“Más grande que la conquista en batalla de mil veces
mil hombres, es la conquista de uno mismo”. (Buda.)
¿Qué es lo que lleva a una persona decir una frase como
esta? “Esta situación sólo puede mejorar”.
Siempre me asustó un poco el falso optimismo o mejor dicho,
la irresponsabilidad disfrazada de optimismo. Ya en el post “El
desafío de un buen observador”, explico mis razones. Pero hoy, no quiero
escribir sobre la habilidad que tenemos para hacer buenas interpretaciones de
la realidad, sino de esa asombrosa capacidad que tienen algunos humanos, para
ver lo mejor de cada situación. Reitero, porque no quiero confundirlos: no me
estoy refiriendo a esas personas que ven todo color de rosa, sino a aquellos
que sin perder contacto con la hostilidad y desasosiego que la vida presenta
como parte de su fachada cotidiana, aun así, mantienen su capacidad para no
rendirse y buscar la luz que guía sus acciones hacia un espacio esperanzador.
Encontré esta definición de resiliencia, que
creo es lo que define esta cualidad que me maravilla: “La
resiliencia es la capacidad de una persona o grupo para seguir proyectándose en
el futuro a pesar de acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida
difíciles y de traumas graves.”
Me pregunto si la resiliencia tiene que ver con la aceptación.
Si va de la mano con la creencia que la vida tiene un propósito, aun cuando
este no sea evidente o accesible para nuestro entendimiento y muchas veces
parezca absurdo y cruel. O si está más relacionada con el coraje y la
inquebrantable intención de querer siempre mejorar, a pesar de todo. No sé si
importa identificar la cualidad sobresaliente de los resilientes, me parece más
trascendente saber que la resiliencia involucra una serie de
conductas y formas de pensar que cualquier persona puede aprender y
desarrollar.
El camino que lleva a la resiliencia no es un camino fácil.
No significa huir o negar lo que nos genera fastidio o dolor. Implica afrontar el estrés y malestar emocional, desde un lugar sereno. Buscar el sentido de ese nuevo desafío, para encontrar la fuerza necesaria que nos
permita construir un futuro, a pesar de la adversidad o la tragedia.
Esto me devuelve la esperanza que un mundo mejor es posible; me ayuda a pensar que creer es crear. Por eso, creo en las personas que se permiten sentir
emociones intensas, sin temerles, ni huir de ellas.
Creo en las personas que miran los problemas como retos que
pueden superar y no como terribles amenazas que los paralizan.
Creo en las personas que aprendieron que ser
flexibles, no es sinónimo de ser débiles.
Creo en las personas que se toman tiempo para descansar y
recuperar fuerzas, que no se consideran todo poderosas. Reconocen tanto su
potencial, como sus limitaciones.
Creo en las personas que son capaces de identificar de
manera precisa las causas de sus problemas para evitar volver a enfrentarlos en
el futuro.
Creo en las personas con la habilidad de controlar sus
emociones y pueden permanecer serenos en situaciones de crisis.
Creo en las personas con un optimismo realista, con
una visión positiva del futuro, pero sin dejarse llevar por la irrealidad o fantasías.
Creo en las personas que se consideran competentes y
confían en sus propias capacidades y también en las capacidades de los demás.
Creo en las personas con empatía, que les permite
reconocer las emociones de los demás y conectar con ellas.
Creo en las personas con más sentido del humor, que
con tendencia al drama.
Creo en las personas que tienen una profunda convicción, que lo mejor
está siempre por venir.
Tendríamos un planeta mucho más sano, si nos propusiéramos
desarrollar resiliencia desde temprana edad. El mundo estaría habitado
por almas más pacíficas, felices, valientes y positivas. Nadie puede
garantizarnos una vida sin sufrimiento pero lo que la adversidad hace de cada
uno de notros, depende
en gran parte de nosotros mismos.