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sábado, 31 de agosto de 2013

El poder de los límites

"Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo." (Ludwig Wittgenstein)


Así como en mi post anterior dije que las interpretaciones nos dan o nos quitan poder, del mismo modo operan las declaraciones. Hay declaraciones fundamentales que muestran en todo su potencial, el poder de la palabra, como generadora de mundos. ¿Hoy pensaba por qué nos cuesta tanto decir “No” o “Basta”?. ¿Cuál es el precio que pagamos cada vez evitamos entrar en ese terreno incomodo que involucra el poner límites, ya sea a terceros o a uno mismo?

Trazar un límite es señalar el final de algo; es mostrar el punto el cual no se puede superar o transgredir. Los límites indican hasta dónde puedo o quiero llegar en una situación dada. Necesitamos decir basta cuando nos sentimos amenazados en nuestra integridad (física o emocional), cuando sentimos que nuestra dignidad está comprometida. Ahora, el desafío es justamente cómo afrontar esas situaciones. Sí, me cuesta poner límites. Quizás detrás de toda esa incomodidad sólo haya miedo a no ser aceptada cuando digo "no" y termino actuando de una manera desproporcionada para marcar mi territorio y hacerme respetar o decido huir, para mostrar mi rechazo. Sé que mantenerme en el rol de personita que agrada a todo el mundo, nunca fue un plan a largo plazo. El cinismo no es mi fuerte y por otro lado, es tremendamente desgastante y la mejor evidencia de la falta de amor y respeto a mí misma, a mis necesidades y emociones.

Hay todo un aprendizaje para poder expresar asertivamente nuestros límites. Confrontar agresivamente, nunca lleva a buen puerto.  Tampoco sirve de nada evitar la incomodidad de un “Basta”, porque cada vez que callamos, estamos cediendo nuestro poder y derecho de preservarnos de algo que nos molesta o perjudica. Cuando evitamos poner límites caemos por lo general en la queja, que son expresiones de enojo y resentimiento, seguidos por la exigencia  del cumplimiento de algo que se “supone” debió haber ocurrido. Las quejas son declaraciones inútiles y las preferidas de las “victimas”, porque lejos de querer cambiar lo que les molesta, necesitan mantener el statu quo para seguir quejándose.

Todo lo que callamos no se evapora, sigue molestando y contaminando nuestro interior. Hallar el equilibrio entre el coraje y el respeto para expresarnos asertivamente es fundamental. Esto significa sentir el legítimo derecho de respetarnos, expresando directamente nuestras necesidades, deseos y sentimientos, sin amenazar (ni sentirnos amenazados), ni faltar el respeto a los demás.  Es un aprendizaje necesario para consolidar nuestra autonomía y legitimidad como personas.


sábado, 24 de agosto de 2013

Dime lo que observas y te diré quién eres

“La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla". (Gabriel García Márquez)

En el mismo momento en que tomé de mi biblioteca, el libro Para que no me olvides, de Marcela Serrano,  se deslizó en silencio el marcador de la Librería “ElAteneo”, en cuyo dorso se destacaba esta cita del gran García Márquez: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla “.

Como si una  inteligencia superior hubiera estado leyendo mis confusos pensamientos de los últimos días y con el propósito de calmar mi atribulado espíritu, dejó caer ante mí esta frase que reflejaba con simpleza lo que estaba viviendo.

Volver a empezar, de alguna manera demanda repasar la historia personal, mirarse en perspectiva, recorrer mentalmente el camino otra vez y como la memoria es caprichosa, sólo nos muestra lo que queremos o podemos ver. Este revisionismo histórico, (que no deja de ser una gran nebulosa de interpretaciones), hecho en privado, en un monólogo con uno mismo, es mucho más cómodo o amigable, pero al compartirlo con otros, con nuevos integrantes de nuestro presente o inclusive con viejos conocidos, puede convertirse en un terreno muy hostil. Nos invade una variedad  de emociones que van desde el pudor, la vergüenza, la melancolía, la sensación de ridículo o la más plena dicha u orgullo por todo lo vivido.

En realidad, no sabemos cómo son las cosas. Sólo sabemos cómo las observamos o cómo las interpretamos. Vivimos en mundos interpretativos. Cada uno de nosotros observa la realidad de una manera diferente, pero ninguno de nosotros tiene la certeza de que las cosas son como decimos. “Dime lo que observas y te diré quién eres” y volviendo a la cita de Gabo, yo diría: dime qué y cómo recuerdas o interpretas tu pasado y te diré en quien te convertiste hoy.

Las interpretaciones nos dan o nos quitan poder. Según la manera en que elijamos contarnos nuestra historia se nos abrirán ciertas puertas y  otras se cerrarán. Siempre repito que el lenguaje no es inocente y toda proposición, toda interpretación, abre o cierra determinadas posibilidades en la vida.

No sólo actuamos de acuerdo a cómo somos, también somos de acuerdo a cómo actuamos. En este constante devenir de la vida, vamos mutando y cada aprendizaje, cada experiencia vivida, va construyendo nuestra identidad. Por eso no es extraño que después de un tiempo, cuando miramos atrás y contamos nuestra historia, los hechos podrán ser los mismos,  pero podemos mirarla y mirarnos con nuevos ojos, re-significarla, entenderla desde otra perspectiva y muchos episodios que en su momento carecían de todo sentido o sustento, hoy bajo la nueva luz del presente, resultan completamente lógicos y necesarios para ser y estar en donde estamos.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Motivación Vs. Expectativas


“Buscar una cosa
es siempre encontrar otra.
Así, para hallar algo,
hay que buscar lo que no es”. (Roberto Juarroz) 

  
A lo largo de la vida desarrolle un latiguillo que suelo repetir sin mucha consciencia, que de alguna manera refleja mi espíritu batallador. “No es tan difícil”, es lo que digo y me digo cada vez que debo enfrentar alguna situación que requiere un esfuerzo o aprendizaje nuevo. Admito que puede sonar a superada o quizás, a un exceso de optimismo de mi parte pero en mi fuero íntimo, sé que se debe más  a mi necesidad de supervivencia y superación.

Siempre me pregunto qué es lo que hace que algunas personas tengan ese empuje para seguir, aun cuando la realidad se vuelve pesada, rutinaria, cargada de decepciones e injusticias.  Cuál es esa energía o motivación para seguir luchando, aun cuando todos los indicadores lógicos pronostican que lo que viene no será mejor. Algunas personas traccionan en función de sus expectativas, otras, según sus motivaciones.

Motivación es para mí ese motor que nos impulsa a superar algún reto. Ese deseo irrefrenable de seguir trabajando a pesar de todo, esa misión más o menos reconocible que de alguna manera tenemos que cumplir. Muchas veces consiste sólo en el placer del trabajo bien hecho o la satisfacción del deber cumplido.­­ Es aquello que nos permite ir en algunos casos, de derrota en derrota sin perder el entusiasmo.
Porque  para avanzar cuando todo marcha sobre rieles, tener una gran motivación no parece ser tan crucial.

Expectativas equivalen a los resultados que esperamos conseguir como consecuencia de una acción. Es la meta, el propósito u objetivo por lo cual me pongo en marcha. No digo que tener expectativas sea per se algo negativo pero cuando ponemos la mirada sólo en el final  del camino,  corremos el riesgo de tropezar con distintos obstáculos permanentemente, volviendo así la experiencia  en algo penoso y agotador. Cuando sólo  trabajamos en función de tal o cual premio, ya sea publicar un libro, hacer una exposición,  conseguir atraer la atención o reconocimiento de los demás, puede distraernos de disfrutar del proceso, de conectar con el presente y consecuentemente, la motivación termina por debilitarse y  tornarse confusa. Por eso pienso que cada vez que se instala esa tensión entre nuestras motivaciones y los resultados, es cuando perdemos el foco y aparece el sufrimiento.

Priorizar mi conexión con esa energía interior que reconozco como motivación, me vuelve más flexible y creativa. Es también lo que me da coraje. Como dice Roberto Juarroz, a quien cité al inicio de este post, muchas veces nos embarcamos en la búsqueda de ciertos resultados y terminamos encontrando otros, más satisfactorios  y sorprendentes. El desafío termina siendo siempre el desapego a los resultados y confiar más en el proceso de la vida. ¡No es tan difícil! Al menos pensarlo de esa manera,  ayuda mucho a creerlo.

domingo, 6 de enero de 2013

El Precio


Me llevó mucho tiempo tomar conciencia que había permanecido gran parte de mi vida atrapada en ese juego de roles, en el que el mundo se dividía en victimas o victimarios. A partir de ese momento, en un principio intuitivamente y luego a pura conciencia obstinada, no paré de buscar la llave liberadora, que me  permitiera escapar de esa trampa y salvarme.

Cité a Oriah Mountain Dreamer al final de mi post anterior, en su poema The Invitation, porque resume con claridad esa necesidad vital que me acuciaba: salvarme,  aún siendo señalada de traidora por no ser funcional a la manipulación de terceros.  Poder elegirme sin culpa o vergüenza, sintiéndome merecedora del legítimo derecho de ser feliz y entendiendo que el peor de los pecados sería traicionar mi propia naturaleza.

En este proceso de definir cómo quería estar parada en el mundo y de qué manera vivir mi vida,  a veces me encontré jugando de victima, otras, de victimario. Ninguno de esos espacios me resultó cómodo y fue así como empecé a desandar el camino de la culpa para entrar al terreno de la responsabilidad y decidir que es en este espacio donde quería permanecer. Algunos descubrimientos fueron determinantes para tomar esta decisión:
  • Reconocerme portadora de una negativa herencia  moral judeocristiana que me predisponía sentir culpa y aprender a estar atenta a ello.
  •  Entender que la vida es cambio permanente y que era necesario revisar  mis  paradigmas para poder  así re-definir si lo que antes  parecía correcto, aun seguía en ese plano o no y en función a eso re-diseñar mi sistema de creencias.
  •   Saber que mi vida se siente en armonía y verdadera,  sólo cuando no hay contradicciones entre lo que siento, digo y hago.
En esto que yo llamo el “Juego de Victimas y Victimarios”,  la culpa tiene un papel crucial y  está claro que de juego no tiene nada. Quizás sea una de las dinámicas  más intrincadas y dolorosas  en las que nos enredamos los seres humanos.

El peor rasgo que encontré de la culpa fue el devastador efecto de devaluación que provoca en sus portadores. Cuando nos sentimos culpables, (no importa si somos victimas o victimarios, si lo sentimos a flor de piel o en lo más profundo de nuestras consciencias), terminamos por elaborar el peor concepto de nosotros mismos, nos juzgamos como personas detestables, merecedoras del más cruel castigo por haber quebrado algún mandato social, moral o religioso. La culpa en todos los casos debilita, afecta nuestro discernimiento, socava la autoestima, dejándonos susceptibles al chantaje y manipulación.

En el uso del lenguaje y en la forma de vivir las emociones y sentimientos, es difícil distinguir la diferencia entre culpa y responsabilidad. La culpa generalmente está ligada con la sensación de haber cometido un pecado o un crimen. La responsabilidad está ligada  a la idea de poder hacernos responsable de nuestras acciones o deseos. Cuando aparece la culpa como consecuencia de una acción, el malestar está dirigido a nuestra auto-valoración como individuos. Si aparece la responsabilidad, el malestar está ligado a la acción y a la capacidad de repuesta y  enmienda que podemos generar. La culpa no ofrece una respuesta superadora. El arrepentimiento no es reparador.

Salir de la trampa de la culpa, tiene su precio. Mucha gente se enojó, otros se alejaron, quedaron los que resonaban con mi búsqueda y aparecieron nuevas y valiosas personas en mi vida. Cuando pude dejar de reaccionar y de culpar o culparme, aprendí que podía elaborar mis respuestas y así fue como mi relación con la culpa empezó a disolverse, empezaron a haber menos victimas y verdugos. Debo admitir que en un principio, me asusté un poco. Sentí que me quedaba sola, con mi destino entre mis manos. La costumbre de poder “culpar” a un otro, sea una persona, el clima o el destino por mis frustraciones o sufrimientos, era bastante cómodo. Tomar total responsabilidad de mis actitudes y respuestas emocionales era un desafío liberador pero a la vez demandaba mi mayor entrega en autenticidad  y control sobre mi ego.

Con todo esto, no quiero estigmatizar la culpa. Para mi es importante poder reconocerla cada vez que aparece, experimentarla, identificar porque se encuentra ahí y dejarla fluir hasta poder conducirla al siguiente estadio. Es la responsabilidad quien me conduce a un camino de reflexión, a creer que un orden es posible y que puedo ser fiel a mis deseos, en tanto y en cuanto sea capaz de responder por ellos.