jueves, 28 de marzo de 2013

¿Atrapados sin salida?


“La vida es lo que pasa cuando estás ocupado en otros planes”. (John Lenon)

En este último tiempo empecé a pensar que te da "chapa",  como se dice coloquialmente, o en otras palabras, un aire de importancia, vivir ocupado. Cada vez es más común cuando le preguntas a la gente sobre cómo están, las respuestas que tienen más a mano son: "estoy envuelto en llamas, detonado, sobrepasado, filtrado, fisurado, quemado", y así desarrollamos una increíble variedad de expresiones que describen un estado de agobio y agotamiento que, paradójicamente, no deja de ser un estandarte vanidoso, que describe cuán importantes e imprescindibles somos. Sentimos culpa si no estamos permanentemente trabajando o realizando alguna actividad para promover nuestro trabajo. Pareciera que si decidimos parar por una media hora, para lo que fuera y dejar de hacer lo que nos mantiene tan exigidos, algo catastrófico podría  ocurrir.


Todo este escenario, agravado por el aporte de la tecnología,  que nos facilita poder estar “conectados”,  las 24 horas del día a nuestros trabajos, amistades, redes sociales, lo que fuera que impida tener una conversación, cara  a cara, con la persona que tienes al frente. ¿No van a decirme que nunca vieron un grupo de personas, sentadas alrededor de una mesa en un bar y todas con sus miradas fijas en sus celulares? Mi impresión es que nunca fue tan difícil como ahora, conectar, poder desarrollar vínculos significativos con otros.


Hasta los niños están súper ocupados al punto del agotamiento, como si fueran mayores. Somos los adultos los que nos ocupamos de llenar sus agendas con tareas extracurriculares, no vaya a ser cosa que lleguen a sus hogares con algún resto de energía para jugar o simplemente hacer nada. ¡Nos aterra la idea de tener tiempo libre o que otros lo tengan!


Pertenezco a la generación la cual después del colegio, podía disfrutar de horas libres, sin tareas pre establecidas. Pude disfrutar de andar en bicicleta, inventar mis propios juegos, leer, pintar, explorar mi barrio, jugar con mis amigos mirándolos a los ojos. Fueron esas horas libres las que moldearon la idea de cómo quería vivir mi vida.


Esto no me convierte en una defensora de los eternos “Peter Pans”, que se niegan a crecer y volverse adultos responsables. No, esa no es mi posición. Sólo me  interesa decir que no somos víctimas de la histeria y delirio en el que vivimos. Ellos no son necesarios  o una condición inevitable de la vida pos-moderna.  Es una forma de vivir que elegimos y por lo tanto somos responsables de ello.


¿Me pregunto si nos convertimos en una sociedad adicta a estar siempre ocupados; ya sea por ansiedad, empuje o ambición, o es simplemente pánico a lo que tendríamos que enfrentar en caso de disponer más tiempo libre?  ¿Al estar siempre tan ocupados, podemos percibir si lo que nos está consumiendo la vida tiene algún sentido o propósito que no sea el mero hecho de pagar las cuentas? Obviamente que al estar siempre con la agenda sobre cargada, no hay manera que nuestra vida parezca trivial, simple o sin sentido. El estar "envuelto en llamas", es una quimera que nos ofrece una especie de garantía o pseudo-protección contra el vacío existencial.


Vivo en una sociedad que no sabe cómo ocupar su tiempo libre. No nos enseñaron a disfrutar el no estar ocupado, que no es lo mismo que no hacer nada. Nos hicieron creer que esas horas libres, si no las llenamos con tareas, son horas desperdiciadas. Nada más aterrador que desperdiciar el tiempo, en una era donde todo ocurre a una velocidad vertiginosa y el bajarse de ese ritmo es casi un pecado.


Cuando me refiero a honrar el tiempo libre, sin actividad, no estoy defendiendo la vagancia o  desidia. Me refiero a esa sensación que transcurre cuando estamos de vacaciones, lejos de la rutina y obligaciones. Para mí, la verdadera vida es esa, cuando somos sin rótulos o roles pre-establecidos. Es un tiempo vital, indispensable para la mente, el cuerpo y  espíritu, que nos permite crear, poner nuestro mapa de ruta en perspectiva, corregir el rumbo si hay que hacerlo y poder seguir adelante. Es crucial para combatir la alienación social en la que estamos inmersos, dar cada paso sin aturdirnos, ni asustarnos, conectar con nuestras necesidades y elegir actividades que estén alineadas con nuestro propósito existencial. La vida es muy corta para vivir ocupado, sin ningún sentido.

jueves, 21 de marzo de 2013

El egoísmo necesario


“Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37)


Hay días en los que un gran abismo separa a mi yo real  de mi yo ideal. Hoy es uno de esos días. Hoy me levanté “egoísta" y lo escribo entre comillas porque es un término que hasta el día de hoy, me genera sosobra.

Me desperté rebelde,  sin ganas de cumplir con mis listas de: debo hacer, debo ser, debo estar, debo tener. Me levanté  con el firme propósito de no hacer nada que realmente no sienta genuinas ganas de hacer y lo más importante, no sentirme culpable por ello. Hoy quiero escucharme, reconocer qué es lo que realmente quiero, necesito y registrarlo como válido. Lograr el convencerme que mis necesidades merecen ser atendidas con amor, dedicación y compromiso. Y estoy hablando de mi propio amor, de mi dedicación y compromiso.Saberme tan merecedora de amor, como mi prójimo.

Qué  difícil es sentirse merecedora de atención y cuidado, si, de uno mismo; cuando el mote de egoísta fue uno de los que más resonó en mis oídos desde mi pre-adolescencia hasta ya entrando a mi adultez. Ella me lo decía con frecuencia, con demasiada frecuencia, a tal punto que terminé  por creérmelo y es hasta el día de hoy, uno de los puntos más débiles sobre los que fui construyendo mi identidad.

Nadie me enseñó  a priorizarme, hacerlo era sinónimo de egoísmo y eso tiene muy mala prensa, tanto, que durante muchos años me convertí en una perfecta intérprete de lo que otros esperaban de mí, para complacerlos. No importaba lo que yo quisiera, sólo importaba no ser tildada de egoísta. De niña, no tenía herramientas para identificarlo y así aprendí que mis necesidades no eran merecedoras de atención, entrando en la gran matriz de la manipulación de los adultos. Ese espacio amenazador, en el cual sientes que si no haces según te indican o esperan tus progenitores o mayores, no eres merecedora de su amor y lo que es peor aún, puedes ser castigada y hasta olvidada.

Gracias a la Vida, pude ir despegándome de esos rótulos que calaron tan profundamente en mi autoestima, determinando la forma en la cual me relaciono con el mundo. En el momento en el que pude dejar de dar crédito y tomar los juicios de mis padres como una verdad absoluta, fue señal de que me estaba volviendo un adulto y como adulto, puede empezar a elegir con libertad.

“Hacerse adulto significa dejar de ser hijo/a, para sentirse independiente y formar un mapa de relaciones maduras, en las que te sientes el sujeto que elige, no sujeto por la imposición. Si no se puede dejar de ser hijo porque sigues a la espera de ser querido, es imposible ejercer la acción de escoger desde la libertad; simplemente te encuentras sumergido en amores, amistades que no has elegido y no comprendes bien qué o quién te mantiene vinculado a ellas.”

Lo repito y me lo repito casi a diario, no hay posibilidades de generar vínculos sanos y constructivos si antes no podemos establecer una buena relación con nosotros mismos. Para ello, debemos tener una cuota necesaria de sano egoísmo, que nos permita preservarnos y conocernos. En este contexto, ser egoísta no implica convertirse en el centro del universo y manejar el entorno a nuestro antojo. Requiere tener el coraje de quitarnos las máscaras y tomarnos el  tiempo para conectar con lo que creemos, queremos, pensamos y sentimos, más allá de las expectativas de terceros. Este es el primer paso para dejar de esperar y pedir que los demás sean veedores de nuestras vidas, asumiendo la responsabilidad de todo lo que somos, hacemos y decimos.

jueves, 14 de marzo de 2013

¿El futuro: una cuestión de confianza?



"La confianza, como el arte, nunca proviene de tener todas las respuestas, sino de tener todas  las preguntas" (Wallace Stevens)

El futuro no existe. Sólo existe el presente. Parece una declaración trillada pero no por ello, menos cierta. El futuro es un diseño de posibilidades cuya  viabilidad está conectada con hechos del pasado y el presente.

Mi presente es hoy algo que un año atrás no hubiera soñado como posible. Es un gran deseo  hecho realidad. Cuando me pregunto qué cambió en mí para que esto, que se presentaba como un futuro inalcanzable, se concrete, fue sin dudas un giro en mi emoción y por ende, en  mis creencias. Empecé por aceptar que no podemos predecir el futuro y  que no sólo depende de uno. También entendí que por más difícil que parecía, si yo no le daba alguna chance de viabilidad en mi mente y en mi corazón, seguramente no se concretaría. Tenía que confiar, esa era la clave. Sin confianza, no habría posibilidades. Podría haber seguido otros caminos,  en contextos de resentimiento, enojo, miedo o tristeza, pero las posibilidades de construirlo hubieran sido distintas y menos efectivas. No fue un acto de fe, sino de confianza porque fue ella la que facilitó vencer la pulseada entre lo que creía  posible o imposible

Cuando digo que no tuve fe, es porque la fe es  la certeza de que ocurrirá lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Es la creencia en algo sin necesidad de que haya sido confirmado por la experiencia o la razón, o demostrado por la ciencia. Es como creer en la vida, después de la muerte. Yo no tenía esa fe.

 La confianza por el contrario, es una emoción que conlleva una entrega al devenir. Para construir el futuro, elegí confiar, aun sabiendo que me podía equivocar, que las cosas podrían salir de una manera no deseada. Sabía que estaba una vez más ante la encrucijada de permanecer cómoda, sin tomar riesgos y así garantizar el statu quo o dar un gran salto sin red, pero con la posibilidad de concretar lo que más anhelaba en mi vida.

Nunca dudé que era un riesgo que estaba más que dispuesta a correrlo. Prefería arrepentirme luego  de los resultados, si estos no eran los esperados a no haberlo intentado. De todas maneras, el arrepentimiento no es una emoción  que tenga muy a mano en mi repertorio. 

Invadida por la emoción de saber que mi vida estaba a punto de cambiar para siempre, no eludí mi necesidad de evaluar cuidadosamente lo que implicaba, cuidar mi conexión conmigo misma, con el otro u otros y el contexto. En ese momento me resultó  muy útil lo que alguna vez aprendí de  Rafael Echeverría, quien se refería a la confianza como una triada, una mesa sostenida por tres patascompetencias,credibilidad y sinceridad.

  1. Las competencias: tiene que ver con poseer los conocimientos y habilidades para hacer un determinada tarea.
  2. La credibilidad: que es la consecuencia del historial de promesas cumplidas.
  3. La sinceridad o la transparencia: y esta última está más ligada con la intuición, con esa energía que no es racional,  que nos predispone a  creer o no, en lo que nos están prometiendo. En definitiva, confiar siempre incluye estar dispuesto a crear transparencia y de eliminar la incertidumbre en el otro.

Es a través de la concreción de promesas,  como instalamos el  futuro en el presente y esto hace que la relación entre promesas y confianza sea clave. Hoy, mi realidad se despliega  a tracción de promesas cumplidas y por cumplirse, propias y ajenas. En el trayecto,  entendí que la posibilidad de  construir este presente y comprometerme, depende casi exclusivamente de mi capacidad de vivir desde la  confianza y ser confiable.

martes, 5 de marzo de 2013

Soy Sol@


"El que siente deseo, desea lo que no tiene a su disposición y no está presente, lo que no posee, lo que él no es y aquello de que carece, desea aquello de que está falto, y no desea si está provisto de ello”. Platón (El Banquete)

Cada vez que escucho esta expresión, “Soy sol@”, no puedo evitar sentir que la persona que lo dice, está queriendo victimizarse. Está haciendo un uso forzado del lenguaje para provocar lástima, compasión o conseguir manipular de alguna manera a su audiencia. 
¿De dónde salió esta expresión? Entiendo que no se puede eludir el tremendo efecto dramático que produce cambiar el verbo estar por ser!!! El verbo estar, per se, da una sensación de algo pasajero, transitorio, quizás hasta efímero. ¿En qué momento la soledad sostenida, no circunstancial, pasa a hacer un atributo permanente de una persona, que hasta pueda ser usada para definirla? ¿Aún si esta fuera una situación en la cual la persona se encuentra sin compañía por elección, podemos concluir que esa persona es sol@?
 El verbo ser es tan fuerte, tan determinante. “Ser solo”, como una cualidad permanente de tu persona, suena a condena o maleficio, entendiendo la soledad como algo no deseado. Lo insólito de la naturaleza humana es que siempre estamos tratando de huir de la impermanencia de las cosas, buscando la garantía "del para siempre", en dicho contexto, despreciamos el "Estar" momentáneamente en algo y buscamos desesperados el "Soy", que garantiza larga duración, solvencia. Pero "ser solo", no suena muy esperanzador.
Podemos debatir años sobre las bondades o castigos de la soledad. Estamos atravesando una era donde hemos debilitado la calidad de los vínculos al punto que ya no sabemos conectarnos cara a cara, mirarnos a la altura de los ojos. Hemos cibernetizado las relaciones hasta llegar al descompromiso absoluto.
Siempre termino concluyendo que el culpable de todo esto es el mito de Andrógino. Esta pesada herencia, no sólo nos plantea la idea que estamos mutilados y como consecuencia, tenemos esa tremenda añoranza del alma gemela, de la otra mitad, sino que también nos lleva a idealizar al otro u otros, que están igualmente solos y hambrientos de completitud. 
La soledad, un tema universal que está o estuvo en la vida de todos. Yo también la viví. Podría darle un nombre, un aroma, incluso un color o una melodía a cada soledad vivida. Disimulando y simulando, encaraba la vida  como podia, con el traje de turno, que acababa en la oscuridad del ropero, con las perchas desnudas, tiritando de miedo.
Voy a terminar con la idea que empecé el post. La autocompasión que tiñe la expresión “Soy sol@”, me parece inútil y dañina. Es todo lo opuesto al amor a uno mismo, al amor propio bien entendido y practicado. Siempre vi la autocompasión como el arte de la manipulación interior y exterior. No deja de parecerme un mecanismo realmente sofisticado porque tiene como objetivo reclamar atención a los demás y/o compadecernos a nosotros mismos, en búsqueda de reconfirmación pero pagando un altisimo precio. La autocompasión es muy destructiva y también adictiva. Las personas que se auto-compadecen, aprenden a auto-despreciarse de manera sistemática, constante y natural, llegando a dañar profundamente su autoestima. 
Aún cuando sólo tuve un cielo inmenso que me abrazara, siempre supe que "no somos solos". Somos seres completos y perfectos en cada una de nuestra particularidad. La soledad es circunstancial u opcional, por ende, no puede definirnos ni determinarnos. 


Platón: “El Banquete”: “El Mito del Andrógino”

Aristófanes nos narra una antigua leyenda sobre Efialtes y Oto, hijos de tesalio Aloeo, que encadenaron a Ares e intentaron escalar el cielo para derrocar a Zeus (Homero). Expone que, en la antigüedad, la humanidad se dividía en tres géneros, el masculino, el femenino, y el andrógino (del griego Andros-Hombre y Gino-Mujer). Los seres que pertenecían a esta última clase eran redondos, con cuatro brazos, cuatro piernas, dos caras en la cabeza y, por supuesto dos órganos sexuales. Estaban unidos por el vientre. Eran seres tan terribles por su vigor y fuerza que se sintieron suficientes para atentar contra los dioses. Puesto que Zeus no podía destruir la raza humana, dado que ésta era la que adoraba a los dioses, los castigó partiéndolos por la mitad. Apolo los curó dándoles la forma actual que tienen ambos sexos, y más tarde pasó adelante sus “vergüenzas”. El Amor desde tiempos inmemoriales trata de unirlos, de manera que, cuando se encuentran se unen de tal forma que es para toda la vida, tratando cada uno de reunirse y fundirse con el amado y convertirse de dos seres en uno solo, de manera que tan solo podría alcanzar la felicidad nuestra especie cuando se dé el tiempo en que la mitad de la Humanidad se encuentre con su otra mitad. Cada mitad de un hombre y mujer primitivos se entregan a la homosexualidad en busca de su otra mitad, en tanto que, la mitad del andrógino se entrega a la heterosexualidad en busca de su otra mitad.

martes, 26 de febrero de 2013

¿Somos lo que pensamos?



“Vemos las cosas no como son, sino como somos nosotros” (Koffka)

Tarde aprendí que es un hábito de lo más saludable, tanto como comer sin grasas o hacer actividad física, el cuidar mis pensamientos. Así, la calidad de las ideas que pasan por mi cabeza se volvió un acto vital, tanto como el de comer o respirar

Hace unos días me propuse explorar un poco este tema: ¿Somos lo que pensamos?

Como la Vida por lo general conspira a mi favor, me jugó la pesada broma de reglarme una total y absoluta disfonía, lo que ayudó  a que pudiera asumir el rol de testigo u observadora de mi propio dialogo por más de un par de días. Al estar en silencio, mis potentes, intrusivos y delatores monólogos internos, pasaron a un primer plano tan contundente, que evidenciaron lo poderosos que pueden llegar a ser. Lo que me digo a mi misma, puede entusiasmarme a encarar desafiantes experiencias o declararme una total y absoluta inútil, merecedora de todo fracaso disponible en el planeta. Y no estoy exagerando, porque esas conversaciones internas, al no tener un interlocutor que modere la charla, pueden escalar con la misma intensidad y vehemencia hacia el más idílico de los escenarios o al total caos de una tragedia griega.

Cuando escuché que el cerebro es capaz de producir más de 64 mil pensamientos por minuto, inmediatamente entendí que muchos  de esos miles de pensamientos seguramente no son necesarios  para nuestra supervivencia diaria  o que no los empleamos para realizar nuestra creatividad. Me asustó tomar consciencia de cuánta energía desperdiciamos al usar esta sofisticada “maquina” en procesos estériles y lo que es peor, en muchos casos se convierten en una plaga dañina, difícil de escapar.

El cerebro es un órgano vital que no descasa. Es sensible a todo lo que ocurre dentro y fuera de él. Los estímulos pueden activarlo o bloquearlo. Es un órgano plástico que aprende, se adapta y puede reprogramarse. Lo más revolucionario que aprendí  sobre este extraordinario órgano es que esta constantemente co-creando  la realidad que percibimos del mundo externo, a través de los sentidos.  Es decir, la realidad no es algo predeterminado y fijo, ni tampoco la percepción de la misma es pasiva. Todo lo contrario. Muchas prácticas espirituales y la física cuántica ya lo explican. En este breve video, el mismo Deepak Chopra habla sobre como el cerebro percibe los colores y  explica que el color no es un atributo fijo y predeterminado de las cosas, como siempre lo creímos, sino una cualidad que el cerebro crea en un determinado contexto.


Video: La percepcion del color 

¿Cuánta energía, tiempo y recursos se invierten en enseñarnos a alimentarnos bien, a cuidar nuestros cuerpos tanto por temas de salud o estéticos? ¿Y cuánta,  en aprender a alimentar nuestra mente y espíritu?

Durante siglos hemos creído que la mente está localizada en el cerebro. Sin embargo, lo que la ciencia moderna está demostrando es que la mente está presente en todas las células del cuerpo. Por lo tanto, si nuestros pensamientos son caóticos, el cuerpo actuará como espejo y reaccionará de igual manera. Si los pensamientos son de alegría y armonía, el cuerpo responderá en consecuencia.

Chopra repite hasta el cansancio que el cuerpo físico está atravesado por todas nuestras creencias y realidades interiores, por todo lo que comemos, leemos, pensamos, sentimos, imaginamos. Sostiene también  que  cuando meditamos, la química del cerebro cambia y por ende ese cambio se manifiesta en la totalidad del individuo.

La famosa fórmula, en la cual La Felicidad, está siempre allá lejos, fuera de alcance y que consiste en tratar de convencernos que vamos a estar mejor o más felices cuando ocurra cierto evento o alcancemos una determinada meta, dejó de funcionarme hace tiempo. No adhiero a esa creencia porque creo que tenemos que ser felices en el aquí y ahora. Y es por eso que nuestro dialogo interno se vuelve crucial.

Tampoco me simpatizan esas corrientes que proponen repetir afirmaciones positivas cuyos efectos mágicos aparecerán por el sólo hecho de repetirlas hasta el cansancio. Para obtener resultados, siempre tuve que poner el cuerpo y mente en acción. Eso sigue vigente en mi vida hasta el día de hoy a pesar que me gustaría que la magia funcione a tracción de palabras solamente.

La peor batalla es siempre la que me presenta ese ejército de pequeños “gremlins pica-sesos”, cada vez que me propongo salir de mis áreas de confort y arriesgar nuevos escenarios. Su misión es objetar cualquier movida que pueda poner en riesgo el statu quo. La unión hace la fuerza, dicen y la suma de cada una de esas pequeñas voces termina constituyéndose en un poderoso alarido interno que invade mi mente con cada una de mis creencias limitadoras. Actúa como un virus, infectando  lenta y sutilmente mis pensamientos, generando escenarios imaginarios,catastróficos y paralizantes.  Este proceso es el peor y más toxico de mis hábitos mentales. La meditación fue la gran medicina que me ayuda a reconocerlo y evitarlo. Aquietar la mente genera una fuente de energía inimaginable que luego uno puede invertir en lo que lo haga más feliz.

Estos días observé cuál es mi diálogo interno, cómo es el tráfico de mis pensamientos,  cuál es el beneficio de sostener hábitos tóxicos, para qué hacerlo, de qué modo me hablo  a mí misma, cómo influye eso en  mis emociones, estados de ánimos, en mis acciones y finalmente, en la forma que quiero estar en el  mundo.
Aprendí que no es un tema menor de qué manera alimento mi mente. Mis pensamientos son la materia prima de mis emociones y acciones. En la medida que elija más y mejores pensamientos, voy a  tomar mejores decisiones, forjare relaciones interpersonales más significativas y mi vida será más armónica, saludable y feliz. Todo esto sólo puede impactar positivamente en mi entorno más cercano y así sucesivamente, en contextos más lejanos.
Desde mi mirada, el mundo es una construcción o manifestación de nuestra consciencia  colectiva, por lo tanto, si queremos un mundo mejor, el cambio debe empezar por uno. Si cambio yo, cambia el mundo.



miércoles, 13 de febrero de 2013

Un Ángel entre flechas y corazones


"El centro del amor no siempre coincide con el centro de la vida. Ambos centros se buscan entonces  como dos animales atribulados. Pero casi nunca se encuentran, porque la clave de la coincidencia es otra: nacer juntos. Nacer juntos, como debieran nacer y morir todos los amantes". (Roberto Juarroz)

14 de Febrero,  Día de Los Enamorados, celebración de San Valentín o como quieran llamarlo, fue sin lugar a dudas una de las fechas más controvertida durante mi vida. ¿Celebrar o padecer?

Para muchos, es sinónimo de éxtasis romántico, para otros, la reconfirmación de su soledad o desamor y para el resto de los mortales una celebración invasiva, con un marketing de proporciones crecientes, difícil de escapar o ignorar.
Tengo que admitir que hasta hace muy poco tiempo la celebración de San Valentín, me molestaba, me parecía una ridícula costumbre importada de países anglo-sajones que poco tenía que ver con nuestra tradición e idiosincrasia. Representó  por años el día más cursi, mercantilista y cruel al cual podía enfrentarse toda aquella porción de la población que estaba sola sin pareja o peor aún, sola con una pareja.
Es una de esas fechas en las cuales no se puede tener una posición neutral y como mujer, solo me voy a limitar a hablarles desde mi perspectiva femenina.

Las eternas románticas enamoradas del amor.
Son las que se enamoran con la misma intensidad del protagonista de la telenovela de turno,  un ciber-novio que vive del otro lado del planeta o del tachero que se  hizo el galán cuando les daba el vuelto al finalizar el viaje. Adoran la invasión de tarjetas con frases melosas de amor, los chocolates, las flores, los almohadones y cualquier cosa que tenga forma de corazón! Hasta se emocionan ante la idea de recibir un  oso de peluche que promete un caluroso abrazo en pleno febrero estival del hemisferio Sur! No importa si tienen una pareja o no, ellas pueden celebrar San Valentín hasta con su mascota con tal de no perdérselo.

Las que odian al Santo.
En el otro extremo están las detractoras. Las que piensan que esta celebración la inventaron con el sólo objeto de hacerlas sentir miserablemente solas y recordarles que transcurrió un año más sin que hayan podido cambiar de estatus relacional. El 14 de febrero se constituye en el día en el que muchos reconfirman oficial y públicamente su soltería e  incapacidad para generar vínculos duraderos.

Las que quieren celebrar y no pierden las esperanzas.
¿Quién no tiene una amiga soltera y que mataría por tener su “Valentín”, una comida romántica a la luz de las velas y ser sorprendida por un ramo de rosas rojas al llegar a su hogar? Ellas no despotrican contra el ángel regordete y su esquiva flecha. Miran desde afuera y ruegan que el próximo año sea más inclusivo y poder ser parte de esta gran fiesta.

La población cautiva.
Las que no creen, no celebran pero tampoco lo odian y aún así no pueden estar ajenas a toda la parafernalia marketinera que crece año a año. Imposible comprar bombones que no tengan forma de corazón o enviar un ramo de rosas que no tenga una presentación romántica. Por unos días pareciera que el mundo se convierte en una gran jaula de corazones rojos imposible de eludir.

Yo fui todas ellas!  Si, pasé  por todas esas experiencias y es la primera vez en años que mi corazón se siente correspondido y enamorado. Dejé de resistir a San Valentín cuando entendí que en definitiva es una celebración del amor y creo en el amor como la fuerza más poderosa e inclusiva del universo.

Me gustaría hacer las paces definitivamente con Cupido y  para ello necesito crear una nueva dimensión en la celebración del Día de los Enamorados. El marketing invasivo de los corazones rojos dejó  afuera de la fiesta a muchos.  Nunca me gusto idealizar el rush hormonal, típico del enamoramiento de los primeros tiempos de una relación. Eso sería dejar al amor reducido a la voluntad de unos cuantos químicos cerebrales.

El amor es mucho más que eso. Quiero agregar a la celebración del amor romántico, la celebración del amor a uno mismo. No como una expresión  egocéntrica o vanidosa, sino como el combustible existencial necesario para generar buenas y sanas relaciones. El amor a uno mismo tuvo en mi mundo muy mala prensa. Elegirme, aceptarme, reconocer y atender mis necesidades era casi prácticamente lo mismo que ser una gran egoísta. Fue revelador entender que no  puedo dar lo que no tengo. Por lo general, eso no te lo enseña nadie.  Así fue como Cupido se pasó años evitándome.

Tener la bendición- porque creo que es una bendición- que te toque la flecha angelada y finalmente encontrar esa alma que resuena en armonía con la de uno , es motivo para festejar San Valentín los 365 días del año.

Historia: ¿Quién fue San Valentín?
Cuenta la historia que Claudio II "el Gótico", un tirano emperador romano, ordenó a todos los cristianos adorar a doce dioses, y había declarado que asociarse con cristianos era un crimen castigado con la pena de muerte. De este modo, Claudio mandó prohibir en todo su territorio cualquier manifestación de amor entre dos personas, lo que incluía todo tipo de celebraciones nupciales. Claudio sólo quería soldados, guerreros solteros que defendieran con brío y sin sentimentalismos su vasto imperio.
Aquí es donde apareció el cristiano Valentín, obispo de Interamna Nahartium, en Italia. Era un médico romano que se hizo sacerdote y casaba soldados. Se dedicaba a casar en secreto a parejas que quisieran formar una familia con la gracia del sacramento. Esto le valió la cárcel bajo el mandato de Aureliano, sucesor de Claudio. Valentín fue decapitado un 14 de febrero de 270. Fue enterrado en la que es hoy la Iglesia de Praxedes en Roma como mártir de la persecución romana.

domingo, 27 de enero de 2013

Metamorfosis


Mark Taiwn dijo: “Dentro de 20 años estarás más arrepentido por las cosas que no hiciste, que por las que hiciste. Así que suelta amarras, navega lejos de puertos seguros, coge los vientos alisios. Explora. Sueña.”

Abandonar lo seguro por lo incierto suele ser una experiencia amenazadora y  nos pone de cara con los recursos con los que contamos. Algunas veces,  para nuestra sorpresa, salen también a relucir, habilidades, destrezas o  cierta sabiduría que desconocíamos tener.

Cuando empecé a plantearme cómo quería vivir mi vida los próximos diez años, vino casi de la mano un proceso de revisión y selección de cuáles eran realmente las relaciones, objetos y actividades importantes en mi vida y claramente, cuales no lo eran o nunca lo fueron y así y todo, demandaban aún una gran cantidad de energía en mi día a día.

Este proceso de reconocimiento de lo vital, implicaba necesariamente soltar. Vaciar para hacer lugar. Dejar lo viejo, conocido y seguro para aventurarme a ese espacio, en apariencia vacío de lo familiar para darle forma a mi nueva vida, a una nueva identidad. Implicaba también dar un salto. No se puede avanzar por más esfuerzo que se haga, si un pie sigue firme, anclado en el pasado.

Si, me siento extraña y trato de aceptarlo sin resistencia. Dejar atrás mi identidad oficial, vivir esta transición y poder ser sincera en la atención de mis necesidades, es mi mayor desafío para poder encontrar mi nuevo lugar en el mundo. La vida  me da una segunda oportunidad y no quiero esta vez ajustarme a un rol en el cual tenga que recortar, relegar o negar aspectos nucleares de mi ser para satisfacer expectativas ajenas, recibir reconocimiento, o encontrar seguridad material que impliquen la incomodidad de mi alma.

Así  fue como empecé a hacerme muchas preguntas y el espacio del trabajo fue unos de los ámbitos que primero puse bajo la lupa.

¿Por qué o para qué trabajo o  trabajaba como lo había estado haciendo?

Mi respuesta fue que lo hacía en parte para pagar las cuentas y contribuir con la economía. Porque el trabajo me daba un sentido de dirección, me conectaba con otras personas y de alguna manera definía parte de mi identidad.

También pude reconocer que fue recién en los últimos seis años cuando comencé a plantearme la necesidad de que mi trabajo tuviera un impacto social o comunitario y de alguna manera contribuir a un bien mayor, que superara la mera gratificación personal. Preguntas tales como: “¿Qué hago aquí? ¿Para qué sigo en esto si no me realizo? ¿Cómo me juzgarán si renuncio al éxito, al prestigio, al bienestar material?”,  dieron paso a otras como: “¿Qué trabajo estaré  destinada a hacer en la vida? ¿En qué tarea mi alma se alimentará y podrá expresar todo su potencial? ¿De qué manera podré aportar al todo del que somos parte? ¿Qué tipo de trabajo me dará paz e integridad, más allá de los esfuerzos que requiera? ¿En qué ocupación podré hacer mi mayor y mejor aporte que brinde sentido a este planeta?”.

Estos interrogantes no se refieren a factores como el éxito social, la fecundidad económica o el prestigio que puede concederme la mirada ajena. Son más bien preguntas que apuntan a cuestionarme  cuál era la actividad que me  permitiría  expresar mis valores en un contexto ético, empezando por el entorno más cercano y tangible, en el cual podría manifestarme de una manera personal, única, aunque muchos hicieran la misma tarea.

Hay días en que me gana la impaciencia. Me resulta muy difícil imaginar que es lo que sigue, si no logro frenar esta carrera de la que vengo, recuperar el aliento para lograr perspectiva. La transición se parece a una lenta metamorfosis que implica pequeños pasos, desvíos, perseverancia, creatividad, iniciativa y entereza. Quizás este reinventarse solo implique un pequeño reajuste del bagaje presente o una profunda renovación. No lo sé.


Buscar nuevos horizontes implica aceptar la incertidumbre pero de algo estoy segura. Sé que mientras busque, quizás pase por más de un oficio o profesión pero sea lo que fuere que elija hacer, será una labor que me permita expresar, dar forma y sentido a toda mi materia prima espiritual, emocional, creativa que representa mi verdadera e intransferible identidad. Será una labor que contribuya a hacer del mundo un mejor lugar. Puede sonar pretencioso pero es sincero. No quiero arrepentirme, no me gustaría dejar este planeta sin antes haber intentado hacerlo mejor para los que queden y los que vendrán.