jueves, 30 de mayo de 2013

Intimidad al desnudo


"Si la esencia de la relación es la autorevelación, jamás la podremos lograr si no nos sentimos aceptados". Matthew Kelly

Muchas veces me pregunto qué es lo que hace que las relaciones se vuelvan significativas y sólidas. ¿Cuál es ese ingrediente que nos confiere la sensación de estar en un espacio de aceptación y confianza en los cuales somos capaces de abrirnos y compartir nuestro ser al desnudo, sin caretas ni escudos?

Construir intimidad es mi respuesta. Intimar  es  la capacidad y la posibilidad de participar de una conexión estrecha y profunda con otra persona. Es ser capaz de establecer vínculos privilegiados, en los cuales estamos abiertos y dispuestos a compartir con otro,  los aspectos más notables de nuestro ser, nuestras historias de aciertos y fracasos,  nuestras necesidades, anhelos y deseos, por más utópicos que parezcan.

Intimar significa un desafío, el del compartir los secretos de nuestros corazones, mentes y almas con otro ser humano tan imperfecto y frágil como uno. No es una condición que surge espontáneamente, sino que acontece como consecuencia de la decisión de abrirnos y  exponer nuestra vulnerabilidad.

No todos tenemos la misma facilidad para conectar y esto puede  hacerse a distintos niveles de profundidad, en distintos tiempos y dominios de nuestras vidas, dependiendo del modelo de  interacción de la relación.

Recuerdo  el libro de Matthew Kelly, autor de Los siete niveles de la intimidad, en donde  postula que si la esencia de las relaciones es la autorevelación , jamás podremos lograrla si no nos sentimos aceptados.

Me pareció interesante revisar las preguntas que  Kelly sugiere responder para identificar cuál es el nivel de intimidad que tenemos en una relación determinada:

Nivel 1: ¿Estás preparado para reconocer que tus interacciones son repetitivas y estereotipadas?
En este nivel  los puntos de conexión son superficiales. El estilo del intercambio estará centrado en datos e informaciones de la vida cotidiana, con temas centrales como el trabajo, los hijos, eventos esperados e inesperados, ambiciones económicas, o la vida de los otros. Las conversaciones  son triviales y evitarán  los temas comprometidos o confrontaciones. Estas interacciones algunas veces muestran sincero interés y otras nada más que una formalidad vacía.

Nivel 2: ¿Estás dispuesto a salir del cliché y decir algo más de ti mismo?
Las opiniones sobre un tema específico personalizan el intercambio y abren la puerta al disenso. En el nivel del puro intercambio de información aséptica no suelen producirse desacuerdos ya que las personas no se involucran. S i debatimos o si confrontamos nuestras ideas lo haremos con distintos grados de apasionamiento, de modo que las líneas de tensión y oposición de fuerzas se hacen presentes.  Es importante sentirse libre para opinar e involucrarse para acceder a niveles más profundos de intimidad.

Nivel 3: ¿Estás dispuesto a dar a conocer tus opiniones y a aceptar a aquellas personas con opiniones diferentes?
La aceptación mutua es una condición fundamental para afianzar buenas relaciones. La aceptación de quien amamos precisamente porque es diferente, coloca en primer plano una virtud esencial para los vínculos,  la flexibilidad. Lo opuesto a ella es la rigidez que consiste en rechazar o descalificar a alguien que actúe o piense en forma diferente a nuestra propia visión del mundo. No se trata de tolerar sino de admitir, porque la primera es una palabra engañosa que coloca al tolerante en una posición aparentemente superior y meritoria. En cambio, aceptación supone una apertura flexible a la diferencia y al cambio.

Nivel 4: ¿Estás listo para expresar tus esperanzas y sueños?
Cuando nos sentimos aceptados confiamos más aún en el otro y somos capaces de compartir entonces nuestros deseos, nuestras expectativas y nuestras esperanzas.

Nivel 5: ¿Estás dispuesto a mostrarte vulnerable?
Mostrarnos vulnerables es otra condición básica para el progreso de la intimidad. Poder expresarnos con libertad, mostrar sin inhibiciones nuestras debilidades y nuestra necesidad de ser acogidos.

Nivel 6: ¿Estás dispuesto a mostrar y encarar tus temores, ansiedades y fracasos?
Si somos capaces de revelar aquellas cosas que tememos guardadas, si podemos reconocer un fracaso, un error grave o un deseo largamente reprimido o censurado, si podemos hacer todo eso estaremos alcanzando el nivel más profundo de intimidad.

Nivel 7: ¿Estás dispuesto a satisfacer las necesidades legítimas de la otra persona?
El desafío principal de este nivel consiste en desarrollar la ayuda mutua necesaria para satisfacer las necesidades de cada uno. Quizás aquí aparezca el altruismo como aliado, que representa la capacidad de hacer cosas por el otro, aun cuando estas acciones no sean las que uno elegiría para la propia satisfacción.

Construir intimidad es como bailar la danza de los siete velos, ya que a medida que vamos despojándonos de ellos, queda al descubierto nuestra desnudez, nuestro verdadero ser. Cuanta más intimidad tenemos en una relación, gozamos de más libertad para mostrarnos tal cual somos.  No digo que sea fácil pero sólo a través de la entrega mutua y la autenticad, es que podemos conectar y generar relaciones más plenas y verdaderas.


sábado, 25 de mayo de 2013

El desafío de un buen observador


"Un pesimista ve la dificultad en cada oportunidad; un optimista ve la oportunidad en cada dificultad." (Winston Churchill)

Esta afirmación presenta una relación interesante entre pesimismo, optimismo y actitud frente al riesgo. 

Según nos dice en el diccionario el Optimismo es“la propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable”. La historia del término optimismo surge del latínoptimum“lo mejor”. Otras definiciones desde la Psicología,” es el valor que nos ayuda a enfrentar las dificultades con buen ánimo y perseverancia, descubriendo lo positivo que tienen las personas y las circunstancias, confiando en nuestras capacidades y posibilidades junto con la ayuda que podemos recibir”.

Para diferenciarse del pesimismo es muy popular usar la imagen del vaso lleno por la mitad y preguntarnos si está, medio vacío o medio lleno. Según lo que percibamos, se podría definir cómo es nuestro modo de ver la realidad: Los optimistas perciben sólo lo que está dentro del vaso, lo ven medio lleno, mientras que los pesimistas pondrán  su atención en la nada, en lo que falta, lo que resta, lo que “nos quita”.

Son dos modos muy distintos de enfrentar los desafíos cotidianos. Los pesimistas se “vienen abajo” con mayor facilidad y se sienten indefensos ante las dificultades. Mientras que los optimistas enfrentan esas mismas adversidades relativizando su importancia y creyendo firmemente que pueden afrontarlas satisfactoriamente.

Yo no sé bien de qué lado estoy. A juzgar por mis acciones, podría pensar que soy una gran optimista. En contraposición, mi madre, diría que lo mío mas que optimismo, es pura inconsciencia.

Pero de verdad estoy confundida y cada vez que cuestiono mi hacer surge esta pregunta: ¿estoy haciendo una correcta evaluación de los riesgos que estoy tomando para alcanzar mis objetivos?
Hay momentos en que me asusto tanto que me vuelvo muy reacia al riesgo. Sólo busco sentirme segura y protegida, deseando evitar o minimizar resultados negativos. Pero también sé que sin riesgos no hay ganancias o aprendizajes, con lo cual, quedarme eternamente en mi zona de confort es lo mismo que no crecer, no vivir, no avanzar.

Por otra parte, cuando el  optimismo es el que prevalece, también se corren riesgos.  Si focalizamos la atención sólo en la euforia de las oportunidades, tendemos a minimizar la exposición al riesgo, ignorando o neutralizando las posibles consecuencias que están allí, latentes.

Habitar los extremos es igual de paralizante para mí. El pesimismo derrotista y  cobarde me resulta tan peligroso como el atropello del optimismo fundamentalista y negador. Encontrar ese delicado equilibrio entre ambas perspectivas es quizás el mayor desafío. El desafío de superar la tensión entre ser optimista o pesimista para  abordar la vida de una manera realista. Desde esta perspectiva, se puede discernir entre” malos o buenos” riesgos, incluyendo amenazas y oportunidades, evitando minimizar las amenazas, mientras se  reconoce y aprovecha mejor las oportunidades.

miércoles, 22 de mayo de 2013

En el Nombre del Miedo


“Ten cuidado con el miedo, le encanta robar sueños…”

Ayer hablaba con una amiga de los miedos y fue motivo para repasar  los míos. Mis miedos tienen muchas caras: de jaulas, de paredones infranqueables, de oscuridad, de herencias, de mandatos familiares, de rechazos, de fracasos, de desamor. Me cuesta pensar en el miedo sin sentirme invadida por una oleada de rebeldía. ¿Porque, a quién le gusta ser  víctima del miedo?  Sin dudas la valentía tiene mucha mejor fama que el miedo y de alguna manera todos queremos ser valientes y no miedosos. Pero no nos confundamos, ser valiente no se trata de no tener miedo, sino de  animarse, con miedo y todo.

¿Cuántas cosas dejamos de hacer por miedo? Por miedo a lo que sea. Ponemos mil excusas que pueden incluir desde la pereza absoluta, hasta el pánico a que las cosas no salgan como lo deseamos. Así es como nos paralizamos y pasamos a ser observadores de nuestras propias vidas, como si se tratara de una ficción protagonizada por algún actor extraño, que nada tiene que ver con nosotros. Nos perdemos, hasta lograr juntar el valor necesario para volver de nuevo a escena y enfrentar al monstruo de turno que nos espanta. De todas maneras, el juego de la vida es un poco así; nadie encuentra su camino sin haberse perdido, en el mejor de los casos, unas cuantas veces.

Pero volviendo a mirar al miedo, más de cerca, cara a cara, este no deja de ser una emoción más. Lo importante de reconocerlo como tal, es saber que es la emoción y  no la razón, la que nos predispone a la acción.  Como dice Humberto Maturana, “las acciones tienen que ver con las emociones que permiten su realización; así, dependiendo de la emoción en que uno se encuentre, será el tipo de acción que puede realizar, en cada momento”. Es decir, el miedo nos va a predisponer a ciertas acciones, distintas a las que nos inclinarían el enojo o la alegría. Y por lo general el miedo o nos hace huir, o nos paraliza. Ninguno de los dos casos son acciones que nos ayudan a avanzar y superarnos en la vida.

Un buen ejercicio para lidiar con el miedo es ponerle nombre, identificarlo, no dejarlo crecer de manera caprichosa e indefinida. Más de una vez  me sorprendí  al constatar que, a menudo, no eran más que meros fantasmas. Es de la única manera en que pude intervenir, cuando supe a qué tenía miedo, cuál era el  motivo, si se trataba de alguna reacción por mis creencias o experiencias vividas. Insisto, el problema está  en el miedo difuso, que no sabemos por dónde abordarlo.  En el momento en que logro nombrar mi miedo, su efecto sobre mí ya es considerablemente menor. De ahí en más,  puedo  decidir con más claridad cómo actuar. También hubo momentos en los cuales no supe qué  hacer, reconocerlo, tranquiliza y me llevó a aprender a pedir ayuda y a estar en paz con mis limitaciones y vulnerabilidad.

El miedo por otro lado, no es siempre el malo de la película, hasta puede resultarnos un buen aliado cuando actúa de señal de alarma, impidiéndonos  andar a carne viva, inconscientes por el mundo. Si no fuera por el miedo, quizás hubiéramos desaparecido como especie. Hay algo protector y conservacionista inherente al miedo. La idea no es ignorarlo, sino reconocerlo y dominarlo.

Los miedos son condicionantes, especialmente de la libertad del ser humano. Identificarlos, acotarlos y verbalizarlos son los primeros pasos para liberarnos. Pero esta es una lucha que sólo podemos dar individualmente, ya que  el hombre teme a distintas cosas, según sus circunstancias y esto convierte a la libertad en una conquista intransferible.

lunes, 13 de mayo de 2013

Modelo de Madre



"Solamente dos legados duraderos podemos aspirar a dejar a nuestros hijos: uno, raíces; el otro, alas". (Hodding Carter)

Ayer fue el día de la madre y esto me llevó a pensar en cómo jugamos ese rol, según las creencias, los mandatos, las circunstancias y las épocas.

Pensé cuánto impacta nuestra  palabra, acción u omisión en la vida de esas personitas, que no nos eligieron y que llegaron al mundo a través nuestro.

Pensé también cuánto nos cuesta entender que no son nuestros. Que los hijos son parte de nuestras vidas, pero son personas con el  legítimo derecho de ser autónomas y libres para elegir sus destinos.

Tener un hijo es sin duda un hecho bisagra en la vida de una mujer. Desde el momento en que nos confirman el embarazo, empezamos a debatirnos sobre cuál es el rol que queremos representar. Básicamente  tenemos que  elegir qué bando vamos a integrar, en el contexto del famoso antagonismo de Madre Emancipada, avalado por el feminismo vs. Madre Abnegada, correspondiente a un modelo más conservador.

El modelo feminista prioriza la realización personal y no considera al tradicional rol materno como algo exclusivo de las madres. Las sociedades modernas tienden a compartir de manera igualitaria con los padres los cuidados y responsabilidades de la crianza de los hijos. Pone a la maternidad al mismo nivel importancia que todos los otros desafíos y responsabilidades que las mujeres encaramos cotidianamente.

En sociedades más conservadoras, la madre abnegada, tiene mejor aceptación y reputación social, porque encaja perfectamente con el modelo de roles tradicionales. Ponemos una alta expectativa en este estereotipo de madre, quien debe estar dispuesta a renunciar a sus objetivos y necesidades en cualquier ocasión, ya que se supone, son moralmente menos valiosos que los involucrados en la maternidad. Se trata de un modelo casi heróico, con madres altruistas, cariñosas y dispuestas a cualquier sacrificio.

Es muy común ver a mujeres emancipadas, luego de convertirse en madres, atrapadas en una red de contradicciones entre sus propios deseos y las expectativas sociales del cumplimiento de estos roles. Pero paradójicamente, esto es en mayor o menor medida, un dilema que ambos modelos terminan enfrentando. Pareciera que ser madre, impide ser una buena profesional o viceversa, si uno se destaca laboralmente, seguramente es porque estamos descuidando nuestro rol como madre.

Todas estas disquisiciones me hicieron recordar la Fábula del Pelicano.

Se conoce que los pelícanos hembras, cuando escasea el alimento, se abren el pecho y dan de comer a sus crías su propia carne. ¡Si, tremendo!!!!
Se dice que una de esas pelícanas, luego del proceso de donación, murió. Todas las crías lloraban, menos una a la que se le oyó decir:" No lloren tanto, después de todo, siempre terminaba por darnos de comer lo mismo."

Así son las madres pelicanas, las que se inmolan constantemente en pos de la "felicidad y bienestar" de sus hijos.

Reflexionando un poco sobre los protagonistas de esta historia, hoy en día  todos podemos ser mamá o papá pelicanos. A los papás pelicanos, es fácil reconocerlos, son aquellos que  entienden  la paternidad como sacrificio permanente, aún en detrimento de sí mismos. Esto es lo que los enantelce ante sus hijos. Esos padres creo, no entienden que no les hacen un favor a su descendencia. Ningún hijo quiere que sus padres mueran y menos ser los responsables de esas  muertes. Esos comportamientos generan fuertes sentimientos de culpa y la sensación de quedar eternamente encadenados a una deuda. ¿Cómo podría un hijo permitirse ser feliz si su padre murió para que él viva? Sin entrar en interpretaciones judeo- cristianas, creo que más que padres heróicos, los hijos necesitan padres felices y realizados, que den testimonio del ejercicio de su libertad con responsabilidad. Ese es el mayor legado que podemos dejarles. Por otro lado no hay garantías, no importa la magnitud del sacrificio realizado, siempre vamos a tener crías insatisfechas.

A modo de moraleja, la fábula nos deja esta pregunta: ¿Hoy, en la vida, jugué de pelicano heróico o de cría eternamente insatisfecha?

Como padres y como hijos, deberíamos entender que ambos modelos de vida son tremendamente destructivos. Ya lo mencioné en otro post, una cuota de egoísmo necesario es vital para ser felices con uno mismo y para poder compartir esa felicidad con los demás.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Motivación Vs. Expectativas


“Buscar una cosa
es siempre encontrar otra.
Así, para hallar algo,
hay que buscar lo que no es”. (Roberto Juarroz) 

  
A lo largo de la vida desarrolle un latiguillo que suelo repetir sin mucha consciencia, que de alguna manera refleja mi espíritu batallador. “No es tan difícil”, es lo que digo y me digo cada vez que debo enfrentar alguna situación que requiere un esfuerzo o aprendizaje nuevo. Admito que puede sonar a superada o quizás, a un exceso de optimismo de mi parte pero en mi fuero íntimo, sé que se debe más  a mi necesidad de supervivencia y superación.

Siempre me pregunto qué es lo que hace que algunas personas tengan ese empuje para seguir, aun cuando la realidad se vuelve pesada, rutinaria, cargada de decepciones e injusticias.  Cuál es esa energía o motivación para seguir luchando, aun cuando todos los indicadores lógicos pronostican que lo que viene no será mejor. Algunas personas traccionan en función de sus expectativas, otras, según sus motivaciones.

Motivación es para mí ese motor que nos impulsa a superar algún reto. Ese deseo irrefrenable de seguir trabajando a pesar de todo, esa misión más o menos reconocible que de alguna manera tenemos que cumplir. Muchas veces consiste sólo en el placer del trabajo bien hecho o la satisfacción del deber cumplido.­­ Es aquello que nos permite ir en algunos casos, de derrota en derrota sin perder el entusiasmo.
Porque  para avanzar cuando todo marcha sobre rieles, tener una gran motivación no parece ser tan crucial.

Expectativas equivalen a los resultados que esperamos conseguir como consecuencia de una acción. Es la meta, el propósito u objetivo por lo cual me pongo en marcha. No digo que tener expectativas sea per se algo negativo pero cuando ponemos la mirada sólo en el final  del camino,  corremos el riesgo de tropezar con distintos obstáculos permanentemente, volviendo así la experiencia  en algo penoso y agotador. Cuando sólo  trabajamos en función de tal o cual premio, ya sea publicar un libro, hacer una exposición,  conseguir atraer la atención o reconocimiento de los demás, puede distraernos de disfrutar del proceso, de conectar con el presente y consecuentemente, la motivación termina por debilitarse y  tornarse confusa. Por eso pienso que cada vez que se instala esa tensión entre nuestras motivaciones y los resultados, es cuando perdemos el foco y aparece el sufrimiento.

Priorizar mi conexión con esa energía interior que reconozco como motivación, me vuelve más flexible y creativa. Es también lo que me da coraje. Como dice Roberto Juarroz, a quien cité al inicio de este post, muchas veces nos embarcamos en la búsqueda de ciertos resultados y terminamos encontrando otros, más satisfactorios  y sorprendentes. El desafío termina siendo siempre el desapego a los resultados y confiar más en el proceso de la vida. ¡No es tan difícil! Al menos pensarlo de esa manera,  ayuda mucho a creerlo.