Mostrando entradas con la etiqueta complacer. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta complacer. Mostrar todas las entradas

jueves, 21 de marzo de 2013

El egoísmo necesario


“Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37)


Hay días en los que un gran abismo separa a mi yo real  de mi yo ideal. Hoy es uno de esos días. Hoy me levanté “egoísta" y lo escribo entre comillas porque es un término que hasta el día de hoy, me genera sosobra.

Me desperté rebelde,  sin ganas de cumplir con mis listas de: debo hacer, debo ser, debo estar, debo tener. Me levanté  con el firme propósito de no hacer nada que realmente no sienta genuinas ganas de hacer y lo más importante, no sentirme culpable por ello. Hoy quiero escucharme, reconocer qué es lo que realmente quiero, necesito y registrarlo como válido. Lograr el convencerme que mis necesidades merecen ser atendidas con amor, dedicación y compromiso. Y estoy hablando de mi propio amor, de mi dedicación y compromiso.Saberme tan merecedora de amor, como mi prójimo.

Qué  difícil es sentirse merecedora de atención y cuidado, si, de uno mismo; cuando el mote de egoísta fue uno de los que más resonó en mis oídos desde mi pre-adolescencia hasta ya entrando a mi adultez. Ella me lo decía con frecuencia, con demasiada frecuencia, a tal punto que terminé  por creérmelo y es hasta el día de hoy, uno de los puntos más débiles sobre los que fui construyendo mi identidad.

Nadie me enseñó  a priorizarme, hacerlo era sinónimo de egoísmo y eso tiene muy mala prensa, tanto, que durante muchos años me convertí en una perfecta intérprete de lo que otros esperaban de mí, para complacerlos. No importaba lo que yo quisiera, sólo importaba no ser tildada de egoísta. De niña, no tenía herramientas para identificarlo y así aprendí que mis necesidades no eran merecedoras de atención, entrando en la gran matriz de la manipulación de los adultos. Ese espacio amenazador, en el cual sientes que si no haces según te indican o esperan tus progenitores o mayores, no eres merecedora de su amor y lo que es peor aún, puedes ser castigada y hasta olvidada.

Gracias a la Vida, pude ir despegándome de esos rótulos que calaron tan profundamente en mi autoestima, determinando la forma en la cual me relaciono con el mundo. En el momento en el que pude dejar de dar crédito y tomar los juicios de mis padres como una verdad absoluta, fue señal de que me estaba volviendo un adulto y como adulto, puede empezar a elegir con libertad.

“Hacerse adulto significa dejar de ser hijo/a, para sentirse independiente y formar un mapa de relaciones maduras, en las que te sientes el sujeto que elige, no sujeto por la imposición. Si no se puede dejar de ser hijo porque sigues a la espera de ser querido, es imposible ejercer la acción de escoger desde la libertad; simplemente te encuentras sumergido en amores, amistades que no has elegido y no comprendes bien qué o quién te mantiene vinculado a ellas.”

Lo repito y me lo repito casi a diario, no hay posibilidades de generar vínculos sanos y constructivos si antes no podemos establecer una buena relación con nosotros mismos. Para ello, debemos tener una cuota necesaria de sano egoísmo, que nos permita preservarnos y conocernos. En este contexto, ser egoísta no implica convertirse en el centro del universo y manejar el entorno a nuestro antojo. Requiere tener el coraje de quitarnos las máscaras y tomarnos el  tiempo para conectar con lo que creemos, queremos, pensamos y sentimos, más allá de las expectativas de terceros. Este es el primer paso para dejar de esperar y pedir que los demás sean veedores de nuestras vidas, asumiendo la responsabilidad de todo lo que somos, hacemos y decimos.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Home Sweet Home




A medida que el tiempo transcurre lejos de casa, del terruño propio, de los afectos, de los sabores conocidos, de la familiaridad del hacer sin pensar, terminas indefectiblemente idealizando.El famoso "todo tiempo pasado o lejano fue mejor", cae con toda la fuerza de la melancolía contenida y lo distante termina pareciendo más lindo, más grande, más bueno o al menos, es el consuelo del  refugio de lo seguro y conocido.
Así llegue a mi Argentina, con la urgencia que provoca la sed de la distancia. Debo confesar que la recepción ofrecida, al principio me descolocó un poco. Ausentarse también genera la ilusión de pensar que al menos por unos días, uno pasará a ser el centro de atención de todo el micro universo que no se movió del lugar y se dedicó a esperar ansiosamente, el reencuentro.  Que te sobren los dedos de una mano para contar los casos de  evidencia irrefutable que sostienen esa teoría,  lo convierten en un muy débil argumento. En poco tiempo volví a aclimatarme a la sensación térmica familiar y no quedaron rastros de idealización posible.
-Dos hijos adultos, independientes, felices concretando sus proyectos y confirmando que el nido está vacío y que la fábula de ser una madre indispensable, es puro cuento!
-Tres hermanos en estado de absoluto deterioro emocional, por cansancio tras haber padecido los últimos episodios de manipulación extrema de la locura de una madre.
-Escenas de recriminación encubierta por no haber estado durante los episodios y por todos los futuros eventos que tampoco podré presenciar, por haberme mudado a otro país.
-Impotencia de sabernos rehenes. Viejos rehenes de una enfermedad ajena. Esa red que cayó sobre nosotros  hace mucho tiempo, casi el mismo tiempo que puedo recorrer con mi memoria.

No puedo dejar de preguntarme cuál es el límite de la compasión.
Cuándo fue que aprendimos que el amor a uno mismo es sinónimo de egoísmo.
Que para merecer ser amados, debemos someternos y posponer o suprimir nuestras necesidades.
Convertirse en héroes, salvadores de los más necesitados pueden resultar roles atractivos para una película u obra de teatro pero en la vida real suele ser muy peligroso si no estas bien plantado. La trampa está en que los eternos "Dadores", somos personas tremendamente necesitadas de amor y capaces de entregar hasta lo que no tenemos con tal de sentirnos amados. Al final del día, que no es lo mismo que el final de una función, sabemos que el poco o mucho afecto que pudimos conseguir, no es genuino, porque nosotros no pudimos serlo. Estuvimos actuando un rol. Mientras el objetivo sea complacer y aceptar sin condiciones, seguiremos siendo victimas de nuestra falta de coraje. Coraje para atender nuestras propias necesidades, para integrar todo lo bueno y lo malo, lo encantador y lo deplorable. Recién cuando podamos aceptarnos enteros, conectarnos con lo que realmente queremos, podremos dar y recibir amor verdadero.
Tal como dice Oriah Mountain Dreamer en su poema The Invitation:

"Quiero saber si estas dispuesto a decepcionar a otros para honrar tus necesidades.
Si puedes soportar ser acusado de traidor y aún así no traicionar tu propia alma."