"El
mundo está lleno de sufrimientos; la raíz del sufrimiento es el apego"
(Buda)
Antes de
mudarme, la última vez que entré a mi baño, me pregunté si existía algo más
inservible que una colorida colección de frascos de perfumes vacíos, exhibidos
como despojos de lo que alguna vez fueron y que ya nunca más serán.
Hasta ese momento, no me había considerado como una persona que acumulaba cosas y la visión de todas esas pequeñas botellas de colores, me puso de cara con la increíble cantidad y variedad de objetos que guardé a lo largo de mi vida: desde recetas de cocina, casetes, cartas, zapatos, ropa, carteras, fotos, revistas, adornos, remedios vencidos, accesorios, cintos, DVDs, trofeos (propios y ajenos),cosméticos, celulares sin cargadores, cargadores sin sus respectivos celulares, cajas, bolsas y muchas cosas más, entre ellas, malos hábitos, recuerdos, información inútil y los consabidos perfumes vacíos.
No pude
evitar preguntarme por qué lo hacía. Y esa pregunta me remitió
automáticamente al pasado. Mis respuestas transitaron por explicaciones
tales como: por melancolía, por querer mantener viva en el presente la emoción
que me produjo ese objeto en un pasado, el famoso por las dudas lo necesite y
la más insensata de todas las razones: por desidia. Y así es como nuestro
universo privado, un buen día nos empieza a asfixiar, nos parece chico e
incómodo, como consecuencia de la invasión de los más insólitos objetos, que
parecieran haberse congregado por reproducción espontanea en nuestras casas.
No conforme
con esa lista de justificaciones, me pregunté para qué guardo todas estas
cosas. ¿Cuál es el objetivo o meta para lo cual necesito tener, amontonar,
acopiar, apilar tantas cosas? El apego juega un papel importante en este
escenario, así como también la ilusión del control sobre la vida y el sentido
de permanencia. Asociamos la idea de almacenar a tener muchos
recursos, mientras que lo opuesto, el despojarnos, nos hace sentir desvalidos e
indefensos ante la vida.
Estamos
insertos en una cultura donde la identidad y el valor personal van de la mano
con las posesiones. Para el ego poseer es su ley y necesita poseer cosas para
salvarse. Poseer por poseer es una de las piedras angulares de los templos que
el ego se erige a sí mismo. Cuantas más posesiones, logros, títulos, premios
obtenga, más poderoso se siente
Paradójicamente,
creer que somos lo que tenemos es una quimera más de la vida occidental y al
mismo tiempo se convierte en una fuente de frustración constante porque nunca
es suficiente y nos enfrenta a una carrera sin fin, donde a la vuelta de cada
esquina, nos encontraremos con un desafío mayor.
Recuerdo
una escena de la película 7años en el Tibet, que
cuenta la historia de unos escaladores que se pierden en el Himalaya y terminan
siendo socorridos por unos monjes Tibetanos. Esta escena resumen con gran
claridad la diferente valoración que tenemos occidentales y orientales, con
respecto al apego y el éxito.
Todo esto
me hizo leer nuevamente los principios del Feng Shui, esta ciencia milenaria
china, considerada como el arte de la fluidez y como un método para diseñar
ciudades, casas e interiores. Su traducción literal es viento y agua.
El Feng Shui pretende maximizar el movimiento del chi - la
fuerza y energía de la vida universal presente en todo nuestro entorno, para
lograr armonía en nuestras vidas.
El Feng
Shui considera que la acumulación de trastos, el desorden y el mantener muchas
cosas que no utilizamos y que no nos aportan nada, hace que la energía se
estanque y se vuelva pesada, evitando la libre circulación de la energía positiva. Uno de los
pilares fundamentales del Feng Fhui es liberar la energía estancada y conseguir
el flujo de circulación correcto de la "buena" energía, la energía denominada CHI.