miércoles, 30 de octubre de 2013

El Yoga: un aliado para combatir el estrés

“En todas las culturas y en todas las tradiciones médicas antes de la nuestra, la sanación se lograba moviendo energía.”

Stress es una palabra del inglés que significa tensión. Podríamos decir que el estrés es una sensación de tensión que puede manifestarse a nivel físico y/o emocional.
Nos estresamos por motivos laborales y económicos. Por relacionarnos con personas toxicas. Por no cuidar la calidad de nuestros pensamientos. Cuando enfrentamos pérdidas importantes: muertes, trabajos, bienes materiales, afectos. Sufrir por amor, otro gran estresor. La soledad, la incapacidad de generar vínculos significativos. En una sociedad cargada de contaminación visual y acústica, marcada por la urgencia y el cambio permanente, sumado a la falta de descanso y alimentación adecuada, es muy difícil permanecer inmune al estrés.
El estrés nos acecha cotidianamente y es uno de los flagelos de la vida moderna.  Es un enemigo que avanza silenciosamente, impidiéndonos vivir de manera armónica y saludable.
El manejo del estrés implica controlar y reducir la tensión que surge cuando nos enfrentamos a situaciones desafiantes o amenazadoras. Situaciones que nos obligan a salir de nuestras zonas de confort, para adaptarnos a un nuevo contexto. Para evitar que esto nos afecte nocivamente,  debemos aprender a incorporar cambios desde lo psico-físico y energético.
Existen diversas actividades que nos ayudarán a canalizar el estrés y eliminarlo. Entre ellas, el yoga es una de las más efectivas.
El yoga es un sistema holístico que trabaja en todos los planos del Ser. Su finalidad no es solo la mejora de lo físico; toda la fuerza, resistencia, elasticidad y equilibrio que logramos en el plano físico, se manifestará en lo mental- emocional y espiritual-energético, generando no solo buena salud, sino también armonía, serenidad y paz interior.

 En el plano físico:
  • Nos hace más conscientes de los ritmos y necesidades naturales del cuerpo
  • Fortalece los músculos y huesos
  • Provee flexibilidad y equilibrio
  • Retrasa el proceso de envejecimiento
  • Oxigena y limpia nuestros órganos, beneficiando nuestro sistema cardiovascular, endocrino,  inmunológico, digestivo y respiratorio
  • Abre los canales energéticos y equilibra los chakras. Aumenta la energía vital.
 En el plano mental y emocional:
  • Disminuye el estrés
  • Incrementa nuestra capacidad de atención y concentración
  • Ayuda a superar el insomnio, a descansar mejor.
  • Promueve el pensamiento positivo ayudando a la superación de miedos, ansiedad, depresión
  • Nos vuelve menos reactivos y nos enseña a diseñar nuestras respuestas. Eso impacta positivamente en la calidad de nuestros vínculos y calidad de vida en general
A través de una práctica comprometida, 
perseverante y disciplinada, se alcanzan estados elevados de consciencia, optimizando nuestra energía para enfrentar mejor los desafíos de la vida.
Esto se logra a través de:
  • La respiración
  • Las posturas de yoga o asanas
  • La meditación
  • Alimentación  y descanso adecuado
El verdadero valor del yoga es que nos enseña: el camino del autoconocimiento, la sanación y la expansión de la consciencia.

sábado, 26 de octubre de 2013

La palabra rota

"Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol."  Martin L. King

Construir el futuro es una cuestión de confianza. La confianza, es una emoción que conlleva una entrega al devenir.

Cada vez que hacemos una promesa, cada vez que acordamos llevar a cabo un proyecto, que tomamos un compromiso, sólo podemos saber cuán sinceros estamos siendo nosotros, con respecto a esa acción. Generar confianza, implica estar dispuesto a crear transparencia y a eliminar la incertidumbre en el otro. También sabemos que es una especie de salto al vacío, que no hay certezas de la intención de los terceros con los que nos involucramos. Nos dejamos llevar por la intuición, hacemos una presunción de confiabilidad, aceptando que no hay garantías de ningún tipo.

Extraño las épocas en las que se usaba la expresión:“te doy mi palabra”. Esa declaración de honestidad, casi un juramento de buena fe, que se hacía mirándose a los ojos y estrechándose las manos, a modo de sello de un pacto de honor. Con eso bastaba y no quedaba lugar para dudas o desconfianzas. Hoy, lamentablemente, esta, como tantas otras buenas costumbres, fueron burladas y quedaron en el olvido.

El valor de la palabra se sostiene con la consistencia y coherencia de los hechos que le suceden. Si eso se quiebra, la palabra queda bastardeada, vacía de significado y legitimidad.  Desnuda e impotente, degradada a un conjunto de símbolos inconexos e ininteligibles, sólo puede generar caos, dolor y confusión.

Sinembargo y sin pecar de ingenua, aún creo en el poder de la palabra.
Como el Verbo que se hizo carne, creo en el poder creador de la palabra.
La palabra como potencial puro, como semilla de nuevos mundos y oportunidades.
Creo en la palabra como sostén y guardián de promesas, deseos, ilusiones.
Creo en la alquimia de la palabra, que abraza el desconsuelo y lo transmuta en esperanza.
Creo en la palabra que seca lagrimas para dibujar sonrisas.
Creo en la palabra como el nectar sagrado que nutre, fortalece y consagra el amor entre los hombres.

Puedo encontrarme una y mil veces con palabras rotas, aun así, sé desde lo más profundo de mi ser, que la construcción del futuro, depende casi exclusivamente de mi capacidad de comprometerme, de vivir desde la confianza y de ser confiable.


martes, 15 de octubre de 2013

Accidentes Afortunados

"Buscar una cosa
es siempre encontrar otra.
Así, para hallar algo,
hay que buscar lo que no es". (Roberto Juarróz)

Vivimos tan apurados. Nos enseñan que debemos estar focalizados en nuestros objetivos, que la vida es tan corta, que no podemos darnos el lujo de equivocarnos, de tomar un desv
ío o perder el tiempo. Nos ponemos anteojeras para no distraernos, como si existiera un único camino que nos conduce a “la meta”. Así es como nos perdemos de descubrir tantas cosas y la vida se vuelve rutinaria, predecible y monótona. Si bien el camino vallado, nos confiere toda una sensación de seguridad, también es una garantía de que nada extra-ordinario se nos puede presentar y la sensación de estancamiento puede llegar a ser abrumadora.

Los otros días me crucé con la palabra en inglés “Serendipity”, que en español se traduce “serendipia”. “Una serendipia es un descubrimiento o un hallazgo afortunado e inesperado que se produce cuando se está buscando otra cosa distinta. También puede referirse a la habilidad de un sujeto para reconocer que ha hecho un descubrimiento importante aunque no tenga relación con lo que busca”.

¿Cuántas veces salimos con un fin en la mente, pero en medio del camino, encontramos una solución inesperada, casi mágica, que pone a nuestro alcance un mundo nuevo de posibilidades, que difícilmente podríamos haber imaginado?

La historia de la humanidad está plagada de descubrimientos valiosos y revolucionarios causados por la habilidad de una persona para aprovechar el error y el azar. Para vivir esas experiencias de Serendipity, se animaron a ser receptivos y flexibles. Se arriesgaron a abrir las puertas de todos sus sentidos, incluyendo los meta-sentidos, a estar atentos a las señales que les daba el Universo y confiar en su intuición.

Personalmente creo que estas experiencias son como señales de una inteligencia superior que nos intercepta en nuestro ciego accionar, para mostrarnos un camino que tiene más que ver con nuestro destino. Son invitaciones a desobedecer todas esas órdenes incuestionables, que nos dicen cómo son las cosas, qué es posible y qué es imposible, qué podemos hacer y qué no podemos hacer. Todas esas creencias que determinan cada una de nuestras acciones, e incluso los pensamientos y sentimientos que experimentamos. Los paradigmas nos contienen, nos dan contexto e identidad pero también nos encasillan en patrones de conducta que no nos dejan ir más allá y crear nuevas posibilidades para nuestras vidas. 

Permitirnos ser permeables a experiencias de serendipity, es reconocer que estamos en un mundo donde todo es incierto por lo tanto, todo también es posible.

sábado, 5 de octubre de 2013

Creer para crear

“Más grande que la conquista en batalla de mil veces mil hombres, es la conquista de uno mismo”. (Buda.)

¿Qué es lo que lleva a una persona decir una frase como esta? “Esta situación sólo puede mejorar”.

Siempre me asustó un poco el falso optimismo o mejor dicho, la irresponsabilidad disfrazada de optimismo. Ya en el post “El desafío de un buen observador”, explico mis razones. Pero hoy, no quiero escribir sobre la habilidad que tenemos para hacer buenas interpretaciones de la realidad, sino de esa asombrosa capacidad que tienen algunos humanos, para ver lo mejor de cada situación. Reitero, porque no quiero confundirlos: no me estoy refiriendo a esas personas que ven todo color de rosa, sino a aquellos que sin perder contacto con la hostilidad y desasosiego que la vida presenta como parte de su fachada cotidiana, aun así, mantienen su capacidad para no rendirse y buscar la luz que guía sus acciones hacia un espacio esperanzador.

Encontré  esta definición de resiliencia,  que creo es lo que define esta cualidad que me maravilla: “La resiliencia es la capacidad de una persona o grupo para seguir proyectándose en el futuro a pesar de acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas graves.”

Me pregunto si la resiliencia tiene que ver con la aceptación. Si va de la mano con la creencia que la vida tiene un propósito, aun cuando este no sea evidente o accesible para nuestro entendimiento y muchas veces parezca absurdo y cruel.  O si está más relacionada con el coraje y la inquebrantable intención de querer siempre mejorar, a pesar de todo. No sé si importa identificar la cualidad sobresaliente de los resilientes, me parece más trascendente saber que la resiliencia  involucra  una serie de conductas y formas de pensar que cualquier persona puede aprender y desarrollar.

El camino que lleva a la resiliencia no es un camino fácil. No significa huir o negar lo que nos genera fastidio o dolor. Implica afrontar el estrés y malestar emocional, desde un lugar sereno. Buscar el sentido de ese nuevo desafío, para encontrar la fuerza necesaria que nos permita construir un futuro, a pesar de la adversidad o la tragedia.

Esto me devuelve la esperanza que un mundo mejor es posible; me ayuda a pensar que creer es crear. Por eso, creo en las personas que se permiten sentir emociones intensas, sin temerles, ni huir de ellas.
Creo en las personas que miran los problemas como retos que pueden superar y no como terribles amenazas que los paralizan.
Creo en las  personas que aprendieron que ser flexibles, no es sinónimo de ser débiles.
Creo en las personas que se toman tiempo para descansar y recuperar fuerzas, que no se consideran todo poderosas. Reconocen tanto su potencial, como sus limitaciones.
Creo en las personas que son capaces de identificar de manera precisa las causas de sus problemas para evitar volver a enfrentarlos en el futuro.
Creo en las  personas con la habilidad de controlar sus emociones y pueden permanecer serenos en situaciones de crisis.
Creo en las  personas con un optimismo realista, con una visión positiva del futuro, pero sin dejarse llevar por la irrealidad o fantasías.
Creo en las  personas que se consideran competentes y confían en sus propias capacidades y también en las capacidades de los demás.
Creo en las  personas con empatía, que les permite reconocer las emociones de los demás y conectar con ellas.
Creo en las  personas con más sentido del humor, que con tendencia al drama.
Creo en las personas que tienen una profunda convicción, que lo mejor está siempre por venir.

Tendríamos un planeta mucho más sano, si nos propusiéramos desarrollar  resiliencia desde temprana edad. El mundo estaría habitado por almas más pacíficas, felices, valientes  y positivas. Nadie puede garantizarnos una vida sin sufrimiento pero lo que la adversidad hace de cada uno de notros, depende en gran parte de nosotros mismos.