martes, 26 de febrero de 2013

¿Somos lo que pensamos?



“Vemos las cosas no como son, sino como somos nosotros” (Koffka)

Tarde aprendí que es un hábito de lo más saludable, tanto como comer sin grasas o hacer actividad física, el cuidar mis pensamientos. Así, la calidad de las ideas que pasan por mi cabeza se volvió un acto vital, tanto como el de comer o respirar

Hace unos días me propuse explorar un poco este tema: ¿Somos lo que pensamos?

Como la Vida por lo general conspira a mi favor, me jugó la pesada broma de reglarme una total y absoluta disfonía, lo que ayudó  a que pudiera asumir el rol de testigo u observadora de mi propio dialogo por más de un par de días. Al estar en silencio, mis potentes, intrusivos y delatores monólogos internos, pasaron a un primer plano tan contundente, que evidenciaron lo poderosos que pueden llegar a ser. Lo que me digo a mi misma, puede entusiasmarme a encarar desafiantes experiencias o declararme una total y absoluta inútil, merecedora de todo fracaso disponible en el planeta. Y no estoy exagerando, porque esas conversaciones internas, al no tener un interlocutor que modere la charla, pueden escalar con la misma intensidad y vehemencia hacia el más idílico de los escenarios o al total caos de una tragedia griega.

Cuando escuché que el cerebro es capaz de producir más de 64 mil pensamientos por minuto, inmediatamente entendí que muchos  de esos miles de pensamientos seguramente no son necesarios  para nuestra supervivencia diaria  o que no los empleamos para realizar nuestra creatividad. Me asustó tomar consciencia de cuánta energía desperdiciamos al usar esta sofisticada “maquina” en procesos estériles y lo que es peor, en muchos casos se convierten en una plaga dañina, difícil de escapar.

El cerebro es un órgano vital que no descasa. Es sensible a todo lo que ocurre dentro y fuera de él. Los estímulos pueden activarlo o bloquearlo. Es un órgano plástico que aprende, se adapta y puede reprogramarse. Lo más revolucionario que aprendí  sobre este extraordinario órgano es que esta constantemente co-creando  la realidad que percibimos del mundo externo, a través de los sentidos.  Es decir, la realidad no es algo predeterminado y fijo, ni tampoco la percepción de la misma es pasiva. Todo lo contrario. Muchas prácticas espirituales y la física cuántica ya lo explican. En este breve video, el mismo Deepak Chopra habla sobre como el cerebro percibe los colores y  explica que el color no es un atributo fijo y predeterminado de las cosas, como siempre lo creímos, sino una cualidad que el cerebro crea en un determinado contexto.


Video: La percepcion del color 

¿Cuánta energía, tiempo y recursos se invierten en enseñarnos a alimentarnos bien, a cuidar nuestros cuerpos tanto por temas de salud o estéticos? ¿Y cuánta,  en aprender a alimentar nuestra mente y espíritu?

Durante siglos hemos creído que la mente está localizada en el cerebro. Sin embargo, lo que la ciencia moderna está demostrando es que la mente está presente en todas las células del cuerpo. Por lo tanto, si nuestros pensamientos son caóticos, el cuerpo actuará como espejo y reaccionará de igual manera. Si los pensamientos son de alegría y armonía, el cuerpo responderá en consecuencia.

Chopra repite hasta el cansancio que el cuerpo físico está atravesado por todas nuestras creencias y realidades interiores, por todo lo que comemos, leemos, pensamos, sentimos, imaginamos. Sostiene también  que  cuando meditamos, la química del cerebro cambia y por ende ese cambio se manifiesta en la totalidad del individuo.

La famosa fórmula, en la cual La Felicidad, está siempre allá lejos, fuera de alcance y que consiste en tratar de convencernos que vamos a estar mejor o más felices cuando ocurra cierto evento o alcancemos una determinada meta, dejó de funcionarme hace tiempo. No adhiero a esa creencia porque creo que tenemos que ser felices en el aquí y ahora. Y es por eso que nuestro dialogo interno se vuelve crucial.

Tampoco me simpatizan esas corrientes que proponen repetir afirmaciones positivas cuyos efectos mágicos aparecerán por el sólo hecho de repetirlas hasta el cansancio. Para obtener resultados, siempre tuve que poner el cuerpo y mente en acción. Eso sigue vigente en mi vida hasta el día de hoy a pesar que me gustaría que la magia funcione a tracción de palabras solamente.

La peor batalla es siempre la que me presenta ese ejército de pequeños “gremlins pica-sesos”, cada vez que me propongo salir de mis áreas de confort y arriesgar nuevos escenarios. Su misión es objetar cualquier movida que pueda poner en riesgo el statu quo. La unión hace la fuerza, dicen y la suma de cada una de esas pequeñas voces termina constituyéndose en un poderoso alarido interno que invade mi mente con cada una de mis creencias limitadoras. Actúa como un virus, infectando  lenta y sutilmente mis pensamientos, generando escenarios imaginarios,catastróficos y paralizantes.  Este proceso es el peor y más toxico de mis hábitos mentales. La meditación fue la gran medicina que me ayuda a reconocerlo y evitarlo. Aquietar la mente genera una fuente de energía inimaginable que luego uno puede invertir en lo que lo haga más feliz.

Estos días observé cuál es mi diálogo interno, cómo es el tráfico de mis pensamientos,  cuál es el beneficio de sostener hábitos tóxicos, para qué hacerlo, de qué modo me hablo  a mí misma, cómo influye eso en  mis emociones, estados de ánimos, en mis acciones y finalmente, en la forma que quiero estar en el  mundo.
Aprendí que no es un tema menor de qué manera alimento mi mente. Mis pensamientos son la materia prima de mis emociones y acciones. En la medida que elija más y mejores pensamientos, voy a  tomar mejores decisiones, forjare relaciones interpersonales más significativas y mi vida será más armónica, saludable y feliz. Todo esto sólo puede impactar positivamente en mi entorno más cercano y así sucesivamente, en contextos más lejanos.
Desde mi mirada, el mundo es una construcción o manifestación de nuestra consciencia  colectiva, por lo tanto, si queremos un mundo mejor, el cambio debe empezar por uno. Si cambio yo, cambia el mundo.



miércoles, 13 de febrero de 2013

Un Ángel entre flechas y corazones


"El centro del amor no siempre coincide con el centro de la vida. Ambos centros se buscan entonces  como dos animales atribulados. Pero casi nunca se encuentran, porque la clave de la coincidencia es otra: nacer juntos. Nacer juntos, como debieran nacer y morir todos los amantes". (Roberto Juarroz)

14 de Febrero,  Día de Los Enamorados, celebración de San Valentín o como quieran llamarlo, fue sin lugar a dudas una de las fechas más controvertida durante mi vida. ¿Celebrar o padecer?

Para muchos, es sinónimo de éxtasis romántico, para otros, la reconfirmación de su soledad o desamor y para el resto de los mortales una celebración invasiva, con un marketing de proporciones crecientes, difícil de escapar o ignorar.
Tengo que admitir que hasta hace muy poco tiempo la celebración de San Valentín, me molestaba, me parecía una ridícula costumbre importada de países anglo-sajones que poco tenía que ver con nuestra tradición e idiosincrasia. Representó  por años el día más cursi, mercantilista y cruel al cual podía enfrentarse toda aquella porción de la población que estaba sola sin pareja o peor aún, sola con una pareja.
Es una de esas fechas en las cuales no se puede tener una posición neutral y como mujer, solo me voy a limitar a hablarles desde mi perspectiva femenina.

Las eternas románticas enamoradas del amor.
Son las que se enamoran con la misma intensidad del protagonista de la telenovela de turno,  un ciber-novio que vive del otro lado del planeta o del tachero que se  hizo el galán cuando les daba el vuelto al finalizar el viaje. Adoran la invasión de tarjetas con frases melosas de amor, los chocolates, las flores, los almohadones y cualquier cosa que tenga forma de corazón! Hasta se emocionan ante la idea de recibir un  oso de peluche que promete un caluroso abrazo en pleno febrero estival del hemisferio Sur! No importa si tienen una pareja o no, ellas pueden celebrar San Valentín hasta con su mascota con tal de no perdérselo.

Las que odian al Santo.
En el otro extremo están las detractoras. Las que piensan que esta celebración la inventaron con el sólo objeto de hacerlas sentir miserablemente solas y recordarles que transcurrió un año más sin que hayan podido cambiar de estatus relacional. El 14 de febrero se constituye en el día en el que muchos reconfirman oficial y públicamente su soltería e  incapacidad para generar vínculos duraderos.

Las que quieren celebrar y no pierden las esperanzas.
¿Quién no tiene una amiga soltera y que mataría por tener su “Valentín”, una comida romántica a la luz de las velas y ser sorprendida por un ramo de rosas rojas al llegar a su hogar? Ellas no despotrican contra el ángel regordete y su esquiva flecha. Miran desde afuera y ruegan que el próximo año sea más inclusivo y poder ser parte de esta gran fiesta.

La población cautiva.
Las que no creen, no celebran pero tampoco lo odian y aún así no pueden estar ajenas a toda la parafernalia marketinera que crece año a año. Imposible comprar bombones que no tengan forma de corazón o enviar un ramo de rosas que no tenga una presentación romántica. Por unos días pareciera que el mundo se convierte en una gran jaula de corazones rojos imposible de eludir.

Yo fui todas ellas!  Si, pasé  por todas esas experiencias y es la primera vez en años que mi corazón se siente correspondido y enamorado. Dejé de resistir a San Valentín cuando entendí que en definitiva es una celebración del amor y creo en el amor como la fuerza más poderosa e inclusiva del universo.

Me gustaría hacer las paces definitivamente con Cupido y  para ello necesito crear una nueva dimensión en la celebración del Día de los Enamorados. El marketing invasivo de los corazones rojos dejó  afuera de la fiesta a muchos.  Nunca me gusto idealizar el rush hormonal, típico del enamoramiento de los primeros tiempos de una relación. Eso sería dejar al amor reducido a la voluntad de unos cuantos químicos cerebrales.

El amor es mucho más que eso. Quiero agregar a la celebración del amor romántico, la celebración del amor a uno mismo. No como una expresión  egocéntrica o vanidosa, sino como el combustible existencial necesario para generar buenas y sanas relaciones. El amor a uno mismo tuvo en mi mundo muy mala prensa. Elegirme, aceptarme, reconocer y atender mis necesidades era casi prácticamente lo mismo que ser una gran egoísta. Fue revelador entender que no  puedo dar lo que no tengo. Por lo general, eso no te lo enseña nadie.  Así fue como Cupido se pasó años evitándome.

Tener la bendición- porque creo que es una bendición- que te toque la flecha angelada y finalmente encontrar esa alma que resuena en armonía con la de uno , es motivo para festejar San Valentín los 365 días del año.

Historia: ¿Quién fue San Valentín?
Cuenta la historia que Claudio II "el Gótico", un tirano emperador romano, ordenó a todos los cristianos adorar a doce dioses, y había declarado que asociarse con cristianos era un crimen castigado con la pena de muerte. De este modo, Claudio mandó prohibir en todo su territorio cualquier manifestación de amor entre dos personas, lo que incluía todo tipo de celebraciones nupciales. Claudio sólo quería soldados, guerreros solteros que defendieran con brío y sin sentimentalismos su vasto imperio.
Aquí es donde apareció el cristiano Valentín, obispo de Interamna Nahartium, en Italia. Era un médico romano que se hizo sacerdote y casaba soldados. Se dedicaba a casar en secreto a parejas que quisieran formar una familia con la gracia del sacramento. Esto le valió la cárcel bajo el mandato de Aureliano, sucesor de Claudio. Valentín fue decapitado un 14 de febrero de 270. Fue enterrado en la que es hoy la Iglesia de Praxedes en Roma como mártir de la persecución romana.