domingo, 29 de noviembre de 2020

Por qué confiamos y por qué dejamos de confiar?

“Confía, pero verifica”

Hoy quiero hablarte de la confianza, porque en estos tiempos donde todo cambió tan abruptamente, nos enfrentamos todos los días a un nivel muy alto de incertidumbre y es por eso que la confianza es la emoción clave que nos va a ayudar a transitar por este momento tan particular, tanto en la vida profesional, en los negocios, como en la vida personal.

Para mi la confianza no es solo una virtud social, sino también un impulsor económico, es el ingrediente fundamental sobre el cual se construyen todas las relaciones y dependiendo de cuan solida sea esa emoción, el vinculo será mas fuerte o mas frágil.

La confianza es ese sentimiento que nos impulsa a actuar, es esa disposición emocional que se transforma en el motor de c/u nuestras acciones. Cuando siento confianza, me animo a lo desconocido y en consecuencia a puedo crear, innovar, proponer ideas y producir cambios. ¿Pero que pasa cuando no la siento? Cuando tenemos desconfianza tendemos a cerrarnos y a protegernos. 

¿Cuantos negocios no se concretan por falta de confianza en el otro? ¿Cuantas relaciones entre amigos o parejas se terminan por crisis de confianza? ¿Y Cuantas veces nos quedamos paralizados porque perdemos la confianza en nosotros mismos? Por eso hoy me gustaría que exploremos juntos esta idea: por qué confiamos o dejamos de confiar. 

Para eso te voy a proponer que te imagines a la confianza como una mesa, que solo está firme si sus 4 patas que la sostiene están sólidas. 

-La primera pata es la Competencia: y con competencia me refiero a la evaluación que hacemos de las habilidades de una persona para poder cumplir con lo que se compromete a realizar. Por ejemplo: ¿te animaría a confiar la contabilidad de tu empresa a un exitoso chef? Probablemente no. Quizás sea un excelente profesional de la gastronomía y muy trabajador, pero la contabilidad no es su tema. Podrías confiar en su sinceridad, pero si no tiene la competencia o los conocimientos necesarios, seguramente no vas a darle esa tarea. La competencia tiene que ver con los recursos, habilidades y conocimiento que una persona tiene para realizar una tarea determinada.

-La segunda pata es la Sinceridad: y esta es una de las patas fundamentales de la Confianza. Si las personas con las que te relacionas no te perciben sincero, su confianza en ti se verá afectada. Y viceversa, si no percibes sinceridad en el otro, va a ser muy difícil creer y confiar en esa persona.
Y cuando hablo de sinceridad me refiero a la coherencia entre lo que pensamos y sentimos internamente, y lo que decimos y hacemos externamente. Cuando esa coherencia se rompe, es muy difícil construir confianza.

-La tercera pata es la CREDIBILIDAD: esta pata tiene que ver con la responsabilidad y la palabra responsabilidad, etimológicamente hablando nos remite a la capacidad que tenemos para responder. Según como sea el historial de promesas cumplidas de esa persona, confiaremos mas o menos en ella. Y esto está íntimamente ligado con el compromiso, que es la cuarta pata de la confianza.

El Compromiso: cuanto mayor sea el involucramiento o compromiso que percibamos tiene persona para cumplir lo que prometió, mayor será la confianza que nos inspire. Porque todos Podemos tener inconvenientes que nos hagan incumplir con una promesa, inclusive todos podemos equivocarnos, ¡errar es humano dicen!, Pero si de verdad estamos comprometidos y nos sentimos responsables, vamos a responder de tal manera para poder cumplir y restablecer esa confianza.

Muchas veces vemos como relaciones laborales, personales o de negocio se deterioran o se terminan, sin entender porque, qué es lo que ocurrió para llegar a un punto de no retorno. Y por lo general es porque hubo una crisis de confianza que no fue bien gestionada.  Es común ver que porque uno o dos de estos 4 aspectos de la confianza falló, se descarte toda la relación.
Poder distinguir estas 4 dimensiones puede ayudarte a entender mejor porque ocurren estas cosas. Si tienes un negocio online por ejemplo y no logras incrementar tus ventas quizás tengas que revisar si estas generando la confianza necesaria para hacer que los clientes se sientan seguros a la hora de comprar lo que ofreces y dentro de este análisis, tendrás que preguntarte: ¿es falta de conocimiento? ¿Necesito capacitarme mejor para llevar adelante mi negocio? ¿O es falta de sinceridad? ¿Mis clientes perciben que o que estoy prometiendo no es lo que ellos reciben? ¿Quizás debo trabajar en mi credibilidad y buscar mas testimonios, por ejemplo? ¿O necesito mostrar mayor compromiso para resolver fallas o reclamos de mis clientes?

Hacerte estas preguntas va a ayudarte a tener un diagnostico y descubrir que quizás solo tengas que ajustar una de esas 4 patas pata destrabar la situación y hacer que el vinculo con tu cliente fluya.

O por ejemplo si tienes un socio que es brillante, tiene un gran conocimiento sobre como llevar adelante el negocio, pero como nunca cumple con la tarea que le toca realizar, eso te genera el doble de trabajo a ti. En lugar de poner todo en una sola bolsa y decir “no puedo trabajar más con en esta persona” y terminar con la sociedad, quizás este análisis de la confianza pueda ayudarte a pedirle tu socio que sea más sincero a la hora de dar su palabra, que solo tome compromisos que pueda cumplir y así evitar seguir deteriorando la confianza y poniendo en riesgo la sociedad.

Las 4 patas de la confianza son igualmente importantes en cualquier relación y la falta o fragilidad de alguna de ellas seguramente la hará tambalear y hasta puede ponerla en riesgo. Animarse a pedir feedback y preguntar: en qué fallé o en qué puedo mejorar; son preguntas claves para cuidar la confianza. O si estás en una relación que te interesa, y pudiste identificar cual de esos 4 pilares puso la relación en riesgo, en lugar de descalificar todo el vinculo, podrías animarte a tener una conversación para hablar puntualmente de lo que necesitas que mejore para que la confianza se reestablezca. De esa manera le vas a dar a esa relación una nueva oportunidad e inclusive puede llegar a fortalecerse.

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sábado, 30 de marzo de 2019

Cómo Peinarse Para Una Crisis



"Todo lo que hace feliz en esta vida, despeina"


Entre todas las crisis que las mujeres esperamos enfrentar cuando nos acercamos al medio siglo, la caída del pelo no representaba una amenaza para mí! Desde chica, tuve la suerte de tener una melena sana, fuerte y brillante. Lo abundante, heredado por parte de papá y lo brillante del lado de mamá, mi pelo fue siempre una cualidad por la que me sentía, digamos: admirada. Recuerdo una vez cortándome el pelo en la peluquería de mi barrio, cuando una mujer me ofreció comprarme unos mechones para hacerse unas extensiones! Quizá en otros momentos de malaria económica lo hubiera considerado, porque pagaban muy bien, pero ese día me dio un poco de impresión pensar que parte de mi ser pudiera estar flameando en la cabeza de otra persona!

Pero volviendo al tema de las crisis, estoy segura escucharon decir que los 50 de hoy son los nuevos 30, y si estás promediando los 40, ¡seguramente te aferrarás a esta afirmación con el entusiasmo de un niño a quien lo dejan jugar con su PlayStation por media hora más. Qué no daríamos por dar una - o varias- vueltas extra en la "calesita de la juventud". ¿Verdad?

Con ese espíritu optimista me preparaba para cumplir mis 50 años, confiada en que todavía la ley de la gravedad no había sido despiadada conmigo. Pero por más generosa que la biología nos parezca, seamos honestas, quien no sintió que las cosas en el cuerpo comienzan a caer, a deslizarse casi imperceptiblemente. Día a día, no sólo cambian de lugar, sino también de tamaño- por lo general tienden a subir un talle o dos. Me encanta y hasta me da ternura, cuando estamos atravesando por esa etapa de negación y nos decimos con absoluta indulgencia: “es que estoy un poco hinchada”. ¿Quién no sintió directamente en su cuerpo los efectos del calentamiento global? No sólo por los calores que empiezan a ser parte de nuestra cotidianeidad, sino también porque todos nuestros rasgos y contornos comienzan a derretirse.

Y es cuando todo se nos está viniendo abajo, que las mujeres nos atrincheramos tras los encantos que todavía nos protegen del implacable tirano del tiempo y en muchos casos ese escudo es el pelo. ¡Sí, tan sencillo como eso! Parece toda una frivolidad, pero no lo es. Nuestro universo puede estar mal, pero si tenemos el pelo sano, brillante y en forma, sentimos que todo lo demás pasa a un segundo plano, y cual versión femenina de Sansón, nuestra autoestima se alimenta y se afianza en esa melena que nos corona y nos hace sentir que podemos con el mundo entero!

Aferrada con uñas y dientes a esa sensación de plenitud, mientras saboreaba los últimos días de mis cuarenta y nueve años, decidí ir a la peluquería a hacerme mis reflejos de siempre, y así prepararme para el gran evento: ¡mi cumpleaños número 50! Y como si el Universo hubiera adivinado mi intención de declararme en rebeldía y no envejecer, decidió cachetearme fuerte, allí justo donde residía mi vanidad femenina. Ese día lejos de brillar, me fui de la peluquería con mi pelo todo quemado! Si, así como lo leen: ¡QUEMADO!

Tomar conciencia de esta tragedia, como nos pasa a casi todos los humanos, me llevó un tiempo: pasé por la famosa etapa de negación y me decía: “no, esto no me puede estar pasando a mi. Yo siempre tuve un pelo fuerte, divino. Esto mañana va a estar mejor, o después de ese baño de crema casero va a recuperarse, o seguro que con este tratamiento millonario de nanoplastia, o de la milagrosa keratina, o con la tecnología del Botox para el pelo…" y a medida que los tratamientos se iban agotando, mi desesperación aumentaba; mis gastos en visitas a distintos peluqueros y en productos capilares crecían astronómicamente, mientras mi pelo evolucionaba hacia lo que yo percibía como una consistencia muy similar a las esponjas de alambre que usamos para limpiar cacerolas. ¡Si, sin exagerar!

Pero eso no fue lo peor, una vez que entendí que mi pelo no tenía vuelta atrás, suspendí los tratamientos y toda la capa superior de mi cabellera -la que te marca el contorno de la cara- empezó a resquebrajarse a la altura de mis ojos y caer, dejándome una especie de copete ridículo que me hacia lucir muy parecida a la hermana melliza del Pájaro Loco. Sin poder aceptar lo que me estaba pasando, probé cuanto estilo de peinado se imaginen, desde recogidos, semi-recogidos, cola de caballo, vinchas y toda una variedad de inapropiados accesorios juveniles. Hasta pensé en adoptar un look marroquí, ponerme un turbante y así ocultar el desastre que tenía en la cabeza de una vez por todas. De verdad, no sabía si llorar o reír, porque créanme, no había manera que pudiera reconocerme cada vez que me miraba al espejo… hasta que me rendí.

Volví una vez más a la peluquería, esta vez a cortarme el pelo. “Corte todo lo seco”, le indiqué al peluquero sin dudar y sabía que eso implicaba un cambio radical. Nunca me había animado a llevarlo tan corto. Mientras me observaba y trataba de asimilar esta metamorfosis, pensé en que ya era hora también de soltar todo lo superfluo, lo que no resonaba más con este nuevo tramo de mi vida. Y como en un acto de psicomagia, no sólo resurgí con un look más despojado y liviano, sino que liberé a mi autoestima de mi pelo, empecé a confiar más en mi reloj interno y abandoné toda pretensión de juventud eterna.

Digamos que los primeros pasos en la década de mis 50 no fueron fáciles. Uno nunca está preparado para vivir una crisis y mi crisis de pelo sirvió para aterrizarme, de manera poco amigable, en varios espacios de mi vida. Los 50 representaron para mi una curva vital y junto con la sensación de haber alcanzado la cima, con toda la euforia y sentido de logro que ello significa, también empecé a entender que lo que venía era el camino de bajada, pero de bajada no como decadencia, sino como de regreso al origen, a lo misterioso y esencial. Hoy lo recorro confiada, como quien tiene el privilegio de contemplar la particular belleza de una puesta de sol, disfrutando de lo cosechado, mientras me dispongo a que la vida me despeine, ahora si, sin rebeldía.