"Solamente dos legados duraderos
podemos aspirar a dejar a nuestros hijos: uno, raíces; el otro, alas". (Hodding Carter)
Pensé cuánto impacta nuestra palabra, acción u omisión en la vida de esas
personitas, que no nos eligieron y que llegaron al mundo a través nuestro.
Pensé también cuánto nos cuesta entender que no son nuestros. Que los hijos son parte de nuestras vidas, pero son personas con
el legítimo derecho de ser autónomas y
libres para elegir sus destinos.
Tener un hijo es sin duda un hecho bisagra en la
vida de una mujer. Desde el momento en que nos confirman el embarazo, empezamos
a debatirnos sobre cuál es el rol que queremos representar. Básicamente tenemos que
elegir qué bando vamos a
integrar, en el contexto del famoso antagonismo de Madre Emancipada, avalado por
el feminismo vs. Madre Abnegada,
correspondiente a un modelo más conservador.
El modelo feminista prioriza la realización
personal y no considera al tradicional rol materno como algo exclusivo de
las madres. Las sociedades modernas tienden a compartir de manera igualitaria con los padres los cuidados y responsabilidades de la crianza de los hijos. Pone a la
maternidad al mismo nivel importancia que todos los otros desafíos y responsabilidades que
las mujeres encaramos cotidianamente.
En sociedades más conservadoras, la madre abnegada,
tiene mejor aceptación y reputación social, porque encaja perfectamente con el modelo de
roles tradicionales. Ponemos una alta
expectativa en este estereotipo de madre, quien debe estar dispuesta a renunciar a sus
objetivos y necesidades en cualquier ocasión, ya que se supone, son moralmente menos valiosos que los
involucrados en la maternidad. Se trata
de un modelo casi heróico, con madres altruistas, cariñosas y dispuestas a cualquier sacrificio.
Es muy común
ver a mujeres emancipadas, luego de
convertirse en madres, atrapadas en una red de contradicciones entre sus
propios deseos y las expectativas sociales del cumplimiento de estos roles. Pero paradójicamente, esto es en mayor o menor
medida, un dilema que ambos modelos
terminan enfrentando. Pareciera que ser madre, impide ser una buena profesional o viceversa, si uno se destaca laboralmente, seguramente es porque estamos descuidando nuestro rol como madre.
Todas estas disquisiciones me hicieron recordar la
Fábula del Pelicano.
Se conoce que los pelícanos hembras, cuando
escasea el alimento, se abren el pecho y dan de comer a sus crías su propia
carne. ¡Si, tremendo!!!!
Se dice que
una de esas pelícanas, luego del proceso de donación, murió. Todas las crías
lloraban, menos una a la que se le oyó decir:" No lloren tanto, después de
todo, siempre terminaba por darnos de comer lo mismo."
Así son las madres pelicanas, las que se inmolan constantemente en pos de la
"felicidad y bienestar" de sus hijos.
Reflexionando un poco sobre los protagonistas de
esta historia, hoy en día todos
podemos ser mamá o papá pelicanos. A los papás pelicanos, es fácil reconocerlos, son
aquellos que entienden la paternidad como sacrificio permanente, aún en detrimento de sí mismos. Esto es lo que los enantelce ante sus hijos. Esos padres creo, no entienden que no les hacen un favor a su descendencia. Ningún hijo quiere que sus padres mueran y menos ser los responsables de
esas muertes. Esos comportamientos
generan fuertes sentimientos de culpa y la sensación de quedar eternamente encadenados a una deuda. ¿Cómo podría un hijo permitirse ser feliz si su padre murió para que él viva? Sin
entrar en interpretaciones judeo- cristianas, creo que más que padres heróicos,
los hijos necesitan padres felices y realizados, que den testimonio del
ejercicio de su libertad con responsabilidad. Ese es el mayor legado que podemos dejarles. Por otro lado no hay garantías, no importa la
magnitud del sacrificio realizado, siempre vamos a tener crías insatisfechas.
A modo de moraleja, la fábula nos deja esta
pregunta: ¿Hoy, en la vida, jugué de pelicano heróico o de cría eternamente
insatisfecha?
Como padres y como hijos,
deberíamos entender que ambos modelos de vida son tremendamente destructivos. Ya lo mencioné en otro post, una cuota de egoísmo necesario es vital para ser
felices con uno mismo y para poder compartir esa felicidad con los demás.