"La queja y el resentimiento sólo te conectan con la escacez"
En esta parte del mundo, en los Estados Unidos, el tercer jueves de noviembre se celebra la hermosa tradición del Día de Gracias o Thanksgiving. Las redes sociales y nuestros teléfonos se llenan de mensajes y reflexiones sobre la gratitud y el tema pasa a un primer plano en nuestras vidas.
Como escribí en el post sobre este tema el año pasado, gratitud no sólo es una emoción que hasta corporalmente podemos sentirla, desde el plexo solar hasta el pecho, es una actitud hacia la vida. Algunas veces hasta se nos hace un nudo en la garganta, no por tristeza o angustia, sino porque nos invade esa suave y amorosa sensación de gratitud.
La gratitud es en sí misma, una declaración de abundancia porque decidimos registrar todo lo que la vida nos dió, nos dá y confiamos en que nos seguirá nutriendo, en lugar de lamentarnos por lo que nos falta.
La gratitud no se practica de la boca para afuera. No alcanza con repetir la palabra "gracias", como una mera formula social de buena educación. Hay un contexto emocional propicio en donde la gratitud puede manifestarse.
Es muy difícil conectar con la generosidad y la gratitud cuando se habita en la ira y el resentimiento.
El resentido está siempre con sed de venganza, de resarcimiento, de exigir como buena víctima, que le den lo que considera le fue arrebatado injustamente.
El controlador, ciego a su ceguera, es como un perro alterado y rabioso que da vueltas sobre sí mismo perdido en su obsesión por el control y sin darse cuenta termina siempre mordiéndose su propia cola.