"Los límites de mi lenguaje son los límites
de mi mundo." (Ludwig Wittgenstein)
Así como en mi post anterior dije que las interpretaciones
nos dan o nos quitan poder, del mismo modo operan las declaraciones. Hay declaraciones
fundamentales que muestran en todo su potencial, el poder de la palabra, como
generadora de mundos. ¿Hoy pensaba por qué nos cuesta tanto decir “No” o “Basta”?.
¿Cuál es el precio que pagamos cada vez evitamos entrar en ese terreno incomodo
que involucra el poner límites, ya sea a terceros o a uno mismo?
Trazar un límite es señalar el final de algo; es mostrar el
punto el cual no se puede superar o transgredir. Los límites indican hasta
dónde puedo o quiero llegar en una situación dada. Necesitamos decir basta
cuando nos sentimos amenazados en nuestra integridad (física o emocional),
cuando sentimos que nuestra dignidad está comprometida. Ahora, el desafío es
justamente cómo afrontar esas situaciones. Sí, me cuesta poner límites. Quizás detrás de toda esa incomodidad sólo
haya miedo a no ser aceptada cuando digo "no" y termino actuando de
una manera desproporcionada para marcar mi territorio y hacerme respetar o
decido huir, para mostrar mi rechazo. Sé que mantenerme en el rol de personita que agrada a todo el mundo, nunca fue un plan a largo plazo. El
cinismo no es mi fuerte y por otro lado, es tremendamente desgastante y la
mejor evidencia de la falta de amor y respeto a mí misma, a mis necesidades y emociones.
Hay todo un aprendizaje para poder expresar asertivamente
nuestros límites. Confrontar agresivamente, nunca lleva a buen puerto. Tampoco sirve de nada evitar la incomodidad
de un “Basta”, porque cada vez que callamos, estamos cediendo nuestro poder y
derecho de preservarnos de algo que nos molesta o perjudica. Cuando evitamos
poner límites caemos por lo general en la queja, que son expresiones de enojo y
resentimiento, seguidos por la exigencia del cumplimiento de algo que se “supone” debió
haber ocurrido. Las quejas son declaraciones inútiles y las preferidas de las “victimas”,
porque lejos de querer cambiar lo que les molesta, necesitan mantener el statu
quo para seguir quejándose.
Todo lo que callamos no se evapora, sigue molestando y
contaminando nuestro interior. Hallar el equilibrio entre el coraje y el
respeto para expresarnos asertivamente es fundamental. Esto significa sentir el
legítimo derecho de respetarnos, expresando directamente nuestras necesidades,
deseos y sentimientos, sin amenazar (ni sentirnos amenazados), ni faltar el
respeto a los demás. Es un aprendizaje
necesario para consolidar nuestra autonomía y legitimidad como personas.