"La aceptación es hacer las paces con tu realidad"
Todo cambio o crisis, implica un duelo.
La palabra duelo tiene mala fama. Nadie quiere estar de duelo pero entenderlo y saber que es un proceso dinámico, que tiene un comienzo y un fin, nos ayuda a transitarlo mejor.
Una vez que reconocemos “la pérdida o perdidas” de algo en nuestras vidas: un trabajo, una relación, una etapa de la vida, cosas materiales, inclusive una creencia, nos ponemos de cara a transitar el camino del duelo.
El duelo es un proceso de reorganización o adaptación a una nueva realidad, que transcurre tanto en el ámbito intimo o privado, como en el público.
La aceptación, juega un papel clave para poder cerrar el proceso del duelo, para soltar lo que no nos sirve, para liberarnos de la resistencia y para enfocarnos en lo que realmente puede hacer una diferencia en nuestras vidas.
Qué necesitas reconocer hoy, que ya se terminó para hacer tu duelo, conectar con la aceptación y vivir con paz?
"Sé amable con todos, pero especialmente, contigo mismo"
La autocompasión
es lo contrario a tenerse lástima.
Cuando me tengo lástima, habito en el lugar
de la víctima y busco responsables externos por mis penurias.
La
autocompasión tiene más que ver con tratarse a uno mismo con paciencia, cuidado
y cariño. Cómo trataríamos a nuestra mejor amiga.
La
autocompasión es una herramienta que nos permite protegernos contra la autocrítica destructiva, sin la necesidad de sentirnos superiores. También nos facilita capitalizar nuestro poderpersonal y liberarnos del perfeccionismo.
La
autocompasión viene de la mano de practicar la aceptación y la flexibilidad,
dos habilidades claves, para liberarnos de las autoexigencias y para poder ser
compasivos con los demás.
¡Sólo por hoy y un día a la vez, sé tu mejor
amiga!
“No
te des por vencido, ni aún vencido,
no te sientas esclavo, ni aún esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo,
y acomete feroz, ya mal herido.
Ten el tesón del clavo enmohecido
que ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo;
no la cobarde estupidez del pavo que amaina su plumaje al primer ruido”. (Almafuerte)
Todos conocemos personas que lograron
superar grandes escollos en sus vidas. Seres casi heroicos, que pudieron vencer
limitaciones o recuperarse de circunstancias desbastadoras. Esos
sobrevivientes, sin duda, nunca más volvieron a ser quienes fueron antes. En
esa lucha por mantenerse vivos en este mundo, se convirtieron en otros seres:
más fuertes, más sabios.
En esta especie de arte de la superación;
¿qué es lo que hace que algunos se resignen ante sus limitaciones o desgracias
y otros encuentren en esa debilidad, la fortaleza para seguir adelante y lograr
no solo vencerlas, sino generar una vida mejor?
Pensando sobre este tema, tres palabras resonaron rápidamente en mi mente:
aceptación, determinación y constancia.
Laaceptacióncomo
primer paso, es la llave que nos permite abrir la posibilidad de un cambio. Es
la que nos ayuda a ver los problemas como retos que podemos superar y no como
terribles amenazas. Sin aceptación y reconocimiento de lo que nos limita,
molesta o duele, difícilmente podremos hacer algo para salir de ese escenario.
Cuando hablo de determinación,
me refiero a esa íntima promesa que nos hacemos a nosotros mismos que vamos a
salir adelante, más allá de todo lo que parezca impedirlo. Es esa valentía que
nos llena de fuerzas insospechadas y de esa Fe, tan necesaria que nos permite
visualizar y creer firmemente que otra realidad es posible, que la vida
tiene sentido y que no vamos a parar hasta descubrirlo o conseguirlo.
El tercer pilar seria la constancia, que se alimenta de
un inquebrantable deseo de mejorar. La constancia nos focaliza en el
objetivo, sin importar cuan imposible parezca el reto. Es la que nos sostiene,
cuando avanzamos y también cuando retrocedemos. La que nos levanta cuando
caemos y nos pone en carrera de nuevo. Es la que nos lleva a realizar un paso a
la vez, aun cuando la meta parezca lejana y difícil.
Enfrentar y superar problemas es un tema frecuente. En mayor o menor medida,
todos somos los pequeños o grandes héroes de nuestras propias vidas. Desde que
nos levantamos, hasta el final del día, tenemos que resolver situaciones que
nos causan dolor o fastidio. Lo difícil de aceptar, no es el sufrimiento que generan
estas situaciones, sino saber que el
dolor es parte de la vida. Tan simple como eso. Tener que lidiar con el
dolor tendría que ser tan natural, como tener que hacerlo con la alegría. Por
supuesto no lo es, pero la buena noticia es que estamos diseñados para
poder hacerlo. No necesariamente tenemos que tener pasta de titanes para
superar nuestros problemas, sino que es una destreza que podemos adquirir.
Hoy se habla mucho de Resiliencia, definida como “la
capacidad para afrontar la adversidad y lograr adaptarse bien ante las
tragedias, los traumas, las amenazas o el estrés severo”. La resiliencia
no es una cualidad con la que una persona nace, sino que implica una
serie de conductas y formas de pensar que cualquier persona puede aprender y
desarrollar.
Más allá de todas estas características y
conductas que nos ayudan a superar las tragedias, desde las más
extremas, hasta las más cotidianas, un cuarto componente que resulta crucial a
la hora de enfrentar estos escenarios, es el soporte emocional de las
personas que nos quieren, apoyan y en quienes podemos confiar. Un entorno
afectuoso y empático ayuda a transitar la adversidad con más
contención y calma.
"Todo estará bien al final. Si no está bien, no
es el final". (John Lennon)
No sé si culpar a la energía del día lunes o simplemente
hacerme cargo de mi ansiedad. Empezar el año, el mes, o la semana, tiene una
carga de expectativa que me lleva a cuestionar si la vida va a seguir siendo
siempre así, o los cambios que tanto espero que se manifiesten, de alguna
forma, van a empezar a insinuarse y a tomar cuerpo en mi mundo. No practico
la espera
pasiva de los que creen que las cosas ocurrirán por arte de magia.
Soy de la antigua escuela de las que profesan: “a Dios rogando y con el
mazo dando”. Sé bien que hay una gran cantidad de variables que no
dependen de mí, pero también entiendo que puedo poner todo mi esmero en
las que sí puedo influir. Aun así, muchas veces los cambios se hacen esperar y
no se concretan en los tiempos que deseo.
Esta urgencia de “tenerlo todo claro, todo en
orden y en todo lugar, pero ya!!!”, es una conversación privada con la
que suelo lidiar casi a diario. Ese tire y afloje entre querer controlar el
curso de los acontecimientos y dejar fluir, es un desafío cotidiano. El desafío
de aceptar y disfrutar la vida, así como se presenta minuto a minuto y no supeditarlo
a conseguir todo lo que quiero, perfectamente alineado con mis deseos. El
desafío consiste en poder gozar de
lo que tengo hoy,
sabiendo que constantemente van a haber situaciones por mejorar y metas a
alcanzar. De eso se trata la vida y esto no es otra cosa que el viejo y
conocido dilema de aprender
a apreciarlo que hay, en lugar de focalizarme en lo
que falta. Cada vez que caigo en las garras de la insatisfacción, me
convierto en un ser sediento,a
quien nada le alcanza, obsesionado por la perpetua búsqueda de
“algo más”. Ese algo más, puede ser un objetivo muy concreto, pero muchas veces
se trata de una meta inefable y lejana, que paradójicamente, se convierte
en el motor que me mantiene viva.
En parte creo, esto se debe a mi propia consciencia de
finitud, que me lleva a querer experimentar e involucrarme en tanto me sea
posible y no perderme de nada. La contracara de la excitación y ansiedad que
provocan los deseos y expectativas, es un gran ejercicio de la aceptación y la
paciencia. A modo de síntesis, les comparto esta oración de San Agustín,
que resuena hoy como una letanía en mi cabeza: “Señor, dame la
serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las
cosas que puedo y sabiduría para reconocer la diferencia”.
"Cada nuevo amigo que ganamos en la carrera de la vida, nos
perfecciona y enriquece más por lo que descubrimos de nosotros mismos, que por lo que
él mismo nos da". (Miguel de Unamuno)
La famosa expresión “nada
es para siempre”, normalmente
asociada a lo efímero de las relaciones amorosas, podría aplicarse también a casi todos los lazos que
desarrollamos en nuestras vidas. Los vínculos surgen de las interacciones entre
las personas y mientras evolucionamos en este impredecible y asombroso viaje, los vínculos, se
transforman como algo inevitable e ineludible.
En la India enseñan las "cuatro
leyes de la espiritualidad" que hablan justamente sobre esto. La primera dice "La persona que llega es la correcta", es decir que nadie llega a nuestras vidas por casualidad,
todas las personas que nos rodean, que interactúan con nosotros, están allí por
algo, para hacernos aprender y avanzar en cada situación.
A medida que transitamos este sinuoso camino de la vida, nos
sorprendemos acumulando una variedad amigos: los de la infancia, compañeros del
colegio, de la facultad, del trabajo, amigos
del club (que dejaste de ir hace 20 años), ex cuñados, ex vecinos, ex novios y así
vamos poblando nuestro universo social
con una cantidad de relaciones, algunas entrañables y otras inexplicables. Todos ellos aportaron lo suyo para construir el
entramado de nuestra vida y son a la vez, la evidencia de la imposibilidad de congelar
los vínculos.
Inexorablemente, la cercanía que en algún momento de la vida
compartimos, se va diluyendo, transformando, perdiendo vigencia y en la mayoría
de los casos, cuando la vida vuelve a cruzarte con esos amigos, enfrentamos la
incómoda sensación de estar con perfectos extraños, a los que recordamos con
afecto o simpatía, pero que solo nos une el pasado compartido. La cuarta ley lo
resume así: “cuando algo termina, termina“. Si algo terminó en nuestras
vidas, es para nuestra evolución, por lo tanto es mejor dejarlo, seguir
adelante y avanzar ya enriquecidos con esa experiencia.
No creo que el compartir cotidiano sea la clave. Hay amigos
que vemos quizás una vez al año y tenemos la sensación de habernos visto el día
anterior por última vez. La fluidez de las conversaciones y afinidad siguen
intactas. La teoría que proclama que a las relaciones hay que alimentarlas
todos los días, no termina de convencerme. Y digo esto, porque tenemos “amistades” con las que compartimos todos
los días, en las cuales nada significativo ocurre.
Mis relaciones más valiosas se basan en estos tres pilares: intimidad, aceptación
y disponibilidad.
LaIntimidad, implica el desafío de compartir los secretos de nuestros
corazones, mentes y almas con otro ser humano, tan imperfecto y frágil como uno.
No es una condición que surge espontáneamente, sino que acontece como
consecuencia de la decisión de abrirnos y exponer nuestra vulnerabilidad.
Puede darse en distintos niveles de profundidad, en distintos tiempos y
dominios de nuestras vidas. Pero cuanta más intimidad tenemos en una relación,
gozamos de más libertad para mostrarnos tal cual somos.
De la mano con esta idea, aparece la aceptación. Aliada
indispensable para lograr intimidad. Para poder mostrarnos tal cual somos, sin
el temor de sentirnos juzgados o rechazados. Poder ser uno mismo en total
libertad, es uno de los grandes regalos de la amistad.
La disponibilidad, entendiéndola como la
certeza de poder contar con el apoyo de un amigo. Quizás esta sea la condición
equivalente a “poner el cuerpo” en el vínculo. Con poner el cuerpo, no me
refiero literalmente a estar de cuerpo presente, sino estar genuinamente
dispuesto a dedicarle tiempo y atención a un amigo cuando necesita apoyo,
contención, ser escuchado o simplemente compañía.
Ser testigos unos de otros en la evolución de nuestras
vidas, compañeros de viajes, donde por momentos el camino nos acerca y transitamos
un trecho juntos y luego, los senderos se bifurcan y cada uno sigue su propio atajo,
es lo que nos pasa todo el tiempo. Quizás la clave está en saber acompañarnos,
respetando los tiempos de cada uno, tanto
en la cercanía o la distancia, cuando la coincidencia juega a favor, o cuando la
tenemos a nuestras espaldas.
Que una amistad sea entrañable, depende más de la calidad y profundidad de lo compartido, del
sentimiento que surge como consecuencia de todos esos momentos de “común unión”,
más que de la cantidad de horas vividas
juntos. Sin esos 3 “ingredientes”, las relaciones terminan por resumirse en un
sordo intercambio de clichés, colmados de buena urbanidad, pero vacíos de
contenido, que solo sirven para tapar el
incómodo silencio que separa a dos extraños conocidos.
“Más grande que la conquista en batalla de mil veces
mil hombres, es la conquista de uno mismo”. (Buda.)
¿Qué es lo que lleva a una persona decir una frase como
esta? “Esta situación sólo puede mejorar”.
Siempre me asustó un poco el falso optimismo o mejor dicho,
la irresponsabilidad disfrazada de optimismo. Ya en el post “El
desafío de un buen observador”, explico mis razones. Pero hoy, no quiero
escribir sobre la habilidad que tenemos para hacer buenas interpretaciones de
la realidad, sino de esa asombrosa capacidad que tienen algunos humanos, para
ver lo mejor de cada situación. Reitero, porque no quiero confundirlos: no me
estoy refiriendo a esas personas que ven todo color de rosa, sino a aquellos
que sin perder contacto con la hostilidad y desasosiego que la vida presenta
como parte de su fachada cotidiana, aun así, mantienen su capacidad para no
rendirse y buscar la luz que guía sus acciones hacia un espacio esperanzador.
Encontré esta definición de resiliencia, que
creo es lo que define esta cualidad que me maravilla: “La
resiliencia es la capacidad de una persona o grupo para seguir proyectándose en
el futuro a pesar de acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida
difíciles y de traumas graves.”
Me pregunto si la resiliencia tiene que ver con la aceptación.
Si va de la mano con la creencia que la vida tiene un propósito, aun cuando
este no sea evidente o accesible para nuestro entendimiento y muchas veces
parezca absurdo y cruel. O si está más relacionada con el coraje y la
inquebrantable intención de querer siempre mejorar, a pesar de todo. No sé si
importa identificar la cualidad sobresaliente de los resilientes, me parece más
trascendente saber que la resiliencia involucra una serie de
conductas y formas de pensar que cualquier persona puede aprender y
desarrollar.
El camino que lleva a la resiliencia no es un camino fácil.
No significa huir o negar lo que nos genera fastidio o dolor. Implica afrontar el estrés y malestar emocional, desde un lugar sereno. Buscar el sentido de ese nuevo desafío, para encontrar la fuerza necesaria que nos
permita construir un futuro, a pesar de la adversidad o la tragedia.
Esto me devuelve la esperanza que un mundo mejor es posible; me ayuda a pensar que creer es crear. Por eso, creo en las personas que se permiten sentir
emociones intensas, sin temerles, ni huir de ellas.
Creo en las personas que miran los problemas como retos que
pueden superar y no como terribles amenazas que los paralizan.
Creo en las personas que aprendieron que ser
flexibles, no es sinónimo de ser débiles.
Creo en las personas que se toman tiempo para descansar y
recuperar fuerzas, que no se consideran todo poderosas. Reconocen tanto su
potencial, como sus limitaciones.
Creo en las personas que son capaces de identificar de
manera precisa las causas de sus problemas para evitar volver a enfrentarlos en
el futuro.
Creo en las personas con la habilidad de controlar sus
emociones y pueden permanecer serenos en situaciones de crisis.
Creo en las personas con un optimismo realista, con
una visión positiva del futuro, pero sin dejarse llevar por la irrealidad o fantasías.
Creo en las personas que se consideran competentes y
confían en sus propias capacidades y también en las capacidades de los demás.
Creo en las personas con empatía, que les permite
reconocer las emociones de los demás y conectar con ellas.
Creo en las personas con más sentido del humor, que
con tendencia al drama.
Creo en las personas que tienen una profunda convicción, que lo mejor
está siempre por venir.
Tendríamos un planeta mucho más sano, si nos propusiéramos
desarrollar resiliencia desde temprana edad. El mundo estaría habitado
por almas más pacíficas, felices, valientes y positivas. Nadie puede
garantizarnos una vida sin sufrimiento pero lo que la adversidad hace de cada
uno de notros, depende
en gran parte de nosotros mismos.
“El dolor es un aspecto inevitable de nuestra
existencia, mientras que el sufrimiento depende de nuestra reacción frente a
ese dolor”.(Alejandro Jodorowsky)
Tuve una conversación hace unos días que me dejó pensando en
esa capacidad que tienen algunas personas para re-significar sus
experiencias. Su explicación fue clara y simple. Mi amiga, pudo
superar una situación de angustia y desconsuelo, cuando
decidió observar la calidad de sus pensamientos, su conversación
privada y descubrir qué era lo que se estaba diciendo. Los hechos son y serán
los mismos, lo que cambió, fue la interpretación de lo que le causaba tanto
sufrimiento.
El ser humano no está exento de experimentar el dolor físico
o emocional. Generalmente utilizamos dolor y sufrimiento como
sinónimos pero no lo son. Puede haber sufrimiento sin
dolor, o dolor sin sufrimiento o ambos, coexistiendo en una misma vivencia
personal. Por ello el Budismo sostiene que el dolor es inevitable, pero el sufrimiento
puede ser trascendido, a través de la aceptación y el agradecimiento. Así dejamos de transitar la senda de la “des-gracia”, para caminar en la gracia (gratitud).
El dolor es una experiencia sensorial y emocional que
generalmente es desagradable. El sufrimiento es una sensación motivada por la
interpretación que hacemos de una situación específica. De hecho, el
sufrimiento puede durar indefinidamente, aunque la situación que lo provocó se haya solucionado.
Sufrir es luchar contra los hechos y tratar de
ocultarlos o resistirlos es más contraproducente aun. La
clave está en la aceptación, que es lo que nos permite integrar lo
que ocurre a nuestro presente y construir desde allí, un
nuevo proyecto de vida. Con esto no quiero decir que debemos ignorar el dolor.
Es importante hacer los duelos y canalizar esas emociones, para que fluyan y
puedan dar lugar a ese nuevo orden. El otro gran aliado en esta
cruzada contra el pesar, es el ejercicio consciente de cuidar la calidad de nuestros pensamientos, pues ahí se encuentra la raíz del
sufrimiento.
Investigaciones científicas realizadas en el Instituto deHeartMath, han demostrado que las emociones de gratitud y aprecio, provocan reacciones químicas en el
cerebro que fortalecen el sistema inmunológico y
elevan los niveles de Dehidroepiandrosterona (hormona de la
juventud). Quienes logran atravesar sus duelos y re-significar
el dolor, vibran en la frecuencia de la gratitud, enriqueciendo así sus vidas y las
de su entorno.