miércoles, 16 de abril de 2014

Desesperar es esperar sin ángel

"Todo estará bien al final. Si no está bien, no es el final". (John Lennon)

No sé si culpar a la energía del día lunes o simplemente hacerme cargo de mi ansiedad. Empezar el año, el mes, o la semana, tiene una carga de expectativa que me lleva a cuestionar si la vida va a seguir siendo siempre así, o los cambios que tanto espero que se manifiesten, de alguna forma, van a empezar a insinuarse y a tomar cuerpo en mi mundo. No practico la espera pasiva de los que creen que las cosas ocurrirán por arte de magia. Soy de la antigua escuela de las que profesan: “a Dios rogando y con el mazo dando”. Sé bien que hay una gran cantidad de variables que no dependen de mí,  pero también entiendo que puedo poner todo mi esmero en las que sí puedo influir. Aun así, muchas veces los cambios se hacen esperar y no se concretan en los tiempos que deseo.

Esta urgencia de “tenerlo todo claro, todo en orden y en todo lugar, pero ya!!!”, es una conversación privada con la que suelo lidiar casi a diario. Ese tire y afloje entre querer controlar el curso de los acontecimientos y dejar fluir, es un desafío cotidiano. El desafío de aceptar y disfrutar la vida, así como se presenta minuto a minuto y no supeditarlo a conseguir todo lo que quiero, perfectamente alineado con mis deseos. El desafío consiste en poder gozar de lo que tengo hoy, sabiendo que constantemente van a haber situaciones por mejorar y metas a alcanzar. De eso se trata la vida  y esto no es otra cosa que el viejo y conocido dilema de aprender a apreciar lo que hay, en lugar de focalizarme en lo que falta. Cada vez que caigo en las garras de la insatisfacción, me convierto en un ser sediento,a quien nada le alcanzaobsesionado por la perpetua búsqueda de “algo más”. Ese algo más, puede ser un objetivo muy concreto, pero muchas veces se trata de una meta inefable y lejana, que paradójicamente, se convierte en el motor que me mantiene viva.

En parte creo, esto se debe a mi propia consciencia de finitud, que me lleva a querer experimentar e involucrarme en tanto me sea posible y no perderme de nada. La contracara de la excitación y ansiedad que provocan los deseos y expectativas, es un gran ejercicio de la aceptación y la paciencia. A modo de síntesis, les comparto esta oración de San Agustín, que resuena hoy como una letanía en mi cabeza: “Señor, dame la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las cosas que puedo y sabiduría para reconocer la  diferencia”.



domingo, 6 de abril de 2014

Lo que se resiste, persiste.

No podemos cambiar nada, hasta que lo aceptemos. La condena no libera, oprime.(Carl Jung)

Desde ese lugar extraño que es la distancia, puedo verme en tantas situaciones en que fui una completa y legitima negadora. Muchas veces a consciencia y otras no, y es este último escenario el que me causa una especie de escalofrío al reconocerlo.

Así como errar es humano, escondernos tras el escudo de la negación es un recurso tan humano como errar. ¿Cuántas veces sentimos no estar preparados para hacer frente a diversas situaciones que nos superan? Por lo dolorosas que pueden llegar a ser, nos paralizan, constituyéndose en una amenaza para una parte, o todo el andamiaje sobre el cual construimos nuestro mundo. Lo más fácil es hacer de cuenta que ese reto no existe, mientras nos aferramos a la ilusión, que el mismo desaparezca por arte de magia. Lo ignoramos, como quien esconde basura bajo la alfombra, mientras nos convertimos en cómplices y protagonistas de nuestro auto-engaño. Si bien la “casa” luce impecable e impoluta, sabemos, bien en el fondo de nuestro corazón y consciencia, que no es así: hay basura escondida y la casa no está limpia. Tarde o temprano tendremos que encarar la faena de reconocer lo que escondimos y hacernos cargo de ello. Este no es para mí el peor escenario de la negación, porque lo veo más bien como una acción de postergación. Hay una decisión implícita en esta actitud de negación: sabemos que eso que no queremos enfrentar existe y que por el momento, estamos evitándolo. Es una elección más o menos consciente, pero no ignoramos el precio de nuestra negación. Quizás mientras procrastinamos, estamos juntando el valor  y recursos necesarios para hacer frente a esa nueva amenaza. 

Sí me asusta la negación de la cual no tenemos registro, porque son esas las circunstancias en las que estamos más vulnerables y por ende, pueden resultar más dañinas. Son las negaciones, en las cuales, por ejemplo el cuerpo,que es  más sabio, identifica el malestar primero y habla a través de síntomas. Muchas veces, más que hablarnos, nos grita, obligándonos a dirigir nuestra atención hacia espacios o situaciones que nos negamos ver. Son las enfermedades en muchos casos las que nos llevan a descubrir conflictos que arrastramos desde hace años sin resolver.

Como dice el famoso refrán “no hay peor ciego que el que no quiere ver”, a esta frase le agregaría, que además de querer ver, muchas veces necesitamos que nos ayuden a ver. No hay posibilidad de intervención o reparación, hasta reconocer que es lo que no estamos pudiendo aceptar. La resistencia que genera la negación puede ser tan poderosa, que no alcanza con sólo involucrar la voluntad o que la realidad te interpele en cada esquina. Podemos pasarnos una vida gastando una enorme cantidad de energía tratando de curar síntomas, en vez de atacar la causa de la ceguera. Mientras evitemos el trabajo de buscar, identificar y mirar cara a cara a la causa de nuestro malestar o dolor, toda esa energía será desperdiciada, generando más negación, desgaste y sufrimiento.

lunes, 31 de marzo de 2014

El desafio de lo simple

“La simplicidad es la mayor sofisticación”. (Leonardo da Vinci)

Hoy, ser multitasking, (capacidad de realizar varias tareas al mismo tiempo) parece no sólo estar de moda, sino también es considerado un signo de eficiencia y productividad. Nos pasamos todo el día, saltando de una actividad a la otra, o en el peor de los casos, nos sorprendemos, tipeando un mail, mientras hablamos por teléfono y tratamos de terminar el café ya frio del desayuno. Lo triste de este escenario, es que ya no lo cuestionamos y lo aceptamos como normal. Al final del día, cuando todo nuestro ser se siente drenado de energía, nos preguntamos si eso que hicimos, fue vivir o la vida simplemente nos pasó por encima, dejándonos completamente desarticulados y exhaustos.

¿Cómo hacer para escapar de esta maratón que el mundo moderno nos impone día a día?¿ Cómo simplificar la vida, para tener más control de nuestro tiempo y más momentos de paz? ¿Cómo recuperar tiempo para hacer lo que realmente nos gusta y escapar del caos?

Simplificar y concentrarse en lo importante, no es nada fácil, ni sencillo. Debe ser uno de los desafíos más difíciles de enfrentar. Requiere de un gran ejercicio de evaluación y selección, es poder distinguir de lo que es relevante y necesario, de lo superfluo. Muchas veces implica decir "no"  a cosas que nos gustaría realizar y al hacerlo, muchas personas se sienten ofendidas o rechazadas. Requiere una capacidad de concentrar la energía y el compromiso en ejecutar una acción a la vez, enfrentando la ansiedad de saber que nos estamos “perdiendo” otras actividades.

Creo que en la palabra “pérdida” está la clave de esta tendencia a querer hacer todo y estar en todos lados al mismo tiempo. Nos hacen creer que un sinnúmero de servicios y productos son importantes y necesarios y terminamos consumiéndolos compulsivamente sin cuestionarlos. Lo hacemos a veces convencidos que son imprescindibles y otras, porque no queremos privarnos de algún beneficio que pudiera hacer nuestra vida un poco más feliz, cool, estable o luminosa.

Bajarse de la calesita del consumo, del vértigo de la cultura del “todo ya!”, entiendo puede producir miedo. Tenemos temor de enfrentar una vida más despojada, sin adornos y al prescindir de todas esas distracciones, aparece el mayor de todos los miedos: el  pánico de descubrir una vida vacía de sentido.

Vaciar para hacer lugar, me parece no sólo una propuesta para valientes, sino también esperanzadora. Es quizás un proceso doloroso, porque implica soltar muchas cosas que queremos y sentimos apego por ellas, pero es también la posibilidad de crear el contexto necesario para reinventarnos y dar lugar a una nueva vida.

domingo, 30 de marzo de 2014

El Club de los Ofendidos

"El pesimista se queja del viento; el optimista espera que cambie; el realista ajusta las velas." Ward William George 

Dicen que la esperanza es lo último que se pierde. Como frase alentadora, me parece fantástica porque la esperanza es el combustible emocional que mantiene la vida en movimiento.

Ahora, una cosa muy distinta son las expectativas. Si bien ambas palabras contienen una situación de espera como condición, la esperanza, está basada en la confianza en que ocurrirá o se logrará lo que se desea, mientras que la expectativa, está orientada a esperar que ocurra lo que queremos conseguir, sin involucrarnos en ninguna acción o decisión por nuestra parte. La expectativa nos pone en una situación pasiva, donde nos convertimos en jueces de resultados que no dependen de nosotros y según como estos sean, nos sentiremos los seres más afortunados del planeta, con todos los astros conspirando a nuestro favor,o en unas pobres víctimas, ya sea de las circunstancias adversas de turno o de las acciones de terceros, que nos resultan injustas e inmerecidas.

Todos estuvimos alguna vez en uno de estos escenarios. Quizás todavía, saltamos de un lado a otro, sin definirnos si queremos pertenecer al Club de los Afortunados y ser los creadores de nuestro destino, o ser parte del Club de los Ofendidos, escudados en la queja estéril por ser víctimas de las injusticias del mundo. El Club de los ofendidos, nuclea a todas esas personas que sienten que son tratadas injustamente, personas que esperan acciones de los demás, que nunca están a la altura de sus expectativas.  Están convencidos que las respuestas que reciben no son las que merecen y esa es la razón por la cual viven ofendidos. También están resentidos, porque  sienten que no se les reconoce su valor, su dedicación, su importancia, su bondad, su entrega y entienden que son sometidos a situaciones inmerecidas. El resultado de esto por lo general es el enojo y el resentimiento, que se expresa a través de la queja improductiva.

¿Quién no tiene un amigo ofendido porque no lo llamaste (cuando él lo esperaba)? Justo ese amigo que cada vez que lo llamaste para hacer algo, nunca pudo y tampoco se tomó el tiempo para devolverte el  llamado en los últimos 3 meses.
O el amigo que se ofendió porque se enteró por un tercero que te separaste y hacía más de dos años que no tenían ningún tipo de contacto!
O el pariente que se enojó porque no le contestaste un mail en cadena  que te envió a vos y 20 personas más, con las últimas reflexiones sobre la vida Zen.
O el compañero de trabajo que se siente ignorado porque esperaba ser invitado a tu fiesta intima de aniversario, donde solo participaron tu mujer y tus hijos!
Ni que hablar de las situaciones que se generan con las relaciones virtuales!! La cantidad de enojos y ofensas que resultan por no haber puesto un “me gusta”  a una foto, o por no seguir a un conocido en twitter, que si es un seguidor tuyo!!

Si pudiéramos entender que las expectativas no son promesas. Que las expectativas pertenecen a nuestro ámbito íntimo personal y que los demás no tienen la obligación de adivinarlas, ni de cumplirlas. Si pudiéramos aprender a pedir lo que necesitamos o queremos, aceptando que al otro lo asiste el derecho legítimo de acceder o negarse a nuestro pedido. Si sólo pudiéramos hacer estas distinciones, seguramente no existiría el Club de los Ofendidos y la cultura de la queja ­­­­­ya se habría extinguido.

viernes, 21 de marzo de 2014

Fetiches Modernos

¿Hasta cuándo vamos a seguir creyendo que la felicidad no es más que uno de los juegos de la ilusión? (Julio Cortázar)

¿Qué es lo que nos hace dar lo que no tenemos por obtener un objeto? ¿Por dónde pasa la valoración que hacemos de ciertas cosas? ¿Por qué nos resulta tan importante y por momentos, hasta imprescindible poseerlas? Y una vez que las adquirimos, forjamos una especie de relación simbiótica, en la cual la sola idea de no tenerlas nos genera angustia, como si nos faltara algo tan vital como el aire que respiramos!

Este nuevo siglo, en el que reina el materialismo y el consumismo, está signado por lo que se me ocurre llamar “fetichismo moderno”.  Según el diccionario, Fetichismo es la devoción hacia los objetos materiales. Es una forma de creencia o práctica, en la cual se considera que ciertos objetos poseen poderes mágicos o sobrenaturales y que protegen al portador o a las personas de las fuerzas naturales.

Tomando esta definición como referencia y sin ninguna intención de meterme en interpretaciones psicoanalíticas, creo que en pocos minutos podríamos identificar la cantidad de objetos que tienen la categoría de fetiches en nuestro universo cotidiano. Podemos empezar por toda la variedad de dispositivos móviles y seguir por zapatos, carteras, prendas de diseño, relojes, lapiceras, joyas, automóviles, propiedades, hasta membresías para pertenecer a ciertos círculos, clubes o barrios privados. Estos objetos se tornan en fetiches modernos, más que por su valor intrínseco o de uso, por el valor extraordinario que le asignamos, que es subjetivo y el resultado del entorno en el que estamos cautivos.

Todos ellos se convierten en fetiches, en el momento en que empezamos usarlos como amuletos para protegernos de nuestras carencias. Cuando nos convencemos y confiamos en que poseen el poder de proveernos de aquello que tanto deseamos. Usarlos produce la magia de conferirnos prestigio, seducción, inteligencia, pertenencia, juventud, solvencia, aunque sea por un tiempo limitado. Quizás estamos conscientes de ello de antemano, pero no nos importa, con tal de experimentar el hechizo de estar por un momento, en ese mundo añorado.

Todo esto viene también de la mano de la cultura de la urgencia, la del quiero todo ya! Es más fácil  pagar y si es necesario, endeudarse para conseguir ser más alto, flaco, cool, glamoroso, tener la última versión del celular de moda, que dedicarle tiempo y esfuerzo para que el resultado, se constituya en una conquista del propio desarrollo personal. Logros que nos definan y nos permitan seguir creciendo, en vez de caducar cada 6 meses y necesitar reemplazarlos por una versión más nueva.

Cada día es más difícil escapar de los constantes  bombardeos y renovados trucos de la publicidad, que se encargan de seducirnos con todo tipo de productos fetiches, diseñados para calmar la angustia existencial. El fetiche aparece para ayudar a soportar esa carencia, pero solo hace eso: la disimula, la amortigua, la disfraza pero no la hace desaparecer. El fetiche es solo un paliativo,  para sostener una fantasía de plenitud efímera. Construir una vida sobre una ilusión, no sirve para encontrar solidez, confianza y equilibrio emocional. Tarde o temprano tendremos que enfrentar lo que no está o no tenemos y paradójicamente, ese es el mejor espacio por dónde empezar a construir algo en serio.

jueves, 13 de marzo de 2014

Des-Estructurando Mitos

“Los estructurados viven orientados a conseguir logros, mientras que los relajados, viven en búsqueda de la gratificación”.

¿Cuántas veces nos debatimos entre la seguridad de las estructuras y la incertidumbre de la  libertad? Las antinomias estructura vs. libertad o seguridad vs. riesgos, inevitablemente gravitan en nuestras mentes y corazones cada vez que elegimos.

El instinto de supervivencia rige nuestras elecciones y tendemos a priorizar todo aquello que garantice la vida. Cuando tenemos que optar entre tomar riesgos o quedarnos con lo seguro,  para los que aborrecemos las estructuras, en algún lugar de nuestro ser resuena la conocida frase atribuida a Darwin: "No es la especie más fuerte la que sobrevive, ni la más inteligente, sino la que mejor se adapta a los cambios". La tentación por elegir lo conocido es tan grande, que rápidamente nos envalentonamos tras esta máxima, desafiando cuanto riesgo se presente y nos animamos a asignar mayor valor a la capacidad de ser flexibles, que a la seguridad que brindan las estructuras.

Están también los indecisos, que manifiestan en mayor o menor grado, la contradicción de querer gozar de los beneficios de ambas situaciones, sin tener que elegir una de ellas.  Si bien detestan sentirse privados de la libertad en cualquier ámbito de la vida, muchas veces se sorprenden añorando la contención de un entorno sólido, donde no haya cabida para la inconsistencia de lo incierto. También sucede, que después de un tiempo de tanta previsibilidad,  se torna aterrador pensar que todo el potencial de la existencia quedará confinado tras las paredes de la rutinaria seguridad y ofrecen, desesperados, sus “reinos”, con tal de saltar las murallas de esa fortaleza y aventurarse a enfrentar cualquier riesgo que los saque del aburrido letargo.

En mi caso, admito, que todo lo referido a “estructuras” era un equivalente a mala palabra. Cada vez que escuchaba decir “estructurado” aplicado a una persona, un trabajo, una rutina o cualquier actividad, (ni que decir, si se refería a mi misma!!), automáticamente lo relacionaba con atributos negativos, relativos a rígido, duro, exigente, poco creativo, hasta aburrido o predecible. La felicidad estaba garantizada por lo opuesto, lo relajado, fluido, espontáneo, sin reglas o guiones pre-establecidos. Ser flexible era sinónimo de ser libre y para ello me la pasé evitando ataduras, a cualquier estructura que coarte ese derecho fundamental.

También están los que sienten pavor a la ausencia de estructuras. Prescindir de ellas, es como andar desnudos por la vida (tema al que le dediqué todo un post hace unos meses :"Miedo al caos").

En un intento por reivindicar la connotación del concepto, las estructuras no tienen como única finalidad aportar rigidez, también dan sostén, protección y salvan distancias.  Son las que delinean las formas, dan orden y dirección. Hay estructuras que definen en muchos casos nuestros orígenes e identidad. Son el punto de partida para lanzarnos, avanzar, improvisar, crear nuevos escenarios y si es necesario, también volver. Son los cimientos y el esqueleto sobre los cuales desplegamos nuestras creaciones. Hay inclusive  algo sabio en ciertas estructuras y proporciones, que se repiten en la naturaleza, la pintura, diseño y  arquitectura, que parecieran reflejar un orden superior, una sabiduría universal (proporción aurea).  


Me pregunto si no hemos denostado injustamente a las estructuras. Si bien la exagerada rigidez en las mismas resulta asfixiante, la ausencia de ellas puede tornar la existencia misma, en una experiencia anárquica y caótica. Reconocer el valor de las estructuras, nos permite creer en un orden posible y necesario, donde la creatividad también tenga cabida. Quizás la clave esté en perder el miedo a quedar atrapados en ellas como excusa para no arriesgar y probar nuevos caminos.  Quizás, en lugar de mirarlas con temor, podríamos animarnos a abandonar la quimera del control, mientras juntamos el coraje necesario para usar las estructuras como un puente que nos acerque a nuevos horizontes.

domingo, 2 de marzo de 2014

La fuerza de la afinidad

"Tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio....y coincidir" (Fernando Delgadillo)
¿Cuántas cosas hacemos o dejamos de hacer en nuestras vidas por afinidad o falta de ella?

La afinidad es la expresión de esa energía poderosa, que hace que las personas nos encontremos, compartamos y generemos nuevas realidades, que por separados difícilmente podrían concretarse. Es el milagro de coincidir, de ensamblar sin forzar, de fluir, de entender y ser entendidos sin necesidad de explicar. Es la extraña resonancia y familiaridad que gravita sobre nuevos encuentros y nuevos vínculos.

Cuando hablo de afinidad, no lo limito al vínculo entre personas, sino también a lo que experimentamos por determinados objetos o actividades. La afinidad no necesariamente se manifiesta ante la coincidencia de gustos, preferencias o valores, muchas veces surge de la contraposición de diferencias, que terminan por aportar los ingredientes que hacen que la existencia se torne más plena, más valiosa y significativa. Son estos contrastes, los que convierten a la afinidad un fenómeno revelador, porque destacan aspectos de la vida que de lo contrario, pasarían completamente desapercibidos, hasta para nosotros mismos.

Algunos hemos tenido la suerte de ser sorprendidos por la fuerza transformadora de la afinidad, en el lugar menos pensado, con la gente o actividad más insospechada y la recompensa siempre termina siendo una nueva realidad superadora, donde el escenario anterior a ese encuentro, queda bajo una nueva luz, donde todo parece más valioso y prometedor.  

Es por eso que en las relaciones con química o afinidad interpersonal, se conjugan o compatibilizan tres elementos:
  • Atención mutua.
  • Sentimientos positivos compartidos.
  • Lenguaje corporal coordinado.
La atención mutua compartida es fundamental, debido a que se genera un sentimiento o relación de interés mutuo, un enfoque conjunto,  que actúa como un aglutinador de las percepciones entre las personas, impulsando sentimientos y emociones compartidas. Un indicador de afinidad o química interpersonal, es la empatía.

Los buenos sentimientos transmitidos a través del lenguaje corporal (tono de la voz, expresiones faciales, gestos corporales, etc.) tienden a construir el sentido positivo, siendo esenciales para lograr la afinidad interpersonal y social.

El tercer elemento clave en  el universo de  la química o afinidad interpersonal, es la sincronía o coordinación del lenguaje corporal, (tono de la voz, ritmo de la conversación, contacto visual, gestos, etc.). La sincronía inconsciente entre dos personas o individuos en un proceso interactivo, genera mucha positividad durante el mismo.


Por más que nos esforcemos, esa sintonía fina que se establece entre dos almas, no puede forzarse, no se fabrica ni se compra. Se da por generación espontánea y el misterio que encierra su propia esencia, es lo que la torna sumamente atractiva y deseada. Hace las veces de un proceso de selección natural y es lo que determina de qué manera vamos creando nuestro universo más próximo y más lejano.