“Hay una diferencia entre escuchar y esperar tu turno para hablar.”
Escuchar
puede ser una acción pasiva o activa. En
la escucha activa es común el entablar un diálogo mediante preguntas que nos
permiten indagar acerca del contenido del mensaje y estamos dispuestos a que se
amplíe la información emitida. Por el contrario, en la pasiva, sólo nos
conformamos con lo que oímos sin tener interés en conocer más, formamos nuestra
propia opinión y no nos importa si ésta corresponde al concepto del mensaje que
ha sido emitido. O simplemente ponemos toda nuestra atención en pensar lo que
vamos a contestar. Hay una diferencia entre escuchar y esperar tu turno para
hablar.
En una conversación muchas veces caemos en la tentación de dar consejos
sin que el interlocutor los haya solicitado. Es aquí donde me quiero detener,
porque es crucial aprender a distinguir cuando sólo se nos pide que escuchemos
con atención, que es una propuesta, a cuando se nos pide expresamente que demos
un consejo, que es algo completamente distinto a expresar un punto de vista.
Las
personas francas, esas que saben siempre como son las cosas, y se adelantan a
darte sus puntos de vistas sobre temas varios - desde los más triviales, hasta
los más íntimos- actúan por lo general desde el ego. Creen que es tan
trascendental lo que tienen para decir, que no les importa si el que escucha,
pidió su opinión o está preparado para recibir sus “sabios” consejos. Por lo
general van a hacer un preámbulo que justifique su impertinencia (porque en
algún rincón intuyen que nadie les pidió se pronunciaran) con frases tipo:” te
voy a ser franco”, o “no soy nadie para dar consejos, pero lo hago porque te
quiero” o “Yo en tu lugar…”. El aconsejador se siente tan importante y
altruista desde ese rol, que no entiende que la experiencia es intransferible.
Tampoco acepta que, para poder ayudar a otra persona, se lo tienen que
solicitar. Si no hay una actitud de apertura y receptividad previa, es muy
difícil poder ayudar y el más sensato de los consejos será resistido,
malentendido o ignorado, en el mejor de los casos.
Es
importante no confundir franqueza con sinceridad. Las personas sinceras, son
aquellas que tienen coherencia y consistencia entre lo que piensan, dicen y
hacen y eso las vuelve confiables. Puede que nos guste o no su forma de estar
en la vida, pero sabemos a qué atenernos.
Si les pedimos un consejo, su opinión va a estar comprometida con su
sistema de valores y creencias, más que con la necesidad de mostrarse como un
experto salvador y así, alimentar su ego. La franqueza nace del ego, la sinceridad,
por lo contrario, se genera de la necesidad de hacer una contribución.
Creo más en
los intercambios de experiencias, como referencias, que en dar consejos.
Desconfío de las personas que siempre tienen una solución para cada
circunstancia. Somos seres humanos únicos, irrepetibles y la vida es cambio
permanente. Me resulta muy difícil
pensar que una fórmula que funcionó bien en un determinado acontecimiento, para
una determinada persona, pueda convertirse en una receta mágica, válida para
otra persona, en una situación similar. Vivimos en mundos interpretativos,
todos tenemos creencias, que se convierten para nosotros en “La Verdad”.
Vivimos de acuerdo a nuestra historia de vida, única, individual e irrepetible.
Nadie tiene un acceso privilegiado a "la verdad".
Más que
caer en la trampa de querer tener todas las respuestas, el desafío está en
ayudar a hacer y hacernos las preguntas fundamentales, que nos permitan avanzar
hacia el destino deseado, que cada uno va forjando, con sus aciertos y errores,
en función a sus creencias y capacidades.
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