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sábado, 5 de octubre de 2013

Creer para crear

“Más grande que la conquista en batalla de mil veces mil hombres, es la conquista de uno mismo”. (Buda.)

¿Qué es lo que lleva a una persona decir una frase como esta? “Esta situación sólo puede mejorar”.

Siempre me asustó un poco el falso optimismo o mejor dicho, la irresponsabilidad disfrazada de optimismo. Ya en el post “El desafío de un buen observador”, explico mis razones. Pero hoy, no quiero escribir sobre la habilidad que tenemos para hacer buenas interpretaciones de la realidad, sino de esa asombrosa capacidad que tienen algunos humanos, para ver lo mejor de cada situación. Reitero, porque no quiero confundirlos: no me estoy refiriendo a esas personas que ven todo color de rosa, sino a aquellos que sin perder contacto con la hostilidad y desasosiego que la vida presenta como parte de su fachada cotidiana, aun así, mantienen su capacidad para no rendirse y buscar la luz que guía sus acciones hacia un espacio esperanzador.

Encontré  esta definición de resiliencia,  que creo es lo que define esta cualidad que me maravilla: “La resiliencia es la capacidad de una persona o grupo para seguir proyectándose en el futuro a pesar de acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas graves.”

Me pregunto si la resiliencia tiene que ver con la aceptación. Si va de la mano con la creencia que la vida tiene un propósito, aun cuando este no sea evidente o accesible para nuestro entendimiento y muchas veces parezca absurdo y cruel.  O si está más relacionada con el coraje y la inquebrantable intención de querer siempre mejorar, a pesar de todo. No sé si importa identificar la cualidad sobresaliente de los resilientes, me parece más trascendente saber que la resiliencia  involucra  una serie de conductas y formas de pensar que cualquier persona puede aprender y desarrollar.

El camino que lleva a la resiliencia no es un camino fácil. No significa huir o negar lo que nos genera fastidio o dolor. Implica afrontar el estrés y malestar emocional, desde un lugar sereno. Buscar el sentido de ese nuevo desafío, para encontrar la fuerza necesaria que nos permita construir un futuro, a pesar de la adversidad o la tragedia.

Esto me devuelve la esperanza que un mundo mejor es posible; me ayuda a pensar que creer es crear. Por eso, creo en las personas que se permiten sentir emociones intensas, sin temerles, ni huir de ellas.
Creo en las personas que miran los problemas como retos que pueden superar y no como terribles amenazas que los paralizan.
Creo en las  personas que aprendieron que ser flexibles, no es sinónimo de ser débiles.
Creo en las personas que se toman tiempo para descansar y recuperar fuerzas, que no se consideran todo poderosas. Reconocen tanto su potencial, como sus limitaciones.
Creo en las personas que son capaces de identificar de manera precisa las causas de sus problemas para evitar volver a enfrentarlos en el futuro.
Creo en las  personas con la habilidad de controlar sus emociones y pueden permanecer serenos en situaciones de crisis.
Creo en las  personas con un optimismo realista, con una visión positiva del futuro, pero sin dejarse llevar por la irrealidad o fantasías.
Creo en las  personas que se consideran competentes y confían en sus propias capacidades y también en las capacidades de los demás.
Creo en las  personas con empatía, que les permite reconocer las emociones de los demás y conectar con ellas.
Creo en las  personas con más sentido del humor, que con tendencia al drama.
Creo en las personas que tienen una profunda convicción, que lo mejor está siempre por venir.

Tendríamos un planeta mucho más sano, si nos propusiéramos desarrollar  resiliencia desde temprana edad. El mundo estaría habitado por almas más pacíficas, felices, valientes  y positivas. Nadie puede garantizarnos una vida sin sufrimiento pero lo que la adversidad hace de cada uno de notros, depende en gran parte de nosotros mismos.

jueves, 28 de marzo de 2013

¿Atrapados sin salida?


“La vida es lo que pasa cuando estás ocupado en otros planes”. (John Lenon)

En este último tiempo empecé a pensar que te da "chapa",  como se dice coloquialmente, o en otras palabras, un aire de importancia, vivir ocupado. Cada vez es más común cuando le preguntas a la gente sobre cómo están, las respuestas que tienen más a mano son: "estoy envuelto en llamas, detonado, sobrepasado, filtrado, fisurado, quemado", y así desarrollamos una increíble variedad de expresiones que describen un estado de agobio y agotamiento que, paradójicamente, no deja de ser un estandarte vanidoso, que describe cuán importantes e imprescindibles somos. Sentimos culpa si no estamos permanentemente trabajando o realizando alguna actividad para promover nuestro trabajo. Pareciera que si decidimos parar por una media hora, para lo que fuera y dejar de hacer lo que nos mantiene tan exigidos, algo catastrófico podría  ocurrir.


Todo este escenario, agravado por el aporte de la tecnología,  que nos facilita poder estar “conectados”,  las 24 horas del día a nuestros trabajos, amistades, redes sociales, lo que fuera que impida tener una conversación, cara  a cara, con la persona que tienes al frente. ¿No van a decirme que nunca vieron un grupo de personas, sentadas alrededor de una mesa en un bar y todas con sus miradas fijas en sus celulares? Mi impresión es que nunca fue tan difícil como ahora, conectar, poder desarrollar vínculos significativos con otros.


Hasta los niños están súper ocupados al punto del agotamiento, como si fueran mayores. Somos los adultos los que nos ocupamos de llenar sus agendas con tareas extracurriculares, no vaya a ser cosa que lleguen a sus hogares con algún resto de energía para jugar o simplemente hacer nada. ¡Nos aterra la idea de tener tiempo libre o que otros lo tengan!


Pertenezco a la generación la cual después del colegio, podía disfrutar de horas libres, sin tareas pre establecidas. Pude disfrutar de andar en bicicleta, inventar mis propios juegos, leer, pintar, explorar mi barrio, jugar con mis amigos mirándolos a los ojos. Fueron esas horas libres las que moldearon la idea de cómo quería vivir mi vida.


Esto no me convierte en una defensora de los eternos “Peter Pans”, que se niegan a crecer y volverse adultos responsables. No, esa no es mi posición. Sólo me  interesa decir que no somos víctimas de la histeria y delirio en el que vivimos. Ellos no son necesarios  o una condición inevitable de la vida pos-moderna.  Es una forma de vivir que elegimos y por lo tanto somos responsables de ello.


¿Me pregunto si nos convertimos en una sociedad adicta a estar siempre ocupados; ya sea por ansiedad, empuje o ambición, o es simplemente pánico a lo que tendríamos que enfrentar en caso de disponer más tiempo libre?  ¿Al estar siempre tan ocupados, podemos percibir si lo que nos está consumiendo la vida tiene algún sentido o propósito que no sea el mero hecho de pagar las cuentas? Obviamente que al estar siempre con la agenda sobre cargada, no hay manera que nuestra vida parezca trivial, simple o sin sentido. El estar "envuelto en llamas", es una quimera que nos ofrece una especie de garantía o pseudo-protección contra el vacío existencial.


Vivo en una sociedad que no sabe cómo ocupar su tiempo libre. No nos enseñaron a disfrutar el no estar ocupado, que no es lo mismo que no hacer nada. Nos hicieron creer que esas horas libres, si no las llenamos con tareas, son horas desperdiciadas. Nada más aterrador que desperdiciar el tiempo, en una era donde todo ocurre a una velocidad vertiginosa y el bajarse de ese ritmo es casi un pecado.


Cuando me refiero a honrar el tiempo libre, sin actividad, no estoy defendiendo la vagancia o  desidia. Me refiero a esa sensación que transcurre cuando estamos de vacaciones, lejos de la rutina y obligaciones. Para mí, la verdadera vida es esa, cuando somos sin rótulos o roles pre-establecidos. Es un tiempo vital, indispensable para la mente, el cuerpo y  espíritu, que nos permite crear, poner nuestro mapa de ruta en perspectiva, corregir el rumbo si hay que hacerlo y poder seguir adelante. Es crucial para combatir la alienación social en la que estamos inmersos, dar cada paso sin aturdirnos, ni asustarnos, conectar con nuestras necesidades y elegir actividades que estén alineadas con nuestro propósito existencial. La vida es muy corta para vivir ocupado, sin ningún sentido.

domingo, 27 de enero de 2013

Metamorfosis


Mark Taiwn dijo: “Dentro de 20 años estarás más arrepentido por las cosas que no hiciste, que por las que hiciste. Así que suelta amarras, navega lejos de puertos seguros, coge los vientos alisios. Explora. Sueña.”

Abandonar lo seguro por lo incierto suele ser una experiencia amenazadora y  nos pone de cara con los recursos con los que contamos. Algunas veces,  para nuestra sorpresa, salen también a relucir, habilidades, destrezas o  cierta sabiduría que desconocíamos tener.

Cuando empecé a plantearme cómo quería vivir mi vida los próximos diez años, vino casi de la mano un proceso de revisión y selección de cuáles eran realmente las relaciones, objetos y actividades importantes en mi vida y claramente, cuales no lo eran o nunca lo fueron y así y todo, demandaban aún una gran cantidad de energía en mi día a día.

Este proceso de reconocimiento de lo vital, implicaba necesariamente soltar. Vaciar para hacer lugar. Dejar lo viejo, conocido y seguro para aventurarme a ese espacio, en apariencia vacío de lo familiar para darle forma a mi nueva vida, a una nueva identidad. Implicaba también dar un salto. No se puede avanzar por más esfuerzo que se haga, si un pie sigue firme, anclado en el pasado.

Si, me siento extraña y trato de aceptarlo sin resistencia. Dejar atrás mi identidad oficial, vivir esta transición y poder ser sincera en la atención de mis necesidades, es mi mayor desafío para poder encontrar mi nuevo lugar en el mundo. La vida  me da una segunda oportunidad y no quiero esta vez ajustarme a un rol en el cual tenga que recortar, relegar o negar aspectos nucleares de mi ser para satisfacer expectativas ajenas, recibir reconocimiento, o encontrar seguridad material que impliquen la incomodidad de mi alma.

Así  fue como empecé a hacerme muchas preguntas y el espacio del trabajo fue unos de los ámbitos que primero puse bajo la lupa.

¿Por qué o para qué trabajo o  trabajaba como lo había estado haciendo?

Mi respuesta fue que lo hacía en parte para pagar las cuentas y contribuir con la economía. Porque el trabajo me daba un sentido de dirección, me conectaba con otras personas y de alguna manera definía parte de mi identidad.

También pude reconocer que fue recién en los últimos seis años cuando comencé a plantearme la necesidad de que mi trabajo tuviera un impacto social o comunitario y de alguna manera contribuir a un bien mayor, que superara la mera gratificación personal. Preguntas tales como: “¿Qué hago aquí? ¿Para qué sigo en esto si no me realizo? ¿Cómo me juzgarán si renuncio al éxito, al prestigio, al bienestar material?”,  dieron paso a otras como: “¿Qué trabajo estaré  destinada a hacer en la vida? ¿En qué tarea mi alma se alimentará y podrá expresar todo su potencial? ¿De qué manera podré aportar al todo del que somos parte? ¿Qué tipo de trabajo me dará paz e integridad, más allá de los esfuerzos que requiera? ¿En qué ocupación podré hacer mi mayor y mejor aporte que brinde sentido a este planeta?”.

Estos interrogantes no se refieren a factores como el éxito social, la fecundidad económica o el prestigio que puede concederme la mirada ajena. Son más bien preguntas que apuntan a cuestionarme  cuál era la actividad que me  permitiría  expresar mis valores en un contexto ético, empezando por el entorno más cercano y tangible, en el cual podría manifestarme de una manera personal, única, aunque muchos hicieran la misma tarea.

Hay días en que me gana la impaciencia. Me resulta muy difícil imaginar que es lo que sigue, si no logro frenar esta carrera de la que vengo, recuperar el aliento para lograr perspectiva. La transición se parece a una lenta metamorfosis que implica pequeños pasos, desvíos, perseverancia, creatividad, iniciativa y entereza. Quizás este reinventarse solo implique un pequeño reajuste del bagaje presente o una profunda renovación. No lo sé.


Buscar nuevos horizontes implica aceptar la incertidumbre pero de algo estoy segura. Sé que mientras busque, quizás pase por más de un oficio o profesión pero sea lo que fuere que elija hacer, será una labor que me permita expresar, dar forma y sentido a toda mi materia prima espiritual, emocional, creativa que representa mi verdadera e intransferible identidad. Será una labor que contribuya a hacer del mundo un mejor lugar. Puede sonar pretencioso pero es sincero. No quiero arrepentirme, no me gustaría dejar este planeta sin antes haber intentado hacerlo mejor para los que queden y los que vendrán.