palabras, expresiones, amigos, familia y también esa imagen que tenemos de nosotros mismos. ¿Y saben por qué?  Porque de alguna manera todas esas cosas nos definen, nos dan identidad y sentido de pertenencia. Cuando ese marco de referencia cambia o desaparece, nos sentimos un poco perdidos y empezamos una frenética búsqueda para volver a conectar con eso que verdaderamente somos, más allá de las circunstancias que nos toque vivir. Necesitamos volver a sentir que pertenecemos a algo más grande que nosotros mismos, donde sentirnos amados, aceptados y valorados simplemente por lo que somos. En el camino, muchas veces luchamos por encajar, mutilando facetas de nosotros mismos. Pensamos que para que pertenecer a un nuevo grupo o entorno, tenemos que adaptarnos y en realidad eso solo crea más desconexión y frustración. Para mí el desafío más grande de volver a empezar fue siempre ese: animarme a ser quien soy sin perderme en el camino de la adaptación a lo nuevo.

En ese camino que empezó hace 5 años, cuando decidí mudarme a Miami, tuve muchas sensaciones encontradas: la euforia y el miedo de reinventarme como mujer, madre, esposa, amiga, hija, hermana y profesional. Fueron muchos frentes de batalla a la vez, donde la tentación de aferrarme a lo conocido y oponerme a la incertidumbre de lo nuevo, aparecieron con frecuencia. Me llevó un tiempo entender que resistirme sólo me generaba sufrimiento y que, para sanar, para poder seguir fluyendo con mi vida, necesitaba hacer mis duelos, cerrar etapas, y soltar los apegos para tener el corazón libre y recibir lo que la vida me estaba ofreciendo.

Así empezaron a surgir nuevas oportunidades, experiencias y amigos. Así fue como la vida me premió con mi querida amiga Aielet Zik. Aielet es sinónimo de generosidad. Siempre te recibe con su mejor sonrisa. A pesar de su pequeña figura, tiene una fuerza vital que contagia e inspira. Pocas veces uno tiene la suerte de cruzarse con alguien tan noble y compasivo. Su entrega en cada charla,en cada encuentro, te hace sentir especial, merecedor de la mejor atención y cariño del mundo. Con Aielet reímos y lloramos, coincidimos en algunas cosas y en otras nos complementamos, exploramos ideas y proyectos, estudiamos, enfrentamos desafíos, nos divertimos, soñamos y creamos. Aielet fue mi amiga, mi socia, mi confidente y mi gran compañera de ruta en este último año y medio. Fue una bendición coincidir, pero hoy la vida nos pone en un punto donde nuestros caminos se bifurcan; ella se vuelve a Colombia y yo me quedo acá. 

Si bien esto no me hace feliz e involucra un nuevo “Volver a Empezar”, hoy te suelto Aielita y celebro este vínculo entrañable que supimos forjar, este cariño que trascenderá fronteras y que llegó para quedarse. Elijo pensar que nada se pierde, que todo se transforma y que yo gané una nueva amiga a quien cuidar, extrañar y querer para toda la vida.

¡Te voy a extrañar Aie y a seguir brillando amiga, que esta aventura recién empieza!

sábado, 24 de agosto de 2013

Dime lo que observas y te diré quién eres

“La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla". (Gabriel García Márquez)

En el mismo momento en que tomé de mi biblioteca, el libro Para que no me olvides, de Marcela Serrano,  se deslizó en silencio el marcador de la Librería “ElAteneo”, en cuyo dorso se destacaba esta cita del gran García Márquez: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla “.

Como si una  inteligencia superior hubiera estado leyendo mis confusos pensamientos de los últimos días y con el propósito de calmar mi atribulado espíritu, dejó caer ante mí esta frase que reflejaba con simpleza lo que estaba viviendo.

Volver a empezar, de alguna manera demanda repasar la historia personal, mirarse en perspectiva, recorrer mentalmente el camino otra vez y como la memoria es caprichosa, sólo nos muestra lo que queremos o podemos ver. Este revisionismo histórico, (que no deja de ser una gran nebulosa de interpretaciones), hecho en privado, en un monólogo con uno mismo, es mucho más cómodo o amigable, pero al compartirlo con otros, con nuevos integrantes de nuestro presente o inclusive con viejos conocidos, puede convertirse en un terreno muy hostil. Nos invade una variedad  de emociones que van desde el pudor, la vergüenza, la melancolía, la sensación de ridículo o la más plena dicha u orgullo por todo lo vivido.

En realidad, no sabemos cómo son las cosas. Sólo sabemos cómo las observamos o cómo las interpretamos. Vivimos en mundos interpretativos. Cada uno de nosotros observa la realidad de una manera diferente, pero ninguno de nosotros tiene la certeza de que las cosas son como decimos. “Dime lo que observas y te diré quién eres” y volviendo a la cita de Gabo, yo diría: dime qué y cómo recuerdas o interpretas tu pasado y te diré en quien te convertiste hoy.

Las interpretaciones nos dan o nos quitan poder. Según la manera en que elijamos contarnos nuestra historia se nos abrirán ciertas puertas y  otras se cerrarán. Siempre repito que el lenguaje no es inocente y toda proposición, toda interpretación, abre o cierra determinadas posibilidades en la vida.

No sólo actuamos de acuerdo a cómo somos, también somos de acuerdo a cómo actuamos. En este constante devenir de la vida, vamos mutando y cada aprendizaje, cada experiencia vivida, va construyendo nuestra identidad. Por eso no es extraño que después de un tiempo, cuando miramos atrás y contamos nuestra historia, los hechos podrán ser los mismos,  pero podemos mirarla y mirarnos con nuevos ojos, re-significarla, entenderla desde otra perspectiva y muchos episodios que en su momento carecían de todo sentido o sustento, hoy bajo la nueva luz del presente, resultan completamente lógicos y necesarios para ser y estar en donde estamos.

jueves, 22 de agosto de 2013

Soltar para Saltar




Intenso. Si tuviera que elegir una sola palabra para describir este último mes de mi vida, creo que “intenso”, es el adjetivo que mejor lo define. Pensándolo bien, creo que me quedo corta si lo aplico sólo a este mes. Desde hace un poco más de un año mi vida goza y padece al mismo tiempo, de un vértigo digno de un película de Indiana Jones. Cambié mi lugar de residencia, con todo lo que eso implica: cambié de país, de provincia, de ciudad, de casa, de cama y hasta de almohada!!! Cambió  el clima, el idioma, el horario, las comidas, las costumbres. Cambiaron mis rutinas, esas mal ponderadas jaulas de las que renegamos, pero que secretamente añoramos cuando las perdemos, porque nos sostienen, nos dan dirección.

Todo este gran movimiento surge como consecuencia de “El Gran Cambio”: el de mi situación sentimental. La Vida me regaló un Amor, El Amor  y me puso de cara con la maravillosa tarea de rediseñar mi vida toda. Fue un salto al vacío pero sin vacilar me aferré a esta oportunidad con todo mi cuerpo y alma. Con todo mi amor y compromiso, sabiéndome una bendecida porque no siempre nos regalan segundas partes.

Este saltar a una nueva vida exigía dos grandes desafíos para mí:

  • Dejar atrás toda una forma de vida y con esto quiero decir: dejar hogar, familia, amigos, trabajo, pasatiempos, que constituían mi mundo, mi ser, mi identidad. 

Así fue como empecé a transitar esta nueva etapa de mi vida. Casi desnuda, descalza y prácticamente en carne viva. Porque disponerse a construir un vínculo con otro, en alguna medida mata nuestra vieja identidad y da nacimiento a una nueva.

No soy lo que la sociedad llamaría una mujer enamoradiza, tampoco me reconozco como una romántica. Es más, en los últimos años de mi vida, tuve una postura bastante escéptica sobre el amor de pareja. ¿Se preguntarán qué fue lo que me motivó entonces a tomar semejante riesgo? Yo también me lo pregunté muchas, muchas veces y mi respuesta es la misma. No varía, ni cuando el mundo me parece perfecto, ni cuando  se convierte en el más desolado de los desiertos. Si te pasaste la vida añorando con todo tu ser un buen amor, un amor sano, auténtico y correspondido; el día que te cruzas con él y podes reconocerlo, ese día la fuerza de seguir a ese amor es mucho más poderosa que cualquier miedo

Estoy convencida también, que no hay espacio para una entrega o comunión verdadera sin animarnos a volvernos completamente vulnerables. ¡Asusta, si!! Por momentos paraliza pero es crucial para que el encuentro de almas se produzca y no se convierta en un mero intercambio inconducente de energías.

No voy a negar que ansío más estabilidad, que tantos cambios generan agitación pero entiendo también, son necesarios cuando el propósito es tan grande y transformador. Para poder soltar y saltar, se necesita amor, coraje y confianza. Estos en definitiva, son los tres pilares que sostienen mi nuevo universo.

lunes, 10 de junio de 2013

Soltar

"El mundo está lleno de sufrimientos; la raíz del sufrimiento es el apego" (Buda)

Antes de mudarme, la última vez que entré a mi baño, me pregunté si existía algo más inservible que una colorida colección de frascos de perfumes vacíos, exhibidos como despojos de lo que alguna vez fueron y que ya nunca más serán.

Hasta ese momento, no me había considerado como una persona que acumulaba cosas y la visión de todas esas pequeñas botellas de colores, me puso de cara  con la increíble cantidad y variedad de objetos que guardé a lo largo de mi vida: desde recetas de cocina, casetes, cartas, zapatos, ropa, carteras, fotos, revistas, adornos, remedios vencidos, accesorios, cintos, DVDs, trofeos (propios y ajenos),cosméticos, celulares sin cargadores, cargadores sin sus respectivos celulares, cajas, bolsas y muchas cosas más, entre ellas, malos hábitos, recuerdos, información inútil y los consabidos perfumes vacíos.

No pude evitar preguntarme por qué lo hacía. Y esa pregunta me remitió  automáticamente al pasado. Mis respuestas transitaron por explicaciones tales como: por melancolía, por querer mantener viva en el presente la emoción que me produjo ese objeto en un pasado, el famoso por las dudas lo necesite y la más insensata de todas las razones: por desidia. Y así es como nuestro universo privado, un buen día nos empieza a asfixiar, nos parece chico e incómodo, como consecuencia de la invasión de los más insólitos objetos, que parecieran haberse congregado por reproducción espontanea en nuestras casas.

No conforme con esa lista de justificaciones, me pregunté para qué guardo todas estas cosas. ¿Cuál es el objetivo o meta para lo cual necesito tener, amontonar, acopiar, apilar tantas cosas? El apego juega un papel importante en este escenario, así como también la ilusión del control sobre la vida y el sentido de permanencia.  Asociamos la idea de almacenar a tener muchos recursos, mientras que lo opuesto, el despojarnos, nos hace sentir desvalidos e indefensos ante la vida.

Estamos insertos en una cultura donde la identidad y el valor personal van de la mano con las posesiones. Para el ego poseer es su ley y necesita poseer cosas para salvarse. Poseer por poseer es una de las piedras angulares de los templos que el ego se erige a sí mismo. Cuantas más posesiones, logros, títulos, premios obtenga, más poderoso se siente

Paradójicamente, creer que somos lo que tenemos es una quimera más de la vida occidental y al mismo tiempo se convierte en una fuente de frustración constante porque nunca es suficiente y nos enfrenta a una carrera sin fin, donde a la vuelta de cada esquina, nos encontraremos con un desafío mayor.

Recuerdo una escena de la película 7años en el Tibet, que cuenta la historia de unos escaladores que se pierden en el Himalaya y terminan siendo socorridos por unos monjes Tibetanos. Esta escena resumen con gran claridad la diferente valoración que tenemos occidentales y orientales, con respecto al apego y el éxito.


Todo esto me hizo leer nuevamente los principios del Feng Shui, esta ciencia milenaria china, considerada como el arte de la fluidez y como un método para diseñar ciudades, casas e interiores. Su traducción literal es viento y agua. El Feng Shui pretende maximizar el movimiento del chi - la fuerza y energía de la vida universal presente en todo nuestro entorno, para lograr armonía en nuestras vidas.

El Feng Shui considera que la acumulación de trastos, el desorden y el mantener muchas cosas que no utilizamos y que no nos aportan nada, hace que la energía se estanque y se vuelva pesada, evitando la libre circulación de la energía positiva. Uno de los pilares fundamentales del Feng Fhui es liberar la energía estancada y conseguir el flujo de circulación correcto de la "buena" energía, la energía denominada CHI.

Soltar, para hacer lugar y acoger lo nuevo. Quizás allí este todo el secreto.

domingo, 21 de abril de 2013

Piedra libre al enojo


“El ego es como tu perro. El perro tiene que seguir al amo y no el amo al perro. Hay que hacer que el perro te siga. No hay que matarlo, sino que domarlo”. (Alejandro Jodorowsky)

Todavía recuerdo la tarde en la que le contaba a una amiga un drama personal y a modo de daga, me lanzó eta frase: "La dimensión de tu drama es directamente proporcional al tamaño de tu ego".
En ese momento me enojé. No me pareció una respuesta para nada reconfortante o compasiva, pero fue sin dudas un golpe certero y revelador, que provocó que nunca más volviera a pensar o mirarme como lo venía haciendo.

Esto me llevó  a preguntarme sobre el ego y la auto-compasión;  de qué manera me relacionaba con ellos y qué es lo pensaba cuando me enojaba.

Después de explorar y repasar una variedad de experiencias de enojos a lo largo de mi vida, pude concluir que mis reacciones de enojo se reducen a la convicción de estar siendo víctima de algo injusto. Me enojo cuando algo o alguien intervienen en mi vida de una manera que yo no merezco.  Lo que está ocurriendo como resultado de esa acción, no es lo que yo deseo y es, a todas luces, según mi juicio o ego, una injusticia.

Siguiendo con el reduccionismo histórico, noté que mis clásicas reacciones, en el mejor de los casos, respuestas, ante el enojo son dos: quejarme y vociferar mi enojo con los epítetos que me resulten más adecuados para la situación o auto-compadecerme. Esta última elección, es la que más detesto de mi misma.  Como lo dije ya en un post anterior, la autocompasión es un arte muy dañino de manipulación interior y exterior. El único fin que persigue, es reclamar ya sea  la atención de los demás y/o maldecirnos a nosotros mismos. La autocompasión no ayuda, no suma, ni siquiera sirve como mecanismo de descarga o liberación.

Creo que casi todo ego tiene algún elemento de “identidad de víctima”. Esa imagen de víctima puede llegar a ser tan fuerte que  termina convirtiéndose en el núcleo central de su identidad. Y los complementos que no faltan son el resentimiento y los agravios, que pasen a ser parte esencial de su sentido del yo.

Por lo general, cada vez que nos referimos al ego, lo hacemos como si fuera un tirano que nos lleva de las narices según su capricho de turno. No quiero estigmatizar al ego. El ego es una instancia psíquica que nos confiere identidad y permite reconocernos como “yo”. Es quien nos da ese punto de referencia ante los fenómenos físicos y media entre la realidad del mundo exterior.

Hasta aquí, todo bien, el problema se presenta cuando vivimos a través del ego y no sabemos estar presentes en el ahora. Nos pasamos utilizando al momento presente como un medio para un fin. Vivimos para el futuro, y cuando conseguimos esos benditos objetivos que habitaban en el futuro, no nos satisfacen, o al menos no por mucho tiempo. El sentido del yo característico del ego necesita el conflicto porque su identidad separada se fortalece luchando contra esto o lo otro, y  demostrando que esto soy “yo” y eso no soy “yo”. Así es como aparecen la queja y la reactividad. Seguramente se cruzan a diario con personas, las cuales tienen como hábito emocional-mental favorito, quejarse o reaccionar contra el mundo.  Les encanta señalar que los demás o una determinada situación, están “equivocados”, mientras ellos “tienen razón” o saben cómo son las cosas. Quizás tener razón los hace sentir superiores,  fortaleciendo así su sentido del yo pero en realidad sólo están fortaleciendo la ilusión del ego.

Esto es un constante aprendizaje que me lleva a concluir que cuando las cosas no van según mis expectativas o deseos, la infelicidad, enojo o frustración están más conectados con el condicionamiento de mis pensamientos que con las circunstancias de la vida. Poder identificar cuáles son esos pensamientos y reconocer mis emociones, es lo que me permite superarlas y seguir adelante. Las emociones se disparan, no las elijo pere sí puedo elegir cuanto tiempo quiero permanecer en ellas.

domingo, 27 de enero de 2013

Metamorfosis


Mark Taiwn dijo: “Dentro de 20 años estarás más arrepentido por las cosas que no hiciste, que por las que hiciste. Así que suelta amarras, navega lejos de puertos seguros, coge los vientos alisios. Explora. Sueña.”

Abandonar lo seguro por lo incierto suele ser una experiencia amenazadora y  nos pone de cara con los recursos con los que contamos. Algunas veces,  para nuestra sorpresa, salen también a relucir, habilidades, destrezas o  cierta sabiduría que desconocíamos tener.

Cuando empecé a plantearme cómo quería vivir mi vida los próximos diez años, vino casi de la mano un proceso de revisión y selección de cuáles eran realmente las relaciones, objetos y actividades importantes en mi vida y claramente, cuales no lo eran o nunca lo fueron y así y todo, demandaban aún una gran cantidad de energía en mi día a día.

Este proceso de reconocimiento de lo vital, implicaba necesariamente soltar. Vaciar para hacer lugar. Dejar lo viejo, conocido y seguro para aventurarme a ese espacio, en apariencia vacío de lo familiar para darle forma a mi nueva vida, a una nueva identidad. Implicaba también dar un salto. No se puede avanzar por más esfuerzo que se haga, si un pie sigue firme, anclado en el pasado.

Si, me siento extraña y trato de aceptarlo sin resistencia. Dejar atrás mi identidad oficial, vivir esta transición y poder ser sincera en la atención de mis necesidades, es mi mayor desafío para poder encontrar mi nuevo lugar en el mundo. La vida  me da una segunda oportunidad y no quiero esta vez ajustarme a un rol en el cual tenga que recortar, relegar o negar aspectos nucleares de mi ser para satisfacer expectativas ajenas, recibir reconocimiento, o encontrar seguridad material que impliquen la incomodidad de mi alma.

Así  fue como empecé a hacerme muchas preguntas y el espacio del trabajo fue unos de los ámbitos que primero puse bajo la lupa.

¿Por qué o para qué trabajo o  trabajaba como lo había estado haciendo?

Mi respuesta fue que lo hacía en parte para pagar las cuentas y contribuir con la economía. Porque el trabajo me daba un sentido de dirección, me conectaba con otras personas y de alguna manera definía parte de mi identidad.

También pude reconocer que fue recién en los últimos seis años cuando comencé a plantearme la necesidad de que mi trabajo tuviera un impacto social o comunitario y de alguna manera contribuir a un bien mayor, que superara la mera gratificación personal. Preguntas tales como: “¿Qué hago aquí? ¿Para qué sigo en esto si no me realizo? ¿Cómo me juzgarán si renuncio al éxito, al prestigio, al bienestar material?”,  dieron paso a otras como: “¿Qué trabajo estaré  destinada a hacer en la vida? ¿En qué tarea mi alma se alimentará y podrá expresar todo su potencial? ¿De qué manera podré aportar al todo del que somos parte? ¿Qué tipo de trabajo me dará paz e integridad, más allá de los esfuerzos que requiera? ¿En qué ocupación podré hacer mi mayor y mejor aporte que brinde sentido a este planeta?”.

Estos interrogantes no se refieren a factores como el éxito social, la fecundidad económica o el prestigio que puede concederme la mirada ajena. Son más bien preguntas que apuntan a cuestionarme  cuál era la actividad que me  permitiría  expresar mis valores en un contexto ético, empezando por el entorno más cercano y tangible, en el cual podría manifestarme de una manera personal, única, aunque muchos hicieran la misma tarea.

Hay días en que me gana la impaciencia. Me resulta muy difícil imaginar que es lo que sigue, si no logro frenar esta carrera de la que vengo, recuperar el aliento para lograr perspectiva. La transición se parece a una lenta metamorfosis que implica pequeños pasos, desvíos, perseverancia, creatividad, iniciativa y entereza. Quizás este reinventarse solo implique un pequeño reajuste del bagaje presente o una profunda renovación. No lo sé.


Buscar nuevos horizontes implica aceptar la incertidumbre pero de algo estoy segura. Sé que mientras busque, quizás pase por más de un oficio o profesión pero sea lo que fuere que elija hacer, será una labor que me permita expresar, dar forma y sentido a toda mi materia prima espiritual, emocional, creativa que representa mi verdadera e intransferible identidad. Será una labor que contribuya a hacer del mundo un mejor lugar. Puede sonar pretencioso pero es sincero. No quiero arrepentirme, no me gustaría dejar este planeta sin antes haber intentado hacerlo mejor para los que queden y los que vendrán.

domingo, 13 de enero de 2013

¿Quién soy?

"Esta necesidad de un sentimiento de identidad es tan vital e imperativa, que el hombre no podría estar sano si no encontrara algún modo de satisfacerla". (Erich Fromm).


¿Quién soy? Pregunta recurrente si las hay dentro de mi repertorio de cuestionamientos existenciales. Poder responderme y definir mi identidad fue una necesidad  vital desde una temprana edad, tan importante como alimentarme o recibir afecto.

Rápidamente intuí que no podría darme una respuesta absoluta y empecé a pensar en mi identidad como un rompecabezas para armar; uno en el cual no tendría todas las piezas desde el principio y tampoco sabría cómo sería el diseño terminado. Sólo contaba con algunas tradiciones heredadas, como punto de partida y mi voluntad por entender quién era yo.

Aprendí que mi identidad no era un enigma a ser descubierto, sino que sería yo la responsable y creadora de la misma. Supe también que no habría mapas o garantías, que la incertidumbre y el riesgo estarían presentes a lo largo del camino.

Este es aún hoy -y mientras siga viva- mi ejercicio cotidiano, que por momentos me lleva por caminos conocidos y  otras veces, por senderos nunca antes transitados. Se que no se trata de una construcción unilateral, sino más bien colectiva, en la cual yo puedo crear universos y ellos, a su  vez, terminan por definirme. No siempre es claro, me confundo y me sorprendo con frecuencia atrapada en dilemas como estos:

¿Soy lo que hago? Muchas veces al contar quién soy, automáticamente tiendo a enumerar una larga lista de roles que tienen que ver con lo que hago o produzco: soy la ejecutiva de una determina empresa, escritora, hija, madre, amiga, novia, lectora, practicante de tal deporte o disciplina etc. Reconozco que hay roles más preponderantes o permanentes que otros en mi proceso de identificación con mi Ser. Ahora, qué ocurre cuando esos roles desaparecen. ¿Si dejo de producir o hacer, dejo de ser yo?


¿Soy lo que tengo? También paso por momentos de identificación de mí ser con el tener y en tal caso soy en función de esas posesiones. Y de nuevo me pregunto, qué ocurre si pierdo ese trabajo, esa casa, auto o mi maleta. ¿Hasta dónde mi identidad se ve afectada?


En estos días volví a cruzarme con la Ley del Dharma. No es casualidad, no creo en ella. Sentí que allí estaba en parte, mi respuesta a este dilema.

Esta ley sostiene que "cada uno de nosotros tiene un talento único y una manera única de expresarlo. Hay una cosa que cada individuo puede hacer mejor que cualquier otro en todo el mundo y por cada talento único y por cada expresión única de dicho talento, también existen unas necesidades únicas. Cuando estas necesidades se unen con la expresión creativa de nuestro talento, se produce la chispa que crea la abundancia. El expresar nuestros talentos para satisfacer necesidades, crea riqueza y abundancia sin límites".

Hoy estoy sin trabajo. Gran parte de mis roles cesaron de existir. Tampoco tengo a mi alcance mis más  familiares y sólidas posesiones materiales. No puedo negar que mi identidad está fragmentada y se siente extraño. Con este escenario despojado de la inercia cotidiana, de roles y títulos, no me quedó otro remedio más que encontrarme cara a cara con mi Yo desnudo. 

No soy lo que tengo, tampoco lo que hago. Lo que tengo y lo que hago, es producto de lo que soy. Hoy, siento la excitación de poder continuar con mi propia creación, contando con la experiencia de todo este camino recorrido. Llegó el momento de provocar una más genuina y profunda sintonía con la persona que soy y con la que puedo llegar a ser. Es como tener una hoja en blanco ante mi, sentir que estoy ante la presencia de la potencialidad pura, el momento propicio para descubrir cuál es ese, mi talento único.