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sábado, 15 de febrero de 2014

Amores enRedados

La idea misma de "relación" (...) sigue cargada de vagas amenazas y premoniciones sombrías: transmite simultáneamente los placeres de la unión y los horrores del encierro. Quizás por eso, más que transmitir su experiencia y expectativas en términos de "relacionarse" y "relaciones", la gente habla cada vez más de conexiones, de "conectarse" y "estar conectado". En vez de hablar de parejas, prefieren hablar de "redes". (Zygmunt Bauman)


La tecnología se ha instalado en nuestra cotidianeidad. Es la mediadora indiscutida a la hora de trabajar, buscar información,  ver una película, escuchar música, estudiar,  inscribirse en la facultad, pagar cuentas, mirar fotos, escuchar una conferencia, hacer sociales, amigos y hasta para enamorarnos. Llegó para cambiar definitivamente los paradigmas de las relaciones e inevitablemente, nos enfrenta a nuevos interrogantes.

¿El uso que hacemos de la tecnología es dañino? ¿Profundiza la desconexión, mientras nos vende  la ilusión de una cercanía y accesibilidad permanentes? ¿Nos estamos conformando con vínculos más superficiales? ¿Usamos a la pantalla como telón para proyectar lo que esperamos recibir, a la medida de nuestros deseos y posibilidades? ¿O la usamos como escudo ante la gran dificultad que tenemos para intimar y mostrarnos cómo somos? ¿Quizás sea la tecnología el antídoto contra la soledad? La misma que hizo las veces de abono y provocó que  todas nuestras destrezas sociales florecieran de golpe, al punto que la capacidad para hacer amigos puede reducirse al esfuerzo de un simple “click”. Es tan inmenso el cambio que produjo en nuestras vidas, que podemos cargar el complejo entramado de nuestros universos -sociales, familiares, laborales- en un pequeño dispositivo móvil. Cada vez es mayor el  tiempo que dedicamos a nuestra vida virtual y si el ser con el que estamos conectados, es de carne y hueso, o simplemente una grabación o una aplicación lo suficientemente “inteligente” como para parecer humana, va perdiendo relevancia y poco nos importa.

La tecnología ha derribado límites y ha achicado distancias. Nos provee una sensación de conexión y accesibilidad que nunca antes habíamos experimentado. Pareciera haber simplificado una serie de frentes, pero aún con todos estos beneficios, las relaciones se volvieron más intrincadas. Sigo preguntándome: ¿Qué significa estar juntos hoy? ¿Cuánto de nuestras almas se refleja en este intercambio sin cuerpo, que se produce a través de la tecnología? ¿Sobre qué promesas construimos estas nuevas relaciones On/Off,  cuyas demandas podemos activar o desactivar con la  simple  presión de un botón?

No me animo a afirmar que las emociones que resultan de los intercambios con un dispositivo tecnológico mediante,  no sean reales o válidas. Así como tampoco puedo aceptar que las interacciones que se desarrollan en el mudo real, son equivalentes a las que ocurren en el mundo virtual. De alguna manera, el no poner el cuerpo en los vínculos, es una forma de evitar vivir lo fundamental que resulta de una experiencia humana. En primer lugar, aceptar la imposibilidad del control, abrazando la incertidumbre de la evolución y fluir de la vida. Luego, aventurarse a vivir una verdadera comunión e intimidad, con todo lo bueno y malo que ello implica. Lo que más me impacta de esta revolución, es que si bien cambió la forma en que los seres humanos buscamos satisfacer nuestras necesidades afectivas fundamentales, estas necesidades no se modificaron. Siguen siendo las mismas.


domingo, 9 de febrero de 2014

Extraños Conocidos

"Cada nuevo amigo que ganamos en la carrera de la vida, nos perfecciona y enriquece más por lo que  descubrimos de nosotros mismos, que por lo que él mismo nos da". (Miguel de Unamuno)

La famosa expresión “nada es para siempre”, normalmente asociada a lo efímero de las relaciones amorosas, podría  aplicarse también a casi todos los lazos que desarrollamos en nuestras vidas. Los vínculos surgen de las interacciones entre las personas y mientras evolucionamos en este impredecible  y asombroso viaje, los vínculos, se transforman como algo inevitable e ineludible. 

En la India enseñan las "cuatro leyes de la espiritualidad" que hablan justamente sobre esto. La primera dice "La persona que llega es la correcta", es decir que nadie llega a nuestras vidas por casualidad, todas las personas que nos rodean, que interactúan con nosotros, están allí por algo, para hacernos aprender y avanzar en cada situación.

A medida que transitamos este sinuoso camino de la vida, nos sorprendemos acumulando una variedad amigos: los de la infancia, compañeros del colegio, de la facultad, del trabajo,  amigos del club (que dejaste de ir hace 20 años), ex cuñados, ex vecinos, ex novios y así vamos  poblando nuestro universo social con una cantidad de relaciones, algunas entrañables y otras inexplicables. Todos ellos aportaron lo suyo para construir el entramado de nuestra vida y son a la vez, la evidencia de la imposibilidad de congelar los vínculos.

Inexorablemente, la cercanía que en algún momento de la vida compartimos, se va diluyendo, transformando, perdiendo vigencia y en la mayoría de los casos, cuando la vida vuelve a cruzarte con esos amigos, enfrentamos la incómoda sensación de estar con perfectos extraños, a los que recordamos con afecto o simpatía, pero que solo nos une el pasado compartido. La cuarta ley lo resume así: “cuando algo termina, termina“. Si algo terminó en nuestras vidas, es para nuestra evolución, por lo tanto es mejor dejarlo, seguir adelante y avanzar ya enriquecidos con esa experiencia.
No creo que el compartir cotidiano sea la clave. Hay amigos que vemos quizás una vez al año y tenemos la sensación de habernos visto el día anterior por última vez. La fluidez de las conversaciones y afinidad siguen intactas. La teoría que proclama que a las relaciones hay que alimentarlas todos los días, no termina de convencerme. Y digo esto, porque tenemos “amistades” con las que compartimos todos los días, en las cuales nada significativo ocurre.

Mis relaciones más valiosas  se basan en estos tres pilares: intimidad, aceptación y disponibilidad.

La Intimidad, implica el desafío de compartir los secretos de nuestros corazones, mentes y almas con otro ser humano, tan imperfecto y frágil como uno. No es una condición que surge espontáneamente, sino que acontece como consecuencia de la decisión de abrirnos y exponer nuestra vulnerabilidad. Puede darse en distintos niveles de profundidad, en distintos tiempos y dominios de nuestras vidas. Pero cuanta más intimidad tenemos en una relación, gozamos de más libertad para mostrarnos tal cual somos.

De la mano con esta idea, aparece la aceptación. Aliada indispensable para lograr intimidad. Para poder mostrarnos tal cual somos, sin el temor de sentirnos juzgados o rechazados. Poder ser uno mismo en total libertad, es uno de los grandes regalos de la amistad.

La disponibilidad, entendiéndola como la certeza de poder contar con el apoyo de un amigo. Quizás esta sea la condición equivalente a “poner el cuerpo” en el vínculo. Con poner el cuerpo, no me refiero literalmente a estar de cuerpo presente, sino estar genuinamente dispuesto a dedicarle tiempo y atención a un amigo cuando necesita apoyo, contención, ser escuchado o simplemente compañía.

Ser testigos unos de otros en la evolución de nuestras vidas, compañeros de viajes, donde por momentos el camino nos acerca y transitamos un trecho juntos y luego, los senderos se bifurcan y cada uno sigue su propio atajo, es lo que nos pasa todo el tiempo. Quizás la clave está en saber acompañarnos, respetando los tiempos de cada uno, tanto en la cercanía o la distancia, cuando la coincidencia juega a favor, o cuando la tenemos a nuestras espaldas.

Que una amistad sea entrañable, depende más de la calidad  y profundidad de lo compartido, del sentimiento que surge como consecuencia de todos esos momentos de “común unión”, más que de  la cantidad de horas vividas juntos. Sin esos 3 “ingredientes”, las relaciones terminan por resumirse en un sordo intercambio de clichés, colmados de buena urbanidad, pero vacíos de contenido, que solo sirven para tapar el incómodo silencio que separa a dos extraños conocidos. 

jueves, 30 de mayo de 2013

Intimidad al desnudo


"Si la esencia de la relación es la autorevelación, jamás la podremos lograr si no nos sentimos aceptados". Matthew Kelly

Muchas veces me pregunto qué es lo que hace que las relaciones se vuelvan significativas y sólidas. ¿Cuál es ese ingrediente que nos confiere la sensación de estar en un espacio de aceptación y confianza en los cuales somos capaces de abrirnos y compartir nuestro ser al desnudo, sin caretas ni escudos?

Construir intimidad es mi respuesta. Intimar  es  la capacidad y la posibilidad de participar de una conexión estrecha y profunda con otra persona. Es ser capaz de establecer vínculos privilegiados, en los cuales estamos abiertos y dispuestos a compartir con otro,  los aspectos más notables de nuestro ser, nuestras historias de aciertos y fracasos,  nuestras necesidades, anhelos y deseos, por más utópicos que parezcan.

Intimar significa un desafío, el del compartir los secretos de nuestros corazones, mentes y almas con otro ser humano tan imperfecto y frágil como uno. No es una condición que surge espontáneamente, sino que acontece como consecuencia de la decisión de abrirnos y  exponer nuestra vulnerabilidad.

No todos tenemos la misma facilidad para conectar y esto puede  hacerse a distintos niveles de profundidad, en distintos tiempos y dominios de nuestras vidas, dependiendo del modelo de  interacción de la relación.

Recuerdo  el libro de Matthew Kelly, autor de Los siete niveles de la intimidad, en donde  postula que si la esencia de las relaciones es la autorevelación , jamás podremos lograrla si no nos sentimos aceptados.

Me pareció interesante revisar las preguntas que  Kelly sugiere responder para identificar cuál es el nivel de intimidad que tenemos en una relación determinada:

Nivel 1: ¿Estás preparado para reconocer que tus interacciones son repetitivas y estereotipadas?
En este nivel  los puntos de conexión son superficiales. El estilo del intercambio estará centrado en datos e informaciones de la vida cotidiana, con temas centrales como el trabajo, los hijos, eventos esperados e inesperados, ambiciones económicas, o la vida de los otros. Las conversaciones  son triviales y evitarán  los temas comprometidos o confrontaciones. Estas interacciones algunas veces muestran sincero interés y otras nada más que una formalidad vacía.

Nivel 2: ¿Estás dispuesto a salir del cliché y decir algo más de ti mismo?
Las opiniones sobre un tema específico personalizan el intercambio y abren la puerta al disenso. En el nivel del puro intercambio de información aséptica no suelen producirse desacuerdos ya que las personas no se involucran. S i debatimos o si confrontamos nuestras ideas lo haremos con distintos grados de apasionamiento, de modo que las líneas de tensión y oposición de fuerzas se hacen presentes.  Es importante sentirse libre para opinar e involucrarse para acceder a niveles más profundos de intimidad.

Nivel 3: ¿Estás dispuesto a dar a conocer tus opiniones y a aceptar a aquellas personas con opiniones diferentes?
La aceptación mutua es una condición fundamental para afianzar buenas relaciones. La aceptación de quien amamos precisamente porque es diferente, coloca en primer plano una virtud esencial para los vínculos,  la flexibilidad. Lo opuesto a ella es la rigidez que consiste en rechazar o descalificar a alguien que actúe o piense en forma diferente a nuestra propia visión del mundo. No se trata de tolerar sino de admitir, porque la primera es una palabra engañosa que coloca al tolerante en una posición aparentemente superior y meritoria. En cambio, aceptación supone una apertura flexible a la diferencia y al cambio.

Nivel 4: ¿Estás listo para expresar tus esperanzas y sueños?
Cuando nos sentimos aceptados confiamos más aún en el otro y somos capaces de compartir entonces nuestros deseos, nuestras expectativas y nuestras esperanzas.

Nivel 5: ¿Estás dispuesto a mostrarte vulnerable?
Mostrarnos vulnerables es otra condición básica para el progreso de la intimidad. Poder expresarnos con libertad, mostrar sin inhibiciones nuestras debilidades y nuestra necesidad de ser acogidos.

Nivel 6: ¿Estás dispuesto a mostrar y encarar tus temores, ansiedades y fracasos?
Si somos capaces de revelar aquellas cosas que tememos guardadas, si podemos reconocer un fracaso, un error grave o un deseo largamente reprimido o censurado, si podemos hacer todo eso estaremos alcanzando el nivel más profundo de intimidad.

Nivel 7: ¿Estás dispuesto a satisfacer las necesidades legítimas de la otra persona?
El desafío principal de este nivel consiste en desarrollar la ayuda mutua necesaria para satisfacer las necesidades de cada uno. Quizás aquí aparezca el altruismo como aliado, que representa la capacidad de hacer cosas por el otro, aun cuando estas acciones no sean las que uno elegiría para la propia satisfacción.

Construir intimidad es como bailar la danza de los siete velos, ya que a medida que vamos despojándonos de ellos, queda al descubierto nuestra desnudez, nuestro verdadero ser. Cuanta más intimidad tenemos en una relación, gozamos de más libertad para mostrarnos tal cual somos.  No digo que sea fácil pero sólo a través de la entrega mutua y la autenticad, es que podemos conectar y generar relaciones más plenas y verdaderas.