“Los estructurados viven orientados a conseguir
logros, mientras que los relajados, viven en búsqueda de la gratificación”.
¿Cuántas veces nos debatimos entre la seguridad de las estructuras y
la incertidumbre de la libertad? Las
antinomias estructura vs. libertad o seguridad vs. riesgos,
inevitablemente gravitan en nuestras mentes y corazones cada vez que elegimos.
El instinto de supervivencia rige nuestras
elecciones y tendemos a priorizar todo aquello que garantice la vida. Cuando
tenemos que optar entre tomar riesgos o quedarnos con lo seguro, para los que aborrecemos las estructuras, en
algún lugar de nuestro ser resuena la conocida frase atribuida a Darwin: "No
es la especie más fuerte la que sobrevive, ni la más inteligente, sino la que
mejor se adapta a los cambios". La tentación por elegir lo
conocido es tan grande, que rápidamente nos envalentonamos tras
esta máxima, desafiando cuanto riesgo se presente y nos animamos a asignar mayor
valor a la capacidad de ser flexibles, que a la seguridad que brindan las
estructuras.
Están también los indecisos, que manifiestan
en mayor o menor grado, la contradicción de querer gozar de los beneficios de
ambas situaciones, sin tener que elegir una de ellas. Si bien detestan sentirse privados de la libertad
en cualquier ámbito de la vida, muchas veces se sorprenden añorando la
contención de un entorno sólido, donde no haya cabida para la inconsistencia
de lo incierto. También sucede, que después de un tiempo de tanta
previsibilidad, se torna aterrador
pensar que todo el potencial de la existencia quedará confinado tras las
paredes de la rutinaria seguridad y ofrecen, desesperados, sus “reinos”, con
tal de saltar las murallas de esa fortaleza y aventurarse a enfrentar cualquier
riesgo que los saque del aburrido letargo.
En mi caso, admito, que todo lo referido a “estructuras” era un equivalente a mala
palabra. Cada vez que escuchaba decir “estructurado” aplicado a una persona, un
trabajo, una rutina o cualquier actividad, (ni que decir, si se refería a mi
misma!!), automáticamente lo relacionaba con atributos negativos, relativos a
rígido, duro, exigente, poco creativo, hasta aburrido o predecible. La felicidad estaba garantizada por lo opuesto,
lo relajado, fluido, espontáneo, sin reglas o guiones pre-establecidos. Ser flexible
era sinónimo de ser libre y para ello me la pasé evitando ataduras, a cualquier
estructura que coarte ese derecho fundamental.
También están los que sienten pavor a
la ausencia de estructuras. Prescindir de ellas, es como andar
desnudos por la vida (tema al que le dediqué
todo un post hace unos meses :"Miedo al caos").
En un intento por reivindicar la
connotación del concepto, las
estructuras no tienen como única finalidad aportar rigidez, también dan sostén,
protección y salvan distancias. Son las
que delinean las formas, dan orden y dirección. Hay estructuras que definen en muchos
casos nuestros orígenes e identidad. Son el punto de partida para lanzarnos,
avanzar, improvisar, crear nuevos escenarios y si es necesario, también volver.
Son los cimientos y el esqueleto sobre los cuales desplegamos nuestras
creaciones. Hay inclusive algo sabio en
ciertas estructuras y proporciones, que se repiten en la naturaleza, la pintura, diseño y
arquitectura, que parecieran reflejar un
orden superior, una sabiduría universal (proporción aurea).
Me pregunto si no hemos denostado injustamente
a las estructuras. Si bien la exagerada rigidez en las mismas resulta
asfixiante, la ausencia de ellas puede
tornar la existencia misma, en una experiencia anárquica y caótica. Reconocer
el valor de las estructuras, nos permite creer en un orden posible y necesario,
donde la creatividad también tenga cabida. Quizás la clave esté en perder el
miedo a quedar atrapados en ellas como excusa para no arriesgar y probar nuevos
caminos. Quizás, en lugar de mirarlas
con temor, podríamos animarnos a abandonar la quimera del control, mientras juntamos el coraje necesario para usar
las estructuras como un puente que nos acerque a nuevos horizontes.