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domingo, 24 de noviembre de 2013

La espera como excusa

 “La gente siempre le echa la culpa a las circunstancias por lo que son. Las personas que tienen éxito en esta vida, son individuos que buscan las circunstancias que quieren, que necesitan y si no las encuentran, las crean ellos mismos”. (George Bernard Shaw)

Hoy reflexionaba sobre la espera; ese estado de perpetua vigilia en el que nos encontramos cuando queremos que suceda algo que no está disponible en el presente y que muchas veces usamos de justificativo de nuestra infelicidad. Nos paralizamos  escudándonos en el hecho de estar esperando que tal o cual  cosa sucedan, para recién entrar en acción y conseguir lo que  tanto anhelamos. Esperamos para decidirnos a vivir más sanamente, frenar el estrés, cortar un vínculo toxico, hacer un viaje, poner un límite, tener una conversación necesaria y tantas otras situaciones, para no hacernos cargo de nuestro propio letargo. Claro, siempre es más fácil poner la responsabilidad afuera, que encarar el tremendo trabajo de sabernos hacedores de nuestro futuro.

La espera viene casi automáticamente asociada con el ejercicio de la paciencia y también con sostener la esperanza. La vida es como es y podemos aceptarla con sus dones y sus sombras, o resistirla, esperando que muestre su escenario “ideal”, para recién disponernos a vivirla. Como cantó tantas veces Serrat: “de vez en cuando la vida toma conmigo café y está tan bonita que da gusto verla. Se suelta el pelo y me invita a salir con ella a escena”. ¿Pero qué hacer cuando la vida no se despliega de esa manera? ¿Ponemos “pausa” y nos sentamos, literalmente a esperar que pase la tormenta, para recién animarnos a habitar el mundo nuevamente? Nos creemos eternos y eso nos juega muy en contra. 
La vida no admite ensayos para luego salir a escena.

Hay muchas cosas que no dependen de nosotros, pero ser felices y vivir plenamente el presente, es una elección. Es bueno tener esperanzas, ansiar nuevas posibilidades, en tanto y en cuanto nos sirvan como motores inspiradores, para seguir conectados con el presente, desde donde diseñamos y construimos el futuro deseado, sin desperdiciar ninguno de todos los momentos que la vida nos regala, con cada nueva inhalación.

¡La vida es hoy, ahora, ya! Cada segundo es único e irrepetible, si tomáramos consciencia de ello, seguramente nos quejaríamos menos y disfrutaríamos más, desde el agradecimiento y desde un profundo entendimiento de lo efímeros que somos.

jueves, 11 de abril de 2013

Quimicamente Amando


“El amor fue el primer instinto de supervivencia en la historia de la especie y está unido a la pasión. Hoy la gente agradece que el conocimiento pueda explicar las cosas que no entienden”. (Eduard Punset)

Siempre me interesó entender cómo funciona el cerebro. Me parece uno de los órganos más enigmáticos y perfectos. Muchas veces me pregunté: ¿hasta qué punto el comportamiento está determinado por las interconexiones eléctricas del cerebro. ¿En qué medida la forma en que percibimos e interpretamos el mundo está influenciada por la química cerebral? ¿La química cerebral difiere entre hombres y mujeres?

Tenía algunas respuestas; sabía que las hormonas tienen un rol determinante en nuestros estados de ánimos, pero no sabía cómo o por qué. Así fue como empecé a leer especialmente sobre dos hormonas, las responsables de mantener a mujeres y hombres jóvenes, sanos y sexualmente activos y  también descubrir de qué manera el estrés impactaba en ellas. Para los varones esta hormona es la testosterona y para las mujeres, la oxitocina.

No es ninguna novedad que el estrés es uno de los grandes flagelos que hombres y mujeres tienen que enfrentar a diario. Vamos acumulando estrés sin darnos cuenta. Se va instalando en nuestras vidas, en pequeñas dosis, sin mayores consecuencias y lo subestimamos dejándolo crecer silenciosamente. Día y noche avanza, invadiendo nuestra salud,  buen humor, creatividad y aniquilando esa fuerza vital que tenemos los seres humanos: el deseo. El estrés afecta químicamente de manera diferente al cerebro del hombre y al de la mujer y esta quizás sea una de las razones por las que nuestras necesidades por momentos parecen tan distintas, hasta opuestas.

Cuando las mujeres están estresadas, el nivel de oxitocina baja. La oxitocina es una hormona que se produce durante el parto y se mantiene durante la lactancia, para asegurar la supervivencia del bebé. Es  la hormona del apego, del amor incondicional, de la ternura, de la provisión de cuidado y sustento. También se la conoce como la hormona del amor y del placer, ya que también está presente cuando se disfruta un orgasmo, tanto en hombres como en mujeres.  La oxitocina no sólo produce sensación de bienestar, sino que cuando se segrega de manera continuada, produce una menor incidencia de algunas enfermedades, sobre todo de tipo cardiovascular, ansiedad y depresión. Por ello, cuando el nivel de oxitocina cae, afecta notablemente la calidad de vida de las mujeres.

Cuando los hombres están estresados, la testosterona es la que cae. La testosterona es la hormona del deseo sexual, es la responsable de hacerlos sentir viriles, los lleva a  tomar riesgos, a enfrentar desafíos y conquistas. Es la hormona que permitía al hombre primitivo salir a cazar y enfrentarse con feroces bestias para asegurar el sustento y supervivencia de la prole.

Mujeres y hombres buscamos conscientes o inconscientemente la forma de pelearle al estrés y reestablecer la armonía, conectando con nuestro deseo y energía vital. He aquí el punto crucial del aprendizaje: las mujeres combaten el estrés compartiendo y los hombres, aislándose. Este es quizás el origen de las tan consabidas quejas femeninas sobre el comportamiento de sus parejas: “no me escucha, no comparte mis preocupaciones, es un autista frente al televisor, está  frío y distante, no colabora, no me desea.”

Si bien las mujeres nos sentimos aliviadas y nos resulta gratificante dar y cuidar, al final de un arduo día de trabajo, nos quedamos literalmente sin nada para dar y necesitamos recibir atención  y afecto para subir los niveles de oxitocina y bajar el estrés. Necesitamos mimos, abrazos, masajes, hablar y que nos escuchen. Es la única manera de recuperarnos y estar en condiciones de volver a dar.

El hombre en cambio, se retira a su espacio privado a hacer, quizás nada. Se aísla de toda experiencia que pueda resultarle demandante, necesita descansar Ante ese escenario, no tenemos que  enojarnos u ofendernos. Tampoco sentarnos a esperar que salga. Tenemos que entender que esta situación de aislamiento, es una cuestión de supervivencia. Es el tiempo que requieren para subir sus niveles de testosterona y bajar el estrés y así volver a estar disponible para el mundo y su mujer. Una mujer sabia, no lo toma a título personal. Una mujer astuta, respeta ese espacio sagrado del hombre en su caverna, porque sin testosterona no hay deseo.

Esto nos deja ante la responsabilidad de aprender a buscar la mejor forma de generarnos oxitocina de manera alternativa. Cada una sabrá cuál es la más apropiada, pero en general, lo logramos hablando, hablando mucho, yendo de compras, con masajes, haciendo jardinería, pintura, actividades manuales, meditando o tomando un baño de espuma.­­­ Por otro lado, Uds. los varones no se asusten. ¡No es tan difícil! Con un simple abrazo, un cariño o un cumplido, nos alcanza.

Entender que tenemos mecanismos distintos para lidiar con el estrés, es vital para la salud de las relaciones. Si bien la preponderancia de oxitocina, genera apego, calma, sosiego y seguridad, el exceso de la misma, mata el deseo. Hay un delicado equilibrio que tenemos que aprender a manejar para ahorrarnos frustraciones y desencuentros innecesarios. La buena noticia es que no somos rehenes de la química cerebral, porque  las hormonas pueden ser tanto el producto de la experiencia, como la experiencia puede ser producto de las hormonas.