“Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37)
Hay días en los que un gran abismo separa a mi yo real de mi yo ideal. Hoy es uno de esos días. Hoy me levanté “egoísta" y lo escribo entre comillas porque es un término que hasta el día de hoy, me genera sosobra.
Me desperté rebelde, sin ganas de
cumplir con mis listas de: debo hacer, debo ser, debo estar, debo
tener. Me levanté con el firme
propósito de no hacer nada que realmente no sienta genuinas ganas de hacer y lo
más importante, no sentirme culpable por ello. Hoy quiero escucharme, reconocer
qué es lo que realmente quiero, necesito y registrarlo como válido. Lograr el
convencerme que mis necesidades merecen ser atendidas con amor, dedicación y
compromiso. Y estoy hablando de mi propio amor, de mi dedicación y compromiso.Saberme tan merecedora de amor, como mi prójimo.
Qué difícil es sentirse merecedora
de atención y cuidado, si, de uno mismo; cuando el mote de egoísta fue uno
de los que más resonó en mis oídos desde
mi pre-adolescencia hasta ya entrando a mi adultez. Ella me lo decía con frecuencia,
con demasiada frecuencia, a tal punto que terminé por creérmelo y es hasta el día de hoy, uno de los puntos
más débiles sobre los que fui construyendo mi identidad.
Nadie me enseñó a priorizarme,
hacerlo era sinónimo de egoísmo y eso tiene muy mala prensa, tanto, que durante muchos años me convertí en una
perfecta intérprete de lo que otros esperaban de mí, para complacerlos. No
importaba lo que yo quisiera, sólo importaba no ser tildada de egoísta. De niña,
no tenía herramientas para identificarlo y así aprendí que mis necesidades no
eran merecedoras de atención, entrando en la gran matriz de la manipulación de
los adultos. Ese espacio amenazador, en el cual sientes que si no haces según te indican o esperan tus progenitores o
mayores, no eres merecedora de su amor y lo que es peor aún, puedes ser
castigada y hasta olvidada.
Gracias a la Vida, pude ir despegándome de esos rótulos que calaron tan
profundamente en mi autoestima, determinando la forma en la cual me relaciono
con el mundo. En el momento en el que pude dejar de dar crédito y tomar los
juicios de mis padres como una verdad absoluta, fue señal de que me estaba volviendo
un adulto y como adulto, puede empezar a elegir con libertad.
Como dice L. Casanovas en "La Memoria Corporal":
“Hacerse
adulto significa dejar de ser hijo/a, para sentirse independiente y formar un
mapa de relaciones maduras, en las que te sientes el sujeto que elige, no
sujeto por la imposición. Si no se puede dejar de ser hijo porque sigues a la
espera de ser querido, es imposible ejercer la acción de escoger desde la
libertad; simplemente te encuentras sumergido en amores, amistades que no has
elegido y no comprendes bien qué o quién te mantiene vinculado a ellas.”
Lo repito y me lo repito casi a
diario, no hay posibilidades de generar vínculos sanos y constructivos si antes
no podemos establecer una buena relación con nosotros mismos. Para ello,
debemos tener una cuota necesaria de sano egoísmo, que nos permita preservarnos
y conocernos. En este contexto, ser egoísta no implica convertirse en el centro
del universo y manejar el entorno a
nuestro antojo. Requiere tener el coraje de quitarnos las máscaras y tomarnos
el tiempo para conectar con lo que creemos,
queremos, pensamos y sentimos, más allá de las expectativas de terceros. Este
es el primer paso para dejar de esperar y pedir que los demás sean veedores de
nuestras vidas, asumiendo la responsabilidad de todo lo que somos, hacemos y
decimos.