lunes, 31 de marzo de 2014

El desafio de lo simple

“La simplicidad es la mayor sofisticación”. (Leonardo da Vinci)

Hoy, ser multitasking, (capacidad de realizar varias tareas al mismo tiempo) parece no sólo estar de moda, sino también es considerado un signo de eficiencia y productividad. Nos pasamos todo el día, saltando de una actividad a la otra, o en el peor de los casos, nos sorprendemos, tipeando un mail, mientras hablamos por teléfono y tratamos de terminar el café ya frio del desayuno. Lo triste de este escenario, es que ya no lo cuestionamos y lo aceptamos como normal. Al final del día, cuando todo nuestro ser se siente drenado de energía, nos preguntamos si eso que hicimos, fue vivir o la vida simplemente nos pasó por encima, dejándonos completamente desarticulados y exhaustos.

¿Cómo hacer para escapar de esta maratón que el mundo moderno nos impone día a día?¿ Cómo simplificar la vida, para tener más control de nuestro tiempo y más momentos de paz? ¿Cómo recuperar tiempo para hacer lo que realmente nos gusta y escapar del caos?

Simplificar y concentrarse en lo importante, no es nada fácil, ni sencillo. Debe ser uno de los desafíos más difíciles de enfrentar. Requiere de un gran ejercicio de evaluación y selección, es poder distinguir de lo que es relevante y necesario, de lo superfluo. Muchas veces implica decir "no"  a cosas que nos gustaría realizar y al hacerlo, muchas personas se sienten ofendidas o rechazadas. Requiere una capacidad de concentrar la energía y el compromiso en ejecutar una acción a la vez, enfrentando la ansiedad de saber que nos estamos “perdiendo” otras actividades.

Creo que en la palabra “pérdida” está la clave de esta tendencia a querer hacer todo y estar en todos lados al mismo tiempo. Nos hacen creer que un sinnúmero de servicios y productos son importantes y necesarios y terminamos consumiéndolos compulsivamente sin cuestionarlos. Lo hacemos a veces convencidos que son imprescindibles y otras, porque no queremos privarnos de algún beneficio que pudiera hacer nuestra vida un poco más feliz, cool, estable o luminosa.

Bajarse de la calesita del consumo, del vértigo de la cultura del “todo ya!”, entiendo puede producir miedo. Tenemos temor de enfrentar una vida más despojada, sin adornos y al prescindir de todas esas distracciones, aparece el mayor de todos los miedos: el  pánico de descubrir una vida vacía de sentido.

Vaciar para hacer lugar, me parece no sólo una propuesta para valientes, sino también esperanzadora. Es quizás un proceso doloroso, porque implica soltar muchas cosas que queremos y sentimos apego por ellas, pero es también la posibilidad de crear el contexto necesario para reinventarnos y dar lugar a una nueva vida.

domingo, 30 de marzo de 2014

El Club de los Ofendidos

"El pesimista se queja del viento; el optimista espera que cambie; el realista ajusta las velas." Ward William George 

Dicen que la esperanza es lo último que se pierde. Como frase alentadora, me parece fantástica porque la esperanza es el combustible emocional que mantiene la vida en movimiento.

Ahora, una cosa muy distinta son las expectativas. Si bien ambas palabras contienen una situación de espera como condición, la esperanza, está basada en la confianza en que ocurrirá o se logrará lo que se desea, mientras que la expectativa, está orientada a esperar que ocurra lo que queremos conseguir, sin involucrarnos en ninguna acción o decisión por nuestra parte. La expectativa nos pone en una situación pasiva, donde nos convertimos en jueces de resultados que no dependen de nosotros y según como estos sean, nos sentiremos los seres más afortunados del planeta, con todos los astros conspirando a nuestro favor,o en unas pobres víctimas, ya sea de las circunstancias adversas de turno o de las acciones de terceros, que nos resultan injustas e inmerecidas.

Todos estuvimos alguna vez en uno de estos escenarios. Quizás todavía, saltamos de un lado a otro, sin definirnos si queremos pertenecer al Club de los Afortunados y ser los creadores de nuestro destino, o ser parte del Club de los Ofendidos, escudados en la queja estéril por ser víctimas de las injusticias del mundo. El Club de los ofendidos, nuclea a todas esas personas que sienten que son tratadas injustamente, personas que esperan acciones de los demás, que nunca están a la altura de sus expectativas.  Están convencidos que las respuestas que reciben no son las que merecen y esa es la razón por la cual viven ofendidos. También están resentidos, porque  sienten que no se les reconoce su valor, su dedicación, su importancia, su bondad, su entrega y entienden que son sometidos a situaciones inmerecidas. El resultado de esto por lo general es el enojo y el resentimiento, que se expresa a través de la queja improductiva.

¿Quién no tiene un amigo ofendido porque no lo llamaste (cuando él lo esperaba)? Justo ese amigo que cada vez que lo llamaste para hacer algo, nunca pudo y tampoco se tomó el tiempo para devolverte el  llamado en los últimos 3 meses.
O el amigo que se ofendió porque se enteró por un tercero que te separaste y hacía más de dos años que no tenían ningún tipo de contacto!
O el pariente que se enojó porque no le contestaste un mail en cadena  que te envió a vos y 20 personas más, con las últimas reflexiones sobre la vida Zen.
O el compañero de trabajo que se siente ignorado porque esperaba ser invitado a tu fiesta intima de aniversario, donde solo participaron tu mujer y tus hijos!
Ni que hablar de las situaciones que se generan con las relaciones virtuales!! La cantidad de enojos y ofensas que resultan por no haber puesto un “me gusta”  a una foto, o por no seguir a un conocido en twitter, que si es un seguidor tuyo!!

Si pudiéramos entender que las expectativas no son promesas. Que las expectativas pertenecen a nuestro ámbito íntimo personal y que los demás no tienen la obligación de adivinarlas, ni de cumplirlas. Si pudiéramos aprender a pedir lo que necesitamos o queremos, aceptando que al otro lo asiste el derecho legítimo de acceder o negarse a nuestro pedido. Si sólo pudiéramos hacer estas distinciones, seguramente no existiría el Club de los Ofendidos y la cultura de la queja ­­­­­ya se habría extinguido.

viernes, 21 de marzo de 2014

Fetiches Modernos

¿Hasta cuándo vamos a seguir creyendo que la felicidad no es más que uno de los juegos de la ilusión? (Julio Cortázar)

¿Qué es lo que nos hace dar lo que no tenemos por obtener un objeto? ¿Por dónde pasa la valoración que hacemos de ciertas cosas? ¿Por qué nos resulta tan importante y por momentos, hasta imprescindible poseerlas? Y una vez que las adquirimos, forjamos una especie de relación simbiótica, en la cual la sola idea de no tenerlas nos genera angustia, como si nos faltara algo tan vital como el aire que respiramos!

Este nuevo siglo, en el que reina el materialismo y el consumismo, está signado por lo que se me ocurre llamar “fetichismo moderno”.  Según el diccionario, Fetichismo es la devoción hacia los objetos materiales. Es una forma de creencia o práctica, en la cual se considera que ciertos objetos poseen poderes mágicos o sobrenaturales y que protegen al portador o a las personas de las fuerzas naturales.

Tomando esta definición como referencia y sin ninguna intención de meterme en interpretaciones psicoanalíticas, creo que en pocos minutos podríamos identificar la cantidad de objetos que tienen la categoría de fetiches en nuestro universo cotidiano. Podemos empezar por toda la variedad de dispositivos móviles y seguir por zapatos, carteras, prendas de diseño, relojes, lapiceras, joyas, automóviles, propiedades, hasta membresías para pertenecer a ciertos círculos, clubes o barrios privados. Estos objetos se tornan en fetiches modernos, más que por su valor intrínseco o de uso, por el valor extraordinario que le asignamos, que es subjetivo y el resultado del entorno en el que estamos cautivos.

Todos ellos se convierten en fetiches, en el momento en que empezamos usarlos como amuletos para protegernos de nuestras carencias. Cuando nos convencemos y confiamos en que poseen el poder de proveernos de aquello que tanto deseamos. Usarlos produce la magia de conferirnos prestigio, seducción, inteligencia, pertenencia, juventud, solvencia, aunque sea por un tiempo limitado. Quizás estamos conscientes de ello de antemano, pero no nos importa, con tal de experimentar el hechizo de estar por un momento, en ese mundo añorado.

Todo esto viene también de la mano de la cultura de la urgencia, la del quiero todo ya! Es más fácil  pagar y si es necesario, endeudarse para conseguir ser más alto, flaco, cool, glamoroso, tener la última versión del celular de moda, que dedicarle tiempo y esfuerzo para que el resultado, se constituya en una conquista del propio desarrollo personal. Logros que nos definan y nos permitan seguir creciendo, en vez de caducar cada 6 meses y necesitar reemplazarlos por una versión más nueva.

Cada día es más difícil escapar de los constantes  bombardeos y renovados trucos de la publicidad, que se encargan de seducirnos con todo tipo de productos fetiches, diseñados para calmar la angustia existencial. El fetiche aparece para ayudar a soportar esa carencia, pero solo hace eso: la disimula, la amortigua, la disfraza pero no la hace desaparecer. El fetiche es solo un paliativo,  para sostener una fantasía de plenitud efímera. Construir una vida sobre una ilusión, no sirve para encontrar solidez, confianza y equilibrio emocional. Tarde o temprano tendremos que enfrentar lo que no está o no tenemos y paradójicamente, ese es el mejor espacio por dónde empezar a construir algo en serio.

jueves, 13 de marzo de 2014

Des-Estructurando Mitos

“Los estructurados viven orientados a conseguir logros, mientras que los relajados, viven en búsqueda de la gratificación”.

¿Cuántas veces nos debatimos entre la seguridad de las estructuras y la incertidumbre de la  libertad? Las antinomias estructura vs. libertad o seguridad vs. riesgos, inevitablemente gravitan en nuestras mentes y corazones cada vez que elegimos.

El instinto de supervivencia rige nuestras elecciones y tendemos a priorizar todo aquello que garantice la vida. Cuando tenemos que optar entre tomar riesgos o quedarnos con lo seguro,  para los que aborrecemos las estructuras, en algún lugar de nuestro ser resuena la conocida frase atribuida a Darwin: "No es la especie más fuerte la que sobrevive, ni la más inteligente, sino la que mejor se adapta a los cambios". La tentación por elegir lo conocido es tan grande, que rápidamente nos envalentonamos tras esta máxima, desafiando cuanto riesgo se presente y nos animamos a asignar mayor valor a la capacidad de ser flexibles, que a la seguridad que brindan las estructuras.

Están también los indecisos, que manifiestan en mayor o menor grado, la contradicción de querer gozar de los beneficios de ambas situaciones, sin tener que elegir una de ellas.  Si bien detestan sentirse privados de la libertad en cualquier ámbito de la vida, muchas veces se sorprenden añorando la contención de un entorno sólido, donde no haya cabida para la inconsistencia de lo incierto. También sucede, que después de un tiempo de tanta previsibilidad,  se torna aterrador pensar que todo el potencial de la existencia quedará confinado tras las paredes de la rutinaria seguridad y ofrecen, desesperados, sus “reinos”, con tal de saltar las murallas de esa fortaleza y aventurarse a enfrentar cualquier riesgo que los saque del aburrido letargo.

En mi caso, admito, que todo lo referido a “estructuras” era un equivalente a mala palabra. Cada vez que escuchaba decir “estructurado” aplicado a una persona, un trabajo, una rutina o cualquier actividad, (ni que decir, si se refería a mi misma!!), automáticamente lo relacionaba con atributos negativos, relativos a rígido, duro, exigente, poco creativo, hasta aburrido o predecible. La felicidad estaba garantizada por lo opuesto, lo relajado, fluido, espontáneo, sin reglas o guiones pre-establecidos. Ser flexible era sinónimo de ser libre y para ello me la pasé evitando ataduras, a cualquier estructura que coarte ese derecho fundamental.

También están los que sienten pavor a la ausencia de estructuras. Prescindir de ellas, es como andar desnudos por la vida (tema al que le dediqué todo un post hace unos meses :"Miedo al caos").

En un intento por reivindicar la connotación del concepto, las estructuras no tienen como única finalidad aportar rigidez, también dan sostén, protección y salvan distancias.  Son las que delinean las formas, dan orden y dirección. Hay estructuras que definen en muchos casos nuestros orígenes e identidad. Son el punto de partida para lanzarnos, avanzar, improvisar, crear nuevos escenarios y si es necesario, también volver. Son los cimientos y el esqueleto sobre los cuales desplegamos nuestras creaciones. Hay inclusive  algo sabio en ciertas estructuras y proporciones, que se repiten en la naturaleza, la pintura, diseño y  arquitectura, que parecieran reflejar un orden superior, una sabiduría universal (proporción aurea).  


Me pregunto si no hemos denostado injustamente a las estructuras. Si bien la exagerada rigidez en las mismas resulta asfixiante, la ausencia de ellas puede tornar la existencia misma, en una experiencia anárquica y caótica. Reconocer el valor de las estructuras, nos permite creer en un orden posible y necesario, donde la creatividad también tenga cabida. Quizás la clave esté en perder el miedo a quedar atrapados en ellas como excusa para no arriesgar y probar nuevos caminos.  Quizás, en lugar de mirarlas con temor, podríamos animarnos a abandonar la quimera del control, mientras juntamos el coraje necesario para usar las estructuras como un puente que nos acerque a nuevos horizontes.

domingo, 2 de marzo de 2014

La fuerza de la afinidad

"Tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio....y coincidir" (Fernando Delgadillo)
¿Cuántas cosas hacemos o dejamos de hacer en nuestras vidas por afinidad o falta de ella?

La afinidad es la expresión de esa energía poderosa, que hace que las personas nos encontremos, compartamos y generemos nuevas realidades, que por separados difícilmente podrían concretarse. Es el milagro de coincidir, de ensamblar sin forzar, de fluir, de entender y ser entendidos sin necesidad de explicar. Es la extraña resonancia y familiaridad que gravita sobre nuevos encuentros y nuevos vínculos.

Cuando hablo de afinidad, no lo limito al vínculo entre personas, sino también a lo que experimentamos por determinados objetos o actividades. La afinidad no necesariamente se manifiesta ante la coincidencia de gustos, preferencias o valores, muchas veces surge de la contraposición de diferencias, que terminan por aportar los ingredientes que hacen que la existencia se torne más plena, más valiosa y significativa. Son estos contrastes, los que convierten a la afinidad un fenómeno revelador, porque destacan aspectos de la vida que de lo contrario, pasarían completamente desapercibidos, hasta para nosotros mismos.

Algunos hemos tenido la suerte de ser sorprendidos por la fuerza transformadora de la afinidad, en el lugar menos pensado, con la gente o actividad más insospechada y la recompensa siempre termina siendo una nueva realidad superadora, donde el escenario anterior a ese encuentro, queda bajo una nueva luz, donde todo parece más valioso y prometedor.  

Es por eso que en las relaciones con química o afinidad interpersonal, se conjugan o compatibilizan tres elementos:
  • Atención mutua.
  • Sentimientos positivos compartidos.
  • Lenguaje corporal coordinado.
La atención mutua compartida es fundamental, debido a que se genera un sentimiento o relación de interés mutuo, un enfoque conjunto,  que actúa como un aglutinador de las percepciones entre las personas, impulsando sentimientos y emociones compartidas. Un indicador de afinidad o química interpersonal, es la empatía.

Los buenos sentimientos transmitidos a través del lenguaje corporal (tono de la voz, expresiones faciales, gestos corporales, etc.) tienden a construir el sentido positivo, siendo esenciales para lograr la afinidad interpersonal y social.

El tercer elemento clave en  el universo de  la química o afinidad interpersonal, es la sincronía o coordinación del lenguaje corporal, (tono de la voz, ritmo de la conversación, contacto visual, gestos, etc.). La sincronía inconsciente entre dos personas o individuos en un proceso interactivo, genera mucha positividad durante el mismo.


Por más que nos esforcemos, esa sintonía fina que se establece entre dos almas, no puede forzarse, no se fabrica ni se compra. Se da por generación espontánea y el misterio que encierra su propia esencia, es lo que la torna sumamente atractiva y deseada. Hace las veces de un proceso de selección natural y es lo que determina de qué manera vamos creando nuestro universo más próximo y más lejano.

sábado, 22 de febrero de 2014

Maestros que inspiran

Un maestro hace mella en la Eternidad; nunca sabrá dónde termina su influencia.(Henry Adams) 

Todos los que tuvimos la suerte de cruzarnos con buenos maestros a lo largo de la vida, sabemos de lo que hablamos cuando ante la sola presencia de una persona, nuestro mundo se ilumina, vemos las cosas con mayor claridad y descubrimos un universo de nuevas alternativas, que antes parecían no estar disponibles. Esas personas que dejaron una huella profunda en nosotros y marcaron un antes y un después en nuestra historia, por lo general, comparten una serie de cualidades, que las hacen sobresalientes, sin proponérselo.  

Son seres generosos con sus conocimientos. Saben escuchar. Tienen el talento de encontrar lo mejor en cada persona y propiciar su desarrollo. Contagian entusiasmo y confianza. Son respetuosos de las diferencias y de los tiempos. No se sienten dueños de “la verdad”. No pretenden colonizar tu mente, tu corazón, ni tu alma. Inspiran con el ejemplo. Muestran un camino, el cual podemos tomarlo o no pero, en definitiva te advierten, que cada uno hace su propio camino, porque la experiencia es individual e intransferible. 

Cuando hablo de  maestros, no me refiero exclusivamente a profesores o docentes, protagonistas indiscutidos de nuestra educación convencional, tanto como nuestros padres, familiares y amigos, sino a todos los seres que dejan aprendizajes diferenciales en nuestra existencia. Pueden ser desde mascotas, hasta desconocidos, que el destino decidió  cruzarnos al azar sólo por un momento, o para que se instalen definitivamente en nuestro círculo más íntimo.

Aprender con ellos es siempre motivo de alegría e inspiración. Es casi imposible no experimentar una transformación cuando tenemos la suerte de encontrarlos, porque impactan positivamente en nuestra autoestima, promoviendo la creatividad y la autenticidad. Generan una profunda gratitud y nunca te hacen sentir en deuda. Son presencias que nos muestran el valor del Ser, empoderan, invitándonos a abandonar el rol de víctima de las circunstancias, para pasar a ser responsables y creadores de la realidad en la que queremos vivir.  Sus legados son tan poderosos que aun cuando ya no están más entre nosotros, siguen inspirando e influenciando cada día de nuestras vidas.

sábado, 15 de febrero de 2014

Amores enRedados

La idea misma de "relación" (...) sigue cargada de vagas amenazas y premoniciones sombrías: transmite simultáneamente los placeres de la unión y los horrores del encierro. Quizás por eso, más que transmitir su experiencia y expectativas en términos de "relacionarse" y "relaciones", la gente habla cada vez más de conexiones, de "conectarse" y "estar conectado". En vez de hablar de parejas, prefieren hablar de "redes". (Zygmunt Bauman)


La tecnología se ha instalado en nuestra cotidianeidad. Es la mediadora indiscutida a la hora de trabajar, buscar información,  ver una película, escuchar música, estudiar,  inscribirse en la facultad, pagar cuentas, mirar fotos, escuchar una conferencia, hacer sociales, amigos y hasta para enamorarnos. Llegó para cambiar definitivamente los paradigmas de las relaciones e inevitablemente, nos enfrenta a nuevos interrogantes.

¿El uso que hacemos de la tecnología es dañino? ¿Profundiza la desconexión, mientras nos vende  la ilusión de una cercanía y accesibilidad permanentes? ¿Nos estamos conformando con vínculos más superficiales? ¿Usamos a la pantalla como telón para proyectar lo que esperamos recibir, a la medida de nuestros deseos y posibilidades? ¿O la usamos como escudo ante la gran dificultad que tenemos para intimar y mostrarnos cómo somos? ¿Quizás sea la tecnología el antídoto contra la soledad? La misma que hizo las veces de abono y provocó que  todas nuestras destrezas sociales florecieran de golpe, al punto que la capacidad para hacer amigos puede reducirse al esfuerzo de un simple “click”. Es tan inmenso el cambio que produjo en nuestras vidas, que podemos cargar el complejo entramado de nuestros universos -sociales, familiares, laborales- en un pequeño dispositivo móvil. Cada vez es mayor el  tiempo que dedicamos a nuestra vida virtual y si el ser con el que estamos conectados, es de carne y hueso, o simplemente una grabación o una aplicación lo suficientemente “inteligente” como para parecer humana, va perdiendo relevancia y poco nos importa.

La tecnología ha derribado límites y ha achicado distancias. Nos provee una sensación de conexión y accesibilidad que nunca antes habíamos experimentado. Pareciera haber simplificado una serie de frentes, pero aún con todos estos beneficios, las relaciones se volvieron más intrincadas. Sigo preguntándome: ¿Qué significa estar juntos hoy? ¿Cuánto de nuestras almas se refleja en este intercambio sin cuerpo, que se produce a través de la tecnología? ¿Sobre qué promesas construimos estas nuevas relaciones On/Off,  cuyas demandas podemos activar o desactivar con la  simple  presión de un botón?

No me animo a afirmar que las emociones que resultan de los intercambios con un dispositivo tecnológico mediante,  no sean reales o válidas. Así como tampoco puedo aceptar que las interacciones que se desarrollan en el mudo real, son equivalentes a las que ocurren en el mundo virtual. De alguna manera, el no poner el cuerpo en los vínculos, es una forma de evitar vivir lo fundamental que resulta de una experiencia humana. En primer lugar, aceptar la imposibilidad del control, abrazando la incertidumbre de la evolución y fluir de la vida. Luego, aventurarse a vivir una verdadera comunión e intimidad, con todo lo bueno y malo que ello implica. Lo que más me impacta de esta revolución, es que si bien cambió la forma en que los seres humanos buscamos satisfacer nuestras necesidades afectivas fundamentales, estas necesidades no se modificaron. Siguen siendo las mismas.