"Todo estará bien al final. Si no está bien, no
es el final". (John Lennon)
No sé si culpar a la energía del día lunes o simplemente
hacerme cargo de mi ansiedad. Empezar el año, el mes, o la semana, tiene una
carga de expectativa que me lleva a cuestionar si la vida va a seguir siendo
siempre así, o los cambios que tanto espero que se manifiesten, de alguna
forma, van a empezar a insinuarse y a tomar cuerpo en mi mundo. No practico
la espera
pasiva de los que creen que las cosas ocurrirán por arte de magia.
Soy de la antigua escuela de las que profesan: “a Dios rogando y con el
mazo dando”. Sé bien que hay una gran cantidad de variables que no
dependen de mí, pero también entiendo que puedo poner todo mi esmero en
las que sí puedo influir. Aun así, muchas veces los cambios se hacen esperar y
no se concretan en los tiempos que deseo.
Esta urgencia de “tenerlo todo claro, todo en
orden y en todo lugar, pero ya!!!”, es una conversación privada con la
que suelo lidiar casi a diario. Ese tire y afloje entre querer controlar el
curso de los acontecimientos y dejar fluir, es un desafío cotidiano. El desafío
de aceptar y disfrutar la vida, así como se presenta minuto a minuto y no supeditarlo
a conseguir todo lo que quiero, perfectamente alineado con mis deseos. El
desafío consiste en poder gozar de
lo que tengo hoy,
sabiendo que constantemente van a haber situaciones por mejorar y metas a
alcanzar. De eso se trata la vida y esto no es otra cosa que el viejo y
conocido dilema de aprender
a apreciar lo que hay, en lugar de focalizarme en lo
que falta. Cada vez que caigo en las garras de la insatisfacción, me
convierto en un ser sediento,a
quien nada le alcanza, obsesionado por la perpetua búsqueda de
“algo más”. Ese algo más, puede ser un objetivo muy concreto, pero muchas veces
se trata de una meta inefable y lejana, que paradójicamente, se convierte
en el motor que me mantiene viva.
En parte creo, esto se debe a mi propia consciencia de
finitud, que me lleva a querer experimentar e involucrarme en tanto me sea
posible y no perderme de nada. La contracara de la excitación y ansiedad que
provocan los deseos y expectativas, es un gran ejercicio de la aceptación y la
paciencia. A modo de síntesis, les comparto esta oración de San Agustín,
que resuena hoy como una letanía en mi cabeza: “Señor, dame la
serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las
cosas que puedo y sabiduría para reconocer la diferencia”.