Cuando el
desánimo ataca, se parece a un virus, que avanza silencioso, contaminando
distintas áreas de nuestras vidas. Así, un buen día, nos descubrimos
paralizados, ahogados en un océano de frustración, dejando nuestros deseos más
preciados, en una costa cada vez más lejana. Respiramos lamentos y dudas sobre
nuestras competencias o lo que es peor, sobre nuestro merecimiento. Con la
mirada nublada, nos debatimos sobre si es el momento de renunciar a nuestros
sueños, o persistir en la búsqueda de ellos. Sería muy bueno poder identificar
qué hay detrás de todas estas emociones, para aprender cómo mantener el entusiasmo
en momentos de aparente estancamiento.
Seguramente
no hay una sola explicación válida y variará según quien lo viva y sus
circunstancias. Después de un tiempo, descubrí que en mi vida, el desánimo
aparece asociado a mi autoestima, al manejo de las expectativas en función de
los resultados, al ejercicio de la paciencia y de la confianza.
Las personas
con un sentimiento de autoestima sana y equilibrada, que reconocen sus
capacidades y valor, así como también su vulnerabilidad, por lo general tienen
mejores respuestas, cuando obtienen resultados que no corresponden con sus
expectativas. No se victimizan, ni responsabilizan a terceros por sus
frustraciones.
Aprender a
generar expectativas prudentes, en función a los recursos con los que contamos,
evaluando riesgos e identificando cuáles son los factores que dependen de uno y
cuáles no, ayudan a generar escenarios realistas y a evitar cargas de stress
innecesario. El desánimo por lo general aparece, cuando la brecha entre
nuestras expectativas y nuestros resultados, nos parece insuperable. O cuando
consideramos que el resultado obtenido es insignificante, en comparación
con nuestro esfuerzo.
Ser pacientes, es una de las claves para no claudicar en medio del proceso. El ejercicio de la paciencia tiene que ver con saber identificar cuál es el punto del camino en el que estamos, qué llevamos recorrido y qué necesitamos aprender para encarar lo que nos queda por andar. Muchas veces, conseguir una meta, implica el desarrollo de nuevas destrezas o habilidades. Nos dejamos ganar por la impaciencia, cuando no aceptamos que la adquisición de una nueva competencia no se da un día para el otro y que pasa por una serie de etapas. Saber identificar esas etapas, baja el nivel de ansiedad y desanimo, es lo que nos lleva a no desistir, sino a insistir.
La confianza, es otro condimento crucial en esta ecuación, que va de la mano con nuestra autoestima. Tal como lo expresa la famosa frase de Henry Ford “Tanto si crees que puedes como si crees que no, tendrás razón”. Es una cuestión de confianza. Confiar en uno mismo, es sentir la convicción que podemos conseguir nuestros objetivos. Implica sostener la seguridad que podemos lograr lo que nos propongamos y que contamos con la capacidad y recursos para hacerlo, aun en los momentos de adversidad.
Es también aprender a confiar en el proceso, sobre todo cuando los resultados del momento, no son los anhelados. Quizás haya muchos aprendizajes previos y necesarios antes de alcanzar la meta.
El
único límite a nuestros logros de mañana, son nuestras dudas de hoy. Lo importante es dar el primer paso
y no rendirse ante los obstáculos. Atender las señales que vamos recibiendo,
rediseñar si es necesario y aunque no veamos el camino completo, confiar que el
mismo va a ir desplegándose mientras avanzamos.