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miércoles, 14 de mayo de 2014

SuperArte

“No te des por vencido, ni aún vencido,
no te sientas esclavo, ni aún esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo,
y acomete feroz, ya mal herido.
Ten el tesón del clavo enmohecido
que ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo;
no la cobarde estupidez del pavo

que amaina su plumaje al primer ruido”. (Almafuerte)

Todos conocemos personas que lograron superar grandes escollos en sus vidas. Seres casi heroicos, que pudieron vencer limitaciones o recuperarse de circunstancias desbastadoras. Esos sobrevivientes, sin duda, nunca más volvieron a ser quienes fueron antes. En esa lucha por mantenerse vivos en este mundo, se convirtieron en otros seres: más fuertes, más sabios.

En esta especie de arte de la superación; ¿qué es lo que hace que algunos se resignen ante sus limitaciones o desgracias y otros encuentren en esa debilidad, la fortaleza para seguir adelante y lograr no solo vencerlas, sino generar una vida mejor?

Pensando sobre este tema, tres palabras resonaron rápidamente en mi mente: aceptación, determinación y constancia.

La aceptación como primer paso, es la llave que nos permite abrir la posibilidad de un cambio. Es la que nos ayuda a ver los problemas como retos que podemos superar y no como terribles amenazas. Sin aceptación y reconocimiento de lo que nos limita, molesta o duele, difícilmente podremos hacer algo para salir de ese escenario.

Cuando hablo de determinación, me refiero a esa íntima promesa que nos hacemos a nosotros mismos que vamos a salir adelante, más allá de todo lo que parezca impedirlo. Es esa valentía que nos llena de fuerzas insospechadas y de esa Fe, tan necesaria que nos permite visualizar y creer firmemente que otra realidad es posible, que la vida tiene sentido y que no vamos a parar hasta descubrirlo o conseguirlo.

El tercer pilar seria la constancia, que se alimenta de un inquebrantable deseo de mejorar. La constancia nos focaliza en el objetivo, sin importar cuan imposible parezca el reto. Es la que nos sostiene, cuando avanzamos y también cuando retrocedemos. La que nos levanta cuando caemos y nos pone en carrera de nuevo. Es la que nos lleva a realizar un paso a la vez, aun cuando la meta parezca lejana y dif
ícil.

Enfrentar y superar problemas es un tema frecuente. En mayor o menor medida, todos somos los pequeños o grandes héroes de nuestras propias vidas. Desde que nos levantamos, hasta el final del día, tenemos que resolver situaciones que nos causan dolor o fastidio. Lo difícil de aceptar, no es el sufrimiento que generan estas situaciones, sino saber que el dolor es parte de la vida. Tan simple como eso. Tener que lidiar con el dolor tendría que ser tan natural, como tener que hacerlo con la alegría. Por supuesto no lo es, pero la buena noticia es que estamos diseñados para poder hacerlo. No necesariamente tenemos que tener pasta de titanes para superar nuestros problemas, sino que es una destreza que podemos adquirir.

Hoy se habla mucho de Resiliencia, definida como “la capacidad para afrontar la adversidad y lograr adaptarse bien ante las tragedias, los traumas, las amenazas o el estrés severo”. La resiliencia no es una cualidad con la que una persona nace, sino que implica una serie de conductas y formas de pensar que cualquier persona puede aprender y desarrollar.
  
Más allá de todas estas características y conductas que nos ayudan a superar las tragedias, desde las más extremas, hasta las más cotidianas, un cuarto componente que resulta crucial a la hora de enfrentar estos escenarios, es el soporte emocional de las personas que nos quieren, apoyan y en quienes podemos confiar. Un entorno afectuoso y empático ayuda a transitar la adversidad con más contención y calma. 

lunes, 1 de julio de 2013

El Motor de la Vida

"Sé el cambio que quieres ver en el mundo". Gandhi.

Hace unos días, en una conversación con mi hija, me acusó (porque ese fue el tono de usó) de ser una amante de los cambios, como si fuera algo malo. Después de haber dejado decantar la conversación por un tiempo, pude confirmarme el tono de acusación de sus dichos y reinterpretar su frase: “vos adoras las cambios”, por, “tu forma de vivir me desestabiliza y no me gusta”. Y yendo un poco más profundo, ahora escucho: “tengo miedo a los cambios”

Este episodio me sirvió para reflexionar sobre mi actitud frente al cambio. Al igual que muchos, puesta a enfrentar cambios, lo primero que me ocurre es oponerme, resistirlos. Cambiar el statu quo de la vida, en mayor o menor medida, puede tomar la forma de una amenaza. Tenemos miedo y tendemos a pensar primero, en todo lo que podemos perder, en lugar de focalizarnos en todas las nuevas posibilidades que pasarán a estar disponible para construir una nueva y mejor vida.

Con el tiempo, entendí que evitar los cambios es una quimera. Pretender controlar el presente o el futuro, es imposible, aun suponiendo que si no me muevo, no alteraría nada en mi universo más próximo y todo se mantendría estático.¡Falso! La vida es cambio permanente. Pero así como el cambio es ineludible, insoslayable, el crecimiento personal es opcional. A no confundir cambios superfluos de hábitos o conocimientos con evolucionar, que es resultado de experiencias transformadoras,  que nos hacen mirar, estar y actuar en la vida de una perspectiva completamente diferente.

Tener una buena disposición al cambio no me convierte en una persona inestable o improvisada. En un mundo dominado por lo efímero, aprender a ser flexible y adaptarse, es casi una cuestión de supervivencia. En el devenir de la vida, nos enfrentamos a múltiples obstáculos, que nos obligan a cambiar nuestros más prolijos y bien intencionados planes. Cada piedra, es una lección y como expresa este dicho Zen: “El obstáculo es el camino”. El desafío más constante es no perder o confundir el propósito, avanzando con determinación.


Este pensamiento de Carl Rogers, es mi mejor defensa ante la acusación de mi romance con el cambio: "Me doy cuenta de que si fuera estable, prudente y estático viviría en la muerte. Por consiguiente acepto la confusión, la incertidumbre, el miedo y los altibajos emocionales, porque ése es el precio que estoy dispuesto a pagar por una vida fluida, perpleja y excitante”.