“La vulnerabilidad, la ternura, la
capacidad de dar amor son esas cualidades que empiezan cuando dejamos de
controlar y aceptamos que sólo desde ahí, desde ese lugar en el que
todas las emociones son posibles, es desde donde se establece
la verdadera conexión con los demás”. (Brene Brown)
Pertenezco
a una generación de mujeres protagonistas de una revolución social. Soy parte
de ese grupo de mujeres a las que nos enseñaron que podíamos ser y hacer todo
lo que quisiéramos. Fuimos beneficiarias
directas de la liberación que produjo la aparición de la píldora anticonceptiva. Situación que se potencia con el constante avance de la tecnología, que terminó por hacernos creer que
hasta la diferencia física entre el hombre y la mujer era inexistente. Hoy podemos
manejar camiones, aviones, ir a la guerra, conducir países o hacer cualquier
cosa que nos propongamos. Entendimos que
son las máquinas las que mueven las cosas, no la fuerza de las personas y la fuerza o poder, dejó de ser una cuestión de géneros.
Es así
cómo fue instalándose en mi mundo este modelo a seguir, el de la Mujer Todopoderosa. Mostrarse vulnerable era
casi como un pecado mortal, una vergüenza, un fracaso. Todas queríamos pertenecer a la casta élite de las "mujeres que todo lo pueden”. Con el paso de los años, a medida que fui dejando
la adolescencia para entrar en mi adultez, descubrí que eso de
ser una especie de Wonder Woman condenada a vivir una vida de simples mortales, era
bastante frustrante. Esta poderosa revolución social que habíamos causado y que
estaba en marcha, había puesto en jaque a todo el sistema de relaciones y roles tradicionales, amenazándonos con
dejarnos cada vez más solas e imposibilitadas de hacer contactos genuinos, sobre todo con el sexo
opuesto.
Durante
una década estuve tironeada, sin poder decidirme o hacer una buena síntesis
entre el rol de la mujer tradicional, madre de familia y ama de casa, y la
figura de la mujer posmoderna, profesional, competitiva y omnipotente. Esa
lucha fue muy desgastante hasta que tuve alguna intuición que la clave del
conflicto estaba en aquel viejo mandato en el cual ser y mostrarse vulnerable, era sinónimo de debilidad. Admitirlo, ponía en riesgo mi supervivencia.
El año
pasado tuve la dicha de cruzarme con esta clarísima y reveladora conferencia de Brene Brown, una científica, trabajadora social e investigadora sobre la conexión humana, la capacidad de empatía, de pertenencia y de amar. En la siguiente Ted Talk, “El poder de la Vulnerabilidad”, postula que si bien la
vulnerabilidad es el núcleo de la vergüenza y el miedo, los dos grandes obstáculos
para lograr verdaderas conexiones entre los seres humanos, es a su vez el punto de partida para la dicha, la
felicidad, la creatividad y pertenencia.
Hace tiempo que pude guardar el traje de Mujer Maravilla en el
placard. No puedo negar que cada tanto me siento tentada a volver a usarlo. El mandato es tan fuerte, que lo hago de manera inconsciente. Todavía hoy es un aprendizaje cotidiano, no esconderme detrás de un personaje que haga de escudo
entre quien soy y cómo me gustaría que me vean. Por sobre todas las cosas, poder abrazar mi vulnerabilidad y aceptarme tal cual soy.