¿Hasta cuándo vamos a seguir creyendo que la felicidad no es más que uno
de los juegos de la ilusión? (Julio Cortázar)
¿Qué es lo que nos hace dar lo que no tenemos por obtener un
objeto? ¿Por dónde pasa la valoración que hacemos de ciertas cosas? ¿Por qué
nos resulta tan importante y por momentos, hasta imprescindible poseerlas? Y
una vez que las adquirimos, forjamos una especie de relación simbiótica, en la
cual la sola idea de no tenerlas nos genera angustia, como si nos faltara algo
tan vital como el aire que respiramos!
Este nuevo siglo, en el que reina el materialismo y el
consumismo, está signado por lo que se me ocurre llamar “fetichismo
moderno”. Según el diccionario,
Fetichismo es la devoción hacia los objetos materiales. Es una forma de
creencia o práctica, en la cual se considera que ciertos objetos poseen poderes
mágicos o sobrenaturales y que protegen al portador o a las personas de las
fuerzas naturales.
Tomando esta definición como referencia y sin ninguna
intención de meterme en interpretaciones psicoanalíticas, creo que en pocos
minutos podríamos identificar la cantidad de objetos que tienen la categoría de
fetiches en nuestro universo cotidiano. Podemos empezar por toda la variedad de
dispositivos móviles y seguir por zapatos, carteras, prendas de diseño,
relojes, lapiceras, joyas, automóviles, propiedades, hasta membresías
para pertenecer a ciertos círculos, clubes o barrios privados. Estos objetos se
tornan en fetiches modernos, más que por su valor intrínseco o de uso, por
el valor extraordinario que le
asignamos, que es subjetivo y el resultado del entorno en el que estamos
cautivos.
Todos ellos se convierten en fetiches, en el momento en que
empezamos usarlos como amuletos para protegernos de nuestras carencias. Cuando
nos convencemos y confiamos en que poseen el poder de proveernos de
aquello que tanto deseamos. Usarlos produce la magia de conferirnos prestigio,
seducción, inteligencia, pertenencia, juventud, solvencia, aunque sea por un
tiempo limitado. Quizás estamos conscientes de ello de antemano, pero no nos
importa, con tal de experimentar el hechizo de estar por un momento, en ese mundo
añorado.
Todo esto viene también de la mano de la cultura de la
urgencia, la del quiero todo ya! Es
más fácil pagar y si es necesario,
endeudarse para conseguir ser más alto, flaco, cool, glamoroso, tener la última
versión del celular de moda, que dedicarle tiempo y esfuerzo para que el
resultado, se constituya en una conquista del propio desarrollo personal. Logros que
nos definan y nos permitan seguir creciendo, en vez de caducar cada 6 meses y
necesitar reemplazarlos por una versión más nueva.
Cada
día es más difícil escapar de los constantes
bombardeos y renovados trucos de la publicidad, que se encargan de
seducirnos con todo tipo de productos fetiches, diseñados para calmar la angustia existencial. El fetiche aparece para ayudar a soportar esa
carencia, pero solo hace eso: la disimula, la amortigua, la disfraza pero no la
hace desaparecer. El fetiche es solo un paliativo, para sostener una fantasía de plenitud efímera.
Construir una vida sobre una ilusión, no sirve para encontrar solidez,
confianza y equilibrio emocional. Tarde o temprano tendremos que enfrentar lo
que no está o no tenemos y paradójicamente, ese es el mejor espacio por dónde
empezar a construir algo en serio.