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jueves, 16 de enero de 2014

Somos lo que hacemos

Decir, Hacer (Octavio Paz)




Entre lo que veo y digo,

Entre lo que digo y callo,

Entre lo que callo y sueño,
Entre lo que sueño y olvido
La poesía.
Se desliza entre el sí y el no:
dice
lo que callo,
calla
lo que digo,
sueña lo que olvido.
No es un decir:
es un hacer.
Es un hacer
que es un decir.
La poesía
se dice y se oye:
es real.
Y apenas digo
es real,
se disipa.
¿Así es más real?
Idea palpable,
palabra
impalpable:
la poesía
va y viene
entre lo que es
y lo que no es.
Teje reflejos
y los desteje.
La poesía
siembra ojos en las páginas
siembra palabras en los ojos.
Los ojos hablan
las palabras miran,
las miradas piensan.
Oír
los pensamientos,
ver
lo que decimos
tocar
el cuerpo
de la idea.
Los ojos
se cierran
Las palabras se abren.


Este hermosísimo poema de Octavio Paz, de alguna manera resume lo que quiero expresar hoy.
Me habrán leído muchas veces en este blog, destacando el poder creador de la palabra. La contundencia de las mismas, cuando declaramos nuevas metas, objetivos, emociones, sentimientos. Si bien cada vez que lo hago,  lo sostengo con sinceridad, íntimamente no puedo evitar sentir que me quedo corta. Con la misma convicción termino afirmando, que las palabras por sí solas no pueden hacerlo, no son mágicas. Será por eso que no creo en las afirmaciones y que el popular dicho: “a las palabras se las lleva el viento”, me satisface tan plenamente , a la vez que deja al descubierto mi perfil más pragmático ante la vida.
Esta reflexión viene a colación, porque día a día me parece percibir que el mundo tiene más y más opinológos y menos “hacedores”. Personas que sólo dicen, pero no hacen lo que dicen. Predicadores de la intención. Ideadores ineficientes, que nunca llegan a poner en práctica lo que expresan con maestría. Soñadores, que por no hacer, ni siquiera hacen  por despertar e intentar que sus sueños se cumplan. Muchos de ellos se hacen famosos con sus dichos, pero no se los conoce por su obra.
Como decía Aristóteles ya hace veinticuatro siglos: "Somos lo que hacemos".
Las palabras son necesarias, son brújulas que nos marcan un Norte, nos ayudan a diseñar futuro. Las palabras son el principio, el origen de todo, pero la voluntad, la determinación activada para que las cosas pasen, no está relacionada con el decir, sino con el hacer.
Lo que nos define no es lo que decimos, sino lo que hacemos.
El “Hacer”, es lo que provoca el “Ser”.

martes, 5 de marzo de 2013

Soy Sol@


"El que siente deseo, desea lo que no tiene a su disposición y no está presente, lo que no posee, lo que él no es y aquello de que carece, desea aquello de que está falto, y no desea si está provisto de ello”. Platón (El Banquete)

Cada vez que escucho esta expresión, “Soy sol@”, no puedo evitar sentir que la persona que lo dice, está queriendo victimizarse. Está haciendo un uso forzado del lenguaje para provocar lástima, compasión o conseguir manipular de alguna manera a su audiencia. 
¿De dónde salió esta expresión? Entiendo que no se puede eludir el tremendo efecto dramático que produce cambiar el verbo estar por ser!!! El verbo estar, per se, da una sensación de algo pasajero, transitorio, quizás hasta efímero. ¿En qué momento la soledad sostenida, no circunstancial, pasa a hacer un atributo permanente de una persona, que hasta pueda ser usada para definirla? ¿Aún si esta fuera una situación en la cual la persona se encuentra sin compañía por elección, podemos concluir que esa persona es sol@?
 El verbo ser es tan fuerte, tan determinante. “Ser solo”, como una cualidad permanente de tu persona, suena a condena o maleficio, entendiendo la soledad como algo no deseado. Lo insólito de la naturaleza humana es que siempre estamos tratando de huir de la impermanencia de las cosas, buscando la garantía "del para siempre", en dicho contexto, despreciamos el "Estar" momentáneamente en algo y buscamos desesperados el "Soy", que garantiza larga duración, solvencia. Pero "ser solo", no suena muy esperanzador.
Podemos debatir años sobre las bondades o castigos de la soledad. Estamos atravesando una era donde hemos debilitado la calidad de los vínculos al punto que ya no sabemos conectarnos cara a cara, mirarnos a la altura de los ojos. Hemos cibernetizado las relaciones hasta llegar al descompromiso absoluto.
Siempre termino concluyendo que el culpable de todo esto es el mito de Andrógino. Esta pesada herencia, no sólo nos plantea la idea que estamos mutilados y como consecuencia, tenemos esa tremenda añoranza del alma gemela, de la otra mitad, sino que también nos lleva a idealizar al otro u otros, que están igualmente solos y hambrientos de completitud. 
La soledad, un tema universal que está o estuvo en la vida de todos. Yo también la viví. Podría darle un nombre, un aroma, incluso un color o una melodía a cada soledad vivida. Disimulando y simulando, encaraba la vida  como podia, con el traje de turno, que acababa en la oscuridad del ropero, con las perchas desnudas, tiritando de miedo.
Voy a terminar con la idea que empecé el post. La autocompasión que tiñe la expresión “Soy sol@”, me parece inútil y dañina. Es todo lo opuesto al amor a uno mismo, al amor propio bien entendido y practicado. Siempre vi la autocompasión como el arte de la manipulación interior y exterior. No deja de parecerme un mecanismo realmente sofisticado porque tiene como objetivo reclamar atención a los demás y/o compadecernos a nosotros mismos, en búsqueda de reconfirmación pero pagando un altisimo precio. La autocompasión es muy destructiva y también adictiva. Las personas que se auto-compadecen, aprenden a auto-despreciarse de manera sistemática, constante y natural, llegando a dañar profundamente su autoestima. 
Aún cuando sólo tuve un cielo inmenso que me abrazara, siempre supe que "no somos solos". Somos seres completos y perfectos en cada una de nuestra particularidad. La soledad es circunstancial u opcional, por ende, no puede definirnos ni determinarnos. 


Platón: “El Banquete”: “El Mito del Andrógino”

Aristófanes nos narra una antigua leyenda sobre Efialtes y Oto, hijos de tesalio Aloeo, que encadenaron a Ares e intentaron escalar el cielo para derrocar a Zeus (Homero). Expone que, en la antigüedad, la humanidad se dividía en tres géneros, el masculino, el femenino, y el andrógino (del griego Andros-Hombre y Gino-Mujer). Los seres que pertenecían a esta última clase eran redondos, con cuatro brazos, cuatro piernas, dos caras en la cabeza y, por supuesto dos órganos sexuales. Estaban unidos por el vientre. Eran seres tan terribles por su vigor y fuerza que se sintieron suficientes para atentar contra los dioses. Puesto que Zeus no podía destruir la raza humana, dado que ésta era la que adoraba a los dioses, los castigó partiéndolos por la mitad. Apolo los curó dándoles la forma actual que tienen ambos sexos, y más tarde pasó adelante sus “vergüenzas”. El Amor desde tiempos inmemoriales trata de unirlos, de manera que, cuando se encuentran se unen de tal forma que es para toda la vida, tratando cada uno de reunirse y fundirse con el amado y convertirse de dos seres en uno solo, de manera que tan solo podría alcanzar la felicidad nuestra especie cuando se dé el tiempo en que la mitad de la Humanidad se encuentre con su otra mitad. Cada mitad de un hombre y mujer primitivos se entregan a la homosexualidad en busca de su otra mitad, en tanto que, la mitad del andrógino se entrega a la heterosexualidad en busca de su otra mitad.

domingo, 13 de enero de 2013

¿Quién soy?

"Esta necesidad de un sentimiento de identidad es tan vital e imperativa, que el hombre no podría estar sano si no encontrara algún modo de satisfacerla". (Erich Fromm).


¿Quién soy? Pregunta recurrente si las hay dentro de mi repertorio de cuestionamientos existenciales. Poder responderme y definir mi identidad fue una necesidad  vital desde una temprana edad, tan importante como alimentarme o recibir afecto.

Rápidamente intuí que no podría darme una respuesta absoluta y empecé a pensar en mi identidad como un rompecabezas para armar; uno en el cual no tendría todas las piezas desde el principio y tampoco sabría cómo sería el diseño terminado. Sólo contaba con algunas tradiciones heredadas, como punto de partida y mi voluntad por entender quién era yo.

Aprendí que mi identidad no era un enigma a ser descubierto, sino que sería yo la responsable y creadora de la misma. Supe también que no habría mapas o garantías, que la incertidumbre y el riesgo estarían presentes a lo largo del camino.

Este es aún hoy -y mientras siga viva- mi ejercicio cotidiano, que por momentos me lleva por caminos conocidos y  otras veces, por senderos nunca antes transitados. Se que no se trata de una construcción unilateral, sino más bien colectiva, en la cual yo puedo crear universos y ellos, a su  vez, terminan por definirme. No siempre es claro, me confundo y me sorprendo con frecuencia atrapada en dilemas como estos:

¿Soy lo que hago? Muchas veces al contar quién soy, automáticamente tiendo a enumerar una larga lista de roles que tienen que ver con lo que hago o produzco: soy la ejecutiva de una determina empresa, escritora, hija, madre, amiga, novia, lectora, practicante de tal deporte o disciplina etc. Reconozco que hay roles más preponderantes o permanentes que otros en mi proceso de identificación con mi Ser. Ahora, qué ocurre cuando esos roles desaparecen. ¿Si dejo de producir o hacer, dejo de ser yo?


¿Soy lo que tengo? También paso por momentos de identificación de mí ser con el tener y en tal caso soy en función de esas posesiones. Y de nuevo me pregunto, qué ocurre si pierdo ese trabajo, esa casa, auto o mi maleta. ¿Hasta dónde mi identidad se ve afectada?


En estos días volví a cruzarme con la Ley del Dharma. No es casualidad, no creo en ella. Sentí que allí estaba en parte, mi respuesta a este dilema.

Esta ley sostiene que "cada uno de nosotros tiene un talento único y una manera única de expresarlo. Hay una cosa que cada individuo puede hacer mejor que cualquier otro en todo el mundo y por cada talento único y por cada expresión única de dicho talento, también existen unas necesidades únicas. Cuando estas necesidades se unen con la expresión creativa de nuestro talento, se produce la chispa que crea la abundancia. El expresar nuestros talentos para satisfacer necesidades, crea riqueza y abundancia sin límites".

Hoy estoy sin trabajo. Gran parte de mis roles cesaron de existir. Tampoco tengo a mi alcance mis más  familiares y sólidas posesiones materiales. No puedo negar que mi identidad está fragmentada y se siente extraño. Con este escenario despojado de la inercia cotidiana, de roles y títulos, no me quedó otro remedio más que encontrarme cara a cara con mi Yo desnudo. 

No soy lo que tengo, tampoco lo que hago. Lo que tengo y lo que hago, es producto de lo que soy. Hoy, siento la excitación de poder continuar con mi propia creación, contando con la experiencia de todo este camino recorrido. Llegó el momento de provocar una más genuina y profunda sintonía con la persona que soy y con la que puedo llegar a ser. Es como tener una hoja en blanco ante mi, sentir que estoy ante la presencia de la potencialidad pura, el momento propicio para descubrir cuál es ese, mi talento único.