martes, 27 de mayo de 2014

Los tres filtros: Verdad, Bondad, Utilidad

Si nosotros somos tan dados a juzgar a los demás, es debido a que temblamos por nosotros mismos.(Oscar Wilde)

Cuan fácil resulta opinar sobre vidas ajenas. Erigirnos en jueces de otras historias. Tener la palabra absoluta sobre lo que está bien y lo que está mal. Desplegar la lista de los “deberías”, como si fuéramos ejemplos impolutos a seguir. Premiar o castigar, según decidamos qué es justo, qué es verdadero y qué es falso. Qué increíble cantidad de energía depositada en querer ser protagonistas de historias que no nos pertenecen, en lugar de focalizarnos plenamente en nuestro propio paso por esta vida.

A medida que vamos tomando conciencia de este vicio, empezamos a darnos cuenta cuántas veces nos involucramos en conversaciones inconducentes y por más vueltas que pretendamos darle o disfrazarlo, lejos de aportar algo positivo, terminan por parecerse más a una cobarde puñalada por la espalda, que a un comentario desinteresado por el bien de un tercero, ya sea alguien cercano, conocido de vista o un mero desconocido. Siempre sentimos que nos asiste el legítimo derecho a opinar. Primero opino (léase juzgo, porque toda opinión es un juicio) y después mido las consecuencias (desde negar lo dicho, hasta disculparme por no haber tenido la intención de causar ningún daño).

Cuántas otras veces, amparados en el convencimiento de “Yo sé cómo son las cosas”, intervenimos como mediadores o jueces, en asuntos ajenos, sin que nadie nos haya pedido ayuda, ni siquiera una opinión. Lo peor del caso, es que por lo general, cuando lo hacemos, nos creemos con el derecho de participar y si nos señalan que nuestra intervención es invasiva y que lejos de aportar soluciones, complica aún más las cosas, automáticamente nos ofendemos. Nos sentimos despreciados y nos parece una actitud mezquina e inmerecida ante semejante acto de solidaridad y apoyo de nuestra parte.¿Tanto nos cuesta entender que si no nos piden ayuda,  primero hay que ofrecerla y no imponerla? Porque en tal caso, deja de ser ayuda y se convierte en una intromisión. 

Aprender a reconocer nuestras ansias de protagonismo heroico y distinguirla de una sana actitud solidaria, ahorraría una gran cantidad de malos entendidos a la humanidad.

Para cerrar, les dejo esta reflexión de Sócrates que me parece muy inspiradora: "antes de hablar, respira y piensa si lo que vas a decir es verdad, bueno, y útil":

DIÁLOGO DE SÓCRATES  (Los tres filtros: Verdad, Bondad, Utilidad)
- ¿Sabes, Sócrates, lo que acabo de oír sobre uno de tus discípulos?
 - Antes me gustaría que pasaras la prueba del triple filtro. El primero es el de la Verdad. ¿Estás seguro de que lo que vas a decirme es cierto?
- Platón: Me acabo de enterar y ...
- ... o sea, que no sabes si es cierto. El segundo filtro es el de la Bondad. ¿Quieres contarme algo bueno sobre mi discípulo?
 - Todo lo contrario.
 - Con que quieres contarme algo malo de él y sin saber si es cierto. No obstante aún podría pasar el tercer filtro, el de la Utilidad, ¿me va a ser útil?
 - No mucho.
 - Si no es ni cierto, ni bueno, ni útil, ¿para qué contarlo?

miércoles, 14 de mayo de 2014

SuperArte

“No te des por vencido, ni aún vencido,
no te sientas esclavo, ni aún esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo,
y acomete feroz, ya mal herido.
Ten el tesón del clavo enmohecido
que ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo;
no la cobarde estupidez del pavo

que amaina su plumaje al primer ruido”. (Almafuerte)

Todos conocemos personas que lograron superar grandes escollos en sus vidas. Seres casi heroicos, que pudieron vencer limitaciones o recuperarse de circunstancias desbastadoras. Esos sobrevivientes, sin duda, nunca más volvieron a ser quienes fueron antes. En esa lucha por mantenerse vivos en este mundo, se convirtieron en otros seres: más fuertes, más sabios.

En esta especie de arte de la superación; ¿qué es lo que hace que algunos se resignen ante sus limitaciones o desgracias y otros encuentren en esa debilidad, la fortaleza para seguir adelante y lograr no solo vencerlas, sino generar una vida mejor?

Pensando sobre este tema, tres palabras resonaron rápidamente en mi mente: aceptación, determinación y constancia.

La aceptación como primer paso, es la llave que nos permite abrir la posibilidad de un cambio. Es la que nos ayuda a ver los problemas como retos que podemos superar y no como terribles amenazas. Sin aceptación y reconocimiento de lo que nos limita, molesta o duele, difícilmente podremos hacer algo para salir de ese escenario.

Cuando hablo de determinación, me refiero a esa íntima promesa que nos hacemos a nosotros mismos que vamos a salir adelante, más allá de todo lo que parezca impedirlo. Es esa valentía que nos llena de fuerzas insospechadas y de esa Fe, tan necesaria que nos permite visualizar y creer firmemente que otra realidad es posible, que la vida tiene sentido y que no vamos a parar hasta descubrirlo o conseguirlo.

El tercer pilar seria la constancia, que se alimenta de un inquebrantable deseo de mejorar. La constancia nos focaliza en el objetivo, sin importar cuan imposible parezca el reto. Es la que nos sostiene, cuando avanzamos y también cuando retrocedemos. La que nos levanta cuando caemos y nos pone en carrera de nuevo. Es la que nos lleva a realizar un paso a la vez, aun cuando la meta parezca lejana y dif
ícil.

Enfrentar y superar problemas es un tema frecuente. En mayor o menor medida, todos somos los pequeños o grandes héroes de nuestras propias vidas. Desde que nos levantamos, hasta el final del día, tenemos que resolver situaciones que nos causan dolor o fastidio. Lo difícil de aceptar, no es el sufrimiento que generan estas situaciones, sino saber que el dolor es parte de la vida. Tan simple como eso. Tener que lidiar con el dolor tendría que ser tan natural, como tener que hacerlo con la alegría. Por supuesto no lo es, pero la buena noticia es que estamos diseñados para poder hacerlo. No necesariamente tenemos que tener pasta de titanes para superar nuestros problemas, sino que es una destreza que podemos adquirir.

Hoy se habla mucho de Resiliencia, definida como “la capacidad para afrontar la adversidad y lograr adaptarse bien ante las tragedias, los traumas, las amenazas o el estrés severo”. La resiliencia no es una cualidad con la que una persona nace, sino que implica una serie de conductas y formas de pensar que cualquier persona puede aprender y desarrollar.
  
Más allá de todas estas características y conductas que nos ayudan a superar las tragedias, desde las más extremas, hasta las más cotidianas, un cuarto componente que resulta crucial a la hora de enfrentar estos escenarios, es el soporte emocional de las personas que nos quieren, apoyan y en quienes podemos confiar. Un entorno afectuoso y empático ayuda a transitar la adversidad con más contención y calma.