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lunes, 1 de julio de 2013

El Motor de la Vida

"Sé el cambio que quieres ver en el mundo". Gandhi.

Hace unos días, en una conversación con mi hija, me acusó (porque ese fue el tono de usó) de ser una amante de los cambios, como si fuera algo malo. Después de haber dejado decantar la conversación por un tiempo, pude confirmarme el tono de acusación de sus dichos y reinterpretar su frase: “vos adoras las cambios”, por, “tu forma de vivir me desestabiliza y no me gusta”. Y yendo un poco más profundo, ahora escucho: “tengo miedo a los cambios”

Este episodio me sirvió para reflexionar sobre mi actitud frente al cambio. Al igual que muchos, puesta a enfrentar cambios, lo primero que me ocurre es oponerme, resistirlos. Cambiar el statu quo de la vida, en mayor o menor medida, puede tomar la forma de una amenaza. Tenemos miedo y tendemos a pensar primero, en todo lo que podemos perder, en lugar de focalizarnos en todas las nuevas posibilidades que pasarán a estar disponible para construir una nueva y mejor vida.

Con el tiempo, entendí que evitar los cambios es una quimera. Pretender controlar el presente o el futuro, es imposible, aun suponiendo que si no me muevo, no alteraría nada en mi universo más próximo y todo se mantendría estático.¡Falso! La vida es cambio permanente. Pero así como el cambio es ineludible, insoslayable, el crecimiento personal es opcional. A no confundir cambios superfluos de hábitos o conocimientos con evolucionar, que es resultado de experiencias transformadoras,  que nos hacen mirar, estar y actuar en la vida de una perspectiva completamente diferente.

Tener una buena disposición al cambio no me convierte en una persona inestable o improvisada. En un mundo dominado por lo efímero, aprender a ser flexible y adaptarse, es casi una cuestión de supervivencia. En el devenir de la vida, nos enfrentamos a múltiples obstáculos, que nos obligan a cambiar nuestros más prolijos y bien intencionados planes. Cada piedra, es una lección y como expresa este dicho Zen: “El obstáculo es el camino”. El desafío más constante es no perder o confundir el propósito, avanzando con determinación.


Este pensamiento de Carl Rogers, es mi mejor defensa ante la acusación de mi romance con el cambio: "Me doy cuenta de que si fuera estable, prudente y estático viviría en la muerte. Por consiguiente acepto la confusión, la incertidumbre, el miedo y los altibajos emocionales, porque ése es el precio que estoy dispuesto a pagar por una vida fluida, perpleja y excitante”.

sábado, 25 de mayo de 2013

El desafío de un buen observador


"Un pesimista ve la dificultad en cada oportunidad; un optimista ve la oportunidad en cada dificultad." (Winston Churchill)

Esta afirmación presenta una relación interesante entre pesimismo, optimismo y actitud frente al riesgo. 

Según nos dice en el diccionario el Optimismo es“la propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable”. La historia del término optimismo surge del latínoptimum“lo mejor”. Otras definiciones desde la Psicología,” es el valor que nos ayuda a enfrentar las dificultades con buen ánimo y perseverancia, descubriendo lo positivo que tienen las personas y las circunstancias, confiando en nuestras capacidades y posibilidades junto con la ayuda que podemos recibir”.

Para diferenciarse del pesimismo es muy popular usar la imagen del vaso lleno por la mitad y preguntarnos si está, medio vacío o medio lleno. Según lo que percibamos, se podría definir cómo es nuestro modo de ver la realidad: Los optimistas perciben sólo lo que está dentro del vaso, lo ven medio lleno, mientras que los pesimistas pondrán  su atención en la nada, en lo que falta, lo que resta, lo que “nos quita”.

Son dos modos muy distintos de enfrentar los desafíos cotidianos. Los pesimistas se “vienen abajo” con mayor facilidad y se sienten indefensos ante las dificultades. Mientras que los optimistas enfrentan esas mismas adversidades relativizando su importancia y creyendo firmemente que pueden afrontarlas satisfactoriamente.

Yo no sé bien de qué lado estoy. A juzgar por mis acciones, podría pensar que soy una gran optimista. En contraposición, mi madre, diría que lo mío mas que optimismo, es pura inconsciencia.

Pero de verdad estoy confundida y cada vez que cuestiono mi hacer surge esta pregunta: ¿estoy haciendo una correcta evaluación de los riesgos que estoy tomando para alcanzar mis objetivos?
Hay momentos en que me asusto tanto que me vuelvo muy reacia al riesgo. Sólo busco sentirme segura y protegida, deseando evitar o minimizar resultados negativos. Pero también sé que sin riesgos no hay ganancias o aprendizajes, con lo cual, quedarme eternamente en mi zona de confort es lo mismo que no crecer, no vivir, no avanzar.

Por otra parte, cuando el  optimismo es el que prevalece, también se corren riesgos.  Si focalizamos la atención sólo en la euforia de las oportunidades, tendemos a minimizar la exposición al riesgo, ignorando o neutralizando las posibles consecuencias que están allí, latentes.

Habitar los extremos es igual de paralizante para mí. El pesimismo derrotista y  cobarde me resulta tan peligroso como el atropello del optimismo fundamentalista y negador. Encontrar ese delicado equilibrio entre ambas perspectivas es quizás el mayor desafío. El desafío de superar la tensión entre ser optimista o pesimista para  abordar la vida de una manera realista. Desde esta perspectiva, se puede discernir entre” malos o buenos” riesgos, incluyendo amenazas y oportunidades, evitando minimizar las amenazas, mientras se  reconoce y aprovecha mejor las oportunidades.