No
podemos cambiar nada, hasta que lo aceptemos. La condena no libera,
oprime.(Carl Jung)
Desde
ese lugar extraño que es la distancia, puedo verme en tantas situaciones en que
fui una completa y legitima negadora. Muchas veces a consciencia y otras no, y
es este último escenario el que me causa una especie de escalofrío al
reconocerlo.
Así
como errar es humano, escondernos tras el escudo de la negación es un recurso
tan humano como errar. ¿Cuántas veces sentimos no estar preparados para hacer
frente a diversas situaciones que nos superan? Por lo dolorosas que pueden
llegar a ser, nos paralizan, constituyéndose en una amenaza para una parte, o
todo el andamiaje sobre el cual construimos nuestro mundo. Lo más fácil es
hacer de cuenta que ese reto no existe, mientras nos aferramos a la ilusión,
que el mismo desaparezca por arte de magia. Lo ignoramos, como quien esconde
basura bajo la alfombra, mientras nos convertimos en cómplices y protagonistas
de nuestro auto-engaño. Si bien la “casa” luce impecable e impoluta, sabemos,
bien en el fondo de nuestro corazón y consciencia, que no es así: hay basura
escondida y la casa no está limpia. Tarde o temprano tendremos que encarar la
faena de reconocer lo que escondimos y hacernos cargo de ello. Este no es para
mí el peor escenario de la negación, porque lo veo más bien como una acción de
postergación. Hay una decisión implícita en esta actitud de negación: sabemos
que eso que no queremos enfrentar existe y que por el momento, estamos
evitándolo. Es una elección más o menos consciente, pero no ignoramos el precio
de nuestra negación. Quizás mientras procrastinamos, estamos juntando el valor
y recursos necesarios para hacer frente a esa nueva amenaza.
Sí
me asusta la negación de la cual no tenemos registro, porque son esas las
circunstancias en las que estamos más vulnerables y por ende, pueden resultar
más dañinas. Son las negaciones, en las cuales, por ejemplo el
cuerpo,que es más sabio, identifica el malestar primero y habla a
través de síntomas. Muchas veces, más que hablarnos, nos grita, obligándonos a
dirigir nuestra atención hacia espacios o situaciones que nos negamos ver. Son
las enfermedades en muchos casos las que nos llevan a descubrir conflictos que
arrastramos desde hace años sin resolver.
Como
dice el famoso refrán “no hay peor ciego que el que no quiere ver”, a esta frase le agregaría, que además de querer ver, muchas veces necesitamos que
nos ayuden
a ver. No hay posibilidad de intervención o reparación, hasta reconocer que es lo que no estamos pudiendo aceptar. La resistencia que genera
la negación puede ser tan poderosa, que no alcanza con sólo involucrar la
voluntad o que la realidad te interpele en cada esquina. Podemos pasarnos una
vida gastando una enorme cantidad de energía tratando de curar síntomas, en vez
de atacar la causa de la ceguera. Mientras evitemos el trabajo de buscar, identificar y
mirar cara a cara a la causa de nuestro malestar o dolor, toda esa energía será
desperdiciada, generando más negación, desgaste y sufrimiento.