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lunes, 13 de mayo de 2013

Modelo de Madre



"Solamente dos legados duraderos podemos aspirar a dejar a nuestros hijos: uno, raíces; el otro, alas". (Hodding Carter)

Ayer fue el día de la madre y esto me llevó a pensar en cómo jugamos ese rol, según las creencias, los mandatos, las circunstancias y las épocas.

Pensé cuánto impacta nuestra  palabra, acción u omisión en la vida de esas personitas, que no nos eligieron y que llegaron al mundo a través nuestro.

Pensé también cuánto nos cuesta entender que no son nuestros. Que los hijos son parte de nuestras vidas, pero son personas con el  legítimo derecho de ser autónomas y libres para elegir sus destinos.

Tener un hijo es sin duda un hecho bisagra en la vida de una mujer. Desde el momento en que nos confirman el embarazo, empezamos a debatirnos sobre cuál es el rol que queremos representar. Básicamente  tenemos que  elegir qué bando vamos a integrar, en el contexto del famoso antagonismo de Madre Emancipada, avalado por el feminismo vs. Madre Abnegada, correspondiente a un modelo más conservador.

El modelo feminista prioriza la realización personal y no considera al tradicional rol materno como algo exclusivo de las madres. Las sociedades modernas tienden a compartir de manera igualitaria con los padres los cuidados y responsabilidades de la crianza de los hijos. Pone a la maternidad al mismo nivel importancia que todos los otros desafíos y responsabilidades que las mujeres encaramos cotidianamente.

En sociedades más conservadoras, la madre abnegada, tiene mejor aceptación y reputación social, porque encaja perfectamente con el modelo de roles tradicionales. Ponemos una alta expectativa en este estereotipo de madre, quien debe estar dispuesta a renunciar a sus objetivos y necesidades en cualquier ocasión, ya que se supone, son moralmente menos valiosos que los involucrados en la maternidad. Se trata de un modelo casi heróico, con madres altruistas, cariñosas y dispuestas a cualquier sacrificio.

Es muy común ver a mujeres emancipadas, luego de convertirse en madres, atrapadas en una red de contradicciones entre sus propios deseos y las expectativas sociales del cumplimiento de estos roles. Pero paradójicamente, esto es en mayor o menor medida, un dilema que ambos modelos terminan enfrentando. Pareciera que ser madre, impide ser una buena profesional o viceversa, si uno se destaca laboralmente, seguramente es porque estamos descuidando nuestro rol como madre.

Todas estas disquisiciones me hicieron recordar la Fábula del Pelicano.

Se conoce que los pelícanos hembras, cuando escasea el alimento, se abren el pecho y dan de comer a sus crías su propia carne. ¡Si, tremendo!!!!
Se dice que una de esas pelícanas, luego del proceso de donación, murió. Todas las crías lloraban, menos una a la que se le oyó decir:" No lloren tanto, después de todo, siempre terminaba por darnos de comer lo mismo."

Así son las madres pelicanas, las que se inmolan constantemente en pos de la "felicidad y bienestar" de sus hijos.

Reflexionando un poco sobre los protagonistas de esta historia, hoy en día  todos podemos ser mamá o papá pelicanos. A los papás pelicanos, es fácil reconocerlos, son aquellos que  entienden  la paternidad como sacrificio permanente, aún en detrimento de sí mismos. Esto es lo que los enantelce ante sus hijos. Esos padres creo, no entienden que no les hacen un favor a su descendencia. Ningún hijo quiere que sus padres mueran y menos ser los responsables de esas  muertes. Esos comportamientos generan fuertes sentimientos de culpa y la sensación de quedar eternamente encadenados a una deuda. ¿Cómo podría un hijo permitirse ser feliz si su padre murió para que él viva? Sin entrar en interpretaciones judeo- cristianas, creo que más que padres heróicos, los hijos necesitan padres felices y realizados, que den testimonio del ejercicio de su libertad con responsabilidad. Ese es el mayor legado que podemos dejarles. Por otro lado no hay garantías, no importa la magnitud del sacrificio realizado, siempre vamos a tener crías insatisfechas.

A modo de moraleja, la fábula nos deja esta pregunta: ¿Hoy, en la vida, jugué de pelicano heróico o de cría eternamente insatisfecha?

Como padres y como hijos, deberíamos entender que ambos modelos de vida son tremendamente destructivos. Ya lo mencioné en otro post, una cuota de egoísmo necesario es vital para ser felices con uno mismo y para poder compartir esa felicidad con los demás.

domingo, 21 de abril de 2013

Piedra libre al enojo


“El ego es como tu perro. El perro tiene que seguir al amo y no el amo al perro. Hay que hacer que el perro te siga. No hay que matarlo, sino que domarlo”. (Alejandro Jodorowsky)

Todavía recuerdo la tarde en la que le contaba a una amiga un drama personal y a modo de daga, me lanzó eta frase: "La dimensión de tu drama es directamente proporcional al tamaño de tu ego".
En ese momento me enojé. No me pareció una respuesta para nada reconfortante o compasiva, pero fue sin dudas un golpe certero y revelador, que provocó que nunca más volviera a pensar o mirarme como lo venía haciendo.

Esto me llevó  a preguntarme sobre el ego y la auto-compasión;  de qué manera me relacionaba con ellos y qué es lo pensaba cuando me enojaba.

Después de explorar y repasar una variedad de experiencias de enojos a lo largo de mi vida, pude concluir que mis reacciones de enojo se reducen a la convicción de estar siendo víctima de algo injusto. Me enojo cuando algo o alguien intervienen en mi vida de una manera que yo no merezco.  Lo que está ocurriendo como resultado de esa acción, no es lo que yo deseo y es, a todas luces, según mi juicio o ego, una injusticia.

Siguiendo con el reduccionismo histórico, noté que mis clásicas reacciones, en el mejor de los casos, respuestas, ante el enojo son dos: quejarme y vociferar mi enojo con los epítetos que me resulten más adecuados para la situación o auto-compadecerme. Esta última elección, es la que más detesto de mi misma.  Como lo dije ya en un post anterior, la autocompasión es un arte muy dañino de manipulación interior y exterior. El único fin que persigue, es reclamar ya sea  la atención de los demás y/o maldecirnos a nosotros mismos. La autocompasión no ayuda, no suma, ni siquiera sirve como mecanismo de descarga o liberación.

Creo que casi todo ego tiene algún elemento de “identidad de víctima”. Esa imagen de víctima puede llegar a ser tan fuerte que  termina convirtiéndose en el núcleo central de su identidad. Y los complementos que no faltan son el resentimiento y los agravios, que pasen a ser parte esencial de su sentido del yo.

Por lo general, cada vez que nos referimos al ego, lo hacemos como si fuera un tirano que nos lleva de las narices según su capricho de turno. No quiero estigmatizar al ego. El ego es una instancia psíquica que nos confiere identidad y permite reconocernos como “yo”. Es quien nos da ese punto de referencia ante los fenómenos físicos y media entre la realidad del mundo exterior.

Hasta aquí, todo bien, el problema se presenta cuando vivimos a través del ego y no sabemos estar presentes en el ahora. Nos pasamos utilizando al momento presente como un medio para un fin. Vivimos para el futuro, y cuando conseguimos esos benditos objetivos que habitaban en el futuro, no nos satisfacen, o al menos no por mucho tiempo. El sentido del yo característico del ego necesita el conflicto porque su identidad separada se fortalece luchando contra esto o lo otro, y  demostrando que esto soy “yo” y eso no soy “yo”. Así es como aparecen la queja y la reactividad. Seguramente se cruzan a diario con personas, las cuales tienen como hábito emocional-mental favorito, quejarse o reaccionar contra el mundo.  Les encanta señalar que los demás o una determinada situación, están “equivocados”, mientras ellos “tienen razón” o saben cómo son las cosas. Quizás tener razón los hace sentir superiores,  fortaleciendo así su sentido del yo pero en realidad sólo están fortaleciendo la ilusión del ego.

Esto es un constante aprendizaje que me lleva a concluir que cuando las cosas no van según mis expectativas o deseos, la infelicidad, enojo o frustración están más conectados con el condicionamiento de mis pensamientos que con las circunstancias de la vida. Poder identificar cuáles son esos pensamientos y reconocer mis emociones, es lo que me permite superarlas y seguir adelante. Las emociones se disparan, no las elijo pere sí puedo elegir cuanto tiempo quiero permanecer en ellas.