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domingo, 1 de diciembre de 2013

La trampa de dar consejos

“Hay una diferencia entre escuchar y esperar tu turno para hablar.”



Escuchar puede ser una acción pasiva o activa.  En la escucha activa es común el entablar un diálogo mediante preguntas que nos permiten indagar acerca del contenido del mensaje y estamos dispuestos a que se amplíe la información emitida. Por el contrario, en la pasiva, sólo nos conformamos con lo que oímos sin tener interés en conocer más, formamos nuestra propia opinión y no nos importa si ésta corresponde al concepto del mensaje que ha sido emitido. O simplemente ponemos toda nuestra atención en pensar lo que vamos a contestar. Hay una diferencia entre escuchar y esperar tu turno para hablar.

En una conversación muchas veces caemos en la tentación de dar consejos sin que el interlocutor los haya solicitado. Es aquí donde me quiero detener, porque es crucial aprender a distinguir cuando sólo se nos pide que escuchemos con atención, que es una propuesta, a cuando se nos pide expresamente que demos un consejo, que es algo completamente distinto a expresar un punto de vista.

Las personas francas, esas que saben siempre como son las cosas, y se adelantan a darte sus puntos de vistas sobre temas varios - desde los más triviales, hasta los más íntimos- actúan por lo general desde el ego. Creen que es tan trascendental lo que tienen para decir, que no les importa si el que escucha, pidió su opinión o está preparado para recibir sus “sabios” consejos. Por lo general van a hacer un preámbulo que justifique su impertinencia (porque en algún rincón intuyen que nadie les pidió se pronunciaran) con frases tipo:” te voy a ser franco”, o “no soy nadie para dar consejos, pero lo hago porque te quiero” o “Yo en tu lugar…”. El aconsejador se siente tan importante y altruista desde ese rol, que no entiende que la experiencia es intransferible. Tampoco acepta que, para poder ayudar a otra persona, se lo tienen que solicitar. Si no hay una actitud de apertura y receptividad previa, es muy difícil poder ayudar y el más sensato de los consejos será resistido, malentendido o ignorado, en el mejor de los casos.

Es importante no confundir franqueza con sinceridad. Las personas sinceras, son aquellas que tienen coherencia y consistencia entre lo que piensan, dicen y hacen y eso las vuelve confiables. Puede que nos guste o no su forma de estar en la vida, pero sabemos a qué atenernos.  Si les pedimos un consejo, su opinión va a estar comprometida con su sistema de valores y creencias, más que con la necesidad de mostrarse como un experto salvador y así, alimentar su ego. La franqueza nace del ego, la sinceridad, por lo contrario, se genera de la necesidad de hacer una contribución.
Creo más en los intercambios de experiencias, como referencias, que en dar consejos. Desconfío de las personas que siempre tienen una solución para cada circunstancia. Somos seres humanos únicos, irrepetibles y la vida es cambio permanente.  Me resulta muy difícil pensar que una fórmula que funcionó bien en un determinado acontecimiento, para una determinada persona, pueda convertirse en una receta mágica, válida para otra persona, en una situación similar. Vivimos en mundos interpretativos, todos tenemos creencias, que se convierten para nosotros en “La Verdad”. Vivimos de acuerdo a nuestra historia de vida, única, individual e irrepetible. Nadie tiene un acceso privilegiado a "la verdad".

Más que caer en la trampa de querer tener todas las respuestas, el desafío está en ayudar a hacer y hacernos las preguntas fundamentales, que nos permitan avanzar hacia el destino deseado, que cada uno va forjando, con sus aciertos y errores, en función a sus creencias y capacidades.