martes, 5 de marzo de 2013

Soy Sol@


"El que siente deseo, desea lo que no tiene a su disposición y no está presente, lo que no posee, lo que él no es y aquello de que carece, desea aquello de que está falto, y no desea si está provisto de ello”. Platón (El Banquete)

Cada vez que escucho esta expresión, “Soy sol@”, no puedo evitar sentir que la persona que lo dice, está queriendo victimizarse. Está haciendo un uso forzado del lenguaje para provocar lástima, compasión o conseguir manipular de alguna manera a su audiencia. 
¿De dónde salió esta expresión? Entiendo que no se puede eludir el tremendo efecto dramático que produce cambiar el verbo estar por ser!!! El verbo estar, per se, da una sensación de algo pasajero, transitorio, quizás hasta efímero. ¿En qué momento la soledad sostenida, no circunstancial, pasa a hacer un atributo permanente de una persona, que hasta pueda ser usada para definirla? ¿Aún si esta fuera una situación en la cual la persona se encuentra sin compañía por elección, podemos concluir que esa persona es sol@?
 El verbo ser es tan fuerte, tan determinante. “Ser solo”, como una cualidad permanente de tu persona, suena a condena o maleficio, entendiendo la soledad como algo no deseado. Lo insólito de la naturaleza humana es que siempre estamos tratando de huir de la impermanencia de las cosas, buscando la garantía "del para siempre", en dicho contexto, despreciamos el "Estar" momentáneamente en algo y buscamos desesperados el "Soy", que garantiza larga duración, solvencia. Pero "ser solo", no suena muy esperanzador.
Podemos debatir años sobre las bondades o castigos de la soledad. Estamos atravesando una era donde hemos debilitado la calidad de los vínculos al punto que ya no sabemos conectarnos cara a cara, mirarnos a la altura de los ojos. Hemos cibernetizado las relaciones hasta llegar al descompromiso absoluto.
Siempre termino concluyendo que el culpable de todo esto es el mito de Andrógino. Esta pesada herencia, no sólo nos plantea la idea que estamos mutilados y como consecuencia, tenemos esa tremenda añoranza del alma gemela, de la otra mitad, sino que también nos lleva a idealizar al otro u otros, que están igualmente solos y hambrientos de completitud. 
La soledad, un tema universal que está o estuvo en la vida de todos. Yo también la viví. Podría darle un nombre, un aroma, incluso un color o una melodía a cada soledad vivida. Disimulando y simulando, encaraba la vida  como podia, con el traje de turno, que acababa en la oscuridad del ropero, con las perchas desnudas, tiritando de miedo.
Voy a terminar con la idea que empecé el post. La autocompasión que tiñe la expresión “Soy sol@”, me parece inútil y dañina. Es todo lo opuesto al amor a uno mismo, al amor propio bien entendido y practicado. Siempre vi la autocompasión como el arte de la manipulación interior y exterior. No deja de parecerme un mecanismo realmente sofisticado porque tiene como objetivo reclamar atención a los demás y/o compadecernos a nosotros mismos, en búsqueda de reconfirmación pero pagando un altisimo precio. La autocompasión es muy destructiva y también adictiva. Las personas que se auto-compadecen, aprenden a auto-despreciarse de manera sistemática, constante y natural, llegando a dañar profundamente su autoestima. 
Aún cuando sólo tuve un cielo inmenso que me abrazara, siempre supe que "no somos solos". Somos seres completos y perfectos en cada una de nuestra particularidad. La soledad es circunstancial u opcional, por ende, no puede definirnos ni determinarnos. 


Platón: “El Banquete”: “El Mito del Andrógino”

Aristófanes nos narra una antigua leyenda sobre Efialtes y Oto, hijos de tesalio Aloeo, que encadenaron a Ares e intentaron escalar el cielo para derrocar a Zeus (Homero). Expone que, en la antigüedad, la humanidad se dividía en tres géneros, el masculino, el femenino, y el andrógino (del griego Andros-Hombre y Gino-Mujer). Los seres que pertenecían a esta última clase eran redondos, con cuatro brazos, cuatro piernas, dos caras en la cabeza y, por supuesto dos órganos sexuales. Estaban unidos por el vientre. Eran seres tan terribles por su vigor y fuerza que se sintieron suficientes para atentar contra los dioses. Puesto que Zeus no podía destruir la raza humana, dado que ésta era la que adoraba a los dioses, los castigó partiéndolos por la mitad. Apolo los curó dándoles la forma actual que tienen ambos sexos, y más tarde pasó adelante sus “vergüenzas”. El Amor desde tiempos inmemoriales trata de unirlos, de manera que, cuando se encuentran se unen de tal forma que es para toda la vida, tratando cada uno de reunirse y fundirse con el amado y convertirse de dos seres en uno solo, de manera que tan solo podría alcanzar la felicidad nuestra especie cuando se dé el tiempo en que la mitad de la Humanidad se encuentre con su otra mitad. Cada mitad de un hombre y mujer primitivos se entregan a la homosexualidad en busca de su otra mitad, en tanto que, la mitad del andrógino se entrega a la heterosexualidad en busca de su otra mitad.

martes, 26 de febrero de 2013

¿Somos lo que pensamos?



“Vemos las cosas no como son, sino como somos nosotros” (Koffka)

Tarde aprendí que es un hábito de lo más saludable, tanto como comer sin grasas o hacer actividad física, el cuidar mis pensamientos. Así, la calidad de las ideas que pasan por mi cabeza se volvió un acto vital, tanto como el de comer o respirar

Hace unos días me propuse explorar un poco este tema: ¿Somos lo que pensamos?

Como la Vida por lo general conspira a mi favor, me jugó la pesada broma de reglarme una total y absoluta disfonía, lo que ayudó  a que pudiera asumir el rol de testigo u observadora de mi propio dialogo por más de un par de días. Al estar en silencio, mis potentes, intrusivos y delatores monólogos internos, pasaron a un primer plano tan contundente, que evidenciaron lo poderosos que pueden llegar a ser. Lo que me digo a mi misma, puede entusiasmarme a encarar desafiantes experiencias o declararme una total y absoluta inútil, merecedora de todo fracaso disponible en el planeta. Y no estoy exagerando, porque esas conversaciones internas, al no tener un interlocutor que modere la charla, pueden escalar con la misma intensidad y vehemencia hacia el más idílico de los escenarios o al total caos de una tragedia griega.

Cuando escuché que el cerebro es capaz de producir más de 64 mil pensamientos por minuto, inmediatamente entendí que muchos  de esos miles de pensamientos seguramente no son necesarios  para nuestra supervivencia diaria  o que no los empleamos para realizar nuestra creatividad. Me asustó tomar consciencia de cuánta energía desperdiciamos al usar esta sofisticada “maquina” en procesos estériles y lo que es peor, en muchos casos se convierten en una plaga dañina, difícil de escapar.

El cerebro es un órgano vital que no descasa. Es sensible a todo lo que ocurre dentro y fuera de él. Los estímulos pueden activarlo o bloquearlo. Es un órgano plástico que aprende, se adapta y puede reprogramarse. Lo más revolucionario que aprendí  sobre este extraordinario órgano es que esta constantemente co-creando  la realidad que percibimos del mundo externo, a través de los sentidos.  Es decir, la realidad no es algo predeterminado y fijo, ni tampoco la percepción de la misma es pasiva. Todo lo contrario. Muchas prácticas espirituales y la física cuántica ya lo explican. En este breve video, el mismo Deepak Chopra habla sobre como el cerebro percibe los colores y  explica que el color no es un atributo fijo y predeterminado de las cosas, como siempre lo creímos, sino una cualidad que el cerebro crea en un determinado contexto.


Video: La percepcion del color 

¿Cuánta energía, tiempo y recursos se invierten en enseñarnos a alimentarnos bien, a cuidar nuestros cuerpos tanto por temas de salud o estéticos? ¿Y cuánta,  en aprender a alimentar nuestra mente y espíritu?

Durante siglos hemos creído que la mente está localizada en el cerebro. Sin embargo, lo que la ciencia moderna está demostrando es que la mente está presente en todas las células del cuerpo. Por lo tanto, si nuestros pensamientos son caóticos, el cuerpo actuará como espejo y reaccionará de igual manera. Si los pensamientos son de alegría y armonía, el cuerpo responderá en consecuencia.

Chopra repite hasta el cansancio que el cuerpo físico está atravesado por todas nuestras creencias y realidades interiores, por todo lo que comemos, leemos, pensamos, sentimos, imaginamos. Sostiene también  que  cuando meditamos, la química del cerebro cambia y por ende ese cambio se manifiesta en la totalidad del individuo.

La famosa fórmula, en la cual La Felicidad, está siempre allá lejos, fuera de alcance y que consiste en tratar de convencernos que vamos a estar mejor o más felices cuando ocurra cierto evento o alcancemos una determinada meta, dejó de funcionarme hace tiempo. No adhiero a esa creencia porque creo que tenemos que ser felices en el aquí y ahora. Y es por eso que nuestro dialogo interno se vuelve crucial.

Tampoco me simpatizan esas corrientes que proponen repetir afirmaciones positivas cuyos efectos mágicos aparecerán por el sólo hecho de repetirlas hasta el cansancio. Para obtener resultados, siempre tuve que poner el cuerpo y mente en acción. Eso sigue vigente en mi vida hasta el día de hoy a pesar que me gustaría que la magia funcione a tracción de palabras solamente.

La peor batalla es siempre la que me presenta ese ejército de pequeños “gremlins pica-sesos”, cada vez que me propongo salir de mis áreas de confort y arriesgar nuevos escenarios. Su misión es objetar cualquier movida que pueda poner en riesgo el statu quo. La unión hace la fuerza, dicen y la suma de cada una de esas pequeñas voces termina constituyéndose en un poderoso alarido interno que invade mi mente con cada una de mis creencias limitadoras. Actúa como un virus, infectando  lenta y sutilmente mis pensamientos, generando escenarios imaginarios,catastróficos y paralizantes.  Este proceso es el peor y más toxico de mis hábitos mentales. La meditación fue la gran medicina que me ayuda a reconocerlo y evitarlo. Aquietar la mente genera una fuente de energía inimaginable que luego uno puede invertir en lo que lo haga más feliz.

Estos días observé cuál es mi diálogo interno, cómo es el tráfico de mis pensamientos,  cuál es el beneficio de sostener hábitos tóxicos, para qué hacerlo, de qué modo me hablo  a mí misma, cómo influye eso en  mis emociones, estados de ánimos, en mis acciones y finalmente, en la forma que quiero estar en el  mundo.
Aprendí que no es un tema menor de qué manera alimento mi mente. Mis pensamientos son la materia prima de mis emociones y acciones. En la medida que elija más y mejores pensamientos, voy a  tomar mejores decisiones, forjare relaciones interpersonales más significativas y mi vida será más armónica, saludable y feliz. Todo esto sólo puede impactar positivamente en mi entorno más cercano y así sucesivamente, en contextos más lejanos.
Desde mi mirada, el mundo es una construcción o manifestación de nuestra consciencia  colectiva, por lo tanto, si queremos un mundo mejor, el cambio debe empezar por uno. Si cambio yo, cambia el mundo.



miércoles, 13 de febrero de 2013

Un Ángel entre flechas y corazones


"El centro del amor no siempre coincide con el centro de la vida. Ambos centros se buscan entonces  como dos animales atribulados. Pero casi nunca se encuentran, porque la clave de la coincidencia es otra: nacer juntos. Nacer juntos, como debieran nacer y morir todos los amantes". (Roberto Juarroz)

14 de Febrero,  Día de Los Enamorados, celebración de San Valentín o como quieran llamarlo, fue sin lugar a dudas una de las fechas más controvertida durante mi vida. ¿Celebrar o padecer?

Para muchos, es sinónimo de éxtasis romántico, para otros, la reconfirmación de su soledad o desamor y para el resto de los mortales una celebración invasiva, con un marketing de proporciones crecientes, difícil de escapar o ignorar.
Tengo que admitir que hasta hace muy poco tiempo la celebración de San Valentín, me molestaba, me parecía una ridícula costumbre importada de países anglo-sajones que poco tenía que ver con nuestra tradición e idiosincrasia. Representó  por años el día más cursi, mercantilista y cruel al cual podía enfrentarse toda aquella porción de la población que estaba sola sin pareja o peor aún, sola con una pareja.
Es una de esas fechas en las cuales no se puede tener una posición neutral y como mujer, solo me voy a limitar a hablarles desde mi perspectiva femenina.

Las eternas románticas enamoradas del amor.
Son las que se enamoran con la misma intensidad del protagonista de la telenovela de turno,  un ciber-novio que vive del otro lado del planeta o del tachero que se  hizo el galán cuando les daba el vuelto al finalizar el viaje. Adoran la invasión de tarjetas con frases melosas de amor, los chocolates, las flores, los almohadones y cualquier cosa que tenga forma de corazón! Hasta se emocionan ante la idea de recibir un  oso de peluche que promete un caluroso abrazo en pleno febrero estival del hemisferio Sur! No importa si tienen una pareja o no, ellas pueden celebrar San Valentín hasta con su mascota con tal de no perdérselo.

Las que odian al Santo.
En el otro extremo están las detractoras. Las que piensan que esta celebración la inventaron con el sólo objeto de hacerlas sentir miserablemente solas y recordarles que transcurrió un año más sin que hayan podido cambiar de estatus relacional. El 14 de febrero se constituye en el día en el que muchos reconfirman oficial y públicamente su soltería e  incapacidad para generar vínculos duraderos.

Las que quieren celebrar y no pierden las esperanzas.
¿Quién no tiene una amiga soltera y que mataría por tener su “Valentín”, una comida romántica a la luz de las velas y ser sorprendida por un ramo de rosas rojas al llegar a su hogar? Ellas no despotrican contra el ángel regordete y su esquiva flecha. Miran desde afuera y ruegan que el próximo año sea más inclusivo y poder ser parte de esta gran fiesta.

La población cautiva.
Las que no creen, no celebran pero tampoco lo odian y aún así no pueden estar ajenas a toda la parafernalia marketinera que crece año a año. Imposible comprar bombones que no tengan forma de corazón o enviar un ramo de rosas que no tenga una presentación romántica. Por unos días pareciera que el mundo se convierte en una gran jaula de corazones rojos imposible de eludir.

Yo fui todas ellas!  Si, pasé  por todas esas experiencias y es la primera vez en años que mi corazón se siente correspondido y enamorado. Dejé de resistir a San Valentín cuando entendí que en definitiva es una celebración del amor y creo en el amor como la fuerza más poderosa e inclusiva del universo.

Me gustaría hacer las paces definitivamente con Cupido y  para ello necesito crear una nueva dimensión en la celebración del Día de los Enamorados. El marketing invasivo de los corazones rojos dejó  afuera de la fiesta a muchos.  Nunca me gusto idealizar el rush hormonal, típico del enamoramiento de los primeros tiempos de una relación. Eso sería dejar al amor reducido a la voluntad de unos cuantos químicos cerebrales.

El amor es mucho más que eso. Quiero agregar a la celebración del amor romántico, la celebración del amor a uno mismo. No como una expresión  egocéntrica o vanidosa, sino como el combustible existencial necesario para generar buenas y sanas relaciones. El amor a uno mismo tuvo en mi mundo muy mala prensa. Elegirme, aceptarme, reconocer y atender mis necesidades era casi prácticamente lo mismo que ser una gran egoísta. Fue revelador entender que no  puedo dar lo que no tengo. Por lo general, eso no te lo enseña nadie.  Así fue como Cupido se pasó años evitándome.

Tener la bendición- porque creo que es una bendición- que te toque la flecha angelada y finalmente encontrar esa alma que resuena en armonía con la de uno , es motivo para festejar San Valentín los 365 días del año.

Historia: ¿Quién fue San Valentín?
Cuenta la historia que Claudio II "el Gótico", un tirano emperador romano, ordenó a todos los cristianos adorar a doce dioses, y había declarado que asociarse con cristianos era un crimen castigado con la pena de muerte. De este modo, Claudio mandó prohibir en todo su territorio cualquier manifestación de amor entre dos personas, lo que incluía todo tipo de celebraciones nupciales. Claudio sólo quería soldados, guerreros solteros que defendieran con brío y sin sentimentalismos su vasto imperio.
Aquí es donde apareció el cristiano Valentín, obispo de Interamna Nahartium, en Italia. Era un médico romano que se hizo sacerdote y casaba soldados. Se dedicaba a casar en secreto a parejas que quisieran formar una familia con la gracia del sacramento. Esto le valió la cárcel bajo el mandato de Aureliano, sucesor de Claudio. Valentín fue decapitado un 14 de febrero de 270. Fue enterrado en la que es hoy la Iglesia de Praxedes en Roma como mártir de la persecución romana.

domingo, 27 de enero de 2013

Metamorfosis


Mark Taiwn dijo: “Dentro de 20 años estarás más arrepentido por las cosas que no hiciste, que por las que hiciste. Así que suelta amarras, navega lejos de puertos seguros, coge los vientos alisios. Explora. Sueña.”

Abandonar lo seguro por lo incierto suele ser una experiencia amenazadora y  nos pone de cara con los recursos con los que contamos. Algunas veces,  para nuestra sorpresa, salen también a relucir, habilidades, destrezas o  cierta sabiduría que desconocíamos tener.

Cuando empecé a plantearme cómo quería vivir mi vida los próximos diez años, vino casi de la mano un proceso de revisión y selección de cuáles eran realmente las relaciones, objetos y actividades importantes en mi vida y claramente, cuales no lo eran o nunca lo fueron y así y todo, demandaban aún una gran cantidad de energía en mi día a día.

Este proceso de reconocimiento de lo vital, implicaba necesariamente soltar. Vaciar para hacer lugar. Dejar lo viejo, conocido y seguro para aventurarme a ese espacio, en apariencia vacío de lo familiar para darle forma a mi nueva vida, a una nueva identidad. Implicaba también dar un salto. No se puede avanzar por más esfuerzo que se haga, si un pie sigue firme, anclado en el pasado.

Si, me siento extraña y trato de aceptarlo sin resistencia. Dejar atrás mi identidad oficial, vivir esta transición y poder ser sincera en la atención de mis necesidades, es mi mayor desafío para poder encontrar mi nuevo lugar en el mundo. La vida  me da una segunda oportunidad y no quiero esta vez ajustarme a un rol en el cual tenga que recortar, relegar o negar aspectos nucleares de mi ser para satisfacer expectativas ajenas, recibir reconocimiento, o encontrar seguridad material que impliquen la incomodidad de mi alma.

Así  fue como empecé a hacerme muchas preguntas y el espacio del trabajo fue unos de los ámbitos que primero puse bajo la lupa.

¿Por qué o para qué trabajo o  trabajaba como lo había estado haciendo?

Mi respuesta fue que lo hacía en parte para pagar las cuentas y contribuir con la economía. Porque el trabajo me daba un sentido de dirección, me conectaba con otras personas y de alguna manera definía parte de mi identidad.

También pude reconocer que fue recién en los últimos seis años cuando comencé a plantearme la necesidad de que mi trabajo tuviera un impacto social o comunitario y de alguna manera contribuir a un bien mayor, que superara la mera gratificación personal. Preguntas tales como: “¿Qué hago aquí? ¿Para qué sigo en esto si no me realizo? ¿Cómo me juzgarán si renuncio al éxito, al prestigio, al bienestar material?”,  dieron paso a otras como: “¿Qué trabajo estaré  destinada a hacer en la vida? ¿En qué tarea mi alma se alimentará y podrá expresar todo su potencial? ¿De qué manera podré aportar al todo del que somos parte? ¿Qué tipo de trabajo me dará paz e integridad, más allá de los esfuerzos que requiera? ¿En qué ocupación podré hacer mi mayor y mejor aporte que brinde sentido a este planeta?”.

Estos interrogantes no se refieren a factores como el éxito social, la fecundidad económica o el prestigio que puede concederme la mirada ajena. Son más bien preguntas que apuntan a cuestionarme  cuál era la actividad que me  permitiría  expresar mis valores en un contexto ético, empezando por el entorno más cercano y tangible, en el cual podría manifestarme de una manera personal, única, aunque muchos hicieran la misma tarea.

Hay días en que me gana la impaciencia. Me resulta muy difícil imaginar que es lo que sigue, si no logro frenar esta carrera de la que vengo, recuperar el aliento para lograr perspectiva. La transición se parece a una lenta metamorfosis que implica pequeños pasos, desvíos, perseverancia, creatividad, iniciativa y entereza. Quizás este reinventarse solo implique un pequeño reajuste del bagaje presente o una profunda renovación. No lo sé.


Buscar nuevos horizontes implica aceptar la incertidumbre pero de algo estoy segura. Sé que mientras busque, quizás pase por más de un oficio o profesión pero sea lo que fuere que elija hacer, será una labor que me permita expresar, dar forma y sentido a toda mi materia prima espiritual, emocional, creativa que representa mi verdadera e intransferible identidad. Será una labor que contribuya a hacer del mundo un mejor lugar. Puede sonar pretencioso pero es sincero. No quiero arrepentirme, no me gustaría dejar este planeta sin antes haber intentado hacerlo mejor para los que queden y los que vendrán.

domingo, 20 de enero de 2013

Abrazando mi vulnerabilidad


“La vulnerabilidad, la ternura, la capacidad de dar amor son esas cualidades que empiezan cuando dejamos de controlar y aceptamos que sólo desde ahí, desde ese lugar en el que todas las emociones son posibles, es desde donde se establece la verdadera conexión con los demás”. (Brene Brown)

Pertenezco a una generación de mujeres protagonistas de una revolución social. Soy parte de ese grupo de mujeres a las que nos enseñaron que podíamos ser y hacer todo lo que quisiéramos. Fuimos beneficiarias directas de la liberación que produjo la aparición de la píldora anticonceptiva. Situación que se potencia con el constante avance de la tecnología, que terminó por hacernos creer que hasta la diferencia física entre el hombre y la mujer era inexistente. Hoy podemos manejar camiones, aviones, ir a la guerra, conducir países o hacer cualquier cosa que nos propongamos. Entendimos que son las máquinas las que mueven las cosas, no la fuerza de las personas y la fuerza o poder, dejó de ser una cuestión de géneros.

Es así cómo fue instalándose en mi mundo este modelo a seguir, el de la Mujer Todopoderosa. Mostrarse vulnerable era casi como un pecado mortal, una vergüenza, un fracaso. Todas queríamos pertenecer a la casta élite de las "mujeres que todo lo pueden”. Con el paso de los años, a medida que fui dejando la adolescencia para entrar en mi adultez, descubrí que eso de ser una especie de Wonder Woman condenada a vivir una vida de simples mortales, era bastante frustrante. Esta poderosa revolución social que habíamos causado y que estaba en marcha, había puesto en jaque a todo el  sistema de relaciones y roles tradicionales, amenazándonos con dejarnos cada vez más solas e imposibilitadas de hacer contactos genuinos, sobre todo con el sexo opuesto.

Durante una década estuve tironeada, sin poder decidirme o hacer una buena síntesis entre el rol de la mujer tradicional, madre de familia y ama de casa, y la figura de la mujer posmoderna, profesional, competitiva y omnipotente. Esa lucha fue muy desgastante hasta que tuve alguna intuición que la clave del conflicto estaba en aquel viejo mandato en el cual ser y mostrarse vulnerable, era sinónimo de debilidad. Admitirlo, ponía en riesgo mi supervivencia.

El año pasado tuve la dicha de cruzarme con esta clarísima y reveladora conferencia de Brene Brown, una científica, trabajadora social e investigadora sobre la conexión humana, la capacidad de empatía, de pertenencia y de amar. En la siguiente Ted Talk, “El poder de la Vulnerabilidad”, postula que si bien la vulnerabilidad es el núcleo de la vergüenza y el miedo, los dos grandes obstáculos para lograr verdaderas conexiones entre los seres humanos, es a su vez  el punto de partida para la dicha, la felicidad, la creatividad y pertenencia.


Hace tiempo que pude guardar el traje de Mujer Maravilla en el placard. No puedo negar que cada tanto me siento tentada a volver a usarlo. El mandato es tan fuerte, que lo hago de manera inconsciente. Todavía hoy es un aprendizaje cotidiano, no esconderme detrás de un personaje que haga de escudo entre quien soy y cómo me gustaría que me vean.  Por sobre todas las cosas, poder abrazar mi vulnerabilidad y aceptarme tal cual soy.

domingo, 13 de enero de 2013

¿Quién soy?

"Esta necesidad de un sentimiento de identidad es tan vital e imperativa, que el hombre no podría estar sano si no encontrara algún modo de satisfacerla". (Erich Fromm).


¿Quién soy? Pregunta recurrente si las hay dentro de mi repertorio de cuestionamientos existenciales. Poder responderme y definir mi identidad fue una necesidad  vital desde una temprana edad, tan importante como alimentarme o recibir afecto.

Rápidamente intuí que no podría darme una respuesta absoluta y empecé a pensar en mi identidad como un rompecabezas para armar; uno en el cual no tendría todas las piezas desde el principio y tampoco sabría cómo sería el diseño terminado. Sólo contaba con algunas tradiciones heredadas, como punto de partida y mi voluntad por entender quién era yo.

Aprendí que mi identidad no era un enigma a ser descubierto, sino que sería yo la responsable y creadora de la misma. Supe también que no habría mapas o garantías, que la incertidumbre y el riesgo estarían presentes a lo largo del camino.

Este es aún hoy -y mientras siga viva- mi ejercicio cotidiano, que por momentos me lleva por caminos conocidos y  otras veces, por senderos nunca antes transitados. Se que no se trata de una construcción unilateral, sino más bien colectiva, en la cual yo puedo crear universos y ellos, a su  vez, terminan por definirme. No siempre es claro, me confundo y me sorprendo con frecuencia atrapada en dilemas como estos:

¿Soy lo que hago? Muchas veces al contar quién soy, automáticamente tiendo a enumerar una larga lista de roles que tienen que ver con lo que hago o produzco: soy la ejecutiva de una determina empresa, escritora, hija, madre, amiga, novia, lectora, practicante de tal deporte o disciplina etc. Reconozco que hay roles más preponderantes o permanentes que otros en mi proceso de identificación con mi Ser. Ahora, qué ocurre cuando esos roles desaparecen. ¿Si dejo de producir o hacer, dejo de ser yo?


¿Soy lo que tengo? También paso por momentos de identificación de mí ser con el tener y en tal caso soy en función de esas posesiones. Y de nuevo me pregunto, qué ocurre si pierdo ese trabajo, esa casa, auto o mi maleta. ¿Hasta dónde mi identidad se ve afectada?


En estos días volví a cruzarme con la Ley del Dharma. No es casualidad, no creo en ella. Sentí que allí estaba en parte, mi respuesta a este dilema.

Esta ley sostiene que "cada uno de nosotros tiene un talento único y una manera única de expresarlo. Hay una cosa que cada individuo puede hacer mejor que cualquier otro en todo el mundo y por cada talento único y por cada expresión única de dicho talento, también existen unas necesidades únicas. Cuando estas necesidades se unen con la expresión creativa de nuestro talento, se produce la chispa que crea la abundancia. El expresar nuestros talentos para satisfacer necesidades, crea riqueza y abundancia sin límites".

Hoy estoy sin trabajo. Gran parte de mis roles cesaron de existir. Tampoco tengo a mi alcance mis más  familiares y sólidas posesiones materiales. No puedo negar que mi identidad está fragmentada y se siente extraño. Con este escenario despojado de la inercia cotidiana, de roles y títulos, no me quedó otro remedio más que encontrarme cara a cara con mi Yo desnudo. 

No soy lo que tengo, tampoco lo que hago. Lo que tengo y lo que hago, es producto de lo que soy. Hoy, siento la excitación de poder continuar con mi propia creación, contando con la experiencia de todo este camino recorrido. Llegó el momento de provocar una más genuina y profunda sintonía con la persona que soy y con la que puedo llegar a ser. Es como tener una hoja en blanco ante mi, sentir que estoy ante la presencia de la potencialidad pura, el momento propicio para descubrir cuál es ese, mi talento único.

domingo, 6 de enero de 2013

El Precio


Me llevó mucho tiempo tomar conciencia que había permanecido gran parte de mi vida atrapada en ese juego de roles, en el que el mundo se dividía en victimas o victimarios. A partir de ese momento, en un principio intuitivamente y luego a pura conciencia obstinada, no paré de buscar la llave liberadora, que me  permitiera escapar de esa trampa y salvarme.

Cité a Oriah Mountain Dreamer al final de mi post anterior, en su poema The Invitation, porque resume con claridad esa necesidad vital que me acuciaba: salvarme,  aún siendo señalada de traidora por no ser funcional a la manipulación de terceros.  Poder elegirme sin culpa o vergüenza, sintiéndome merecedora del legítimo derecho de ser feliz y entendiendo que el peor de los pecados sería traicionar mi propia naturaleza.

En este proceso de definir cómo quería estar parada en el mundo y de qué manera vivir mi vida,  a veces me encontré jugando de victima, otras, de victimario. Ninguno de esos espacios me resultó cómodo y fue así como empecé a desandar el camino de la culpa para entrar al terreno de la responsabilidad y decidir que es en este espacio donde quería permanecer. Algunos descubrimientos fueron determinantes para tomar esta decisión:
  • Reconocerme portadora de una negativa herencia  moral judeocristiana que me predisponía sentir culpa y aprender a estar atenta a ello.
  •  Entender que la vida es cambio permanente y que era necesario revisar  mis  paradigmas para poder  así re-definir si lo que antes  parecía correcto, aun seguía en ese plano o no y en función a eso re-diseñar mi sistema de creencias.
  •   Saber que mi vida se siente en armonía y verdadera,  sólo cuando no hay contradicciones entre lo que siento, digo y hago.
En esto que yo llamo el “Juego de Victimas y Victimarios”,  la culpa tiene un papel crucial y  está claro que de juego no tiene nada. Quizás sea una de las dinámicas  más intrincadas y dolorosas  en las que nos enredamos los seres humanos.

El peor rasgo que encontré de la culpa fue el devastador efecto de devaluación que provoca en sus portadores. Cuando nos sentimos culpables, (no importa si somos victimas o victimarios, si lo sentimos a flor de piel o en lo más profundo de nuestras consciencias), terminamos por elaborar el peor concepto de nosotros mismos, nos juzgamos como personas detestables, merecedoras del más cruel castigo por haber quebrado algún mandato social, moral o religioso. La culpa en todos los casos debilita, afecta nuestro discernimiento, socava la autoestima, dejándonos susceptibles al chantaje y manipulación.

En el uso del lenguaje y en la forma de vivir las emociones y sentimientos, es difícil distinguir la diferencia entre culpa y responsabilidad. La culpa generalmente está ligada con la sensación de haber cometido un pecado o un crimen. La responsabilidad está ligada  a la idea de poder hacernos responsable de nuestras acciones o deseos. Cuando aparece la culpa como consecuencia de una acción, el malestar está dirigido a nuestra auto-valoración como individuos. Si aparece la responsabilidad, el malestar está ligado a la acción y a la capacidad de repuesta y  enmienda que podemos generar. La culpa no ofrece una respuesta superadora. El arrepentimiento no es reparador.

Salir de la trampa de la culpa, tiene su precio. Mucha gente se enojó, otros se alejaron, quedaron los que resonaban con mi búsqueda y aparecieron nuevas y valiosas personas en mi vida. Cuando pude dejar de reaccionar y de culpar o culparme, aprendí que podía elaborar mis respuestas y así fue como mi relación con la culpa empezó a disolverse, empezaron a haber menos victimas y verdugos. Debo admitir que en un principio, me asusté un poco. Sentí que me quedaba sola, con mi destino entre mis manos. La costumbre de poder “culpar” a un otro, sea una persona, el clima o el destino por mis frustraciones o sufrimientos, era bastante cómodo. Tomar total responsabilidad de mis actitudes y respuestas emocionales era un desafío liberador pero a la vez demandaba mi mayor entrega en autenticidad  y control sobre mi ego.

Con todo esto, no quiero estigmatizar la culpa. Para mi es importante poder reconocerla cada vez que aparece, experimentarla, identificar porque se encuentra ahí y dejarla fluir hasta poder conducirla al siguiente estadio. Es la responsabilidad quien me conduce a un camino de reflexión, a creer que un orden es posible y que puedo ser fiel a mis deseos, en tanto y en cuanto sea capaz de responder por ellos.