martes, 29 de abril de 2014

No pienses de más

"La vida es así, cambia el viento, cambia la estación, no siempre se encuentra una razón." (Jorge Drexler)

Hay días que vienen así… con pocas palabras.
La espera se hace tediosa y las respuestas no llegan.
Es mejor poner la mente en off y darle un descanso a la cabeza y al corazón.
Fluir con la vida, sin tantos cuestionamientos y resistencias.
Conectar con el silencio interior e invitarlo a que traiga un poco de paz.
Drexler y su música me arullan hoy, mientras lo intento.
No pienses de más
No pienses de más,
cuando te quedes sola.
No pienses de más,
no dejes pasar las horas.

La vida es así,
cambia el viento,
cambia la estación,
no siempre se encuentra
una razón.

No pienses de más
No esperes de mí
que venga y te lleve lejos,
no esperes por mí,
yo no puedo dar consejos.

No me hagas hablar,
no te traigo más
que esta canción,
yo no entiendo
ni a mi corazón.

No pienses de más
No me escuches
no ves que estoy dolido...
No me sigas,
yo también estoy perdido...

Y no todo se ve
mirando por una lupa,
no todo se ve,
no sé de quien fué la culpa, 
nunca lo sabrás,
cambia el viento,
cambia la estación,
no siempre se encuentra
una razón..

No pienses de más.

jueves, 24 de abril de 2014

La tiranía de la cultura Anti-Age


“La vida humana puede compararse con el recorrido del sol. Por la mañana asciende e ilumina el mundo. Al mediodía alcanza su cenit y sus rayos comienzan a disminuir y decaer. La tarde es tan importante como la mañana, pero sus leyes son distintas”. (Carl Jung)

Nadie quiere volverse viejo. A diferencia de algunas civilizaciones, donde los ancianos ocupan un lugar de privilegio, y son honrados y consultados por su sabiduría, en esta cultura anti-age, ser viejo se convirtió en sinónimo de decrepitud, dependencia, limitaciones y quizás lo más temido, de exclusión.

Estamos en un mundo donde casi todos los roles protagónicos están reservados para los jóvenes. Hay una sobrevaloración de la juventud y su omnipotencia. Es ese concepto de juventud, que todo lo puede, el que nos impulsa a hacer cualquier cosa con tal de borrar las huellas del paso del tiempo por nuestro cuerpo. Nos sometemos a cuanta rutina de ejercicios se pone de moda, dietas inhumanas, tinturas, masajes, cirugías, Botox y si todo eso no alcanza, siempre podemos aplicar foto-shop, para mostrarnos tal como nos gustaría vernos siempre. ¡Dios no permita lucir una cabeza con canas o arrugas en la cara!

A medida que nos alejamos de la juventud y entramos en la segunda mitad de la vida, muchos elijen engañar o auto-engañarse y mirar para otro lado. ¿Acaso, disimular la edad, ponerse Botox y hacerse cirugías para parecer 20 años más jóvenes, no es una manera de mentir? Viven mucho más preocupados, o mejor dicho, desesperadamente ocupados en sostener esa porfiada negación, en lugar de abrazar la sabiduría que viene de la mano de la experiencia de los años vividos. Saben o intuyen que la negación, lo único que hace es evitar hacerse cargo de lo ineludible: la llegada de la vejez y nuestra condición de mortales. Esto, los pondría de cara con la cercanía de la muerte y los instaría a empezar a vivir de otra manera, dejando de lado las expectativas del mundo exterior. Como dice Jung, “para el hombre reconocer esta curva vital significa que, desde su segunda mitad de vida, ha de ajustarse a la realidad interior en lugar de a la realidad exterior”.

La paradoja de querer vivir en un estado de eterna juventud, se contrapone con el concepto que tenemos del tiempo, como un recurso finito, que siempre está evaporándose y por lo tanto no podemos detenerlo o darnos el lujo de desaprovecharlo. Así es como vivimos enloquecidos, a toda velocidad, en un constante estado de distracción para evitar hacernos las preguntas transcendentales. Es esta amenazante y neurótica relación que tenemos con el tiempo, la que nos hace verlo como un enemigo al que hay que conquistar y sacarle el máximo provecho, exprimiendo cada minuto de vida. 

¿Si pudiéramos amigarnos con el tiempo y no interpretarlo como el verdugo que nos recuerda segundo a segundo, que vivimos en una cuenta regresiva desde el momento en que nacemos? ¿Si pudiéramos acompasar la vida, confiando más en nuestro reloj interno? ¿Si pudiéramos pensar en el tiempo como un recurso más, como un aliado que nos sostiene mientras transitamos la vida? Quizás, solo quizás, no quedaríamos presos del frenesí de ganarle esta carrera. Podríamos tomarnos todos los instantes necesarios para disfrutar de cada momento y regalarnos el privilegio de disfrutar las distintas texturas y matices de la vida, en lugar de atravesarla, abrumados por tratar de borrar los rastros de cada minuto y cada segundo vivido. 

miércoles, 16 de abril de 2014

Desesperar es esperar sin ángel

"Todo estará bien al final. Si no está bien, no es el final". (John Lennon)

No sé si culpar a la energía del día lunes o simplemente hacerme cargo de mi ansiedad. Empezar el año, el mes, o la semana, tiene una carga de expectativa que me lleva a cuestionar si la vida va a seguir siendo siempre así, o los cambios que tanto espero que se manifiesten, de alguna forma, van a empezar a insinuarse y a tomar cuerpo en mi mundo. No practico la espera pasiva de los que creen que las cosas ocurrirán por arte de magia. Soy de la antigua escuela de las que profesan: “a Dios rogando y con el mazo dando”. Sé bien que hay una gran cantidad de variables que no dependen de mí,  pero también entiendo que puedo poner todo mi esmero en las que sí puedo influir. Aun así, muchas veces los cambios se hacen esperar y no se concretan en los tiempos que deseo.

Esta urgencia de “tenerlo todo claro, todo en orden y en todo lugar, pero ya!!!”, es una conversación privada con la que suelo lidiar casi a diario. Ese tire y afloje entre querer controlar el curso de los acontecimientos y dejar fluir, es un desafío cotidiano. El desafío de aceptar y disfrutar la vida, así como se presenta minuto a minuto y no supeditarlo a conseguir todo lo que quiero, perfectamente alineado con mis deseos. El desafío consiste en poder gozar de lo que tengo hoy, sabiendo que constantemente van a haber situaciones por mejorar y metas a alcanzar. De eso se trata la vida  y esto no es otra cosa que el viejo y conocido dilema de aprender a apreciar lo que hay, en lugar de focalizarme en lo que falta. Cada vez que caigo en las garras de la insatisfacción, me convierto en un ser sediento,a quien nada le alcanzaobsesionado por la perpetua búsqueda de “algo más”. Ese algo más, puede ser un objetivo muy concreto, pero muchas veces se trata de una meta inefable y lejana, que paradójicamente, se convierte en el motor que me mantiene viva.

En parte creo, esto se debe a mi propia consciencia de finitud, que me lleva a querer experimentar e involucrarme en tanto me sea posible y no perderme de nada. La contracara de la excitación y ansiedad que provocan los deseos y expectativas, es un gran ejercicio de la aceptación y la paciencia. A modo de síntesis, les comparto esta oración de San Agustín, que resuena hoy como una letanía en mi cabeza: “Señor, dame la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las cosas que puedo y sabiduría para reconocer la  diferencia”.



domingo, 6 de abril de 2014

Lo que se resiste, persiste.

No podemos cambiar nada, hasta que lo aceptemos. La condena no libera, oprime.(Carl Jung)

Desde ese lugar extraño que es la distancia, puedo verme en tantas situaciones en que fui una completa y legitima negadora. Muchas veces a consciencia y otras no, y es este último escenario el que me causa una especie de escalofrío al reconocerlo.

Así como errar es humano, escondernos tras el escudo de la negación es un recurso tan humano como errar. ¿Cuántas veces sentimos no estar preparados para hacer frente a diversas situaciones que nos superan? Por lo dolorosas que pueden llegar a ser, nos paralizan, constituyéndose en una amenaza para una parte, o todo el andamiaje sobre el cual construimos nuestro mundo. Lo más fácil es hacer de cuenta que ese reto no existe, mientras nos aferramos a la ilusión, que el mismo desaparezca por arte de magia. Lo ignoramos, como quien esconde basura bajo la alfombra, mientras nos convertimos en cómplices y protagonistas de nuestro auto-engaño. Si bien la “casa” luce impecable e impoluta, sabemos, bien en el fondo de nuestro corazón y consciencia, que no es así: hay basura escondida y la casa no está limpia. Tarde o temprano tendremos que encarar la faena de reconocer lo que escondimos y hacernos cargo de ello. Este no es para mí el peor escenario de la negación, porque lo veo más bien como una acción de postergación. Hay una decisión implícita en esta actitud de negación: sabemos que eso que no queremos enfrentar existe y que por el momento, estamos evitándolo. Es una elección más o menos consciente, pero no ignoramos el precio de nuestra negación. Quizás mientras procrastinamos, estamos juntando el valor  y recursos necesarios para hacer frente a esa nueva amenaza. 

Sí me asusta la negación de la cual no tenemos registro, porque son esas las circunstancias en las que estamos más vulnerables y por ende, pueden resultar más dañinas. Son las negaciones, en las cuales, por ejemplo el cuerpo,que es  más sabio, identifica el malestar primero y habla a través de síntomas. Muchas veces, más que hablarnos, nos grita, obligándonos a dirigir nuestra atención hacia espacios o situaciones que nos negamos ver. Son las enfermedades en muchos casos las que nos llevan a descubrir conflictos que arrastramos desde hace años sin resolver.

Como dice el famoso refrán “no hay peor ciego que el que no quiere ver”, a esta frase le agregaría, que además de querer ver, muchas veces necesitamos que nos ayuden a ver. No hay posibilidad de intervención o reparación, hasta reconocer que es lo que no estamos pudiendo aceptar. La resistencia que genera la negación puede ser tan poderosa, que no alcanza con sólo involucrar la voluntad o que la realidad te interpele en cada esquina. Podemos pasarnos una vida gastando una enorme cantidad de energía tratando de curar síntomas, en vez de atacar la causa de la ceguera. Mientras evitemos el trabajo de buscar, identificar y mirar cara a cara a la causa de nuestro malestar o dolor, toda esa energía será desperdiciada, generando más negación, desgaste y sufrimiento.