“No te
dejes abatir por las despedidas. Son indispensables como preparación para el
reencuentro y es seguro que los amigos se reencontrarán, después de algunos
momentos o de todo un ciclo vital” (Richard Bach)
Volver a
empezar puede ser el resultado de una decisión; emprender un proyecto, pasar de
soñar a crear, implica desde dar pequeños pasos para conquistar nuevos
horizontes o simplemente animarse a dar un salto al vacío confiando que todo va
salir bien más allá del pánico e incertidumbre inicial. Otras veces ese desafío
surge como una imposición del destino, nos sorprende como un rayo que nos parte
los huesos y nos deja paralizados sin saber por dónde empezar.
Volver a
empezar implica atravesar nuestros miedos y hacer duelos, si, más de uno.
Tenemos tantos apegos que cuando el mundo se sacude a nuestro alrededor recién pasan
a un plano consciente. Nos damos cuenta de cuanto extrañamos sabores, colores,
paisajes, palabras, expresiones, amigos, familia y también esa imagen que
tenemos de nosotros mismos. ¿Y saben por qué? Porque de alguna manera todas esas cosas nos
definen, nos dan identidad y sentido de pertenencia. Cuando ese marco de
referencia cambia o desaparece, nos sentimos un poco perdidos y empezamos una frenética
búsqueda para volver a conectar con eso que verdaderamente somos, más allá de
las circunstancias que nos toque vivir. Necesitamos volver a sentir que
pertenecemos a algo más grande que nosotros mismos, donde sentirnos amados,
aceptados y valorados simplemente por lo que somos. En el camino, muchas veces
luchamos por encajar, mutilando facetas de nosotros mismos. Pensamos que para
que pertenecer a un nuevo grupo o entorno, tenemos que adaptarnos y en realidad
eso solo crea más desconexión y frustración. Para mí el desafío más grande de
volver a empezar fue siempre ese: animarme a ser quien soy sin perderme en el
camino de la adaptación a lo nuevo.
En ese
camino que empezó hace 5 años, cuando decidí mudarme a Miami, tuve muchas
sensaciones encontradas: la euforia y el miedo de reinventarme como mujer, madre,
esposa, amiga, hija, hermana y profesional. Fueron muchos frentes de batalla a
la vez, donde la tentación de aferrarme a lo conocido y oponerme a la
incertidumbre de lo nuevo, aparecieron con frecuencia. Me llevó un tiempo entender
que resistirme sólo me generaba sufrimiento y que, para sanar, para poder
seguir fluyendo con mi vida, necesitaba hacer mis duelos, cerrar etapas, y soltar
los apegos para tener el corazón libre y recibir lo que la vida me estaba
ofreciendo.
Así
empezaron a surgir nuevas oportunidades, experiencias y amigos. Así fue como la
vida me premió con mi querida amiga Aielet Zik. Aielet es sinónimo de
generosidad. Siempre te recibe con su mejor sonrisa. A pesar de su pequeña
figura, tiene una fuerza vital que contagia e inspira. Pocas veces uno tiene la
suerte de cruzarse con alguien tan noble y compasivo. Su entrega en cada
charla,en cada encuentro, te hace sentir especial, merecedor de la mejor atención y
cariño del mundo. Con Aielet reímos y lloramos, coincidimos en algunas cosas y en
otras nos complementamos, exploramos ideas y proyectos, estudiamos, enfrentamos
desafíos, nos divertimos, soñamos y creamos. Aielet fue mi amiga, mi socia, mi
confidente y mi gran compañera de ruta en este último año y medio. Fue una bendición
coincidir, pero hoy la vida nos pone en un punto donde nuestros caminos se
bifurcan; ella se vuelve a Colombia y yo me quedo acá.
Si bien esto no me hace feliz e involucra un
nuevo “Volver a Empezar”, hoy te suelto Aielita y celebro este vínculo entrañable
que supimos forjar, este cariño que trascenderá fronteras y que llegó para quedarse.
Elijo pensar que nada se pierde, que todo se transforma y que yo gané una nueva
amiga a quien cuidar, extrañar y querer para toda la vida.
¡Te voy a
extrañar Aie y a seguir brillando amiga, que esta aventura recién empieza!