“Hay
quienes eligen vivir muriendo. Otros prefieren morir viviendo”.
Vivimos como si fuéramos eternos. Negamos
sistemáticamente la idea de nuestra finitud. Nos resistimos a aceptar el paso
del tiempo, recurriendo a cuanto cosmético o cirugía estética disponible, para
mitigar de alguna manera, la inevitable degradación
de la materia de la que estamos hechos. Todos estos esfuerzos no son más que
distracciones paliativas para no enfrentar la única certeza con la que nacemos:
la de la muerte.
Aun para los que creen que somos seres espirituales
viviendo una experiencia humana, que no somos el cuerpo, sino un espíritu que
habita dentro de esa materia. Para los que creen en la vida después de la
muerte o en la reencarnación, en menor o mayor medida, todos ponemos a la
muerte en un segundo plano, casi ignorándola para evitar el desasosiego que nos
produce conocer nuestro común e ineludible destino.
En esta cultura de la inmediatez en la que estamos
inmersos, somos los héroes del multitasking, sin embargo nos persigue la acuciante
sensación de estar desperdiciando el tiempo, de estar haciendo un uso inadecuado
de este recurso tan importante.
Nos damos el lujo de correr de un lado al otro, sin saber
por qué o para qué. Permanecemos en relaciones o trabajos tóxicos como si
tuviéramos toda la vida para recuperar el tiempo perdido. Vivimos tan apurados,
que no aprendemos de nuestros errores, para evitar volver a cometerlos. Entramos
en pánico cada vez que contamos con un poco de tiempo libre, porque no estamos
preparados para enfrentarnos al vacío existencial que produce una agenda libre,
sin actividades preestablecidas, que nos permita reflexionar sobre si el
sentido de la vida es esa vorágine repetitiva y su propósito,
simplemente alienarnos, para convertirnos en unos autómatas anestesiados. No nos
damos cuenta que lo único verdaderamente urgente es aprender a mejorar el uso
del tiempo, porque nada más tenemos y nada más nos llevaremos. Sólo el tiempo
vivido.
Esto me recordó una breve anécdota sobre un turista de
paseo por la India:
“Un
turista paseaba por la India cuando se encontró con un viejo sabio. El
turista se sorprendió al ver que el maestro sabio vivía en un espacio muy
sencillo, con poco mobiliario; tan sólo una cama, una mesa y una silla. También
vestía con ropa sencilla; camisa blanca y pantalón oscuro.
-¿Dónde
están tus muebles?, le preguntó el turista.
-¿Y
dónde están los tuyos?, le respondió el maestro.
-¿Los
míos?, dijo sorprendido el turista.
-¡Pero si yo aquí sólo estoy de paso!,
añadió.
-Yo
también!, concluyó el sabio,
-Sólo estoy de paso…, repitió el sabio”.
Aceptar que estamos de paso, nos cambia completamente la
perspectiva y las prioridades. Entender que la manera en cómo usamos el tiempo,
es como vivimos en definitiva nuestras vidas, es un buen comienzo para buscar y entender cuáles
son los propósitos de nuestras acciones, para habitar en el presente y para amar
lo que hacemos. Cuando usamos nuestro tiempo en aquello que nos apasiona y nos
moviliza, cuando elegimos dedicarlo para cuidarnos y para cuidar lo que amamos,
cuando nos entregamos en cuerpo y alma, es cuando conectamos con la magia y misterio de la vida.